Algunas de las batallas y asedios más legendarios de la historia han supuesto momentos de cambios excepcionales. La batalla de las Termópilas fue el principio del fin de la invasión persa de Grecia, la caída de Constantinopla puso punto final a mil años de historia del Imperio romano de Oriente, además de ser considerado el momento en que se inició el Renacimiento en Europa y el gran asedio de Malta aún es venerado hoy como uno de los asedios más importantes de todos los tiempos. Mientras, El Álamo levantó en armas a los texanos para luchar contra el ejército mexicano, lo que puso fin al movimiento revolucionario. En Stalingrado, la maquinaria militar nazi sufrió su primera derrota de importancia, poniendo fin a su intento de conquistar la Unión Soviética.
Entre todos estos legendarios asedios hay uno poco conocido, pero no por ello menos épico; una batalla destinada a perderse, una proeza que impresionó a toda la Europa cristiana y que fue comparada con la de los grandes héroes de la antigüedad: el sitio de Castelnuovo. Un asedio donde fallecieron 4.000 valerosos soldados que comenzaron a forjar una leyenda que perduraría hasta nuestros días: la de los poderosos tercios españoles.
En el siglo XVI, la principal amenaza para la cristiandad en Europa era la expansión del Imperio otomano, que había sido detenido en Viena en 1529. Los ejércitos del sultán Solimán fueron vencidos, pero no así su flota ni una de sus mayores bases del Mediterráneo: Túnez.
Por ello, en 1535, una gran alianza cristiana se puso en marcha para capturar esta plaza y expulsar a los turcos del Mediterráneo occidental. El emperador Carlos V entraba en esta plaza el 21 de julio de 1535 a la cabeza de sus ejércitos, mientras el almirante otomano, el temido Jeireddín Barbarroja, huía a Bona, una ciudad portuaria actualmente perteneciente a Argelia en donde tenía atracados sus barcos.
Tras regresar a Constantinopla, Barbarroja fue nombrado comandante de una gran flota con la que debía llevar a cabo una campaña contra la República de Venecia en los mares Egeo y Jónico, motivo por el que la cristiandad decidió formar la Santa Liga, una alianza militar compuesta por la Santa Sede, Venecia, el Imperio español y Austria, con la que se pretendía acabar con Barbarroja y su amenaza.
En 1538 la flota cristiana debía estar formada por doscientas galeras, cien barcos de apoyo, 50.000 soldados de infantería y 4.500 de caballería, pero tan sólo se logró reunir 130 galeras y 15.000 soldados, en su mayor parte, españoles, bajo el mando del genovés Andrea Doria. Por tanto, dos civilizaciones se enfrentaron, en septiembre de 1538, en la batalla naval de Préveza, donde los cristianos fueron derrotados debido a una mala coordinación entre los distintos mandos de las galeras. A pesar de la derrota, una parte de la flota consiguió salvarse y dirigirse al golfo de Kotor para apoyar el desembarco español en Castelnuovo, un enclave estratégico de la costa dálmata.
En este territorio se encontraba ubicada una fortaleza costera en poder de los turcos desde 1482 protegida por un pequeño contingente que nada pudo hacer frente al poderío de la Santa Liga, motivo por el cual rindieron la plaza a los españoles a finales de octubre de 1538.
El tercio de Castelnuovo
Castelnuovo fue guarnecida con 4.000 hombres pertenecientes a un tercio español, rebautizado como Tercio de Castelnuovo, dirigido por el maestre Francisco Sarmiento de Mendoza. La guarnición contaba con 150 unidades de caballería y algunos soldados y caballeros griegos, además de una pequeña cantidad de piezas de artillería.
Se pretendía que Castelnuovo fuera el lugar desde el que partiría la gran ofensiva contra el corazón del Imperio otomano, pero justo en ese momento llegó la controversia. Venecia reclamó para sí la plaza, pero los españoles creían que aquel derecho era suyo al haber sido ellos quienes la habían tomado.
Debido a ello, Venecia se retiró de la Santa Liga, por lo que la alianza se disolvió dejando a su suerte a la guarnición de Castelnuovo con la responsabilidad de defender la fortaleza de los otomanos, que harían lo imposible para reconquistarla por miedo a que se erigiese en el baluarte desde donde pudieran lanzar una ofensiva contra sus territorios. Consciente de que con la ruptura de la alianza no iba a conseguir refuerzos en caso de asedio, y de que los otomanos no esperarían mucho en atacar, Sarmiento comenzó a reforzar las defensas del castillo durante el invierno.
No se equivocaba: el sultán Solimán el Magnífico ordenó a Barbarroja rearmar su flota durante el invierno para lanzar su ofensiva en la primavera de 1539. El almirante reunió 200 barcos en los que embarcó a 30.000 soldados y 4.000 jenízaros, las tropas de élite de los otomanos, a los que se sumarían 30.000 hombres más de las tropas del gobernador de Bosnia que, en este caso, llegarían por tierra.
