Si el 14 de diciembre de 1988 en España "pararon hasta los relojes" como consecuencia de la primera huelga general de la democracia, probablemente yo también lo hubiera hecho. O más bien habría apoyado activamente la protesta desde la redacción, teniendo en cuenta la coincidencia de Diario 16 con las críticas de la Unión General de Trabajadores (UGT) y Comisiones Obreras (CCOO) al Plan de Empleo Juvenil y los abusos de poder del felipismo. Y mi propia relación personal con Nicolás Redondo, a quien respetaba, apreciaba y veía a menudo.

Imagen de la huelga general de 1988 que paralizó España. Efe

Pero digo "probablemente" porque las circunstancias no me dieron opción. Pocos días antes recibí, de madrugada, un aviso urgente de las hermanas Gurruchaga. Carmen Gurruchaga era corresponal de Diario 16 en el País Vasco y su hermana, María José, una significada abogada abertzale. Me comunicaron que la dirección de ETA accedía a mantener conmigo la entrevista que había planteado en un coloquio en San Sebastián, perseguido en la reunión que había celebrado con Antxon en Argel en Semana Santa y requerido de nuevo en un encuentro clandestino con un rubio enjuto que tomaba chocolate en un bistró del distrito de la Bastilla en París.

Ya sabía que no había hablado con cualquiera, sino con José Luis Álvarez Santacristina, alias Txelis, ideólogo de la banda y miembro, junto a Pakito y Fiti, del triunvirato que la dirigía.

Mentiría si dijera que me llevé una alegría cuando me confirmaron la entrevista. Más bien me sentí abrumado por la preocupación. La coyuntura no podía ser más delicada. Media España seguía hablando de mi insólita pelea televisiva con Corcuera y ETA acababa de atentar contra la Dirección General de la Guardia Civil, provocando, entre otras víctimas, la muerte de un niño de pocos meses.

Imagen del atentado contra la Dirección General de la Guardia Civil en Madrid, en 1988. Covite

Juan Tomás de Salas, junto a Pedro J. Ramírez.

Era una decisión demasiado difícil como para tomarla solo. A pesar de que eran ya las dos de la mañana llamé a mi editor y le expliqué que teníamos fecha para la entrevista, pero quizá debíamos dejar ese envite para mejor ocasión. Juan Tomás [De Salas] me respondió que se trataba de una "oportunidad informativa única", que debíamos aprovecharla y que lo pertinente sería empezar preguntándole a la banda precisamente por ese atroz atentado.

Nunca sabré si reaccionó el periodista de raza que Juan Tomás llevaba dentro o pensó que aquella tal vez podría ser la cuerda con la que me ahorcara yo mismo. En todo caso, una vez que tenía su luz verde, para mí ya no había marcha atrás posible. Debía seguir mi destino como periodista. Como tantas otras veces, me acordé del aforismo clásico: cuando la flecha está en el arco, debe partir.

El viaje

Tomás Serrano

ETA me había citado de nuevo en París y había puesto una condición: debía cruzar la frontera en coche y luego coger un tren para que mi nombre no quedara registrado en ningún vuelo. Probablemente eso era lo que me había delatado al viajar a Argel. La abogada María José Gurruchaga se había prestado a acompañarme. Debíamos viajar de noche y llegar a la capital francesa la misma mañana del 14, mientras toda la atención policial estaba centrada en España en la huelga general. Tampoco podíamos reservar plaza en un coche cama, pues eso dejaría rastro. Carmen Gurruchaga nos llevó a Hendaya y en la misma estación compramos sendos billetes con derecho a litera. Yo no pegué ojo.

Llegamos a la estación de Austerlitz y desde allí hicimos una llamada, de la que salió una cita a las diez en el hotel de la cadena Holiday Inn, anexo a otra estación muy próxima, la de Lyon. Debíamos coger un taxi, bajarnos en los alrededores y entrar a pie en el vestíbulo. Había una habitación reservada a nombre de María José. Resultó que eran dos habitaciones conectadas por una puerta a modo de suite. Apenas habíamos dejado el equipaje cuando sonó el timbre y recibimos una visita: se trataba del propio Txelis, acompañado de un ayudante más alto y más joven, con una tupida mata de pelo negro y gafas negras de intelectual. Yo no tenía ni idea de quién era, pero María José reconoció a un chico que era vecino de toldo de su familia en la playa de Ondarreta. Luego aparecieron un par de guardaespaldas que entraban y salían con discreción.

Txelis dejó claro que, aunque iba a ser él mismo quien contestara a mis preguntas, lo haría en nombre de la dirección de ETA, a la que pertenecía. Por eso pensaba emplear el plural en sus respuestas.

