El semáforo cambiaba: rojo, luego verde, ámbar, rojo de nuevo. Era de noche y también la Torre de Hércules se iluminaba: una, dos, tres, cuatro, cada veinte segundos. La ciudad estaba vacía, pero no en silencio, porque la brisa y el mar creaban una extraña sinfonía lejana. Esta es quizás la visión ensimismada y poética de una noche en la ciudad vacía, pero es también la metáfora de una extraña utopía que el estado de alarma ha hecho realidad.
A lo largo de la historia de la arquitectura se han desarrollado muchos conceptos sobre la ciudad: el cardo, el decúmano, la plaza mayor, el sventramento, el palimpsesto, la ciudad de colonización, la ciudad fortificada, la ciudad abierta, la ciudad asediada, el borde, los nodos, el monumento, el espacio público, el locus, la identidad, el edificio-espectáculo, la arquitectura forense, la imagen de la ciudad, la vida y la muerte de las grandes ciudades. Se han escrito tratados de urbanismo, muchos más de arquitectura, muchos más sobre la vivienda, aún más si cabe sobre la ciudad y tantos otros sobre la relación del ser humano con la arquitectura y la ciudad. Desde Vitrubio a Aldo Rossi pasando por Robert Venturi y Denise Scott-Brown para aprender algo sobre Las Vega1. En todas esas palabras nunca hubo la posibilidad práctica de análisis que deja la mirada sobre una ciudad sin habitantes, lejos de la teoría. No era imaginable un evento así, en términos de magnitud (pandemia) y escala (mundial).
Y sin embargo, sucedió. Llegó el día en que la ciudad se vació, y el hábitat se redujo a la vivienda. El hábitat es un concepto abstracto complejo, pero de fácil comprensión intuitiva, es el ser humano el que decide qué es hábitat y qué no, en función a parámetros universales como la protección o la comida, y a otros personales basados en el código de valores o necesidades culturales individuales. Pero esta ciudad vaciada sigue siendo el hábitat, y aún así sorprende el vacío, el silencio, el semáforo que no tiene tráfico que dirigir, y el faro que sólo guía barcos lejanos y que parece actuar como la proa de un barco que navega sin moverse. La sorpresa deriva de la potente impresión de la imagen, la imagen real de algo imaginado, y que por tanto se convierte en paradoja. Si no puede ser real ¿por qué es real? La especie humana entiende el mundo como su hábitat, primero un escenario inalterado, que poco a poco y a través del avance de la cultura y la tecnología se va transformando. Pero el concepto básico subyace: hábitat, en esencia cobijo y escenario. Y es el propio ser humano el que construye, como si se tratase de un relato ese hábitat con sus escenarios y sus espacios para el cobijo.
Parece que ha sido efectivo, porque como especie, habitamos una pseudoutopía en la que muchos problemas se han resuelto: depredadores, plantas venenosas, formaciones naturales peligrosas, gases tóxicos, fuego, temperaturas extremas… casi parecen olvidadas, afortunadamente, en el hábitat diario. Pero permanecen latentes, y una vez más es necesaria la tecnología y la cultura en favor de mejorar este escenario que la humanidad lleva siglos construyendo. Óscar Wilde en una de sus pomposas citas refería que ‘si la naturaleza hubiese sido cómoda el hombre nunca hubiese inventado la arquitectura’. Como muchas citas del escritor británico, conviene una lectura entre líneas, quizás desconectada de su intencionalidad ligeramente más perniciosa.
El ser humano no crea la arquitectura, sino que esta nace como extensión de su propio desarrollo cultural, cuando el hábitat se convierte en necesidad y no en un mero resultado de ‘estar en el mundo’. La sorpresa deriva precisamente de esta paradoja: irrealidad que se hace real, es decir, la humanidad construye un hábitat a escala mundial (miles de ciudades, pueblos, infraestructuras) y al vaciarse, esta impresionante creación parece ajena, onírica, inexistente. Sin previo aviso vivimos en la propia y extraña utopía que hemos construido con el esfuerzo de un linaje milenario como especie, y aquí es cuando al parar, observar y por un instante sentir una sinfonía silenciosa, el cerebro no es capaz de procesarlo.
"‘Lo sublime’: ese terror sosegado inducido por la contemplación del gran tamaño, la extremada antigüedad y el desmoronamiento". Edmund Burke, 1957
Jugando a ser arquitecto de la utopía o de la crisis
Cuando se debate de arquitectura en términos genéricos se suele decir que hay dos formas en las que la historia de esta disciplina avanza: por utopía o por crisis. O bien se busca un futuro ideal y se proyecta como tal (así se proponen los grandes planes o proyectos municipales) o bien se pone en crisis un tejido que presenta problemas severos (así se desarrollan los planes de reforma interior o de reconversión de antiguas instalaciones industriales). Esta clasificación a grandes rasgos es un mecanismo muy operativo que busca siempre la mejora de la ciudad valorando todos los complejos parámetros que componen la componen. La dificultad de estas intervenciones radica en la compleja estructura urbana que se crea y que es indisoluble de disciplinas en apariencia tangenciales como la política, la economía o la sociología, pero incluso la obra de sustitución de una canalización bajo una calle trastorna muchos parámetros. El confinamiento permite pensar en una ciudad vacía de esas afectaciones, y el análisis de las áreas en el plano estrictamente arquitectónico expresado en términos de estructura (construcción y estabilidad estrictas), morfología (forma resultante del uso, la historia, la naturaleza o proyectos previos), funcionalidad (afectaciones de flujos, optimización e idoneidad con respecto al uso) y estética (percepción, experiencia, reflexión y juicio desde un punto de vista general o filosófico).
