En 1540 nacía en Devonshire, Inglaterra, uno de los mayores dolores de cabeza para España durante el siglo XVI: Francis Drake, un corsario que se convertiría en uno de los hombres más buscados de todo el imperio español. Sus exploraciones y saqueos dieron grandes beneficios a la corona británica. Sin embargo, su mayor éxito residió en el ámbito propagandístico, ganándose una fama entre los británicos que solo se puede equiparar a la leyenda de sus hazañas.
Drake se convirtió en el primer inglés en dar la vuelta al mundo, 60 años después de la pionera expedición de Magallanes y Elcano, pero su travesía no estuvo protagonizada ni motivada por el conocimiento o la ciencia, sino porque no tenía otra opción. En uno de sus ataques a las desprotegidas poblaciones americanas del océano Pacífico, se vio acorralado por los españoles, que le esperaban en el Estrecho de Magallanes y le cerraban la vuelta por el Atlántico, lo que le obligó a circunnavegar el planeta para poder escapar.
A partir de 1588, el legendario Drake tuvo como buque insignia un revolucionario galeón considerado uno de los barcos más valiosos y poderosos de toda la historia naval británica, el HMS Revenge que, en 1591, con Drake ya retirado y condenado al ostracismo, dio su última batalla bajo el mando de otro legendario corsario, Richard Grenville, en el combate de la isla Flores, donde España convirtió a Inglaterra en el cazador cazado.
Objetivo España
Durante todo el siglo XVI, la España de Felipe II era el objetivo prioritario de la Inglaterra de Isabel I, así como de sus corsarios. El país inglés contaba con una precaria agricultura cuyo resultado eran las constantes hambrunas, la ciudadanía vivía en un desencanto continuo y además se vio fuera del pastel colonial, provocando que su mayor aspiración fuese vivir de los demás, es decir, atacar las flotas mercantes hispanas y algunas acciones esporádicas en tierra en el Caribe.
En 1588, tras la debacle de la Grande y Felicísima Armada, conocida popularmente como la Armada Invencible, España parecía haber perdido definitivamente su predominio en el mar, así que los británicos decidieron armar una escuadra con la que interceptar a la Flota de Indias y asestar un golpe mortal a las finanzas hispanas para de esta manera impedir la recuperación de su poderío naval.
La llegada de la riqueza desde los puertos americanos suponía un extraordinario desahogo para la corona española por lo que, para garantizar su protección, a partir de 1522 comenzó a organizarse un convoy formado por naves mercantes y militares que, cada dos años, hacía el viaje entre América y la península: la Flota de Indias.
La Flota de Indias estaba formada por dos escuadras que partían desde Veracruz y Valparaíso respectivamente y que se reunían en La Habana para realizar conjuntamente la travesía atlántica a España. A mitad del camino, la flota realizaba una parada técnica en las islas Azores, donde se abastecían de víveres, agua y todo lo necesario para proseguir con su viaje a la península.
Los ingleses, conocedores de esta parada, decidieron que aquel era el lugar y el momento ideal para asestar su golpe definitivo. Su expedición estaba compuesta por 22 navíos fuertemente armados, bajo el mando de dos de los mejores corsarios de los que disponía la reina Isabel I: Lord Thomas Howard y sir Walter Raleigh.
Howard y Raleigh comandarían la flota y el bucanero Richard Grenville, un viejo conocido de la armada española, sería el capitán del legendario galeón HMS Revenge, el buque insignia de Drake, un galeón de 40 metros de eslora y casi 10 de manga, cuyo diseño le permitía disponer de una gran rapidez y maniobrabilidad nada habitual en la época, lo que le hacía destacar sobre resto de barcos de guerra. Su demostrada capacidad en combate le valió para ser considerado uno de los navíos más legendarios de la historia de la Royal Navy.
En marzo de 1591, los ingleses partieron a las Azores, donde estuvieron esperando seis meses la llegada de la Flota de Indias. Pero no eran los únicos que estaban allí. El ilustre marino Don Alonso de Bazán había recibido noticias de que los ingleses patrullaban el Atlántico en torno a las Azores, por lo que organizó con urgencia una flota de 55 barcos de guerra armados con más de 700 piezas de artillería y 7.200 hombres, y que España había conseguido formar tan solo tres años después del desastre de la Armada Invencible.