Portada del libro 'Palabra de director'.

- La entrevista no es conmigo, sino con la dirección de ETA. Así debe constar cuando se publique.

Acordamos que las preguntas y respuestas quedarían registradas tanto en su grabadora como en la que yo había traído; que luego las transcribiríamos y resumiríamos, con ayuda de la Olivetti que también llevaba conmigo; y que no saldríamos de la habitación hasta que no tuviéramos una versión final que tanto ellos como yo aprobáramos. Eso sería lo que se publicaría, sin ninguna alteración posterior.

Advertí que en algún momento tendría que dar señales de vida. Muy pocas personas en Madrid sabían dónde estaba y cuál era el motivo de mi viaje, pero si no tenían noticias mías se alarmarían y podrían hacer pesquisas inconvenientes. Txelis y su ayudante acordaron que podría hacer dos llamadas, una a mi familia, otra a Diario 16, hacia el final del día. Pero sería desde fuera del hotel y con un límite de veinte segundos cada una.

La entrevista

Encendimos los magnetófonos y lo primero que hice fue pedirle cuentas a ETA por el horror del atentado contra la Dirección de la Guardia Civil, en el que había muerto aquel niño de pocos meses. Txelis contestó imperturbable, equiparando lo ocurrido con "la muerte de compañeros nuestros" y hablando de la necesidad de recurrir a acciones de ese tipo para combatir "la ocupación militar de Euskal Herria". Su ayudante asintió con la cabeza como si quisiera dar más énfasis a la respuesta. A mí me pareció escandaloso.

- Lo que pasa es que a las familias de las víctimas todas estas razones políticas no les sirven para nada...

- Les podrían servir para reflexionar y, en el caso de las mujeres y familiares de los guardias civiles, para que presionen a sus maridos para que dejen de tomarlos como rehenes...

- Arafat se presentó en la ONU con una pistola en una mano y una rama de olivo en la otra. Todos vemos la pistola de ETA. ¿Dónde está su rama de olivo?

- Insistimos en que mañana mismo estamos dispuestos a negociar para que, con Antxon Etxebeste como interlocutor, se empiecen a poner las soluciones en Argel. A lo que no estamos dispuestos es a arrepentirnos ni a rendirnos... Pero tampoco pedimos al Gobierno español que se rinda...

- ¿Es propio de una organización política utilizar medios que la mayoría de los ciudadanos consideran como terroristas?

- El propio Gobierno español utiliza al Ejército, a la Policía, a los GAL como medios represivos. El Gobierno tortura y mata, y no se le niega la condición política.

Refiriéndose a las conversaciones de Argel, Txelis explicó que tenían el propósito de establecer una tregua que incluiría "el cese temporal de las ejecuciones". Yo salté como un resorte.

- ¿Por qué hablan de ejecuciones, como si ustedes tuvieran el poder de hacer justicia? En el lenguaje de la calle a esos actos se les llama asesinatos...

- Esta es la respuesta que la organización entiende que debe adoptar contra sus enemigos de guerra. Una guerra que no hemos empezado, sino que se nos ha impuesto...

- ¿Por qué no dejan ustedes de matar ahora para que se creen las condiciones objetivas que favorezcan la negociación?

- Para la solución de un conflicto entre dos partes es necesario que haya una voluntad inequívoca de ambas... Lo que ocurre es que este Gobierno no parece entender otro lenguaje que el del enfrentamiento armado, con sus consecuencias dramáticas.

- ETA intentaba provocar en el pasado la insurrección del pueblo vasco. Al proponer ahora la negociación, ¿no está de alguna manera reconociendo la imposibilidad de ganar la guerra que dice librar?

- Esta es una guerra en la que ambos enemigos deben reconocerse en orden a dar una solución negociada y política al conflicto. Está claro que una victoria militar es inviable para ambas partes.

Me di cuenta de que esa era la respuesta clave. En medio de tanta retórica autojustificativa, ETA estaba reconociendo que no era capaz de ganar la guerra que decía librar. Por eso quería negociar con el Gobierno. Por eso estaba manteniendo esa entrevista conmigo. Por primera vez en tres décadas, la mirada brutal de la organización terrorista parpadeaba.

- ¿Qué solución les queda entonces a ustedes si no consiguen ese acuerdo negociado?

- Continuar luchando. Y le devolvemos el argumento: a los poderes del Estado no les queda otra alternativa si no quieren negociar que verse obligados a cometer un auténtico genocidio... y continuar siendo objeto de nuestros ataques, que nunca cesarán.