Se propone aquí un juego con la ciudad: el análisis de tres áreas de A Coruña, como una reflexión sobre la que iniciar un debate sobre la construcción de la ciudad. Una mirada de perspectiva diferente sobre una ciudad que parecía conocida y cercana.
El paseo marítimo de A Coruña: el límite de la ciudad
El borde de la ciudad con respecto al mar, es una línea que no se puede trazar, porque cambia con la marea. Salvo la construcción de un puerto, la playa constituye en sí no un límite si no un área. Así es como se ha entendido a lo largo de la historia: una línea de movilidad constante a veces incontrolable. Un territorio natural dentro de la ciudad que no entendía en ella más que un residuo de lo que había antes de ‘civilizar’ el espacio. Así todo el tejido fabril de la ciudad caía hacia las playas, utilizando estas como vertedero. Con la llegada de las corrientes higienistas del siglo XIX se crean las casas de baños y entonces las playas se convierten en espacios de ocio, pero únicamente Riazor cumple esta función, ya que Orzán se sigue utilizando como espacio de residuo de las fábricas. Será con la llegada de las nuevas formas de turismo y una reconversión acelerada de todas las ciudades hacia una forma de negocio más lucrativa que se realizarán planes destinados a la creación de un paseo marítimo: el borde marítimo es ahora una forma de ocio importante de la ciudad. Pero el tejido no estaba preparado morfológicamente par la absorción de esta nueva función.
La actual crisis ha provocado la detención de esta evolución por un instante, una foto fija que permite tener en cuenta cada detalle. En términos analíticos se puede estudiar su estructura, morfología, funcionalidad y estética. La estructura que conforma dicho espacio se ha modificado con el paso del tiempo y es en la actualidad un muro estratificado que permite una conexión con el mar únicamente visual, quizás resultado de una evolución histórica o de la incursión del aparcamiento subterráneo. La actual estructura que forma el paseo marítimo frente a las playas es sólida, rígida y muraria. En términos morfológicos, puede entenderse la evolución de dicha estructura a través del tiempo, cambios destinados a la transformación desde una estructura natural rocosa, a una implantación industrial ajena a las condiciones del territorio (más allá de la necesidad de utilizar la playa como vertedero) y finalmente a un perímetro, un tratamiento de borde que buscando organizar el espacio y conectar el mar con el nuevo tejido, cuya función ya no es industrial, ha provocado una estratificación excesiva que rompe la relación entre la ciudad y el mar en varios puntos. A nivel funcional el cambio desde la más absoluta ignorancia de los valores naturales de ese límite a la visión contemporánea de perspectiva menos utilitarista, es latente aún. Parte de la aparente estratificación del paseo y la amenazante desconexión debida al estrés utilitario de la avenida, deriva de la especialización de usos en contraposición de un tratamiento más naturalista e informal del espacio, aquel que no necesita definición organizativa, que relaja la rigidez estructural y moldea de una forma más lenta y sostenida la morfología futurible. Ninguno de estos aspectos son ajenos a la estética, y ésta no es resultado de lo anterior, sino organismo presente en todo el proceso como una conciencia latente. El abandono de la estética o la mala interpretación de esta puede provocar disgresiones compositivas como la incursión de elementos extraños como un tranvía que nunca realizó ciertos recorridos, o balaustradas y otras piezas de mobiliario urbano ajenas al lenguaje, en contraposición de otros elementos como la vegetación o los muros históricos que son también narradores de la identidad urbana.
En la actual crisis, el paseo se encuentra vacío, y sin embargo la naturaleza que lo conforma, como estructura, forma, función y estética permanecen inalterados. La percepción desde el urbanismo de la ciudad y al mismo tiempo del ciudadano, es la de un espacio vacío, pero quizás esto sea el resultado de un constructo inacabado o malentendido. ¿Por qué la sensación de espacio negativo y no la de un cambio de uso flexibilizado por las circunstancias? El uso contemplativo, la inmersión perceptiva de la presencia del mar que no puede ser en ningún caso disimulada. ¿Ha fallado la ciudad en tejer el límite de la ciudad con el resto de la trama y urdimbre? La complejidad de un elemento de borde previo al límite con una naturaleza imponente, es compleja de abordar en términos arquitectónicos y se abre el debate clásico: proyectar desde la utopía o desde la crisis, es decir, desde el ideal futurible o desde la resolución quirúrgica de las fallas actuales que se derivan de un análisis contemporáneo.
