El principio del siglo XX en Santiago de Compostela estuvo marcado por dos eventos que confluyeron en el año 1909: el primer Año Santo del siglo y la Exposición Regional Gallega, un macroacontecimiento que atrajo a la ciudad a 53.000 personas, el doble de la población que tenía en aquel momento.
Las exposiciones internacionales fueron una constante durante los siglos XIX y XX, una forma de abrirse al mundo para mostrar la cultura y las potencialidades económicas de sus organizadores.
Galicia acogió un total de tres Exposiciones Regionales Gallegas, una adaptación de este formato, una de ellas celebrada en Pontevedra y las otras dos en Santiago. La última de ellas, la de 1909, tuvo un marcado carácter internacional pese al sobrenombre de regional.
Este evento fue impulsado por la Real Sociedade Económica de Amigos do País de Santiago -presidida por Pedro Pais de Lapido-, que reunía a personalidades como el entonces ministro de Fomento, Manuel García Prieto, al ministro de Hacienda, Augusto González Besada, o el exministro Eugenio Montero Ríos.
La clave para su desarrollo, sin embargo, fue la aportación económica de los emigrantes gallegos que volvían de América con los bolsillos llenos y ganas de invertir en la tierra que habían dejado atrás.
Así, los casi 600 expositores que participaron se dividieron en tres grupos, siendo los gallegos los más numerosos, seguidos por los del resto de España -sobre todo catalanes- y, por último, los extranjeros, en su mayoría latinoamericanos y estrechamente relacionados con la emigración gallega.
Para acoger a todos los participantes y expositores fue necesario levantar hasta once pabellones, repartidos entre la Alameda de Santiago y los terrenos que a día de hoy ocupa el Campus Sur, que por entonces no estaban siendo utilizados.
A la hora de mostrarse ante el mundo, los organizadores de la Exposición Regional Gallega apostaron por una arquitectura de marcado carácter europeo, empezando por su Pabellón Central -que albergaba el Salón de Fiestas y las secciones de Ciencia y Bellas Artes-, diseñado por Antonio Flórez e inspirado en el art nouveau del Petit Palais de la capital francesa.
Otro de los pabellones más llamativos era el del Centro Gallego de La Habana, una reproducción a pequeña escala del edificio original que causó una honda impresión entre los asistentes.
Tuvo peor suerte el pabellón del Ministerio de Fomento, que se derrumbó a los cuatro días de la inauguración. La intención era que estas estructuras fuesen efímeras.
Una suerte similar corrió el Pabellón de Industrias, que aguantó durante el desarrollo de la Exposición Regional Gallega pero no pudo soportar la sucesión de temporales de finales de año y quedó en ruinas ese mismo mes de diciembre.
Todos los edificios fueron demolidos a lo largo de la década siguiente, con una honrosa excepción: el Pabellón de Recreo Artístico e Industrial, una obra de Antonio Palacios concebida como café, restaurante y salón de baile.
Con el paso de los años sus cometidos fueron variando, pasando de ser un laboratorio municipal, el primer cinematógrafo de Santiago, una cafetería de nuevo, sede de la Falange y, desde mediados de los años 70, una guardería infantil, conocida como la Escola Infantil de Santa Susana, el edificio más emblemático de la Alameda de Santiago.
De esta época también datan las espectaculares escaleras que conectan el mirador de la Alameda y el Campus Sur, cuya estructura se conservó parcialmente, aunque fueron ampliadas durante la propia construcción del Campus.
La muestra fue inaugurada el 24 de julio por Alfonso XIII, quien también aprovechó su visita a Compostela para realizar la Ofrenda al Apóstol con motivo del día de Santiago.
Durante los días siguientes los asistentes pudieron disfrutar de cerca de 600 instalaciones en las que se mostraron alrededor de 10.000 piezas de arqueología y obras de arte e historia.
En homenaje al éxito alcanzado en 1918 se construyó una escultura en la Alameda de Santiago recordando a Pedro Pais de Lapido, el principal promotor de la última Exposición Regional Gallega.
Además de las construcciones, a día de hoy queda poco de aquella Expo: aunque el 1909 prometía un siglo de luces para Santiago, los acontecimientos de los años siguientes -la Guerra Civil, la dictadura…- dificultaron esa apertura a Europa, al mundo y a la modernidad.