Don Juan de Austria ordenó repartir vino, pan, carne y queso a toda la tripulación de las galeras cristianas, incluso a los remeros. Cualquier gramo de energía iba a ser decisivo en las horas venideras. Aquella jornada, el 7 de octubre de 1571, había amanecido con un cosquilleo histórico, con un tufo a victoria divina. Pero mediado el combate, el opulento desayuno se le estaba atragantando al capitán general de la flota de la Liga Santa.
Su Galera Real había sido embestida con tal ímpetu por la Sultana del almirante otomano Müezzinzâde Alí Pachá que el espolón había llegado a la cuarta fila de bancos de remos. A pesar de las intensas descargas de los cañones y los arcabuceros españoles, la nave pareció perdida por un momento. Solo las intervenciones de Marco Antonio Colonna, al mando de la capitana pontificia, y de Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, que había vencido y apresado a tres galeras turcas despejando el peligro de envolvimiento, lograron revertir la delicada situación.
El contraataque cristiano fue decisivo e imparable. En el último abordaje de la Sultana, en el que participó el propio don Juan, se dio muerte a Alí Pachá, que había combatido heroicamente disparando su arco. Alguien le rebanó la cabeza al jefe otomano y la arrojó al fondo del mar para disgusto del hermanastro de Felipe II, que prefería haberle apresado. El estandarte del profeta Mahoma que enarbolaba la principal nave turca, blanco y con caracteres dorados del Corán, cayó sobre la cubierta y fue sustituido por el de la Liga Santa, con el crucifijo. La escena, de gran poder simbólico, certificó el resultado de la batalla de Lepanto.
Ha perdido los rubíes, turquesas y diamantes de las orejeras; el oro de las inscripciones, que recogen textos coránicos y oraciones jaculatorias exaltando la lucha contra el infiel, casi ha desaparecido, pero la rodela cónica de acero damasquinado mantiene su hechizo 450 años después. Era el lujoso casco que portaba Alí Pachá cuando fue decapitado, el que le arrebataron como botín de guerra. Vacío, en una vitrina de la Real Armería del Palacio Real, susurra el dramático fin de su dueño. Y si uno mira la pieza fijamente, la fascinación le permite distinguir el semblante del comandante otomano.
Justo debajo, suspendidas en el aire como si todavía las estuviera empuñando el espíritu de Pachá, se muestran su maza de guerra nihelada en plata, la hoja de su alfanje, ya sin la empuñadura de oro, y su manopla, que también iba ornamentada con piedras preciosas y un damasquinado de letras sagradas. "La victoria militar no se visualiza si no tienes un trofeo. Este es el testimonio material de un hecho muy importante, de una de las grandes batallas de la historia de España", explica Álvaro Soler del Campo, jefe de Departamento de la Real Armería, mientras señala las piezas.
Los elementos de la armadura del almirante turco fueron a parar, tras la célebre batalla acaecida frente a la costa de Naupacto, en la actual Grecia, a manos de su némesis, don Juan de Austria. El belicoso militar, atributo heredado de su padre Carlos V, murió en 1578 en Namur, cuando era gobernador de Flandes. Las reliquias de Lepanto las adquirió Felipe II en las testamentarias de su hermanastro, y mandó enviarlas a España para exponerlas en lo que era entonces el Real Alcázar. "Tenían una gran importancia propagandística y dinástica para el rey Prudente, en la Real Armería estaban las armas que se consideraban clave en la historia de la Monarquía Hispánica", subraya el conservador de Patrimonio Nacional.
Tres vitrinas referentes a la batalla de Lepanto, en el mismo orden en que se dispusieron en el siglo XVI, se encadenan en la planta baja del edificio que guarda un océano de metal de un valor incuantificable. La primera exhibe una rodela y cuatro estandartes turcos realizados con crines de caballo coloreadas que probablemente ondearon en la Sultana de Alí Pachá. La segunda, la panoplia del comandante otomano, otro escudo y un par de arcos compuestos reforzados con hueso. No se puede asegurar de forma categórica que fueron utilizados en dicho enfrentamiento, pero es muy plausible debido al gran papel que le otorgaron los musulmanes a la arquería.
