De entre todos los rincones únicos y hoteles con encanto del Casco Histórico compostelano, hay uno que brilla con luz propia: el Hotel Costa Vella, que cuenta con la que probablemente sea la terraza más bonita de Santiago.
Ubicado en la Porta da Pena, este hotel inició su andadura en 1999 en un edificio de arquitectura tradicional que llevaba quince años abandonado. Aunque la intención era abrir a principios de año para aprovechar el tirón del Año Santo, la rehabilitación del inmueble impidió que lo hiciese hasta octubre.
"A pesar de que no dio tiempo a arrancar el año, el éxito de funcionamiento llegó antes de lo pensado y el 2000 fue como un cañón", detalla el responsable del hotel, José Antonio Liñares, quien atribuye este éxito inicial a que por aquel entonces no había ningún hotel similar en Santiago y ya existía una demanda.
Pero, ¿qué es lo que hace especial al Hotel Costa Vella? El edificio, de tres plantas y con un total de catorce habitaciones, tiene un bellísimo jardín que, antes de su rehabilitación, albergaba una huerta y tenía una alambrada para un redil de gallinas, una imagen que dista mucho de un entorno que a día de hoy ocupan limoneros, magnolios y manzanos.
José Antonio y su hermana Ana -quienes dirigen el establecimiento- conocían el edificio por haberse criado cerca, pero se sorprendieron al encontrarse con un jardín que no sabían que existía y por su estado, con una galería a medio caer y zarzas adueñándose del terreno.
"Era un lugar ideal para el modelo de hotel que queríamos crear", apunta Liñares. "Hay muchísimos hoteles fantásticos o más modernos que pueden ofrecer más confort, pero nosotros tenemos ese valor añadido de que, pasado un tiempo, un visitante no sólo recordará la ciudad, sino el tiempo que pasó en Costa Vella".
Así, el Costa Vella compagina su actividad hotelera con una terraza que, aunque inicialmente estaba pensada para dar un servicio a los clientes del hotel, fue un éxito rotundo y a día de hoy "ha trascendido al propio hotel" y es difícil no encontrarla repleta cuando el tiempo lo permite.
Aunque existen muchos locales con jardín en la ciudad, este cuenta con una particularidad: en lugar de ser necesario acceder al local para llegar a él, aquí hay un portal que lo une directamente con la calle.
"A veces me quedo en la calle, cerca de la entrada, sólo para ver cómo reacciona la gente al pasar delante del portal; lo más habitual es que se queden parados delante y acaben entrando para ver qué hay", explica Liñares.
El jardín llama la atención a simple vista, con las mesas dispuestas por entre los árboles, una parra cubriendo un lateral, vistas de la Costa Vella y San Francisco desde el muro que comparte con San Martiño Pinario o una fuente situada en el centro del terreno que suele estar rodeada de manzanas de los árboles cercanos.
"El jardín lo cuidamos nosotros mismos; nos han criticado por tener un jardín iconoclasta, sin hilo conductor, que mezcla todo tipo plantas y espacios y no responde al ideal del jardín tradicional gallego", relata el responsable del hotel, quien rechaza cambiar su forma de proceder porque "si se hace muy académico sería igual que todos".
Al igual que para el sector de la hostelería en general, la pandemia ha tenido un gran impacto sobre el hotel. Mientras que en julio y agosto la ocupación rozó el 60 %, en septiembre no alcanza el 40 %. “En temporada alta dependemos mucho del turismo internacional, que fue el primero en caerse; podemos soportar el tirón por nuestra cartera habitual de clientes de aquí”, explica Liñares.
A pesar de las dificultades, el encanto del Hotel Costa Vella está más presente que nunca y disfrutar de sus habitaciones o de su maravillosa terraza sigue siendo toda una experiencia.