Todos tenemos un ultramarinos en nuestra vida. Colmado, abacería, abarrote, desavío o ultramarinos vienen a ser lo mismo, pequeñas tiendas familiares que venden productos básicos y de primera necesidad como aceite, conservas, productos de higiene o fruta y verdura.
Este tipo de negocios nacieron en el siglo XIX con el fin de comercializar los productos que llegan de las diferentes colonias de ultramar con las que contaba España. Es por ello que sobre todo encontramos gran tradición de ultramarinos en las regiones donde existía una tasa alta de emigración (Asturias, Andalucía y por supuesto, Galicia).
Estos establecimientos era humildes pero daban todo lo necesario a los ciudadanos en una época donde no existían las grandes superficies. Además hay que tener en cuenta que hasta bien entrando el siglo XX los supermercados de gran tamaño estaban lejos del centro urbano y por tanto este tipo de establecimientos pequeños tenían una gran acogida entre los vecinos de los diferentes barrios que acudían a ellos para las compras del día a día.
Los ultramarinos solían estar ubicados en las esquinas para así “hacerse” con clientes de diferentes calles, aunque era habitual que incluso en la misma acera existiese más de uno. Como en todas las ciudades, en Compostela las costumbres de consumo han ido cambiando y poco a poco los ultramarinos han ido desapareciendo pero existen todavía algunos que nos transportan a unos años donde esos locales eran, además, puntos de encuentro y reunión de los vecinos y vecinas. Esto fue aprovechado por los dueños de los ultramarinos para llegar a instalar incluso pequeñas barras de bar donde servir cuncas y tapas.
Tal y como les contamos, muchos de los ultramarinos picheleiros fueron cerrando y algunos de ellos se reconvirtieron en tiendas de souvenirs gastronómicos destinados al turismo. Pese a ello, en el casco histórico todavía quedan abiertos algunos ultramarinos que nos evocan tiempos pasados.
En el número 12 de Porta da Pena encontramos el Supermercado Ogeros. Entre sus estanterías podemos hacernos con productos de alimentación, artículos de droguería y limpieza, pastas, galletas, vinos… . Su escaparate deja entrever el interior, sencillo y humilde, pero albergando ofertas interesantes para los que saben apreciar lo bueno.
A Tenda da Caldeirería retoma el espíritu de los ultramarinos más clásicos dándole toques actuales y orientándose hacia el negocio del turismo. Este negocio es apreciado por sus cafés (molidos en el momento), los graneles de temporada, la gran variedad de dulces que traen a la ciudad en la época navideña y la selección de productos gourmet que conviven a la perfección con los productos de uso cotidiano.
Si hablamos de ultramarinos compostelanos es imposible no pensar en Cepeda, uno de los comercios históricos de la zona monumental. Este negocio familiar se mantiene muy fiel a sus orígenes y aunque se van adaptando a los gustos de la gente hay productos que no abandonan, como la mezcla de las especias para los callos o la bica, muy apreciada entre los paladares más exigentes. El ultramarinos llegó a contar con fábrica de chocolate y un amplio almacén que poco a poco se fue reduciendo.
El local mantiene su estética intacta y es imposible no perderse entre sus cristaleras, donde los carteles escritos a mano informan de los precios de los bombones, higos o la esencia de vainilla.
En la Algalia existieron diferentes ultramarinos que poco a poco fueron echando la verja, pero en esta ciudad siempre hay un rincón para la esperanza y así, en el número 36, habría sus puertas hace no demasiado A Tenda de Iglesias, una tienda de alimentación en donde podemos hacernos con fruta, huevos, vinos con denominación de origen, estupendas conservas o todo lo necesario para preparar una laconada, tan típica en estas fechas.
Y por último nos trasladamos hasta la Praza do Toural para observar la grandiosa reforma que se acometió en 2018 en el Ultramarinos Carro. Se trata de un negocio abierto en 1880 y que sustenta el título del comercio más longevo de la ciudad con actividad. Es el claro ejemplo de que tradición y modernidad puede convivir sin perder un ápice de esencia.