Parecere subiectis et debellare superbos, sólo es una de esas frases en latín. Una de esas que sirven para demostrar una supuesta cualidad intelectual o un amplio conocimiento de los cómics de Astérix, en los que uno de los piratas siempre acotaba los "autonaufragios" (o no) con un latinismo derrotista. Pero, volviendo a la supuesta cualidad intelectual, esta frase que Anquises dice a su hijo Eneas cuando se encontraron en el Averno, es la descripción del avance de la ciudad en base a una decadencia apoyada en la soberbia, casi siempre, lucrativa.
Eneas escucha esta frase mientras contemplan las almas de los héroes y personajes históricos de la futura Roma, todo el poder y la gloria de la antigüedad reducida a un reflejo delirante… "perdonar a los vencidos y combatir a los soberbios" como un mantra para el hábitat de la ciudad, en que sus ciudadanos, sus habitantes, a veces han de perdonar edificios vencidos que dejan cicatrices en forma de ruinas de pasados dolorosos y combatir la soberbia de otros que despliegan su opresión asfixiante sobre la cultura del lugar.
Un Bellini, un periódico y buen jazz
"Cada pocos años nuestros cuerpos experimentan una remodelación completa; tanto si es deseable como si no lo es, nada más natural que el que cambiemos". Truman Capote
Los lugares aparecen y desaparecen, las ciudades se transforman de forma constante, atravesando etapas de influencias variables. Pero, al igual que en la vida, hay algunas etapas más hermosas que otras, aquellas en las que estaría bien que el tiempo se hubiese detenido en una imagen o en una sensación. Se genera entonces la decadencia de un pensamiento a la deriva de un pasado que, aunque llevando la contraria a Scott Fitzgerald, no puede volver por mucho que se le evoque. Pero es la sensación la que por unos instantes puede volver, a través de herramientas muy sencillas:
"¡Esto es lo que me gusta! Sentarme a una mesa y ver cómo pasa la gente. Te ayuda a ver la vida con distintos ojos. Los delicatessen estamos muy equivocados al no practicar la costumbre de ver pasar a la gente desde la mesa de un café". El Talento de Mr Ripley. Patricia Highsmith, 1955
La música o la lectura construyen espacios, no tangibles como la arquitectura, pero inducen a un ejercicio que sin duda permite entender y percibir un lugar que existe todavía o ya no. Para entender un pedacito de la historia de A Coruña, es necesario quizás un poco más que un Bellini, el periódico de la mañana y un tema interpretado por Chet Baker de fondo, sea cual sea. Un instante de decadencia caprichosa perdida en el lujo de los pequeños detalles que trasladan a otro lugar, quizás a Venecia, a la Costa azul o a los voluptuosos acantilados de Amalfi. La influencia no era tan lejana, pero la ilusión creada era de una magnitud cosmopolita.
Arquitectura para viajar
El hotel Atlantic era un pieza única, un edificio cuya imagen suena a jazz, especialmente al entender el conjunto en el que se enmarcaba. Además del Bellini, el periódico y la música de Chet Baker es necesario aquí, viajar. Viajar al estilo de los años 30, 40 o 50 para comprender esta pieza modernista tan singular. Los lugares tienen protagonista que ejercen de alguna forma de narrador omnisciente, como una voz atrapada en una imagen. Faltaba la imagen de Peggy Guggenheim en su palacio veneciano con sus gafas delirantes, mostrando el lujo elegante de viajar en los 30, 40 y 50: el lujo de los vagones de tren de madera, los barcos con sus terrazas interminables, los aviones de la Pan-Am.
Tan sólo con tomar un tren en la estación de Santa Maria en Novella de Florencia, con sus vidrieras de alabastro, sus pasamanos de latón y la atmósfera de travertino es posible entender la narrativa de una forma de viajar que se ha acelerado cambiando sus formas, pero no su contenido. Es sólo la forma de dejarse llevar por el lugar lo que distingue al viajero de un turista, y en la deslumbrante estación racionalista de Florencia es fácil entrar en el juego y despegarse por un momento de las hordas de turistas que pasan en segundo plano, para sentir con detalle la esencia del lugar, su cultura y su forma de decir: bienvenido.
Viajar entonces asociaba elegancia a superioridad clasista, afortunadamente el escenario del viaje se ha democratizado, y ahora es la actitud del viajero la que marca la definición de elegancia, de manera independiente respecto a la soberbia hipócrita del clasismo tradicional.
El hotel Atlantic de A Coruña
El hotel Atlantic es un proyecto sencillo, una pieza más que componía la fachada del paseo de los Jardines de Méndez Núñez junto con el Kiosko Alfonso (Rafael González Villar, 1912) y la Terraza (primero Terraza de Sada de Antonio López Hernández, 1912 y posteriormente el edificio actual). Esta pieza se construye tras el derribo de otra magnífica obra: el Salón Cinema Coruña (Pedro Mariño, 1912), desmantelado por completo en 1919. Inicialmente concebido como un establecimiento hostelero, se propone el encargo a varios arquitectos. En enero de 1919 Leoncio Bescansa (autor del Diente de Oro, las escuelas de Labaca o el colegio Compañía de María entre otros) realiza una propuesta. En diciembre del mismo año Antonio Mesa realiza otro proyecto que se amplía produciendo una tercera propuesta en agosto de 1920. Ambas son rechazadas por las autoridades municipales, que no las consideran adecuados al lugar. Se encarga el proyecto al arquitecto madrileño Luciano Delage y Villegas, quien presenta su propuesta en febrero de 1920.
