Llegar a una ciudad, posar los pies sobre su pavimento y observar, sin más, su escena urbana. Desde esta perspectiva mundana la imagen de la ciudad es una fotografía dinámica compuesta por capas profundas, complejas de las que, con naturalidad aparente emerge la sencillez del día a día. La ciudad es un organismo de vida infinita, del que sólo se puede percibir una breve instantánea, intuitiva y reveladora. El conocimiento de una ciudad es una sensación que parece oscilar con cierta subjetividad. Quizás depende de la definición conceptual de la misma desde un punto de vista individual, en cualquier caso, y a pesar de la profusión memorística de datos, anécdotas o escenas sobre un hábitat urbano, hay puntos de contacto ineludibles. Buscar el conocimiento de la ciudad, es una acción múltiple, accesible desde varios ángulos pero que suele implicar el abocetado de una cultura local, sumada a cierta información histórica superpuestas a una mirada contemporánea. Una estrategia de definición completa, pero de acción sorprendentemente natural, algo intrínseco y natural al carácter curioso del ser humano. En algunos puntos parece que esa estrategia cobra más sentido: la plaza mayor, el mercado, el museo o la calle principal.
“Uno de los campos más interesantes en los que estudiar la interacción entre los sentidos es el de la experiencia urbana. […] Leer el paisaje en su complejidad sinestésica y multisensorial, demostrando la efectividad de un acercamiento integrado, que tenga en cuenta la vista, el oído, el olfato, el tacto y el gusto también” Emiliano Battistini & Marco Mondino. "Por un análisis semiótico multisensorial del espacio urbano. El caso de los mercados de Ballaró y Vucciria en Palermo".
La elección del mercado como espacio paradigmático de la ciudad, es en realidad una muestra cultural fundamental, ya que este lugar proporciona una idea de las costumbres y el pasado de la ciudad. El mercado no suele ocupar un emplazamiento urbano aleatorio, si no que su ubicación se fortalece desde un improvisado lugar de encuentro resultando de una morfología urbana embrionaria hacia una consolidación estructural, lo que propicia su refuerzo real e intuitivo de este como espacio identitario.
Las ciudades y sus mercados se convierten en uniones indisolubles: La Boquería en Barcelona, el Mercado de Rialto en Venecia, el Mercado del Porcellino en Florencia, Ballaró en Palermo, Borough Market en Londres, el Gran Bazaar de Estambul, el Sunday Bazaar en Kashgar (China) o el sorprendente mercado flotante de Damnoen Saduak en Bangkok (Tailandia). Su arquitectura representa en sí la identidad urbana y las costumbres del lugar, ya que no sólo de forma interna su funcionamiento permite reconocer el pulso de la ciudad, sino que su integración el tejido construido muestra la atmósfera global de la morfología y lenguaje arquitectónico del hábitat local.
Patrimonio escondido
El Mercado de Abastos de Santiago de Compostela es una pieza urbana fundamental dentro del impresionante patrimonio de la ciudad. Su posición urbana y un breve paseo en torno a esta, genera una sensación amable, cercana y próxima, pero al mismo tiempo crea la duda razonable sobre la historia y génesis de una pieza tan singular.
En el reciente documental “Os segredos do mercado de Abastos de Santiago de Compostela” fruto de la investigación de la arquitecta Ruth Varela y la realización de Pablo Soto, se recoge, mediante el testimonio de arquitectos y artesanos, un relato detallado, fundado y descriptivo de la historia del edificio. Al inicio de este recorrido, en esa doble percepción presentista del “conocimiento” de la ciudad frente a un pasado abrumador, aparece una necesaria reflexión a la que la mirada contemporánea ha dotado de un nombre “sitopía”. La sitopía, término acuñado por Carolyn Steel, se define como el lugar de la comida, y todas las implicaciones culturales que esta determina en un lugar. El caso español, según Steel es un ejemplo a seguir y define en gran parte la mirada positivamente condicionada hacia la comprensión de un espacio como el Mercado de Abastos.
“La sociedad española profesa un gran amor por la buena comida y siente orgullo por sus especialidades regionales típicas (…) los españoles están dispuestos a ir al mercado a comprar productos de calidad y cocinar desde cero; indudablemente esta fuerte cultura alimentaria marca la diferencia respecto a otros países” Carolyn Steel. "Ciudades hambrientas: cómo el alimento moldea nuestras vidas".