El 9 de agosto, los británicos, que estaban preparados para la caza entre la isla de Flores y la de Corvo, vieron aparecer en el horizonte un mar de velas y se prepararon para capturar a la que creyeron que era la Flota de Indias. Con sus 22 navíos fuertemente armados, estaban preparados y con el ánimo por las nubes. Aquella sería una victoria segura que no solo les haría ricos a todos, sino que les convertiría en leyendas vivas.
El cazador cazado
Pero aquellas velas no eran las de la flota del tesoro español, eran las de la potentísima escuadra de Alonso de Bazán, que había convertido en cazado al cazador.
La inferioridad inglesa se puso de manifiesto rápidamente cuando Thomas Howard y Walter Raleigh, habituados a moverse en superioridad sobre sus presas, vieron lo que se les venía encima y dieron la orden de retirada a toda vela, mientras eran perseguidos a cañonazos por las naves de Bazán hasta que cayó la noche.
Sin embargo, el almirante Grenville, a bordo del HMS Revenge, consideraba que aquella cobarde conducta era impropia de un marino inglés, por lo cual decidió mantener su posición y, con la asistencia de varios galeones, hacer frente y dar batalla a los navíos españoles.
Bazán dio orden a parte de su escuadra de acabar con el Revenge y envió al resto a la persecución del resto de la armada británica para impedir que huyera, mientras el kamikaze Grenville seguía dando batalla, incluso cuando los buques que le escoltaban también habían abandonado sus posiciones dejándole solo.
Cuando el final parecía seguro, Grenville dio la orden de hundir el Revenge: “Hundamos el barco, partámoslo en pedazos para caer en manos de Dios y no en manos de España”. Pero sus oficiales no acataron aquella orden y se acordó una rendición gracias a la cual se salvarían las vidas de los ingleses que aún resistían a bordo.
Al anochecer, el más prestigioso buque de guerra de la Royal Navy, el HMS Revenge, cayó. Richard Grenville fue hecho prisionero y llevado a bordo del buque insignia de Bazán, donde fallecería dos días después debido a las heridas sufridas durante la batalla.
La Flota de Indias se reunió con la de Bazán días después e iniciaron la navegación a España conjuntamente. Durante la travesía, una gran tormenta los sorprendió perdiendo 15 buques. El HMS Revenge, con el pabellón del rey Felipe izado, como si no soportara servir al enemigo, se estrelló a causa del temporal contra un acantilado de isla Terceira, donde se rompió en pedazos. Entre 1592 y 1593 los españoles recuperaron 14 de sus cañones del lugar del naufragio. Las corrientes continuaron llevando más cañones a tierra durante años, siendo recuperados los últimos en 1625.
Los británicos, avergonzados, maquillaron su derrota como un episodio aislado en el que se produjo el acto heroico de Richard Grenville y en el que perdieron a su mejor barco. Los españoles, simplemente, se olvidaron del asunto y siguieron a lo suyo.
Las consecuencias
Lord Thomas Howard siguió hostigando a España e hizo carrera política. Estuvo al frente del Tesoro británico, puesto del que fue apartado por aceptar sobornos y acosar a los acreedores de la corona. Fue declarado culpable de los cargos y no volvió a ocupar ningún puesto de importancia.
Sir Walter Raleigh continuó con el corso contra España, hasta que en 1618 fue decapitado en Whitehall, en Londres, acusado por el rey Jacobo I de traición, del saqueo no autorizado de Canarias y por los desmanes cometidos en los virreinatos españoles.
Tras su fracaso al frente de la “Contraarmada” y el fallido asedio de la ciudad A Coruña, donde fue vencido por figuras como María Pita, a sir Francis Drake se le retiró el mando de cualquier expedición naval durante los siguientes seis años. En 1595, cuando superaba los 50 años, Isabel I lo mandó a repetir otra campaña en el Caribe español, donde solo consiguió enfermar de disentería, falleciendo el 28 de enero de 1596 como un héroe para los ingleses y un terrorífico villano para los españoles.
La batalla de la isla Flores marcó el resurgimiento del poderío naval español, al que todos ya habían dado por muerto, y demostró al mundo que las posibilidades que tenía cualquier pirata o corsario de derrotar y atrapar a su Flota de Indias no solo eran remotas, sino que le costaría la vida a quien quisiese intentarlo.