Era un perfil perfecto, una mujer hermosa miraba hacia la derecha, con gesto sereno. Su rostro limpio, su pelo atado de una forma cuidada con algunas ondas debidamente escalonadas. El perfil se prolongaba hacia abajo descubriendo su cuello con un elegante escote de formas onduladas. Era una foto de Alfred Cheney Johnston. Pero podría ser un retrato de Tamara de Lempicka.
Las imágenes de Cheney Johnston, de Lempicka, Edward Steichen o algunos otros artistas, sin duda transmiten la esencia de aquel momento, era 1920. Pero de los roaring twenties en Europa tan sólo quedó el refugio de las artes, tan sólo eran años felices en EEUU, donde la depresión de posguerra europea les permitía controlar el mercado y crecer de manera desmesurada, olvidando a Alejandro Dumas cuando decía que "no estimes el dinero en más ni en menos de lo que vale, porque es un buen siervo y un mal amo". En Europa las palabras apropiadas eran otras, quizás en esa sensación nutritiva de la cultura desvinculada de un capitalismo con tendencia a la obesidad. Aquí las cosas eran más bien como las describe Savater: "mi sueño es el de Picasso; tener mucho dinero para vivir tranquilo como los pobres".
El arte de esta Europa que se conforma, resiste, se esfuerza y afronta un periodo de incertidumbre no demasiado prometedor, es sin embargo muy prolífico. Se exploran nuevos caminos en la literatura, la música, la pintura, la ciencia, la danza o la arquitectura. Protagonistas como Marcel Duchamp, James Joyce, GW Pabst, Ernest Hemingway, García Lorca, Buñuel, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Gustav Klimt, Albert Einstein, Egon Schiele, Adolf Loos, Charles R. Mackintosh, Coco Chanel, Fritz Lang, Sigmund Freud y una lista casi interminable que pulsan una sociedad que quizás ya no percibe las cosas de manera lineal, en un mar de débiles repúblicas desestructuradas que sucumbieron a los extremismos políticos.
La sociedad sufre una transformación hacia el existencialismo y la hermenéutica heideggeriana en la que "toda interpretación, para producir comprensión, debe ya tener comprendido lo que va a interpretar ". Un camino circular que termina con una atmósfera opresiva como había sugerido unos años antes de Max Weber.
Pero sigue ahí el perfil de la mujer, ese que parecía un cuadro de Lempicka. Y si antes de interpretar se ha de comprender lo que se interpreta, lo que sucede aquí es que el arte sufre un cambio que aborda una temática existencialista desde la vanguardia de la incertidumbre. Como dice Umberto Eco del Ulises de Joyce: "cada palabra se convierte en un acontecimiento espacio-temporal". Esto es lo que sucede en el arte. Un pequeño acontecimiento que esconde tras de sí toda la densidad de nombres, palabras y situaciones complejas, intrincadas, intensas de los "felices años 20".
Tu vuo fa l’Americano
El art déco es la respuesta arquitectónica a la densidad de los años 20, cada edificio es uno de esos pequeños acontecimientos que aluden a una situación espacio-temporal compleja, y sin embargo, al apreciar su estética la conciencia lleva a una interpretación consciente antes de llegar a interpretarlo: ese "cuanto más te fijas, más detalles ves".
El art déco es el nombre que se da de forma retrospectiva a una corriente artística originada en Francia a partir del modernismo, estilo aglutinador de todas las vertientes. Un apócope de Arts Decoratifs, derivado de la Exposition Internationale des Arts Décoratifs et Industriels Modernes (Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industriales Modernas), celebrada en París en 1925 y en la que se mostraron obras paradigmáticas. En el art déco se pueden encontrar referencias a la Bauhaus, constructivismo, futurismo, arte clásico egipcio, un equilibrio entre las primeras vanguardias y algunos aspectos del clasicismo más original que encajasen en el discurso.
La evocación del art déco, sin embargo, conduce hacia lugares muy conocidos como el edificio Chrysler, el Empire State Building o el Rockefeller Center, quizás porque en EEUU si eran felices los años 20, quizás por las miles de imágenes que recorren el cine y la imaginería en torno a ellos o quizás por tantas y tantas copias debido a su posición paradigmática e icónica.
Se trata de un estilo caracterizado por una cierta imagen maquinista, en el que los materiales recurrentes son el aluminio, acero inoxidable, laca, madera embutida, piel de tiburón o shagreen y piel de cebra. La estética es la de una imagen pura en la que por ejemplo se utiliza tipografía de palo seco, sin serifas, decoraciones facetadas de líneas rectas, quebradas o grecas, rayos o compases. Se trata de un lenguaje muy marcado y extendido en todas las ramas del diseño, de hecho el trasatlántico SS Normandie, el avión 1000E Manhattan o el Orient Express utilizaban esta imaginería.
En Europa parte de esta imagen se asocia a los conocidos como "American Bar", que utilizaban el lenguaje art déco para dar una imagen cosmopolita y moderna. Casi todas las ciudades tenían su American Bar, por lo que no eran atmósferas ajenas a la ciudad, además se trata de un estilo enormemente contagioso por lo que tiene de imagen vanguardista y dinámica. Muchas marcas comerciales buscaban este estilo en sus edificios para transmitir modernidad y presencia tecnológica innovadora.