Detrás del tercer cristal, iluminada de forma muy tenue por su fragilidad, aparece una pieza que no fue testigo de un choque que cambió la historia, pero que merece la pena citar por su singularidad. Se trata de una adarga de plumas de colibrí realizada en un taller del Nuevo Mundo durante el reinado de Felipe II. Paradójicamente, el escudo de origen musulmán representa en sus cuarteles las principales victorias cristianas contra el islam: la batalla de las Navas de Tolosa (1212), la conquista de Granada por los Reyes Católicos (1492), la expedición a Túnez de Carlos V (1535) y la batalla de Lepanto. "Es un objeto único, no hay nada así en el mundo", destaca Álvaro Soler.
Según los inventarios que describen este tesoro histórico-patrimonial, fechados entre 1594 y 1652, el trofeo de Juan de Austria también comprendía treinta y cuatro banderas turcas y otras once regaladas por Pío V para la nave capitana cristiana. Esos estandartes, los que han sobrevivido a incendios e inclemencias del tiempo, no están en el Palacio Real ni en Madrid. Fueron donados en 1616 a la catedral primada de Toledo por Felipe III.
El monarca, al instituir la fiesta perpetua del aniversario de la batalla en el templo toledano el 7 de octubre, declarado en 1573 día de la Virgen del Rosario por Gregorio XIII, dejó dispuesto que las banderas de Lepanto "se saquen y cuelguen en la dicha santa iglesia... y las ponga de la manera que se ponen las banderas de la fiesta del triunfo de la Santa Cruz en la victoria de las Navas de Tolosa y las de Orán". Esta tradición se mantuvo hasta los años sesenta del siglo XX, cuando el Cabildo Primado depositó en el Museo de Santa Cruz de Toledo tres de las enseñas.
Solo una de ellas se exhibe en la actualidad: bordada en damasco de seda azul y con unas dimensiones de 4,25 m de ancho por 1,85 m de altura, está rematada en dos picos y tiene una decoración pintada que representa la crucifixión de Cristo y los distintivos de las potencias de la Liga Santa —era una alianza formada por la Monarquía Hispánica, el papado y la república de Venecia—, ligados los tres por una cadena dorada, de la que pende el escudo de armas de don Juan de Austria.
En un cajón de la antigua biblioteca, según la ficha del museo, se guarda un gran pendón de 16 metros altura, con materiales y temática iconográfica similar, que ondeó en la Galera Real. El tercer emblema, también bordado en damasco azul celeste, con decoración pintada en oro con piñas y flor de alcachofa, se distingue de los otros dos por rematar en curva. Quién sabe si alguna de esas telas fue la que se izó en la Sultana para escenificar la victoria de la Liga Santa.
Manuscrito turco único
La batalla de Lepanto fue, según Miguel de Cervantes, que resultó herido en el brazo izquierdo mientras combatía en la Marquesa, la "más memorable y alta ocasión que vieron los siglos, ni esperan ver los venideros". Dos poderosas flotas de más de doscientas embarcaciones cada una colisionaron durante unas cuatro horas en el golfo griego y en un frente de varios kilómetros. "Fue tan sangrienta y horrenda que parecía que la mar y el fuego fuese todo uno, viendo dentro de la misma agua arderse muchas galeras turquescas y dentro de la mar, que toda estaba roja de sangre, no había otra cosa que aljabas, turbantes, carcajes, flechas, arcos, rodelas, remos, cajas, valijas y otros muchos despojos de guerra, y sobre todo muchos cuerpos humanos, así cristianos como turcos", describió un testigo.
La victoria de la Liga Santa fue un triunfo geoestratégico —el Imperio otomano amenazaba con hacerse con la supremacía marítima en el Mediterráneo y fue frenado en seco, aunque menos de un año después los turcos habían sido capaces de construir una armada más numerosa— y confesional, del catolicismo frente al islam suní que se profesaba en la Puerta Sublime.
La batalla, en datos
Los dos bandos. La Liga Santa era una alianza formada por la Monarquía Hispánica, los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova y el Ducado de Saboya. El 7 de octubre de 1571 midieron sus fuerzas contra el Imperio otomano en la mayor batalla naval librada en el Mediterráneo.
Número de naves. La flota cristiana estaba formada por 6 galeazas, 201 galeras y unas 80 naves de menor tamaño entre fustas, galeotas y fragatas. La armada otomana la conformaban 210 galeras y 87 buques de menor envergadura.