- Pero la democracia española ha sobrevivido a doce años de acoso de ETA...

- La "democracia española" de la que usted habla está tan llena de contradicciones y es hasta tal punto responsable de la cerrazón ante el contencioso vasco que no merece tal calificativo.

'Un cerebrito'

José Luis Álvarez Santacristina, 'Txelis'.

Llevábamos más de una hora grabando cuando paramos para tomar unos sándwiches que pedimos al servicio de habitaciones. Yo me sentía bastante descompuesto. Estábamos hablando de atentados y asesinatos como si se tratara de proyectos de ley o debates ideológicos. Sin embargo, era la cruda realidad del terrorismo vasco.

Durante el intervalo, Txelis también llevó la voz cantante. Dijo que era de San Sebastián, que había estado en el seminario y que desde que había huido a Francia en 1981 había estudiado Filología en la Sorbona. Me di cuenta de que, como decía María José Gurruchaga, que lo conocía bien, era un "cerebrito". Pensé que era una lástima que empleara su talento en una causa tan pérfida. Reanudamos la grabación y yo me atuve una y otra vez a la cuestión moral. Txelis reaccionó como si se tratara de un duelo de espadachines.

- En algunos de sus comunicados, ETA se ha alegrado del "elevado número de bajas" causado a las fuerzas de seguridad. ¿Les parece humano y legítimo alegrarse así de la muerte violenta de unos semejantes? ¿Son ustedes conscientes de que dentro de cada uniforme hay también un ser humano con mujer, hijos e ilusiones, como cualquiera de ustedes?

- Es curiosa esa insistencia suya en la "humanidad" de elementos implicados en la represión del pueblo vasco. Alcanzarán esa "humanidad" que usted les atribuye el día que abandonen su actitud represora. Mientras tanto serán considerados como lo que son: enemigos de guerra.

- Cuando uno va por la calle y viene alguien de ETA y le dispara por detrás, esa persona no se puede defender...

- Nosotros siempre atacamos de frente, independientemente de las condiciones materiales específicas de cada operativo militar. Hemos advertido de cuál es nuestro enemigo y ellos lo tienen claro.

- Pero lo de Zaragoza... A pesar de todo... ¿No les impresionó el resultado? Cinco niños muertos. ¿No sintieron que ustedes también tienen hijos a quienes podría pasarles lo mismo?

- Por supuesto que nos impresionó. Pero aún más si cabe nos impresiona la hipocresía de quienes se proclaman cuando les conviene padres de familia y toman a sus propios hijos como escudos. Pero respóndanos usted a esta otra pregunta: ¿es lícito, por otro lado, mantenerse pasivos y meros espectadores ante la ocupación militar, las torturas, los asesinatos, el odio a todo lo vasco y el empecinamiento del Gobierno español en no querer reconocer nuestra soberanía nacional?

- Pero una ilicitud tampoco justificaría otra ilicitud...

- Esa es una opinión que no compartimos, ya que no se trata, como usted pretende, de una "ilicitud". Frente a la opresión, tanto el individuo como la sociedad tienen derecho a defenderse. Si a nosotros nos están pisoteando con medios armados, con cañones, con tanques, con miles de muertos..., usted nos dice que no es lícito alzarse en armas. Nosotros le decimos: "¡Sí es lícito!".

Retórica de la "lucha armada"

La grabación duró otra hora y media más. Cuando la conversación subía de tono, Txelis y su ayudante parecían al borde de perder la calma y sus guardaespaldas me escrutaban fijamente. Más de una vez noté una sombra de preocupación en el rostro de María José.

Pese a aquel entorno intimidatorio, no dejé de formular una sola de las preguntas, dictadas por mi conciencia, que ETA jamás había tenido que contestar previamente: "¿Justifica la autodeterminación de Euskadi acabar con la vida de más de seiscientas personas?", "¿Por qué tienen que ser ustedes los jueces y los verdugos?", "¿Quién los ha elegido para castigar de esa manera "ejemplar" a los narcotraficantes?", "¿No les preocupa haber podido matar a personas basándose en denuncias falsas?", "¿Qué les parecería si el Estado español restableciera la pena de muerte y la aplicara a los presos de ETA?"...

Siempre lamenté no haber sabido entonces que tres años antes habían intentado asesinarme a mí, para haber incluido un último porqué. Supongo que me habría topado con el mismo muro. Txelis manejaba con soltura la retórica de la "lucha armada" como último recurso de los "pueblos oprimidos". Utilizaba además unas anotaciones que se suponía que reflejaban lo pactado con el resto de los miembros de la cúpula etarra. Las respuestas se ceñían al principio de que el fin justificaba los medios, y remitían una y otra vez a las exigencias de la Alternativa KAS, aunque dejaban abierta la vía negociada del adiós a las armas.

