El término botafumeiro proviene del gallego y es una voz compuesta por la raíz del verbo botar (“lanzar” en castellano), la palabra fume (traducida como “humo”) y el sufijo -eiro, procedente del latín –arius. Se podría traducir, literalmente, como “lanzador de humo”.
Este botafumeiro de latón mide 1,50m y pesa 62kg, cifra a la que le hay que añadir el medio kilo de carbón e incienso que se coloca en su interior. Antes de las reformas del años 2006, pesaba 53kg, pero se le dio un baño de plata que aumentó su peso. La cuerda que ata este enorme artefacto al crucero de la Catedral y lo sostiene durante su vuelo, tiene una longitud de 65m y pesa casi 100 kg.
Un origen más práctico que litúrgico
La capital gallega es uno de los lugares de peregrinación más conocidos del mundo. Miles de peregrinos llegan cada año a Santiago procedentes de todas partes a través del Camino. En la actualidad, tras su visita a la Catedral, éstos pernoctan en albergues, hoteles o apartamentos de la ciudad. Pero no siempre fue así.
En la antigüedad era común que los peregrinos, tras semanas caminando, durmiesen en el interior de la Catedral. La mayoría llegaban sudorosos y desaseados; algunos incluso enfermos. El olor que esta congregación desprendía, es fácil y desagradable de imaginar. De ahí la necesidad de un incensario que higienizase el ambiente.
La primera referencia documental sobre el botafumeiro aparece en el Códice Calixtino, refiriéndose a él como “Turibulum magnum”, por lo que se afirma que el ritual data del siglo XII.
En el siglo XVI, el Rey Luis XI de Francia hizo una donación a la Catedral, lo que permitió que en 1554 se reemplazase el botafumeiro originario por uno de plata. Pero este fue robado por las tropas napoleónicas durante la Guerra de la Independencia. En el año 1851, el orfebre José Losada, fabricó el actual en latón, que más tarde se bañaría en plata.
Un movimiento complejo y singular
Desde su creación no solo ha cambiado el propio botafumeiro, sino también el sistema de funcionamiento del mismo. En un escrito del peregrino Diego Guzmán (año 1610), se puede leer una descripción del botafumeiro que dice que este volaba “dando golpes en las bóvedas altas”.
Actualmente, el mecanismo está accionado por un complejo sistema de poleas y rodaduras. Ocho hombres, conocidos como tiraboleiros, ejercen su fuerza para que inicie su movimiento y continúan tirando cada uno de un cabo de la cuerda para ir añadiendo velocidad. Al finalizar los 17 recorridos completos, lo frenan agarrándose a sus cuerdas.
El botafumeiro cuelga de la cúpula central de la Catedral, donde inicia su oscilación por el crucero sobre las naves laterales, desde la puerta que da a la Praza da Azabachería hasta la puerta de la Praza das Praterías. Durante su vuelo está suspendido a 20m de altura y llega a alcanzar una velocidad de 68km/h, adquiriendo una enorme energía que abruma a cualquier espectador.
Algún que otro percance, ¿leyenda o realidad?
Debido a la intensa energía que acumula este pesado incensario al alcanzar su máxima velocidad, ha habido algún que otro incidente a lo largo de su historia.
En 1499, concretamente el día del Apóstol, la princesa Catalina de Aragón se encontraba de visita en la ciudad. Mientras admiraba al botafumeiro alzar su vuelo, algo no salió según lo planeado y una de las cuerdas del artefacto se rompió. Con una fuerza colosal este atravesó el rosetón de la Catedral, aterrizando en la Fonte dos Cabalos, justo cuando una castañera pasaba por allí. Cabe destacar, que esta historia transmitida de generación en generación, esconde un halo de leyenda, pues las leyes físicas han demostrado que no es posible que esto sucediera tal y como se cuenta.
El segundo fallo tuvo lugar en mayo de 1622, aunque fue bastante menos aparatoso que el primero. La cuerda que sujetaba el botafumeiro, que en aquel momento era de esparto, se rompió y todo el sistema cayó contra el suelo. No se produjeron daños personales ni materiales.
El tercer incidente recuerda un poco al primero por falta de fuentes oficiales por parte del clero de la Catedral que lo confirmasen. Se cuenta que un verano entre 1950 y 1960, un clérigo despistado se cruzó en el camino del botafumeiro y el objeto se lo llevó por delante, dejándole tres costillas rotas.
A finales del siglo XX sucedió el último incidente del que se tiene constancia. Un alemán, asombrado por el mecanismo del botafumeiro, se acercó para observarlo con detalle mientras volaba y este propició un golpe en la cara que le rompió el tabique nasal. Un recuerdo no muy agradable de su paso por Santiago.
En la actualidad, por precaución, la zona del presbiterio se despeja cuando se acciona el botafumeiro, de manera que los visitantes y feligreses puedan disfrutar y emocionarse, sin correr riesgos, del incensario sobrevolando sus cabezas.