Combatientes. El total de los soldados cristianos, cuya verdadera fuerza residía en cuatro Tercios de infantería española, fue superior al de los otomanos, que alcanzarían unos 25.000.
Las víctimas. La Liga Santa perdió 16 galeras y unos 8.000 soldados, entre los caídos en combate y los que lo hicieron en los días posteriores, de los que 2.000 eran españoles. El balance para la flota del sultán Selim II fue desastroso: casi 200 embarcaciones hundidas o capturadas y cerca de 30.000 bajas entre soldados y marineros.
El color de los estandartes. Los colores de las enseñas cristianas correspondían a la posición de cada una de las escuadras. El azul describía la zona central, donde luchó don Juan de Austria. Las naves del ala derecha, capitaneada por Andrea Doria, se identificaban por el color verde; las del ala izquierda, encabezadas por Agostino Barbarigo, por el amarillo; y las de socorro, al mando de Álvaro de Bazán, por el blanco.
Felipe II recibió la noticia de la victoria el día 8 de noviembre, un mes después de la batalla, mediante un despacho de Luis de Requesens, lugarteniente de don Juan de Austria. Se encontraba en el Monasterio de El Escorial acompañando a los monjes en el rezo del oficio litúrgico de Vísperas de la octava de la fiesta de Todos los Santos, celebrados en la llamada "iglesia de prestado" ya que las obras de la basílica no se habían terminado. El rey Prudente no se alteró un ápice —según su biógrafo contemporáneo Luis Cabrera de Córdoba pronunció la famosa coletilla de "sosegaos"— e indicó que se cantase un Te Deum en acción de gracias a Dios por la buenaventura de las armas cristianas.
"A Felipe II le llevaron a El Escorial el estandarte de la capitana turca y dos faroles, que se colocaron en la biblioteca como trofeo, como memoria de la noticia que le habían dado allí, pero se perdieron durante un incendio ocurrido en 1671 [junto a más de 5.000 valiosos códices]", explica Almudena Pérez de Tudela, conservadora del monumental complejo filipino. Un primer centenario bastante dramático. Lo único que ha sobrevivido de la bandera otomana es una descripción de su contenido y la traducción de las inscripciones árabes realizada por Luis de Mármol Carvajal, un militar que había sufrido cautiverio en los presidios del norte de África durante el reinado de Carlos V.
Está en la biblioteca de El Escorial, donde sí se encuentra un auténtico y desconocido unicum: un manuscrito turco "rarísimo" que también se capturó en la galera del serdar o comandante Alí Pachá. Se trata de una biografía de Barbarroja realizada por Sayyid Murad y titulada Gazavat-i-Hayreddin Pasha. "Para un marino otomano, Barbarroja es la representación de algo muy importante, un modelo", detalla Miguel Ángel de Bunes, profesor de Investigación del Instituto de Historia del CSIC y uno de los coautores del recién publicado Lepanto. La mar roja de sangre (Desperta Ferro).
"Los navegantes turcos solían llevar dos elementos históricos a bordo: el Gazavat para ser leído en voz alta y una descripción del Mediterráneo, titulada Deniz kitabi, de Piri Reis, que era el libro de los marineros, una especie de portulano, de carta náutica, del que no se conserva ningún ejemplar", añade De Bunes, experto en la expansión española y otomana por el Mare Nostrum desde mediados del siglo XV hasta la segunda mitad del XVII. La primera traducción al castellano de la biografía de Barbarroja se hizo en Palermo en 1578 por orden de Felipe II y se guarda en la Biblioteca Comunale de la ciudad italiana.
Diáspora de piezas
Toda batalla de dimensiones religiosas cuenta con su correspondiente leyenda. El Santo Cristo de Lepanto de la catedral de Barcelona, según estos relatos fantasiosos, iba montado en la nao de don Juan de Austria. Para mayor incredulidad, se ha justificado la torsión del cuerpo de la escultura al milagro de que esquivó una bala en pleno intercambio de pólvora y cañonazos. Hay otras versiones igual de inverosímiles. Lo único cierto es que la Galera Real, y la mayor parte de las embarcaciones españolas, se armaron en las dársenas de la actual capital catalana.