María Dolores González Katarain, 'Yoyes'.

Especialmente terrible fue el diálogo sobre el asesinato de la exdirigente Yoyes, acribillada veintiséis meses antes mientras paseaba con su hijo de tres años, por haber tomado por su cuenta la decisión de marcharse de ETA.

- ¿Considera ETA que existían suficientes motivos para ordenar la muerte de Yoyes?

- Sin duda.

- ¿Fue una decisión fácil de tomar, suficientemente debatida?

- Fue una decisión debatida con el mismo rigor que las restantes decisiones de la organización.

- ¿Pero cómo pudieron actuar contra alguien que había hecho tanto por ETA, que compartía sus mismos ideales?

- Los compartió y defendió hasta un momento concreto. A partir de ese momento, la antigua y cualificada militante de la organización, Yoyes, decidió colocarse contra el Movimiento de Liberación Nacional y con su actitud se hizo responsable de la medida que la organización adoptó.

O sea, que ella era la culpable de haber sido asesinada. ¡Y su único pecado era haber querido cambiar de vida! La tensión se palpaba en la habitación del hotel. Era evidente que Txelis no podía haber sido ajeno a aquella decisión, pues ya formaba parte de la dirección de ETA, encabezada por Pakito, vecino de Ordizia como Yoyes.

Solo la masacre de Hipercor mereció un atisbo de examen de conciencia.

- Nuestra organización reconoció y reitera ahora el error y la grave responsabilidad que cometió en la puesta en marcha del operativo de tan trágicas consecuencias. Asumimos plenamente esa autocrítica...

No sin el acompañamiento de la coartada siempre esgrimida.

- Ahora bien, debemos insistir en la también gravísima y decisiva responsabilidad del Gobierno español al negarse a desalojar el local...

En las palabras de Txelis tampoco había ni dolor de los pecados ni propósito de la enmienda. Tendrían que pasar unos cuantos años para que, después de ser detenido junto con el resto de la cúpula de ETA en Bidart, sufriera una crisis de conciencia y comenzara a desmarcarse de la banda, que terminó por expulsarle. La celda de su cárcel se llenaría entonces de estampas de vírgenes y él escribiría: "La renovación de mi corazón ha sido obra de la gracia de Dios y no del miedo al infierno". Nada de eso había aflorado ni por asomo en sus respuestas a mis preguntas.

La punta de una pistola

Cuando terminamos de grabar, sentí un enorme cansancio. Era como si aquel áspero toma y daca hubiera requerido de un esfuerzo físico además de mental. Acordamos que haría entonces las llamadas. El ayudante larguirucho de la mata de pelo negro y gafas de concha me acompañó a una cabina en las cercanías del hotel. Permaneció en el interior mientras yo hablaba, comprobando con su reloj que no me excedía de los veinte segundos que consideraban el límite a partir del que se podía rastrear una llamada.

El etarra Mikel Albizu 'Antza'.

En la otra mano llevaba una bolsa de cuero negro con la cremallera lo suficientemente semiabierta para que yo pudiera ver la punta de una pistola. Tenía una mirada muy viva, pero era parco en palabras. Muchos años más tarde lo identifiqué en las fotos que anunciaban la caída del nuevo número uno de ETA: Mikel Albizu, Antza. Ese era el compañero de toldo de las hermanas Gurruchaga en la playa de Ondarreta. Y encima me enteré de que había ganado premios literarios. Era obvio que Txelis lo estaba preparando para el día que tomara el relevo. Delante de él, tanto cuando llamé a casa como cuando marqué el número del periódico, solo dije generalidades: "Estoy bien, mañana vuelvo, todo en orden, ningún problema".

Todavía quedaba la parte más incómoda de la experiencia. Transcribir la entrevista desde aquellas rudimentarias grabadoras era cosa de chinos. Se trataba además de convertir en un diálogo publicable lo que era un material en bruto con divagaciones, reiteraciones y discordancias idiomáticas. Yo me senté ante la máquina de escribir y fui metiendo los folios de dos en dos, con una lámina de papel carbón en medio para que hubiera una copia de lo que tecleara. Txelis se sentó a mi lado y fuimos adaptando el texto. Yo mantuve la práctica literalidad de mis preguntas y él fue matizando minuciosamente sus respuestas. Durante esa fase me di cuenta de que tenía una mente lógica y manejaba bien el lenguaje. Era perfeccionista e incansable.

