En Santiago es frecuente oír hablar del espectacular ambiente nocturno en los años 90, unos tiempos en los que los estudiantes no cabían en los bares y ocupaban las calles de la capital gallega.
Fue el auge de la noche compostelana pero, como todo, llegó a su fin con la paulatina reducción de matrículas universitarias y la aparición de un duro competidor: el botellón en el Campillo.
Durante la década siguiente afloró esta suerte de sucesor de aquel movimiento que había llevado a los estudiantes a tomar las calles por las noches, sólo que en esta ocasión el epicentro era la zona que hoy se conoce como Campus Vida.
Así, era frecuente ver cada jueves o víspera de fiesta de guardar a cientos de jóvenes agolparse en las zonas verdes del Campus Sur en su límite con la Alameda, alrededor de los estanques y de las residencias estudiantiles.
Tanto jóvenes estudiantes como adolescentes de Santiago y sus alrededores acudían religiosamente a los supermercados de los alrededores a comprar alcohol a precios contra los que, lógicamente, nada tenían que hacer los hosteleros de la zona.
La fiesta arrancaba al caer la noche y terminaba bien entrada la madrugada, cuando los suministros escaseaban y los jóvenes se dirigían a los locales más trasnochadores, los que podían sacar provecho de la situación frente a otros que, debido a su horario de cierre más temprano, veían cómo su clientela potencial se decantaba por beber en el exterior.
Además de las consecuencias para la hostelería y los efectos del botellón para la salud, la mañana siguiente daba buena cuenta de lo que allí había sucedido: aunque muchos iniciaban la noche con la buena voluntad de recoger, el paso de las horas y las copas hacían que, finalmente, el Campillo acabase repleto de botellas vacías, vasos y bolsas de plástico.
Con el paso de los años se fueron buscando fórmulas para acabar con un evento que había adquirido la dimensión de fenómeno sociológico, pero era imposible disolver a la multitud que se congregaba en el Campillo: cuando se terminaba de echar a la gente de una parte, volvía la de otra.
Finalmente se optó por imponer severas multas a todo aquel que portase alcohol en las calles y en cerrar por la noche la parte inferior de la Alameda, que funcionaba a la vez como extensión del Campillo.
Santiago tras el Campillo
Así, en 2012 se puso punto final al fenómeno del macrobotellón en el Campillo, al menos con la periodicidad que se había dado hasta entonces: ahora sólo se puede observar algún atisbo de lo que fue durante las Fiestas del Apóstol o la Ascensión, pero a una escala mucho menor.
El fin de aquella práctica no puso fin a la voluntad de los jóvenes de arrancar la noche por su cuenta antes de acudir a los bares, de modo que esta fiesta se diversificó y pasó del Campus Vida a los pisos de los estudiantes.
Desde entonces, la Policía Local se pasa buena parte de las noches de los jueves durante el curso universitario yendo de piso en piso para poner fin a estas fiestas, así como interviniendo en conatos de botellones en diferentes zonas de la ciudad.
Esta tendencia pasó a ser particularmente preocupante con el inicio del presente curso universitario, con un incremento de fiestas en pisos y botellones al reducirse el aforo y el horario de apertura de los locales.
Lo que nos dejan claro las últimas décadas es que la noche de Santiago va cambiando, dejando atrás unos ciclos e iniciando otros. ¿Cuál será el próximo?