
Lavadero público en la parroquia de Ames.
Los lavaderos de Santiago de Compostela y alrededores, históricos puntos de socialización
Los lavaderos, que primero fueron públicos y luego se construyeron privados, gozaron de importancia social, histórica e incluso económica. Hoy algunos están olvidados, pero todavía hay quien los usa habitualmente
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Los cruceiros, los antiguos palcos de nuestras fiestas o nuestros hórreos, son todas estructuras que reflejan nuestra cultura y forma de vida y que hacen distintiva a Galicia. Como los anteriores, en el rural gallego no pueden faltar los lavaderos, aunque incluso en pueblos y ciudades todavía hay algunos que hacen recordar su origen también rural y especialmente comunitario.
Los lavaderos se construyeron para aprovechar el agua sobrante de las fuentes y, en un principio, fueron fundamentalmente públicos. Adelaida Gómez es oriunda del ayuntamiento de Ames (A Coruña) y ha residido toda su vida en la parroquia del mismo nombre, a unos quince minutos en coche de la capital gallega.
Recuerda haber acompañado en su niñez a su madre al lavadero -al que ella también se refiere como pilón- de su aldea natal y también luego, ya siendo ella madre de familia, a llevar la ropa de su casa. "O que ía e tiña sitio, lavaba; e se non había sitio, esperaba", cuenta la octogenaria. Aunque aclara: "Antes tampouco se lavaba tanto coma agora, ademais de verán os lavadoiros case non tiñan auga".
La construcción de los lavaderos, alrededor de finales del siglo XIX, supuso una mejora para el lavado de la ropa, ya que la espalda de quien los usaba no sufría tanto como al fregar la ropa en los ríos. Sin embargo, su mayor aportación fue ser uno de los mayores puntos de socialización, especialmente para las mujeres -las que siempre iban-, que compartían su día a día y creaban auténticos lazos de cooperación y tertulias, donde tanto se ayudaba a retorcer una manta mojada como a solucionar un problema que una tuviese en casa. Eran casi espacios de terapia.

Lavadero comunitario, en estado de abandono, en la parroquia de Ames.
"Habíaos de cemento e ladrillo", explica Adelaida, "pero os mellores eran e son os de pedra, que non crean limos e non hai que limpalos tanto". Aparte de los materiales, la estética de los lavaderos suele ser muy parecida. La mayoría son cuadrados o rectangulares, con una plataforma de piedra inclinada hacia el agua que permite extender y fregar la ropa.
Esta especie de explanada termina en un canal, por el que corre el agua con jabón o suciedad y en donde se deposita el jabón. La estructura es siempre la misma. Luego los hay que se adecúan al espacio con las dimensiones, también los hay más altos o más bajos, otros con azulejos en el fondo y en muchos la característica diferencial es si tienen o no cubierta.
Para ir al lavadero de la aldea o pueblo, cada mujer de cada casa recogía su barreño con la ropa que hubiese para lavar y echaba mano de su jabón, también hecho por ellas. Estos se fabricaban reciclando grasas, especialmente de ternera, según apunta Adelaida. Luego, se les agregaba sosa y había quien le añadía algún otro ingrediente que los perfumaba. La amesana todavía guarda alguno de estos jabones que hizo hace décadas.
Ya a mediados del siglo XX empezaron a construirse lavaderos privados. "Ao principio había un para todos e estaba cheo de xente e agora cada un ten o seu e non o usa, mira ti que cousa", dice Adelaida entre risas. Pero lo cierto es que están más que amortizados. Estos lavaderos privados comenzaron a levantarse cuando las distintas casas fueron trayendo su propia agua de manantiales, la que se suele denominar como "auga da traída": la mayoría de las casas rurales que la tenía, todavía la conserva.
Las "lavandeiras"

Lavandeiras trabajando en Santiago.
Además de lugares de terapia y socialización en las aldeas, los lavaderos fueron los lugares de uno de los principales oficios de las mujeres del siglo XX en las ciudades gallegas. Así fue especialmente en Santiago de Compostela, una ciudad que, al tener sanatorios e instituciones eclesiásticas, generaba la necesidad de lavar muchas mudas.
Así lo constata la historiadora compostelana Encarna Otero, que indica que las denominadas "lavandeiras" lavaban, clareaban, secaban y pasaban la plancha en aquella época a esta ropa de hospitales e iglesias. Incluso fueron perfeccionando técnicas para mantener el blanco de las prendas, como recubrirlas de ceniza. Así, los lavaderos son un espacio importante para el estudio sobre la historia de la mujer del siglo XX.
Los lavaderos a día de hoy
Algunos de estos pilones no se conservan y prueba de que algún día existieron son sus restos de piedra. Muchos otros, especialmente privados, se siguen manteniendo, aunque su uso es menor. Adelaida lo sigue usando con mucha frecuencia y lo mantiene limpio y cuidado. Lava en él determinada ropa como algunos trapos, toallas y ropa menor y, especialmente, cuando hace buen tiempo.

Lavadero privado de Adelaida, en uso.
En Ames se conservan muchos lavaderos comunes, entre los que destacan el de Arufe y el de Piñor (en Agrón), el de Quintáns (en la parroquia de Ames) o el de Santa María de Biduído. En Compostela casi no hay barrio que no tenga uno, aunque algunos están en mal estado. Podemos destacar el de San Silvestre (A Gracia), el de Lamas de Abade, el de Cornes y Volta do Castro en Conxo, el de Sarela de Arriba en A Peregrina, el de Ponte Pedriña de Arriba o el de Casas Novas.