Un cuadro de Lempicka o una foto de Cheney Johnston representan esa "modernidad vintage", que hoy, con asumiendo ese lenguaje tecnológico maquinista sumado a la amalgama de referentes postmodernos se percibiría más como un cuadro de Clive Head. Pero aún así, tendría el valor de ser una interpretación del pensamiento contemporáneo en clave artística, como hace el cine o la música, mezclando a través de lenguajes conocidos numerosas referencias para contar una historia contemporánea, si no ¿qué pintan la música de western o el flamenco en una lucha a golpe de catana, Tarantino?
El edificio de la clínica El Pilar
"Me gustaba pasear por la Quinta Avenida y elegir a alguna mujer romántica entre la multitud e imaginar que, en cinco minutos, yo entraría en su vida, y que nunca lo sabría nadie ni nadie lo desaprobaría." El gran Gatsby. Scott Fitzgerald, 1925
En una foto antigua, hay edificios que parecen estar en movimiento. De alguna forma su morfología, sus volúmenes o su composición transmiten un movimiento que hace que la fotografía cobre vida, y prestando la suficiente atención, se llega a escuchar el murmullo de la gente. Es el caso de esas fotos antiguas del edificio Chrysler, en las que se puede elaborar casi una historia detallada en torno a una imagen. Quizás todas parezcan una historia firmada por Scott Fitzgerald.
Algo de ese aire tenía un edificio muy peculiar que se encontraba en la Plaza de Pontevedra. Proyectado en 1920 por Antonio Tenreiro con Peregrín Estellés, se trata de un edificio con lenguaje Art Déco, que fuera de contexto parecería alzarse en la calle 42 con la 5ª Avenida, cerca de Bryant Park.
En la esquina de la Plaza Pontevedra con la calle Teresa Herrera, el edificio de Tenreiro y Estellés era un volumen de cuatro plantas que, a pesar de su poca altura con respecto a su vecino: el Edificio Escariz, destacaba por su verticalidad. La fachada del edificio estaba fuertemente determinada por una serie de cinco diafragmas que sobresalían verticalmente del plano de fachada, hasta alcanzar la alineación en la primera planta a partir de un escalonamiento inverso. Dicho escalonamiento inferior se iba fragmentando a lo largo de la primera planta, mientras que desaparecía de forma abrupta en el límite superior de la fachada, convirtiéndose en agarre de la balaustrada que resolvía la terraza de la planta superior.
Estos diafragmas eran el rasgo diferenciador del edificio, el que lo dotaba de su personalidad Art Déco, frente a otras fachadas que con el mismo lenguaje articulaban un discurso más regionalista. Ausente de otras decoraciones o estrategias estéticas más allá de estos diafragmas, la sobriedad de sus líneas, creaba una fachada pulida y dinámica.
Hacia la calle Teresa Herrera, el edificio moderaba su lenguaje, prescindiendo de los diafragmas verticales, más allá de los testeros. Este pequeño cambio provocaba un mejor encaje con la escala de la calle, respondiendo así también a la normativa del Plan de Ensanche. Casi un paradigma del Art Déco en Coruña, este edificio sirve de referencia y al mismo tiempo completa la narrativa arquitectónica de la década de los 20. Se trata de una obra contemporánea del Banco Pastor (1921) y con una fachada muy similar a la que luego se proyectaría para El Capricho (1930, C/Real. Desaparecido). También el edificio esquina de la Calle Sol con la Calle del Socorro de Peregrín Estellés, o el Grupo Escolar Curros Enríquez del Campo de Marte (Luis Martínez Díez, 1929) son proyectos que toman las mismas estrategias propias del Art Déco.
En la planta baja y en la planta primera se encontraba la clínica el Pilar, Clínica de la Sociedad de Seguros Mútuos de Accidentes de Trabajo, en cuya publicidad se reseñaba la gran modernidad de sus instalaciones. El lugar elegido era sin duda adecuado, ya que la imagen de este edificio tan singular, con un lenguaje tan moderno, subrayaba aún más ese matiz de uso. La ausencia de protección del edificio sumado a un cambio del Plan General que permitía dotar de más alturas a un edificio situado en esa parcela, llevó a su derribo en 1975.
Cuando el Art Déco comenzó a desvanecerse
"¿Dónde estaban los recuerdos puros? En casi todos se funden impresiones de otras épocas que se les superponen y les confieren una realidad distinta. Los recuerdos no existen: es otra vida revivida con otra personalidad, y que en parte es consecuencia de esos mismos recuerdos. No se puede invertir el sentido del tiempo, a menos que se viva con los ojos cerrados y los oídos sordos." Boris Vian, L’herbe rouge
Así es como desapareció uno de los iconos del Art Déco de la ciudad, en la que aún quedan algunos, pero de una menor escala. Se desvanece así un edificio representativo de la elegancia, la época del jazz, la decadencia mezclada de épocas anteriores, despojando a la imagen de la ciudad de su idealismo dorado. Y así fue como un retrato de Lempicka se transformó en una imagen de Clive Head, en una ciudad contemporánea cuyo movimiento es, al igual que lo era en los años veinte, demasiado acelerado a veces como para ser interpretado.