Cristina pide un capuchino descafeinado con leche de avena y hielo y un vaso de agua para charlar sobre La entusiasta (Editorial dosmanos) en una terraza en plena Rúa do Franco. Confiesa que dejar el café durante el embarazo de su hijo Tristán fue lo que más le costó pero que descubrió que era una de sus mayores adicciones y que ahora está mucho menos cansada.
Hasta la publicación de la novela que nos ocupa hoy, Cristina V. Miranda (39 años) además de trabajar en el mundo de la comunicación y el marketing, se había movido en lo poético (publicó en 2019 A auga do Lobo) pero atesoraba apuntes y notas de todas las experiencias de aquellos años, a las que decidió dar forma en un relato sobre la pérdida que firma bajo el pseudónimo Gala de Meira y que muchos califican como la biografía de una generación, banda sonora incluida.
He leído que esta novela es una que lleva en el horno muchos años…
Sí, es así. El libro no soy yo y esto lo quiero dejar claro pero evidentemente yo estaba allí aunque las experiencias no sean las mías pero aun así necesitaba distanciarme de ciertas cosas.
Quería escribir un libro sobre la pérdida, es la emoción que a mí me interesaba tratar desde la ficción en una escena real concreta. Lo cierto es que yo viví esa escena, esos años en Madrid y veía que no había ningún relato sobre eso, sobre esos grupos de música concretos que al final marcan una generación.
La verdad es que se infló una realidad alrededor de todos esos artistas y esos grupos, que lo envolvía, aunque ahora ya pasase ese momento. Yo no quería que se perdiese todo lo que vivimos.
Para mi hablar de cosas que no se había hablado era algo que me apetecía y siempre me rondó en la cabeza la idea e hablar y escribir sobre lo que yo conocía y en donde yo había estado porque sentía que si nadie contaba la historia de esas chicas que estaban allí, viviendo ese Madrid todo aquello, no lo iba a contar nadie y se perdería.
Además era un momento todavía mucho más machista por parte de todos, donde no había tantas voces femeninas y poner altavoz a todo eso me parece necesario porque sí, estuvimos allí, pasaron cosas y fue lo que vivimos.
Y por el momento La entusiasta te ha traído cosas muy buenas…
Me ha escrito gente que no imaginaba que lo haría. Sobre todo me gusta cuando recibo mensajes de mujeres, de diferentes generaciones, que me cuentan que han vivido lo mismo y que pasaron por experiencias similares. Es reconfortante ver que encuentran en mis palabras un lugar que les habla de cosas que les han pasado, sin negar la realidad, que es una forma de negarnos a nosotras mismas.
Tengo la broma de que ahora ya solo quedaría hacer una serie (dice entre risas).
La protagonista de tu libro llega siendo una a Madrid y va construyéndose a base de muchas transformaciones ¿No crees que somos dados a juzgar el cambio?
Como decía, este es un libro que habla de la pérdida. La protagonista, una niña del rural gallego, llega a Madrid después de perder a su hermano y todo lo que va viviendo en ese nuevo escenario la lleva a ser alguien totalmente distinto, una entusiasta (no me gusta demasiado el término grupi).
A mí lo que me interesaba realmente era el arco de transformación y detrás de eso hay una gran construcción literaria también para diferenciarme a mí, la escritora, de la protagonista, que es lo interesante.
Juego con lo verídico y con lo inventado, en definitiva, el oficio de escribir. Es un libro oscuro porque ella está en un punto duro y oscuro de su vida pero no todo se vive desde ahí, se va construyendo grupo, aparecen manos, amigas… .
Para mí ha sido explorar el vacío, explorando esas emociones de la pérdida y la tristeza y la culpa que también está muy presente en ella.
Es una joven que está viviendo en una oscuridad tremenda y encuentra en la música, el sexo, los tíos, las drogas, esas cosas que la hacen reconectar con la vida. Es un cóctel molotov y hay una culpabilidad que también es externa porque ella no sabe que lo está haciendo mal hasta que la sociedad la juzga y le dice que eso es un error.
Ese ambiente que ella encuentra en todas esas cosas se convierten en refugio.