El 12 de junio de 1539, mientras en Castelnuovo se seguía trabajando en mejorar las defensas y construir nuevas fortificaciones, una primera fuerza expedicionaria de reconocimiento otomana, compuesta por unos 1.000 soldados, desembarcó. Los españoles, con el propio Sarmiento a la cabeza, acabaron con 700 de ellos, y el resto corrieron a sus barcos poniendo mar por medio.
El grueso de las fuerzas de Barbarroja llegó a Castelnuovo el 18 de julio y, de inmediato, comenzó a poner en tierra hombres y artillería. Durante cinco días, los zapadores otomanos excavaron trincheras y levantaron rampas en las que instalar sus 44 cañones pesados de asedio, además de nivelar los campos que rodeaban la fortaleza para facilitar las maniobras. Los hombres de Sarmiento, sitiados y sin posibilidad de recibir refuerzos, iniciaron los preparativos para defenderse de aquel formidable ejército que llamaba a sus puertas.
Muerte y honor antes que rendición
Pero Barbarroja les ofreció una salida honrosa a aquellos valerosos soldados. Les daría barcos para que regresaran a casa, podían conservar sus armas y sus banderas y además pagaría 20 ducados a cada uno que aceptase rendirse. Tras reunirse con sus capitanes, Sarmiento envió un emisario contestando a Barbarroja: "No pienso rendirme por causa alguna, antes moriremos defendiendo esta tierra". Habían decidido morir al servicio de Dios y de Su Majestad Imperial.
Los otomanos comenzaron a bombardear la fortaleza desde tierra y mar, pero los españoles no se quedaron esperando a la muerte, sino que decidieron lanzarse a la ofensiva, realizando salidas de contraataque para obstaculizar el cerco, causando numerosas bajas entre los atacantes.
En una de estas salidas, los defensores sorprendieron a cientos de jenízaros intentando asaltar los muros de la fortaleza y acabaron con casi todos, provocando que Barbarroja, conocedor de la dificultad de reponer aquellos soldados, prohibiera las escaramuzas para evitar una nueva derrota.
El 23 de julio el ejército otomano estaba preparado para la gran ofensiva, pero ese día no vencieron, ni al siguiente, ni al siguiente. Durante 16 jornadas, los hombres de Sarmiento demostraron su habilidad para rechazar los ataques por el día y reponer las defensas durante las noches. Envalentonados por su eficaz defensa, cientos de soldados solicitaron permiso a Sarmiento para sembrar el caos en el campamento otomano. Por la mañana, 600 españoles sorprendieron a los turcos, llegando hasta la tienda de campaña de Barbarroja, que fue evacuado por su guardia personal y llevado a su galera para guarecerse, ya que temían por su vida.
Aquellas muestras de coraje no ocultaban, sin embargo, la dura realidad. El continuo bombardeo había provocado que las murallas estuviesen ya reducidas a escombros, lo que obligó a Sarmiento y a sus hombres a guarecerse en el castillo de la ciudad alta. Desgraciadamente, un inesperado aguacero el 6 de agosto, arruinó la pólvora española, provocando que el amanecer del día siguiente fuera el último que viera el tercio de Castelnuovo.
Los 600 hombres que quedaban defendieron el castillo en el que se refugiaban heridos y civiles, que llegaron a ofrecer una soga al comandante español para que trepara por los muros, algo que rehusó respondiendo: "Dios nunca querría que yo me salvara y mis compañeros murieran sin mí". Dicho esto, se sumó a sus capitanes y sus soldados, quienes, rodeados por el ejército otomano, lucharon espalda con espalda hasta la extenuación y la muerte. Al anochecer del 7 de agosto de 1539, Castelnuovo volvía a estar en manos otomanas.
Un asedio para la historia
4.000 jenízaros de Barbarroja y 20.000 soldados otomanos murieron en el asalto. Entre los defensores tan sólo sobrevivieron 200 hombres, en su mayor parte heridos, que fueron enviados a Constantinopla como esclavos, aunque 25 de ellos lograrían escapar seis años después y llegar a Mesina, tras pasar varias semanas navegando por el Mediterráneo. Así, contarían al mundo la historia de lo ocurrido en aquel asedio.
La caída de Castelnuovo obligó a Carlos I a negociar con Barbarroja, que declinó todas las ofertas realizadas desde las filas imperiales. Finalmente, en 1543, el emperador y Solimán firmaron una tregua. Castelnuovo se mantuvo bajo dominio otomano durante los siguientes 150 años, hasta que fue recuperada en 1687 por Venecia.
Durante años la gesta de los españoles de Castelnuovo fue cantada por poetas y juglares, equiparándola a otras legendarias batallas como la de los 300 de Leónidas en las Termópilas, además de servir de ejemplo y motivación para los soldados que luchaban contra el Imperio otomano.
Francisco Sarmiento de Mendoza, quien en otras latitudes habría sido reconocido y admirado como un héroe y habría merecido homenajes, estatuas, libros y películas, tiene en España una plaza y una calle con su nombre. Un ridículo e irrisorio homenaje para el comandante de aquel tercio que durante 21 días defendió a su país de 60.000 turcos con tan solo 4.000 valerosos soldados.