A otra catedral en el extremo opuesto de la Península Ibérica, la de Santiago de Compostela, envió el capitán general de la Liga Santa el gallardete que enarboló en su barco y que lucía las armas imperiales, el doble águila bicéfala de los Habsburgo, en agradecimiento por la ayuda recibida del patrón de España. El estandarte fue restaurado hace unos años y se expone en el museo catedralicio. Se trata de un tejido de lino de 17 metros de largo decorado al temple con coloristas escenas y blasones. Sobre un fondo de tres franjas, roja, oro y azul, se representan también un Calvario, un Trono de Gracia, un Santiago Peregrino y las insignias aliadas. Cerca del remate de la pieza hay una cartela que no se ha podido traducir, pero que probablemente fuese el "Non Plvs Ultra" que también jalonaba el estandarte del emperador Carlos V.
Otro elemento codiciado que formaba parte del botín de guerra eran los fanales, unos grandes faroles que, colocados en la popa de los buques, servían como insignia de mando. En el incendio de El Escorial de 1671 se perdieron dos, y otro más en 1811 por la acción destructiva del ejército del mariscal francés Suchet que se había enviado al monasterio de Montserrat. El farol había ganado tanta popularidad en el pueblo que los vecinos lo denominaban "la llantina del rey moro". Pero fue víctima de la Guerra de la Independencia, como tantas otras joyas del patrimonio español.
El único de los fanales que se conserva hoy en día es el que se destinó al Monasterio de Santa María de Guadalupe, que cuelga imponente en la capilla de San Jerónimo, al fondo de la sacristía. En teoría perteneció a la Sultana de Alí Pachá y, según explica Francisco Tejada Vizuete en su libro Real Monasterio de Guadalupe. Plata, Bronce y otras muestras de Artes Aplicadas, la pieza de bronce se compone de un cuerpo de planta octogonal, a base de ventanas verticales susceptibles de ser acristaladas, insertado entre dos placas bulbosas rematadas en anillas.
Escenario de más de siete siglos de historia y estancias reales, el edificio religioso esconde otros elementos históricos de gran valor, como la pila bautismal, ubicada ahora en la plaza que da a la fachada principal, en la que se bautizaron los dos primeros indios que Cristóbal Colón trajo de América, llamados Cristóbal y Pedro.
Unas piezas muy curiosas que fueron testigo de la batalla de Lepanto se encuentran en Croacia, en la isla de Hvar y el puerto de Trogir. Se trata de dos mascarones, unas esculturas que se colocaban en los espolones de las naves. Uno tiene forma de dragón, llamado Zvir, y perteneció a la galera cristiana San Jerónimo de Venecia. La otra figura, un enorme gallo, fue capturada a una embarcación turca. Son los dos únicos mascarones que participaron en el célebre enfrentamiento que se conservan en todo el mundo.
Las reliquias de Lepanto constituyen una suerte de diáspora, pero las historias de cuidadas conservaciones y trágicas pérdidas suscitan otra pregunta. ¿Qué es lo que habrá en el fondo del mar, bajo las aguas que fueron escenario de la batalla? Miguel Ángel de Bunes recuerda que Grecia, en colaboración con otros países europeos, ha llevado a cabo alguna campaña de investigaciones subacuáticas, pero no se ha recuperado ningún tesoro como el de la Mercedes. El historiador apuesta por resaltar el valor ideológico del acontecimiento por encima de cualquier vestigio material: "El hecho mismo de que sea una de las grandes batallas de la historia de la humanidad es más importante que cualquier objeto".
Dónde ver las reliquias de Lepanto
Real Armería del Palacio Real. En la planta baja, actualmente cerrada por unas obras, se exponen las armas de Alí Pachá, cuatro estandartes, dos rodelas y dos arcos turcos.
Museo de Santa Cruz de Toledo. El pendón bordado en damasco de seda azul de 17 metros que ondeó en la capitana de Juan de Austria.
Biblioteca de El Escorial. El Gazavat-i-Hayreddin Pasha, un manuscrito otomano que narra la vida de Barbarroja. Un unicum en todo el mundo.
Monasterio de Santa María de Guadalupe. En la sacristía cuelga el fanal arrebatado de la nave capitana turca.
Museo de la catedral de Santiago de Compostela. El gallardete con el escudo imperial de los Habsburgo y las insignias de los integrantes de la Liga Santa que también iba en la Galera Real.
Arsenal de la isla de Hvar. El mascarón, en forma de dragón, que iba colocado en la proa de una de las embarcaciones cristianas.