La segunda lectura, aquella que no emerge de una intuición cultural si no de la aprehensión de la esencia de un lugar, es la que definía el arquitecto Aldo Rossi tras su visita al edificio, quien sorprendido y abrumado declaraba que el mercado de Santiago era una lección de arquitectura viva. Rossi, entonces un profesional muy consolidado, vio en esta obra un compromiso con la realidad de un edificio que era capaz de hacer experimentar espacialmente una enseñanza crítica o teórica fundamental para la formación arquitectónica.
El Mercado de Abastos de Santiago de Compostela fue proyectado por el arquitecto asturiano Joaquín Vaquero Palacios (1900-1998). Como relata su nieto Joaquín Vaquero Ibáñez, también arquitecto, la obra nace de un profundo enamoramiento de la arquitectura vernácula gallega por parte de Palacios, junto a un profundo entendimiento del lugar, su cultura, sus costumbres, su morfología y su sociedad.
“Al regresar, conocí Galicia, y el impacto que me produjo la arquitectura gallega fue tremendo, y no sólo la arquitectura, sino el paisaje, el clima, el cielo, la gente con su carácter, su vida, todo tan fundido, tan homogéneo, tan acorde con sí mismo. Santiago de Compostela me sedujo con tal fuerza y tal dulzura que me quedé varios años allí.” Vaquero Palacios
La presencia del lugar
El mercado se asienta en un lugar muy especial como explica el arquitecto Henrique Seoane, donde se supone que se encontraba el castro de Libredón, que después sería el asentamiento de la parroquia de San Fiz de Solovio (considerada la más antigua de Compostela). En una intención higienista y de modernización de la ciudad, a mediados del siglo XIX comienzan a realizarse una serie de intervenciones de reforma urbana como la pavimentación o la incorporación de ciertos equipamientos, (algunas de ellas se reflejan en las ordenanzas municipales de 1780). El mercado de abastos forma parte de esa intención. La parcela estaba entonces ocupada por el Pazo de los Condes de Altamira y sus huertas, inmediato a la traza de la antigua muralla, la operación urbana proporciona a la ciudad una serie de pabellones destinados a mercado municipal que contribuye a empujar a Santiago hacia la modernidad europea. Además, la concentración de la venta en un punto de la ciudad permite tener un control fiscal sobre el comercio.
El primer mercado, conocido como Mercado de la Ciudad, ocupa la parcela con una construcción sencilla, en la que se dispone un arranque de muros de piedra que sirve de arranque para una estructura de forja que se culmina con una cubierta de vidrio. Fue proyectado en 1870 por Agustín Gómez Santamaría. Si bien esta construcción es deficiente y presenta numerosas carencias, su posición urbana está asentada con unos límites claros a lo largo de dos ejes: el definido por la Iglesia de Santo Agostiño y el muro que se genera contra el trazado de la muralla, que se resolverá de forma magistral con una escalinata, creando un acceso a la ciudad intramuros desde el exterior. Pese a las continuas reformas, el mercado es utilizado durante aproximadamente siete décadas. Entretanto los técnicos municipales van planteando la posibilidad de construir un nuevo edificio que sustituya al volumen existente, y resolver así los constantes quebraderos de cabeza de usuarios, vendedores y técnicos. Así en la década de 1920, el ayuntamiento encarga a Jenaro de la Fuente (1891-1963) y a Constantino Candeira (1892-1962) un proyecto para el nuevo mercado. El desarrollo del proyecto se dilata, se estudian diversos presupuestos y, finalmente, la deriva provocada por el golpe de estado hacia una guerra civil crea un contexto inviable. Al poco tiempo el ayuntamiento decide encargar el proyecto al arquitecto Joaquín Vaquero Palacios.
