Entramos en territorio desconocido. Mañana día 2 acaba nuestra legislatura más corta, sin gobierno, y el 3 inicia su baja laboral Jordi Hurtado. Para lo primero nos habíamos venido preparando durante cuatro meses. Lo segundo nos cae de sopetón. Nos sentimos como galos que ven desplomarse el cielo sobre la cabeza. Se nos viene una época de vagar como vaca sin cencerro. Desaparece el único elemento de continuidad que nos quedaba, nuestra última institución. No tenemos ya asideros: somos trapecistas sin red.
Siempre he pensado que los españoles no mienten cuando dicen que ven los documentales de La 2. Lo que pasa es que consideran Saber y ganar un documental de La 2. Jordi Hurtado es el primer animal de la tarde: el pez longevo en su pecera de eternidad. Un pez con algo de osito: la mascota de todas las casas. Una mascota, además, que cuenta con la ventaja de ser inmortal. A diferencia de nuestros perros, gatos y jilgueros, nunca habrá que enterrarlo ni guardarle luto. El televisor en que aparece Jordi Hurtado es una urna antifuneraria.
Conservado en el formol de su buen rollo, Jordi Hurtado es un Ramoncín sin enfados ni juventud de pollo frito. La suya fue, si acaso, de pollo hervido, con su conducta siempre antipunk. Irrumpió en plenos ochenta con Si lo sé no vengo, con un frenesí optimista que no debía de ser bueno para el metabolismo. Aquella aceleración lo habría consumido en escasos años y habría dejado una momia tan joven como el Hurtado actual pero sin dinamismo. Por fortuna, duró poco. Anduvo peregrinando por programas que no cuajaban, hasta que en 1997 cuajó, y de qué manera, Saber y ganar. Miles de emisiones después es un trilobites (con gafitas) en su ámbar electrónico.
Leo que nació un 16 de junio: la fecha en que transcurre el Ulises de Joyce, el famoso Bloomsday, que es lo más parecido que hay en la literatura al Día de la Marmota. Así que desde el comienzo estuvo emparentado con la repetición. Nos habíamos habituado a ese sol de sobremesa con sonrisita, y su ausencia durante las próximas semanas nos causará la misma conmoción que el eclipse a los incas falsos de Tintín. Y algo de Tintín tiene Jordi Hurtado, por cierto: con su poquito de Milú.
Es también un anti Houdini que no quería escapar jamás de la caja, pero que finalmente ha escapado. Y no por su gusto, sino porque lo tienen que operar, como cuando tienen que ir a reparar una estatua del museo de cera. Durante su convalecencia vivirá tardes peladas, sin el alivio que los enfermos de todos estos lustros o milenios han tenido con la compañía infalible de Jordi Hurtado.