Además de uno de los grandes pensadores liberales, David Hume (1711-1776) fue un excelente economista e historiador. En una encuesta de 2009 en la que se preguntaba a filósofos de todo el mundo por su pensador muerto favorito, Hume quedó el primero, por delante de Sócrates o Kant. Ilustrado y agnóstico, concibió su filosofía como un antídoto contra los males de la superstición y la ignorancia. Es difícil sobrestimar la importancia de este escocés y exalumno de la universidad de Edimburgo.
Sin embargo, estudiantes de la que fue su universidad han conseguido que el Consejo de Dirección cambie el nombre del edificio más alto del campus (la Torre de David Hume). Le reprochan ciertas opiniones supremacistas en su ensayo De los caracteres nacionales, escrito hace casi 300 años.
En junio de 2020, en Londres, pintaron la frase "fue un racista" en el busto de Winston Churchill erigido a escasos metros del 10 de Downing Street, la residencia del primer ministro. A siete minutos andando está Trafalgar Square, en donde, a 52 metros por encima de los viandantes, aún sigue en pie la estatua de Horatio Nelson entre el polvo, las palomas y el creciente rechazo de los activistas que acusan al almirante de "supremacista blanco" por defender la esclavitud.
Ese monumento ofende en el Goldsmith College de la Universidad de Londres, que acaba de promover una encuesta sobre el futuro de varias estatuas, entre ellas las de Nelson y Francis Drake, nombres que, como el de Churchill, se consideraban hasta ahora intocables. Han dejado de serlo porque cierta izquierda viene etiquetando de inmorales a esos supuestos patriotas.
Tras la resaca del Mayo del 68 en París, Jean Paul Sartre, uno de los filósofos de cabecera de las revueltas, diagnosticó sumariamente los logros de aquella efervescencia: "No han abatido las estatuas de los caballos, pero han ampliado los horizontes de lo posible".
La historia no es lineal sino caprichosa y zigzagueante como los pasos de un borracho: ahora soplan vientos inquisitoriales que, so pretexto de un mundo mejor, dejan un rastro de héroes desprestigiados y estatuas abatidas. Hay un mundo mejor, pero por ahí no se llega.
El debate en torno a la iconoclastia que se lleva esta temporada gira en torno a la pregunta de si se puede juzgar a un hombre del pasado aplicando criterios morales modernos. Al igual que, muchos siglos antes, los romanos Séneca, Cicerón o Marco Aurelio eran racistas, es seguro que Hume, Nelson y Drake también lo fueron, como la gran mayoría de los hombres y mujeres de su tiempo. De un tiempo en el que los afroamericanos vivían esclavizados a pesar de que la Declaración de Independencia de Estados Unidos ya postulaba que "todos los hombres son creados iguales". La esclavitud era el motor de la economía y no sólo los Estados Unidos estaban implicados en ella, sino el Reino Unido y media Europa.
Los universitarios de Edimburgo alegan, con razón, que el racismo estaba mal entonces y está mal ahora. De hecho, uno de los contemporáneos de Hume, el profesor de Filosofía Moral James Beattie, atacó duramente las opiniones supremacistas de Hume, acusándolo de arrogancia eurocéntrica y de ignorar otras civilizaciones.
El movimiento Woke
Aun así, una parte del claustro universitario de Edimburgo considera que la universidad podría dejar claro que aborrece los comentarios racistas de Hume sin ignorar que son sólo un pie de página en su obra colosal. O sea, no tirar el agua sucia con el bebé dentro. Porque el cambio de nombre de la Torre podría ser sólo un primer paso para deslizarse del "no queremos que el edificio lleve el nombre de un racista" al "no queremos estudiar los pensamientos de un racista".
El motor y el combustible de esta emergente "cultura de la cancelación" lo aporta el movimiento Woke, que significa el despertar a la consciencia de las injusticias que pesan sobre las minorías. De la "cultura del despertar" nace la denuncia, jugar a los bolos con la cultura pasada y señalar con el dedo a una persona muerta por haber vivido en una época equivocada.
Valorando, juzgando y sentenciando hechos del pasado a partir de las reglas morales del presente la fiebre iconoclasta avanza y arrecia mediante un circuito de retroalimentación que fluye por las redes sociales. Sobre todo desde que el movimiento Black Lives Matter aumentó las protestas tras la muerte de George Floyd, un hombre negro asesinado por un policía blanco en mayo de 2020 en Minneapolis.
