En 1519, Hernán Cortés llegaba al pequeño islote que un año antes el capitán español Juan de Grijalva había bautizado como San Juan de Ulúa. El 22 de abril, Cortés fundaba, en las playas que se encontraban frente a esta isla, a las que los indígenas llamaban Chalchihuecan, el primer ayuntamiento de la América continental y una las primeras ciudades fundadas por europeos, la Villa Rica de la Vera Cruz: Veracruz.
Aquella pequeña isla sirvió para abrigar a los galeones que traían mercancías y viajeros de España, ya que el sistema de arrecifes que la rodea era considerada la mejor barrera protectora para resguardar a los grandes barcos españoles contra tormentas y flotas enemigas.
Pero la Naturaleza por sí sola no era suficiente. Durante el virreinato, la ciudad de Veracruz era de vital importancia, ya que era el lugar de partida para las naves que iban a España cargadas de oro, tesoros y de mercancías en la legendaria Carrera de Indias. Para repeler los ataques de piratas y corsarios, la ciudad fue amurallada y se construyeron una serie de fuertes y baluartes destacando el de la isla de San Juan de Ulúa que, con el paso del tiempo, se convirtió en la fortaleza más formidable de su tiempo en todo el hemisferio norte.
Sus muros serían testigos de innumerables intentos de hacerse con el oro americano, pero, sobre todo, de una batalla, el 23 de septiembre de 1568, en la que los españoles vencieron a dos de los más temidos piratas ingleses de todos los tiempos, Francis Drake y John Hawkins, y que fue el origen del odio visceral que estas dos figuras atesoraron contra España hasta el fin de sus días.
Isabel I, de futura esposa a hereje
Tras la muerte de su esposa, María Tudor, el futuro Felipe II propuso matrimonio a Isabel I de Inglaterra por los mismos motivos políticos por los que se había casado con María. Felipe tan solo puso una condición a su enlace: Isabel debía abandonar cualquier apoyo al protestantismo. La reina se negó, pero cuando Carlos I abdicó en Felipe II, convirtiéndose en rey de España, las cosas cambiaron.
Isabel I quería expandir sus influencias comerciales más allá del Atlántico, pero la hegemonía del Imperio español, cuyo rey se proclamaba como el máximo defensor de la Iglesia católica, en unos difíciles años en que todo el continente se veía sacudido por las luchas religiosas provocadas por la difusión del protestantismo, lo impedía.
A pesar de todo, España e Inglaterra vivían unos años de calma tensa, una paz o tregua oficial hasta que, en 1566, el estallido de la revuelta de los Países Bajos cambió la situación, ya que el gobierno español empezó a temer que Isabel prestara apoyo, financiero o militar, a los rebeldes, cosa que hizo, además de promover y auspiciar la piratería contra los intereses españoles en América.
Tiempo después, el Papa Pío V llegó a promulgar una bula que excomulgaba a Isabel I de Inglaterra, autorizaba a cualquier católico a asesinarla y a cualquier monarca católico a destronarla. Y aunque Felipe II conspiró para eliminar a la "hereje", nunca lo consiguió.
El temido John Hawkins
Como la mayoría de los corsarios de la época, John Hawkins comenzó su "carrera" como navegante con el tráfico de esclavos desde África. Con sus violentos métodos llegaba a los puertos americanos con esclavos y exigía su intercambio bajo amenaza de bombardear la ciudad, pues la exclusividad del comercio transatlántico con los virreinatos era de los españoles, por lo que estaba prohibido comerciar con él.
A Isabel I le encantó su estrategia, así que lo condecoró con un escudo de armas, lo nombró caballero y puso a su disposición dos de los mejores barcos de su flota privada: el 'Jesus of Lubeck' y el 'Minion', para que realizara su siguiente misión comercial, que partió de Plymouth el 2 de octubre de 1567 con una flota compuesta por seis buques de guerra y pertrechada con armas, municiones y mercancías de la mismísima Torre de Londres y en la que iba un joven Francis Drake con 27 años.
Tras una escala en Tenerife, la flota pasó por Cabo Verde, Guinea y Sierra Leona, donde capturaron a más de 4.000 esclavos, suficientes para partir a las costas americanas y obtener unas buenas ganancias tanto para ellos como para la corona.
Tras dejar atrás Dominica y Margarita, llegaron a Riohacha, en la actual Colombia, para entablar comercio, algo a lo que sus habitantes se negaron, provocando que el pirata hiciera rehenes y abriera fuego contra la casa del tesorero de la ciudad bajo amenaza de quemarlo todo si no se comerciaba con él y con sus precios. Utilizando el mismo método, comerció en varias ciudades, excepto en Cartagena de Indias, donde fue recibido con disparos desde el puerto.
A pesar de las prohibiciones, sus métodos le permitieron vender a todos los esclavos y poner rumbo de regreso a Inglaterra antes de que el mal tiempo desaconsejara cruzar el Atlántico. Sin embargo, una tormenta cerca de Cuba los desvió al golfo de México, lo que causó graves desperfectos en algunas de sus naves. El piloto de un barco que habían previamente asaltado les aconsejó el puerto de San Juan de Ulúa como el mejor lugar para realizar reparaciones, a donde llegaron el 16 de septiembre de 1568.
El engaño del inglés
De camino, Hawkins había apresado dos mercantes españoles que hizo entrar en cabeza en el puerto mientras el resto de su flota izó banderas españolas, para así engañar a la guarnición militar de San Juan y Veracruz, que confundieron su flota con la del nuevo virrey, Martín Enríquez de Almansa, de quien se esperaba su llegada en esos días.
