Fernando entra puntual pocos minutos después de que el Tranvía abra su puerta, pasadas las 19:30, “cuando se termina de montar la nata para los carajillos”. Se sienta en la barra mientras Víctor ya le va sirviendo a golpe de saludo. Los clientes habituales llevan haciendo parada en el local de la calle Orzán más de 30 años.
Víctor regenta desde hace unos años el mítico Tranvía y se siente custodio de su esencia. “Para poder estar al frente del Tranvía primero hay que hacer años como camarero detrás de la barra, conocer a la gente, saber respetarlo como es”. Es como una especie de norma no escrita. Como la de que cada cambio que se introduzca en el Tranvía debe hacerse llegando a un consenso con “la vieja guardia”. Todos los que han dejado huella por allí pueden opinar.
De las pocas novedades, la televisión. Cuando España llegó a semifinales del Mundial en 2010, no se resistieron a poder ver la final en el Tranvía. Desde entonces casi siempre está apagada, si acaso, con cine mudo. El wifi llegó al Tranvía en 2017. “porque un amigo llamó al técnico y le dijo que se plantara en el local”, confiesa Víctor entre risas.
Otro cambio que se debate es si cambiar el lavamanos roto. "Es que aunque parezca increíble, la gente le hace fotos". Las novedades que sí entran sin debate son los regalos de los clientes, como la placa de matriculación de un coche en California que un coruñés rotuló con un "Carallo". En El Tranvía acabó la placa y también la foto ya maltrecha que atestigua que el coche y la placa existieron. El sitio está lleno de recuerdos, mires por donde mires.
El local huele a café y suena a rock de alguno de los 300 vinilos que atesoran en una colección. Abre todos los días del año hasta las 4:00 de la madrugada. ¿Quién viene un martes a las 2:00? "La hostelería de la ciudad, los camareros y cocineros aprovechan de martes a jueves para parar por el Tranvía, pasar un rato tranquilo", cuenta Víctor.
Entre semana Víctor disfruta de la charla con los clientes, el fin de semana es un no parar. “Mi record desde que llevo las cuentas son 210 carajillos en un día”. El carajillo con nata es su icono, receta que pasa de camarero en camarero desde 1981. Una novedad que inventó Víctor es un chupito de la casa que ha llamado flanvía. Una nueva receta secreta, de la que no revela los ingredientes.
Fernando, uno de los clientes que representan a la vieja guardia, estuvo el día de su inauguración, el 15 de junio de 1981. “El Jazz Filloa había abierto seis meses antes, estaba solo el Patacón un poco más arriba. Por aquel entonces salíamos por la Ciudad Vieja, bajábamos al Orzán solo por parar aquí”, cuenta Fernando.
"Eran otros tiempos, lo pasábamos bien, pero cuando cerraba el Tranvía, a eso de las 4:00 nos íbamos a casa, porque al día siguiente no perdonábamos los vinos en la Estrella. Los jóvenes ahora se quedan en la cama”. El que se estirase un poco más o menos la noche dependía también del humor de Ramón, uno de sus primeros camareros. “Era un hombretón, tenía unas manos del ancho de la barra, las ponía encima y nos miraba muy serio diciendo: ‘¿qué, no tenéis casa?’ Salíamos escopetados".
En los tiempos difíciles de la droga, uno de los fundadores, harto del trapicheo que se hacía en el alféizar de las ventanas, decidió echar cemento para que no se pudieran sentar más a hacer su negocio a las puertas del local, rememora Fernando. "Por eso el alféizar no sirve de repisa desde entonces".
Ubicado en un edificio de 1936, cuenta Karla, socia y antigua encargada del Tranvía, que aquí hasta se celebró una boda, y asegura que ha visto nacer a muchas parejas sentadas en sus viejas mesas de máquinas de coser. "Hay visitas religiosas de clientes que viven fuera y que cuando vienen de vacaciones hacen parada obligatoria".
Hay Tranvía para rato porque Víctor asume que se jubilará tras su barra. Lo que queda claro es que con tanta historia, el tranvía lo hace la gente y la huella que van dejando sus historias entre sus paredes.