El pasado 18 de octubre, el Ayuntamiento de Nueva York votó por unanimidad la retirada de la estatua de Thomas Jefferson que se encuentra en una galería del gran salón del Ayuntamiento, al sur de la isla de Manhattan. Los monumentos del que fue padre fundador de Estados Unidos han sido objeto de vandalismo porque tenía esclavos. En 2019, la ciudad de Charlottesville (Virginia), donde Jefferson fue gobernador, decidió dejar de celebrar el cumpleaños del político con un día festivo.
Según el Data + Feminism Lab del Massachusetts Institute of Technology (MIT), son muchos, hasta 6.000, los lugares que llevan el nombre de Cristobal Colón en Estados Unidos, desde el Distrito de Columbia en el que se encuentra Washington a ciudades, calles, ríos o montañas. Todavía quedan en pie 149 monumentos que evocan al descubridor, lo que lo sitúa en tercer lugar, por detrás de Abraham Lincoln y George Washington. Pero, señalado como pionero de un genocidio en América, Colón pierde amigos y estatuas en ese continente que ha convertido la fiebre de tumbar su memoria en un déjà vu que se repite todo el rato, como diría el exjugador de beisbol profesional Yogi Berra.
En los últimos meses, más de una treintena de monumentos de Colón han sido decapitados, quemados, pintarrajeados o retirados por las autoridades, desde Filadelfia a Boston, desde Columbus a Miami. Le achacan ser la causa de la trata transatlántica de esclavos y el exterminio de pueblos indígenas durante siglos. Imputación que, según los historiadores más rigurosos, sólo se sostiene por una interpretación anacrónica y descontextualizada de los hechos históricos.
El presentismo
Parecidos reproches merecen a esos historiadores el anuncio de la retirada de la estatua del almirante en el Paseo de la Reforma de Ciudad de México, que será sustituida por una escultura en homenaje a las mujeres indígenas. Una diputada del Partido Verde Ecologista de México declaró que "los mexicanos no deben venerar las estatuas de Cristóbal Colón y Hernán Cortés, ni reconocerlos como héroes porque fueron tiranos y asesinos".
El presentismo, que ningunea los contextos y juzga la historia desde el prisma contemporáneo, conduce al revisionismo histórico, que no sólo derriba estatuas, sino que arruina reputaciones y quema libros. En 2019, la Junta Escolar de Providence, en Ontario (Canadá), que reunía a 30 escuelas y 10.000 estudiantes, incluyó en una lista negra casi 5.000 libros acusados de menospreciar a los nativos. Se procedió a una ceremonia de purificación por la llama; es decir, un auto de fe. Las cenizas sirvieron como fertilizante para plantar un árbol.
Algunos padres de alumnos, que aún no habían despertado a las virtudes de la piromanía, se quejaron. Desde entonces, se ha abandonado la idea de quemar libros en los patios de las escuelas. Simplemente serán desechados. Lo cual podría parecer alentador si lo comparamos con lo que está pasando en los campus de su vecino del sur donde, de costa a costa, la caza de opiniones tergiversadas está poniendo la libertad de pensamiento en el punto de mira.
El psicólogo de Harvard Steven Pinker ha aparecido cuatro veces en el ranking Los 100 mayores pensadores del mundo de la revista Foreign Policy. Aun así, más de 500 académicos firmaron una carta que pedía a la Linguistic Society of America que revocara el estatus de "investigador distinguido" de Pinker por las opiniones vertidas en sus libros o en su cuenta de Twitter. Su defensa de los ideales de la Era de la Ilustración —que él suele resumir en valores como la razón y la ciencia— molestó a una legión de intelectuales de izquierda que acusan al pensamiento ilustrado de haber propiciado atrocidades.
Es sólo otra de tantas escaramuzas en la guerra desatada en el mundo académico por la "cultura de la cancelación", que intenta tapar la boca y dejar en el paro a profesores que postulan ideas incómodas para los Woke.
Pero los nuevos casos sugieren que aún no hemos visto lo peor. En su Serengueti de presas y depredadores, es casi seguro que la izquierda posmoderna encuentre nueva carnaza para sus colmillos afilados. Y material para una nueva cruzada que infantilizaría y haría aún más culpable —si todavía es eso posible— al ciudadano occidental medio, que tiene el infortunio de tener la piel poco pigmentada y un déficit de inmigrantes esclavizados en su árbol genealógico. "Wokistán [de Woke] —dice la periodista y escritora iraní Abnousse Shalmani— ha declarado la guerra a la civilización".