"Nuestra ciudad, tan admirable y atractiva por sus condiciones de clima y de situación, es un coto cerrado del cual se expulsa implacablemente al gran número de forasteros que vienen aquí deseosos de disfrutar de unos encantos que, después, encuentran les son vedados. Después de la guerra europea, se viene observando una tendencia cada vez más marcada, por parte de los habitantes adinerados del centro de España, a elegir nuestra ciudad como estación veraniega… La Coruña, falta de hoteles adecuados, carente de hospedajes cómodos y sumida en su propia eterna indolencia, no amplía su capacidad de turismo y repele constantemente a la numerosa falange de forasteros que viene a nuestra ciudad y se encuentra sin posibilidad de cobijo… hoy demandamos el permiso al Ayuntamiento para instalar un servicio de hotel en el más amplio de los edificios que hoy son ornato del Paseo de Méndez Núñez… aún a trueque de hallar para nuestro capital una colocación poco productiva, preferimos ver una obra en la que tanto entusiasmo hemos puesto, dedicada a algo de gran utilidad para La Coruña". Santiago Casares Quiroga, 1922. presidente de la sociedad Parisiana SL.
El 29 de mayo de 1922 Santiago Casares Quiroga, entonces presidente de la Sociedad Parisiana, remite al alcalde un oficio que solicita destinar el edificio a hotel, y no sólo a uso hostelero, ya que la ciudad experimentaba un creciente aumento del turismo. El alcalde Maximiliano Asúnsolo Linares Rivas, autoriza este cambio dando lugar a la historia de un hotel singular: el Hotel Atlantic.
La inauguración tuvo lugar el 9 de julio de 1923, con una cena de 8 pesetas el cubierto y un té dos días después amenizado por la orquesta Ibarra (residente del Hotel Palace de Madrid) a 4 pesetas la consumición que convirtió el evento en una lujosa gala. Las terrazas superiores del hotel eran sinónimos del lujo de la época, con comida americana y los cócteles de moda. El hotel contaba con 70 habitaciones a un precio de entre 22 y 35 pesetas la pensión completa diaria. En su vestíbulo se celebraban conciertos habitualmente. El Hotel Atlantic era el símbolo de la elegancia en una ciudad en la que comenzaba a crecer la industria hotelera con otros proyectos como el Hotel Palace o el Hotel de Francia.
En 1936 Santiago Casares Quiroga, republicano, entonces presidente del consejo de ministros, y ministro de la guerra al comienzo de la Guerra Civil, es señalado por los golpistas y su gestión como presidente de la sociedad propietaria del hotel queda incursa en la "ley de resposabilidades políticas" por lo que se le arrebata el hotel, siendo nacionalizado. La antigua Sociedad Parisiana es entonces dirigida por Julio Wonenburger por orden municipal en régimen de concesión. Así mismo en la década de los 40, debido al decreto de españolización de nombres el hotel ya no será el Atlantic Hotel, sino el Hotel Atlántico, al igual que el Cine Savoy se convierte en "Cine Ya Voy", y el coñac, jeriñac (una forma de denominar al Brandy español, procedente de Jerez resultado de un concurso que está considerado "el concurso lingüístico más absurdo de la historia").
El estilo del hotel responde a un modernismo eclecticista, propio de finales de los años 20. Su lenguaje es propio de la arquitectura de la época, quizás más ornamentada que otras obras locales, y más relacionada con obras de tipología similar realizadas en Madrid. El lenguaje es aquí más neutro, un ornamento más profuso pero con menos referentes directos, es decir, se propone una lectura exclusivamente estética, dando paso al funcionalismo puro, en este caso exclusivamente representativo a través de sus terrazas superiores, y su vestíbulo.
El hotel fue visitado por personalidades notables como Raquel Meller, Concha Piquer, el Mariscal Petáin, Bernardino Machado, Miguel Fleta, el almirante Nicholson o Francisco Cambó. Fue derribado en 1967 en favor de un hotel de mayor tamaño que respondiese al crecimiento turístico de la ciudad una vez más, incluso a pesar de su encanto y encaje con las otras dos piezas modernistas y el más reciente Hotel Embajador. Pero esta vez sin tanto acierto. Un ansia de crecimiento propia de aquel Spain is Different:
"No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia". Jaime Gil de Biedma
Lógica, imaginación y soberbia
Viajar a principio del siglo XX, era in duda una aventura, fuera cual fuese el motivo de ese viaje. Mejor suponer que era bonito, e imaginar. Quizás con la ayuda de un Bellini, un periódico, una melodía de Chet Baker y la brisa del Atlántico coruñés. Cerrar entonces los ojos, tras unas gafas tan extravagantes como las de Peggy Guggenheim y tener aquella sensación del viajero. Así quizás esta pieza que falta en una composición urbana pensada para el ocio heredero del novecentismo con vocación de dorada modernidad, vuelva a tomar la forma de lo que fue.
Olvidando por un momento el dinero, el lucro y la voluntad de competición desaforada en base a la lógica forzada del plan de negocios que sólo se basa en la soberbia, olvidando la cultura, al arte y la empatía urbana. Porque la ciudad se comporta como un organismo vivo: late, respira, se mueve y soporta en su abstracta psicología los cambios, las operaciones y las enfermedades. Por eso a veces es necesario un ejercicio sencillo: cerrar los ojos a la lógica por un instante, aunque quizás no todo el mundo tenga la capacidad de escapar de lo racional.
Hay algo más importante que la lógica: es la imaginación. Alfred Hitchcock