¿Y se juzgarían igual los actos de tu protagonista si fuese un hombre el que estuviese haciéndolo?
No, no lo creo. Sigue pasando, aunque espero que cada vez menos, que a nosotras se nos exige ser mucho más correctas en todo, no cometer errores. Hasta para ser feminista parece que es requisito no “cagarla” y parece que para estar en igualdad de condiciones tenemos que estar repletas de virtudes.
En el mundo de la música pasaba eso todo el rato. Sí, había mujeres a las que se respetaba. Mujeres que hacían música, mujeres protagonistas… Pero era un ejercicio constante de control, de no poder perder la dirección ni un solo momento, mientras que en el caso de los hombres era todo lo contrario, empoderamiento de la decadencia.
A las mujeres se nos exige ser las más excelentes en todo, ya no solo en el mundo del artisteo. Y lo interesante está en los matices, en personas que no llegan a todo con esa perfección repleta de estereotipos. A mí me interesa un discurso más imperfecto.
Llama la atención que aunque hubo muchas personas viviendo todo eso, no exista un testimonio tan crudo escrito por mujeres ¿Fuiste consciente de ese silencio?
Sí, yo no conocía ningún relato de mujer en España que hablase con esa crudeza del sexo, de las drogas… Daba respeto, pero los hombres lo hacen constantemente y se ve como un acto de valentía porque cuentan lo que han hecho o lo que les ha pasado y no les juzgamos.
Al escribir este libro no hay rencor o una intención de ajuste de cuentas ni mucho menos. Todos estábamos en el mismo juego y éramos victimas de esa sociedad.
Si hubiese escrito La entusiasta en tercera persona omnisciente me habría ahorrado tener que explicar que no soy yo la protagonista, pero para mí era importante, para no ver desde los ojos de hoy todo lo que narro porque no sería fiel a lo que sucedió. En la historia pasan cosas que desde los ojos de hoy se les pone un nombre pero que en aquel momento no era así, ella, la protagonista, no lo sabía. No existía el empoderamiento o la sororidad en nuestro vocabulario.
Ese poder reconocerlo, no tener que negar cosas que nos avergonzaban es sano, significa que hay cosas que están cambiando y me parece muy importante poder reivindicar que seamos libres en las meteduras de pata, en lo cotidiano.
Tengo entendido que aunque te fuiste para Madrid con 20 años y sigues viviendo a caballo entre Santiago y la capital presumes de ser santiaguesa por excelencia
Soy santiaguesa a muerte y aunque estuve diez años seguidos en Madrid nunca he perdido el volver constantemente, de hecho en mi poemario hablo de ese ir y venir, maleta en mano, durante aquellos años. Me chifla Santiago y es donde me gustaría que se criase mi hijo. Santiago es una ciudad amable, genial.
Estuve muchos años pensando y diciendo que no, que no viviría más aquí pero me enamoro una y otra vez de este lugar. Es una ciudad que pesa mucho y es cierto que llega un momento donde sientes que te tienes que ir.
Además, es cierto que nacer y vivir aquí marca nuestro carácter. Lo marca porque tenemos un punto nostálgico, mojados por la lluvia constante… Y nos refugiamos mucho en los bares, en donde te sientes como en casa y en donde se aprende mucho de la vida seguramente.
Y aprovechándonos de la obra… ¿Qué te entusiasma a ti, Cristina, de Santiago?
Mi lugar favorito es un quiosco. En la zona vieja solo tenemos dos quioscos y mi preferido es Ártico, en la Rúa do Vilar. Es mi sitio top de Santiago, no quiero que cierre nunca, voy todos los sábados y creo que es un lugar alucinante, que me entusiasma, como la sombrerería que hay casi enfrente.
Después de eso hago mi paseo y no me pierdo pasar por la Iglesia de San Fructuoso que más allá del punto religioso me parece genial que desde hace unos años se les ocurriese poner música gregoriana a tope y abrir las puertas.
También tengo que decir que una parada obligatoria es en Mazarelos en la panadería de Lestedo. Durante mi embarazo descubrí que allí están los mejores croissants de Santiago.