El auto de fe contra los libros en Providence le recordó a esta escritora refugiada en Francia el pánico de su familia en Irán cuando "las barbas y los cuervos llegaron al poder". Le recordó los cientos de libros que su familia enterró en el jardín familiar por temor a terminar, en el mejor de los casos, tras las rejas si caían bajo los ojos de los guardianes morales. Le recordó que los libros son la mejor arma contra la oscuridad porque si la literatura no cambia el mundo, al menos ofende a los fanáticos.
¿Cómo puede haber derecho a pensar sin libertad de ofender? La lucha contra la esclavitud, contra el dogmatismo religioso, la defensa de los derechos civiles de las minorías, el desarrollo de la ciencia, todo eso ofendió a mucha gente. Galileo tuvo que retractarse por haber ofendido los sentimientos de los católicos con la teoría heliocéntrica. Los sentimientos ofendidos se están convirtiendo en la aduana que filtra lo que se puede o no decir. Pero si no podemos incomodar los sentimientos ajenos, ¿qué sitio queda para disentir?
Humillados y cancelados
1.- SERRANUS HASTINGS, fundador y mecenas del Hastings College of the Law de la Universidad de California en 1878, al que donó el equivalente de 170 millones de euros. Esta facultad quiere cambiar su nombre porque acusan al fundador de organizar cacerías de indios que acabaron con la mayoría de la población nativa americana del condado de Mendocino, California.
2.- ABRAHAM LINCOLN, presidente de Estados Unidos que abolió la esclavitud. Manifestantes de Black Lives Matter garabatearon su estatua en Parliament Square con nombres de personas negras asesinadas mientras estaban bajo custodia policial. Lo acusaron de racista.
3.- JEFFERSON DAVIS, el único presidente de los Estados Confederados desde 1861 hasta 1865. Su estatua en Richmond, ubicada en un paseo lleno de esculturas consagradas a héroes de la Confederación, fue derribada. Lo acusan de propugnar la defensa del sistema esclavista.
4.- ROBERT E. LEE, comandante general del Ejército de los Estados Confederados en la Guerra de Secesión. Venerado por sus hombres y respetado y temido por sus adversarios del Ejército de la Unión. Su monumento en Richmond (Virginia) fue retirado el 8 de septiembre de 2021. Se le acusa de ser partidario de la esclavitud.
5.- THOMAS STONEWALL JACKSON, uno de los más conocidos generales confederados durante la Guerra de Secesión. En 2019 el alcalde de Richmond ordenó la retirada del monumento en su memoria. Lo acusan de racismo.
6.- WILLIAMS CARTER WICKHAM, general confederado en la Guerra de Secesión. Tras la derrota sudista, fundó la Central Railroad, una de las primeras compañías ferroviarias de Virginia. Su estatua en el Monroe Park de Richmond fue abatida durante las protestas por la muerte de George Floyd a manos de un policía blanco. Se le acusa de ser partidario de la esclavitud.
7.- FRANCIS DRAKE, corsario inglés que en el siglo XVI atacó posesiones españolas en América, asaltó galeones, atacó Cádiz y La Coruña y se enfrentó a la Armada Invencible. Su estatua en Marin City (California) fue atacada y hubo manifestaciones para pedir su retirada y que se cambiara el nombre del Sir Francis Drake Boulevard. Se le acusa de traficar con esclavos.
8.- EDWARD COLSTON, traficante de esclavos inglés del siglo XVII. Manifestantes de Bristol derribaron su estatua de bronce erigida en el centro urbano y la hicieron rodar por las calles hasta echarla al fondo del río Avon. Se le acusa de negrero.
9.- ROBERT MILLIGAN, armador de barcos y esclavista escocés del XVIII. Su estatua frente al Museo de los Docklands de Londres fue retirada por el Ayuntamiento para "atender los deseos de la comunidad". Se le acusa de poseer plantaciones de azúcar donde esclavizó a centenares de jamaiquinos.
10.- THOMAS ARNE, compositor inglés del siglo XVIII, conocido sobre todo por su canción patriótica Rule Britannia, que celebra los días del poder naval imperial británico y sigue siendo un himno oficioso del Reino Unido. En los Proms, la serie anual de conciertos de verano en el Royal Albert Hall de Londres, la BBC quiso prohibirla porque algunos grupos la consideran imperialista e inmoral. Boris Johnson desautorizó a la BBC.