Joaquín Vaquero Palacios
Joaquín Vaquero Palacios, es un arquitecto singular, moderno, con vocación artística y técnica. Tras terminar sus estudios, recorre Europa y desarrolla una carrea profesional mixta entre la arquitectura y las bellas artes llegando a dirigir un tiempo la Academia de España durante su estancia en Roma entre 1950 y 1965. El Mercado de Abastos de Santiago (1938-1942) constituye una de sus primeras obras a las que seguirían el Instituto Nacional de Previsión (Oviedo, 1942), Pabellón Español de la Bienal de Venecia (1952), la Presa y Central de Grandas de Salime (1954), la Sede de la empresa Hidrocantábrico (Oviedo, 1964-1968) o la Central Hidroeléctrica de Tanes (Sobrescobio, 1978).
El proyecto del Mercado se inicia en 1937, ya que ese mismo año se derrumba el Mercado de la Ciudad debido a su profundo deterioro. En 1941 abre sus puertas y se retoma la actividad del espacio. El proceso de proyecto y construcción del conjunto se integra de forma deliberada y natural en la identidad compostelana. La materialidad se basa en un oficio tradicional de la ciudad: los canteros. Este colectivo tan importante para una ciudad de piedra y agua como Santiago, crea una atmósfera única en la construcción del mercado con sonidos, cantares y voces únicas que anticipan el éxito del proyecto. Por otra parte se encuentra la mano de Vaquero Palacios, que reflexiona sobre la morfología arquitectónica propia del entorno y el contexto en el que se integra.
“Me pareció que había cuatro elementos aprovechables: El trazado y la excavación, aunque mezquina de la red general de desagües; algunas partes de los muros de mampostería que separaban las naves; el pavimento general de losas de granito y el murallón sobre la calle de la Virgen de la Cerca. Los dos primeros obligan al ancho de naves y a su disposición general, aún cuando no iban a ser aparentes después; el último, por el contrario, iba a ser demasiado aparente y monótono”, Vaquero Palacios en una carta a José Ignacio Linazasoro.
Vaquero Palacios realiza un mercado utilizando la tipología de pabellones, muy común en este uso y que reproducía de alguna manera la forma del mercado anterior a la que los ciudadanos estaban habituados. La sección del mercado toma prestada la estrategia románica de la catedral de Santiago, con una nave central formada por una bóveda de cañón y dos naves laterales menores. Al mismo tiempo la parte inferior que cubre la totalidad de las naves laterales se ejecuta en granito, mientras que la bóveda superior es radicalmente moderna, ejecutada en hormigón. En el claristorio de las bóvedas se dispone la iluminación natural necesaria que proporciona además ventilación. Con esta estrategia formal y lingüística, Vaquero Palacios acerca de forma delibrada la obra del mercado al románico, estilo que él consideraba patrimonio identitario de la cultura gallega. “Todo es un poco románico en Galicia, hasta los grelos”. Los huecos del conjunto siguen la lógica y escala románicas, con ventanas en el triforio formadas por arcos de medio punto, y accesos con hueco triple a la forma de las termas romanas.
El conjunto se compone de ocho naves de las cuales cuatro son similares en longitud, pero las centrales se retranquean para formar una plaza en el centro y otras dos en los extremos. No se trata de plazas al uso, sino de esponjamientos formales para crear espacios de encuentro necesarios o aprovechables en el funcionamiento cotidiano del mercado. En la “plaza” central se incorpora un elemento central de control, que se erige como monumento significativo al que Vaquero Palacios dota de un valor artístico a través de su ornamentación mediante frisos y remates. Una pieza que busca encontrar la monumentalidad en forma de torre siguiendo la volumetría tradicional de las construcciones singulares de Santiago de Compostela.
“Nunca fui opuesto a la integración de una obra actual (en cualquier momento de la actualidad) dentro de un conjunto arcaico. Esto puede estar muy bien y existen muchos ejemplos aleccionadores. Pero para ello deben reunirse tres condiciones: ser un arquitecto genial, saber que la obra se realiza dentro de un clima suficientemente culto y disponer de un presupuesto sin excesivas limitaciones. Yo no disponía de ninguna de esas tres premisas”, Vaquero Palacios en una carta a José Ignacio Linazasoro.
