Los gallegos nos sentimos orgullosos de nuestra tierra, de nuestro campo, de nuestra gente… Pero entre nosotros no siempre hay buena sintonía, también existen ciertas rivalidades (sanas, eso sí).
Si existe algo entre pueblos vecinos, también entre los gallegos, es la rivalidad (o envidia, también podríamos decir). Villarriba y Villabajo son solo una pequeña muestra entre los centenares de pueblos en los que los vecinos se convierten en máximos enemigos.
En ocasiones propiciados por eventos deportivos en los que se enfrentan, como el fútbol, (como en el caso del Deportivo y el Celta), o por razones históricas y políticas, lo cierto es que existen pocas localidades que se libren de rivalizar con alguno de sus pueblos más próximos. Una rivalidad que, casi siempre, termina traduciéndose en la utilización de gentilicios populares.
Un ejemplo conocido por todos es la “relación” entre los habitantes de A Coruña y Vigo. Los primeros son turcos y los segundos, portugueses.
Pero no es necesario cruzar toda la geografía gallega para conocer motes curiosos, y es que también existe cierta “tensión” entre poblaciones más cercanas, como es el caso de los de A Coruña y Ferrol. No es comparable a la relación con los habitantes del sur de Galicia, pero los habitantes de la urbe herculina y de la ciudad de los astilleros tienen sus propios apodos.
Aunque pueda parecer más sonora la batalla con los habitantes de Vigo, A Coruña mantiene una disputa con Ferrol, localidad a la que llaman ‘Villapodre’, amparándose en la supuesta envidia que tendrían sus habitantes a los coruñeses.
Los de Ferrol, por su parte, no se quedan atrás y utilizan el término “Cascarillas” cuando quieren hacer referencia a los coruñeses.
El apodo con aroma a cacao
Al contrario que el de turco, el origen de cascarillas o cascarillero está perfectamente documentado. Este mote tiene su origen en un consumo alimentario muy común entre los coruñeses durante el siglo pasado.
Y es que a principios del siglo XX los habitantes de la ciudad coruñesa aprovechaban la lámina fina que cubre el cacao, la cascarilla. Se desayunaba mucho porque era más barato que el café y el chocolate.
Además, la había en abundancia; pues el coruñés era un puerto en el que se descargaba mucho cacao. De hecho, había una gran cantidad de fábricas de chocolate. En sus mejores épocas, llegaron a convivir hasta tres fábricas chocolateras en una pequeño espacio en el centro de la ciudad.
Un mote celoso
Y si hablamos del caso de Ferrol…¿A que se debe su apodo de Villapodre? Al igual que en el caso de los coruñeses, hay que echar un poco la vista atrás para dar con el origen del “mote” para esta ciudad.
Al parecer, según las habladurías populares (que en muchas ocasiones son más certeras que cualquier teoría científica) los habitantes de la ciudad de Ferrol tendrían una supuesta envidia de sus vecinos, los coruñeses. ¿El motivo? Quien sabe, quizá fuese por su extensión y tamaño, sus comercios… o cualquier otro aspecto.
Siempre se dijo eso de que “la envidia no es sana”, pero al parecer a los ferrolanos poco les importó este dicho. De esta forma, se ganaron el apodo de Villapodre en base a los supuestos “celos” de la ciudad coruñesa y, por ende, de los que allí residen.
La tradición cultural es uno de los bienes más preciados de la comunidad gallega. Y la rivalidad, siempre que sea sana (que no se nos olvide), nos permite crecer a todos. Así que… ¡Viva Villapodre y vivan los Cascarillas!