11.- DAVID HUME, filósofo, economista e historiador escocés del siglo XVIII. La Universidad de Edimburgo ha retirado su nombre del edificio más alto del campus. Le reprochan ciertas opiniones supremacistas en su ensayo De los caracteres nacionales.
12.- HORATIO NELSON, almirante británico y héroe de la batalla de Trafalgar. El Goldsmith College de la Universidad de Londres ha propuesto remover su monumento en Trafalgar Square. Lo acusan de imperialista.
13.- CECIL RHODES, colonizador británico del siglo XIX y fundador de Rodesia (hoy Zimbabue) y de la compañía de minas de diamantes De Beers. El Oriel College, uno de los primeros colegios de la Universidad de Oxford, ha retirado su estatua de la fachada. Se le acusa de imperialista.
14.- WINSTON CHURCHILL, primer ministro del Reino Unido y protagonista en la victoria aliada contra los nazis. En junio de 2020, en Londres, pintaron la frase "fue un racista" en el busto erigido junto al 10 de Downing Street. Lo acusan de imperialista y racista.
15.- CRISTOBAL COLÓN, descubridor genovés. Atacado en decenas de ciudades de Estados Unidos. Su efigie en el Central Park de Nueva York apareció con una pintada que decía: "El odio no será tolerado". Su monumento en Baltimore fue destrozado a golpes. En Richmond, su estatua acabó en un estanque. El Ayuntamiento de Los Ángeles quitó su nombre de la fiesta del segundo lunes de octubre. Se le acusa de ser la avanzadilla de un genocidio de siglos.
16.- HERNÁN CORTÉS, conquistador de México. Las protestas de la comunidad indígena de Coyoacán obligaron al gobierno de Miguel de la Madrid a mover su estatua, colocada en el centro de la ciudad, al parque Xicoténcatl, donde hasta la fecha sigue en pie. Lo acusan de "tirano y asesino".
17.- JUAN PONCE DE LEÓN, explorador y conquistador, primer gobernante de Puerto Rico y descubridor de la Florida. Su imagen amaneció irreconocible en Miami. Se le acusa de genocidio.
18.- MIGUEL DE CERVANTES, autor de El Quijote. Su busto en el parque Golden Gate de San Francisco apareció embadurnado con pintura de color rojo sangre y la palabra "bastardo", acompañada de símbolos fascistas. Nunca estuvo en América. No se sabe de qué se le acusa.
19.- FRAY JUNÍPERO SERRA, religioso franciscano del siglo XVIII que fundó nueve misiones en California. Su efigie en Los Ángeles fue atacada y varias de sus esculturas fueron derribadas. Su estatua en la misión de Santa Bárbara fue decapitada. También fue atacada su estatua en Palma de Mallorca. Se le acusa de racismo y genocidio por haber acabado con la cultura indígena.
20.- BALTHUS, artista polaco-francés del siglo XX. Diez mil personas firmaron una petición para que el Metropolitan de Nueva York retirase Teresa soñando, un cuadro que muestra a una niña dormida con las piernas abiertas y la ropa interior a la vista. Se le acusa de sexualizar a las niñas.
21.- INDRO MONTANELLI, escritor y periodista. Su estatua en Milán apareció cubierta de pintura roja y las palabras "racista" y "violador". Se le acusa de haber aceptado a una niña de 12 años como esposa durante la guerra en Abisinia (actual Etiopía).
22.- ROMAN POLANSKI, director polaco. Su última película, El oficial y el espía, fue objeto de llamadas al boicot por haber sido acusado y condenado por agresión sexual en la década de 1970 en EEUU.
23.- STEVEN PINKER, psicólogo de Harvard y autor de ensayos tan conocidos como La tabla rasa, Los ángeles que llevamos dentro o En defensa de la Ilustración. Más de 500 académicos firmaron una carta que pedía a la Linguistic Society of America que revocara su estatus de investigador distinguido. Se le acusa de "ocultar que la Ilustración propició atrocidades".
24.- J.K. ROWLING, creadora de Harry Potter. Tildada de transfóbica, en las redes sociales arreciaron las llamadas a boicotear sus libros. Se la acusa de insinuar en un tuit que las mujeres transgénero no son mujeres.