A pesar de su visión humilde, la obra del mercado está resuelta de forma magnífica incluso en sus pequeños detalles. La construcción de la cantería, realizada hábilmente con técnicas tradicionales heredadas por el oficio de los artesanos, incorpora remates y encuentros como los capiteles que son excepcionales. La integración de la pieza en su contexto determina la solución diferenciada del edificio con respecto a los diferentes límites y calles que lo delimitan. Hacia la Rúa das Ameas, aparecen puestos que responden a la voluntad de crear una calle comercial siguiendo la reconstrucción de la fachada de la manzana opuesta. Hacia la calle Virxe da Cerca, donde la diferencia de cota motiva la creación de una solución especial, Vaquero Palacios diseña una escalinata con la intención de avivar la conexión con la ciudad extramuros. El contacto con la iglesia de Santo Agostiño, se produce como un apéndice más del mercado, extendiendo su espacio al exterior a través de unos bancos diseñados para la venta. Se trata sin embargo, de elementos de mobiliario urbano adosados a la fachada del edificio que incorporan singulares macizos elevados de granito a la forma de contrafuertes seccionados superiormente. Estas piezas están pensadas para posar y coger fácilmente las cestas o bultos que tradicionalmente las mujeres portaban en la cabeza. En el extremo opuesto se dispone un espacio de servicio, sirviendo de vestíbulo.
Una atmósfera de piedra, sonido y personas
El lenguaje del edificio con envolvente pétrea, morfología románica, cubierta de teja y espacios de reunión tanto en el interior como en su entorno, permiten comprender el mercado como una obra atemporal, en la que resulta complicado determinar su fecha de construcción para el visitante ajeno a la historia de la ciudad. Como decía el arquitecto Julio Cano Lasso (1920-1996) tras realizar la obra del Auditorio de Galicia en Santiago de Compostela, al mirar un proyecto conviene pensar en él dentro de cincuenta años. Si este es mejor que lo que puede ser en la actualidad entonces será un buen proyecto, si resulta imposible verlo, entonces no valdrá la pena. Quizás ese sea el truco que el arquitecto esconde en las decisiones que motivan su proyecto con mayor o menor éxito. De hecho, Vaquero Palacios refiere en sus escritos que algunos remates decorativos del mercado no llegaron a concluirse: “Los arquitectos además siempre tropezamos, una y otra vez, con la misma piedra”. A pesar de ello, esta singular obra no ha necesitado de aquella defensa enunciada por el arquitecto Alejandro de la Sota “la piedra se defiende con pedradas” (en referencia a las críticas que Cano Lasso recibió por su obra compostelana).
El mercado de abastos de Santiago constituye una arquitectura sólida, limpia de definición clara y sin melismas. Esta construcción simboliza la conexión del campo con la ciudad, la traslación de la visceralidad cruda de la carne, la pesca o la agricultura a través del lenguaje románico a la ciudad moderna. Es precisamente por esa condensación de conceptos dentro de un conjunto como el mercado, el que devuelve tras la experimentación espacial la interpretación de la identidad compostelana. La pátina lingüística de un pasado románico percibido desde la mirada contemporánea muestra algunos rasgos perdidos en el comercio contemporáneo como los olores o los sonidos…que eran comunes en los mercados antiguos en los que los productos se encontraban presentes con toda naturalidad. Este aspecto se mantiene en el mercado de abastos de Santiago a diferencia de otros comercios y es quizás posible, gracias a la atmósfera definida por quienes lo habitan día a día, comerciantes y usuarios, pero también al espacio definido por Vaquero Palacios, que recuerda a cada instante ese contacto indisoluble con el rural gallego que impide olvidar el origen de las cosas. El mercado es una lección como decía Aldo Rossi, pero no sólo de arquitectura o de urbanismo, sino también de las relaciones campo-ciudad, de la comprensión de la geografía rural y los ciclos productivos sostenibles que tienen una fuerte raíz tradicional. Una arquitectura que no permite olvidar y que ensalza la identidad del lugar.
Vaquero Palacios termina su carta a José Ignacio Linazasoro diciendo “el pueblo recibió la obra con júbilo y ya lleva cincuenta años prestando servicio”. Una frase que sintetiza un proyecto bien resuelto que al mismo tiempo responde a las enseñanzas de Sófocles, “la obra humana más bella es la de ser útil al prójimo”. Una celebración del ecosistema compostelano que muestra su identidad a través de un monumento que no parecía serlo hasta que se desvelaron sus secretos. La atmósfera simbólica de la arquitectura cultural gallega, moderna y honesta.