De repente, María José dijo que el día siguiente era el cumpleaños de su hija Gotzone y quería ir a comprarle unos regalos. No le pusieron ninguna pega. Se fiaban de ella al cien por cien. Yo también. Cuando volvió un par de horas después, aún seguíamos con la tarea. Terminamos de madrugada. Yo estaba exhausto y me tumbé vestido en una de las camas. Me quedé frito durante tres o cuatro horas.

Por la mañana pedimos el desayuno y repasamos de nuevo el texto completo. Yo me quedé con el original y Txelis con la copia. Pidió además las cintas de las dos grabadoras "para destruirlas" y rompió sobre la marcha sus propias notas. Nos despedimos después del mediodía, al cabo de veintisiete horas de asfixiante maratón. María José pagó el hotel, cogimos un taxi y nos fuimos a Orly. Ya no había problema en que usáramos el avión. Ella voló a Biarritz y yo a Madrid.

Mi sensación final era más agria que dulce. Había conseguido una gran exclusiva, pero también había constatado que la cerril obcecación de la banda era un muro infranqueable, a menos que la razón contara con auxilios legales más contundentes que las preguntas de un periodista.

Reacciones

La entrevista ocupó la portada del 21 de diciembre, precedida de un editorial explicativo:

El único propósito de Diario 16 a la hora de publicar esta extensa entrevista es proporcionar a sus lectores y a la opinión pública en general los más completos elementos de juicio para analizar la conducta y objetivos de ETA. Estamos convencidos de que nuestros lectores son capaces de evaluar correctamente y poner en la perspectiva adecuada las afirmaciones realizadas por la cúpula de esta organización [...]. Nada desearíamos tanto, por irreconciliables que en principio parezcan las posiciones de este conflicto, en el que Diario 16 no puede, por supuesto, sentirse neutral, como que nuestra iniciativa contribuyera a un proceso en el que el diálogo y la presión popular acallaran las armas.

La nueva portavoz, Rosa Conde, replicó: "El Gobierno lamenta que la entrevista se haya publicado y no comparte en absoluto los argumentos de Diario 16". Hubo dirigentes socialistas que arremetieron con saña contra mí. El avieso Goñi Tirapu, gobernador civil de Guipúzcoa, llegó a culparme del asesinato del encargado de un bar de Zarautz al que ETA acababa de tirotear, acusándole de tráfico de drogas. Años después Goñi Tirapu irrumpiría en mi vida como parte de la más infame de las tramas.

"En otro país te darían un Pulitzer", me dijo José Luis Martín Prieto, columnista estrella de El País

En todo caso, el 8 de enero de 1989, veinte días después de la publicación de la entrevista, ETA anunció una tregua unilateral de quince días "como prueba de buena voluntad", y una semana después tuvo lugar una primera reunión en Argel del número dos de Interior, Rafael Vera, y el dirigente socialista Juan Miguel Eguiagaray con Antxon y los exmiembros del comando Madrid Belén González Peñalva y Makario. El propio Corcuera supervisó in situ el encuentro con miembros del gobierno argelino. ETA extendió dos meses más su alto el fuego y se produjeron otras cinco reuniones con los mismos interlocutores. Se filtraba muy poca información de lo que allí se hablaba, pero tuve la doble sensación de que mi entrevista había servido para algo y de que yo había sido utilizado en la partida de ajedrez que el Gobierno había accedido a jugar por primera vez con la banda.

"En otro país te darían un Pulitzer", me dijo entonces José Luis Martín Prieto, columnista estrella de El País. En España era la profecía de Corcuera la que me aguardaba a la vuelta de la esquina: "Te sientes muy seguro porque eres director de un periódico pero puedes dejar de serlo muy pronto".

Cuatro meses después me lo explicó Jesús Polanco, retomando la conversación del hotel Velázquez, en su despacho de la fundación Santillana: yo había hecho lo que debe hacer un periodista, pero había cometido el error de firmar con mi nombre la entrevista con ETA.

—No te puedes imaginar hasta qué punto eso sirvió de pretexto para aunar las maniobras políticas y financieras contra ti.

Y, en efecto, no me podía imaginar que, en el momento de sentarse a la mesa de una cena reducida de cortesanos de postín, entre los que estaban Plácido Arango, Paddy Gómez-Acebo y José María Entrecanales, el propio rey Juan Carlos hubiera advertido a Juan Tomás de Salas:

—Tú no te sientes a mi lado mientras Pedro J. siga siendo director de Diario 16.

El rey Juan Carlos saluda a Felipe González. Efe