Los confiados españoles enviaron a varios oficiales y a las autoridades locales a recibir al nuevo virrey en el buque insignia de la flota, el 'Jesus of Lubeck', donde fueron apresados como rehenes por los ingleses, asegurándoles que su presencia en el puerto solo tenía como propósito el de reparar sus naves y aprovisionarse para cruzar el Atlántico.
Pero Hawkins también pretendía hacerse con doce barcos que estaban atracados en el puerto y que contenían doscientas mil libras de oro y plata, además de con todo lo que encontrase a su paso. Para ello tomó la fortaleza de San Juan de Ulúa, los puestos de artillería y los fuertes y saquearon y arrasaron toda la ciudad.
Pero tan solo un día después, una sorpresa esperaba a los ingleses: la flota del nuevo virrey, 13 galeones, aunque solo uno de guerra, llegaba a las costas de San Juan de Ulúa, capitaneados por Francisco de Luján. Sorprendido, Hawkins envió un mensaje a Luján advirtiéndole de su presencia allí y haciéndole entender que antes de permitir su entrada a puerto tenía que aceptar una serie de condiciones para asegurar el mantenimiento de la paz.
El pirata sabía que si no pactaba la entrada de la flota española de manera pacífica podía exponerla al naufragio y la pérdida de todo su contenido, por lo que optó por negociar. Lo mismo reflexionaba el virrey Enríquez, si atacaba a Hawkins podía perderse todo el botín y los barcos atracados en puerto, por lo que aceptó las condiciones del inglés, que básicamente pedía que no lo atacaran y que se le permitiera comerciar y reparar sus naves a cambio de varios de sus rehenes.
El virrey dio orden de atracar sus barcos junto a las embarcaciones inglesas y comenzó a urdir, junto al capitán de su flota, Francisco de Luján, un plan para dar una lección a aquellos piratas que habían cometido la ofensa y el ultraje de mantener como rehenes a toda una ciudad violando la tregua entre España e Inglaterra.
Traición a un pirata
Tras varios días de calma tensa, la mañana del 23 de septiembre, el virrey dio la orden de atacar e hizo tocar las trompetas para que cada capitán español iniciara el combate según lo planeado. Desde la costa, una partida de españoles armados se dirigió en botes a la fortaleza que tomaron de manos inglesas, otras unidades se hicieron con los fuertes y las restantes con la artillería. Mientras tanto, un grupo de arcabuceros que habían sido escondidos en uno de los barcos españoles comenzó a atacar al 'Jesus of Lubeck' y se aprestaron a abordarlo mientras el galeón de guerra español barría a toda la flota inglesa con su artillería.
Los cañones costeros y sobre todo, la fortaleza de San Juan ahora en manos españolas, comenzaron a disparar a bocajarro a la flota inglesa, provocando que Francis Drake, al mando del 'Judith', huyera despavorido del puerto dejando todo atrás. Otros de los buques ingleses, el 'Minion', pudo soltar amarras y ponerse fuera del alcance de la artillería española, pero otros dos buques piratas comenzaron a arder mientras el 'Jesus of Lubeck' sufrió la pérdida de sus mástiles y sus velas, quedando impedido para navegar.
Sabiéndose vencido, Hawkins tomó la decisión de colocar el 'Jesus of Lubeck' a un costado del 'Minion' para ganar tiempo usándolo como parapeto mientas rescataban todo lo posible antes de que los españoles lo hundieran sin remedio.
Y huyó. Tan solo el 'Judith', en el que escapó Drake, y el 'Minion', en el que se refugió Hawkins, se salvaron y regresaron a Inglaterra tras pasar por graves penurias y tener que abandonar a parte de sus tripulaciones en manos españolas, llegando a las costas inglesas de Mounts Bay, en Cornewall, el 25 de enero de 1569.
Despertando al monstruo
Los ingleses perdieron todos sus barcos excepto dos, además de sufrir 500 bajas y perder todo el botín que durante un año habían saqueado en tierras americanas gracias al contrabando y la venta de esclavos. Por su parte los españoles perdieron un galeón y sufrieron 20 bajas.
El virrey Martín Enríquez de Almanza salvó con su acción la joya de la corona española en Nueva España, Veracruz. Su posterior administración del virreinato durante doce años le valió para ser nombrado virrey de Perú, aunque su mandato sería breve, ya que fallecería dos años después, el 12 de marzo de 1583 en la ciudad de Lima.
La batalla de San Juan de Ulúa es una de las victorias más brillantes de España frente a una Inglaterra que necesitaría tres siglos para acabar con la supremacía española en América, pero también trajo consecuencias inesperadas. La actuación del virrey español jamás fue olvidada por John Hawkins, pero sobre todo por Francis Drake, quienes lo consideraron una traición a los acuerdos que, como caballeros, habían suscrito en el puerto.
Con la experiencia de esta batalla, Hawkins se dedicó a mejorar los sistemas de navegación ingleses para construir barcos más ligeros, veloces y funcionales favoreciendo no solo a la navegación comercial intercontinental, sino la creación de la Marina Real Británica, la Royal Navy. Drake por su parte adquirió un odio visceral hacia los españoles, lo que precipitó su legendaria carrera como corsario vinculado a la reina Isabel I quien, a partir de esta batalla, decidió suspender sus operaciones "encubiertas" con su red de contrabandistas y soltó a sus "perros de mar", corsarios a los que dio la orden de sembrar el caos en todos los mares del mundo.
A pesar de su derrota, la reina Isabel premió a su fiel pirata y contrabandista John Hawkins. En 1572 ocupó el cargo de parlamentario por Plymouth y un año después fue nombrado tesorero de la Armada Real. Con 62 años se puso al frente de una nueva expedición durante la cual falleció mientras intentaba tomar Puerto Rico junto a su antiguo colega, Francis Drake, en la que también sería su última expedición.