La libertad de pensar, al precio de tener que ofender, nos pone entre dos fuegos. Dice Steven Pinker en su defensa —o sea, en defensa de la Ilustración— que "estamos ante la puja de dos corrientes abanderadas por una derecha autoritaria, nacionalista y populista y una izquierda posmoderna, identitaria y políticamente correcta. Si sólo debatimos sobre ciertas ideas, nos garantizaremos la ignorancia".
Vivimos tiempos de empoderamiento individual para el castigo al que no está en la misma onda. Las redes apestan a los sermones de Savonarolas [religioso del siglo XV condenado a muerte tras denunciar la corrupción de las clases dirigentes] listos para sancionar a quien se sale del rebaño Woke. Cada uno se siente con patente de corso para abordar a quien navega con pabellón propio en el océano de las opiniones. La batalla cultural es eso, una batalla: hay reputaciones en juego y carreras académicas arruinadas.
A veces, por un simple tuit. J. K. Rowling, creadora de Harry Potter, insinuó en Twitter que las mujeres transgénero no son mujeres. Tildada de transfóbica en las redes sociales, arreciaron las llamadas a boicotear sus libros. La cancelación también alcanza a cuadros y películas. Lo que el viento se llevó fue temporalmente retirada del catálogo de la plataforma HBO porque había sido calificada de racista. También se pretendió suprimir la escena del beso en la nueva versión de Disney de Blancanieves porque la heroína dormida no dio su consentimiento al príncipe azul.
En 2017, diez mil personas firmaron una petición para que el Metropolitan de Nueva York retirase Teresa soñando, un cuadro de Balthus que muestra a una niña dormida con las piernas abiertas y la ropa interior a la vista. El escándalo está menos en la pintura que en la mirada de los escandalizados, que calificaron el cuadro de "perturbador, ofensivo e inquietante". Como si el arte no fuera precisamente eso, el territorio de la profanación. El museo rechazó la pretensión por respeto a la expresión creativa.
Tendemos a pensar que esos moralistas son meapilas conservadores de pura cepa, pero la censura —que se solía asociar al autoritarismo de derecha— por primera vez en esta generación proviene de una sedicente izquierda. Encender hogueras para esterilizar la historia y la cultura no es sólo una amenaza contra la democracia, sino contra el hecho mismo de pensar. La cancelación nos hace más miopes e ignorantes.
El virus de la censura
Sostiene el sociólogo argentino Esteban de Gori que el pensamiento ya no "muere en la boca" como decía el poeta Nicanor Parra, sino que lo hace en las redes. El virus de la censura y la denuncia ha saltado de las universidades a los medios y a la sociedad entera. Ha dejado de ser un fenómeno esporádico para convertirse en un seísmo cotidiano que lo mismo arrasa el presente que el pasado.
El riesgo es el de cualquier totalitarismo, de izquierda o de derecha. Las sociedades totalitarias creen legítimo imponer ideas por la fuerza o la violencia. Y a ello se atuvieron —con éxito tremebundo— fascistas y nazis, estalinistas y maoístas.
En su Tratado de la naturaleza humana, David Hume escribió que "la humanidad es la mayor enemiga de sí misma". No sólo lo demostraron los terroristas del ISIS volando los monumentos de Palmira, sino las almas bellas que en Baltimore (Maryland) ataron con sogas una estatua de Colón en el barrio de Little Italy y la abatieron. El navegante perdió la cabeza al estrellarse contra el suelo. El cuerpo fue arrastrado y lanzado al agua del puerto. ¿Qué los hace diferentes del ISIS y de los talibanes iconoclastas que, hace veinte años, se cargaron los Budas de Bāmiyān porque eran ídolos, y por tanto contrarios al Corán? Tumbar estatuas no es defender la causa de las minorías oprimidas, es sólo una definición de la rabia y corromper cualquier causa, porque la tentación de la pureza lleva directamente a la guerra y a la fosa común.
La batalla cultural no ha terminado. La contraofensiva contra la cancelación arrancó el año pasado con una carta abierta en Harper's Magazine de 153 artistas e intelectuales —desde Wynton Marsalis hasta Margaret Atwood, Fukuyama, Salman Rushdie o Noam Chomsky— para denunciar "la intolerancia a las opiniones disidentes, el gusto por la humillación pública y el ostracismo". La resistencia rechaza un mundo donde, como presagió el poeta alemán Hölderlin, la promesa de un futuro mejor oculte un nuevo advenimiento del infierno. Un paraíso para una humanidad lobotomizada.