El debate, sólido y amplio que se abre, tiene sin embargo un punto débil y es que tanto el análisis como las hipótesis predicitvas no son inmóviles, sino que responden al conjunto de valores, lenguajes, sensibilidades y flujos que componen la cultura del instante. Por eso esta congelación del espacio urbano como en una fotografía, permite bajar la velocidad y despojar esa cultura del instante de lo superfluo en favor de lo trascendente, convirtiendo el punto débil en algo meditado y permitir así un proyecto sosegado que hace de la ciudad, lugar, como la piazza del Campo en Sienna, Alexanderplatz en Berlín, las calles de Venecia o el Highline en Manhattan.
El tejido: Un barrio, una calle, una casa
El tejido urbano contemporáneo es muy diverso. En la ciudad de A Coruña, pueden reconocerse diferentes morfologías desde la Ciudad Vieja hasta los barrios de nueva creación como Novo Mesoiro, pasando por los crecimientos orgánicos y los polígonos planificados. Todos ellos, a pesar de sus enormes diferencias estructurales y morfológicas, presentan elementos comunes ineludibles en la definición de ciudad: la calle, la fachada o la iluminación. La relación entre calle y vivienda es una cuestión especialmente protagonista durante el confinamiento. Y no sólo frente a los condicionantes internos, que obviamente merecen un estudio particular e independiente, como del desarrollado por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de A Coruña ‘La Clínica de las Casas’, un servicio de consulta directa destinado a mejorar la vida de las personas y sus problemas habitaciones a través del conocimiento adquirido por los arquitectos.
Desde la perspectiva del espacio público, la relación vivienda-calle de cualquier barrio de A Coruña se ha transformado, y es que las fachadas y los elementos que las componen (balcones o ventanas) no son ya espacios privados, sino semipúblicos, ya que se flexibiliza la relación con el exterior. La necesidad de contacto con el espacio abierto del ser humano, se pone de manifiesto a través de ventanas y balcones, que se convierten en, de alguna forma, válvulas de equilibrio frente a las implicaciones psicológicas de la percepción espacial, ahora mutilada en gran medida. Pero no sólo son huecos por los que, ventilar o respirar, sino que se han convertido en espacios de expresión y relación. Las conversaciones desde las ventanas, los dibujos de los niños, las banderitas, los globos y tantas otras expresiones de lenguaje que buscan una relación que sólo puede producirse en el espacio público. La conversación o la libertad de expresión es posible a través de cualquier medio digital o red social, y sin embargo la recurrencia a utilizar el espacio semipúblico es inevitable. Algunos edificios incluso han llegado a acuerdos entre vecinos para disponer algún elemento en fachada, para transformar el patio en una fiesta de cumpleaños, o la calle en una sala de conciertos. También las relaciones sociales se implementan a través de la fachada del edificio: vermut, juegos, aplausos, canciones…La calle sigue siendo el lugar de relación en un sentido abstracto y no físico.
Se plantea un debate que parte del análisis de las calles de A Coruña. Su estructura es común, puede presentar tráfico o no, arbolado y tener mayor o menor sección, pero en cualquier caso será un elemento de materialidad rígida y de espacio permeable, únicamente limitado por los volúmenes de las edificaciones. Su morfología es la resultante de la evolución histórica y los sucesivos planes urbanísticos. La funcionalidad y estética de la calle, son los elementos que se han visto modificados: la calle mantiene sus características como espacio de circulación y comercio, pero ya no de la misma forma, sino que la relación sucede a través de las fachadas, dejando el espacio de la calle como un mero escenario. Desaparece la intensidad de la circulación de vehículos en calles como la calle de San Andrés, ronda de Nelle o ronda de Outeiro, de forma que no sólo se reduce la contaminación sino que el ruido se reduce, y en estas vías la escenografía urbana pone de manifiesto un alto contraste. De esta forma, la composición estética de la calle es más visible, al estar ausente de la mirada acelerada y automática del día a día, y también lo son las fachadas, y todos los elementos urbanos como la vegetación o la iluminación.
Aparecen cuestiones recurrentes como la presencia de mayor vegetación, materialidad más natural o blanda, circulación restringida o menos iluminación, pero también la conciencia de comunidad y de barrio, hasta ahora aspectos del discurso político que no contemplaba a la arquitectura como herramienta de construcción. La imposibilidad de uso de la calle, ha subrayado su necesidad no sólo como espacio funcional puro, sino como espacio de relación básico, la calle y el espacio público han demostrado ser más necesarios en la forma de vida contemporánea de A Coruña. Desde la perspectiva actual se pueden plantear muchas cuestiones ¿Es correcto el planteamiento de las calles de la ciudad? ¿Su estética y su uso se encuentran en relación con las necesidades contemporáneas? ¿Es necesario replantearse el tráfico como una función más integrada y de menor carga? Y tantas más que nuevamente permiten desarrollar un proyecto de renovación a través de la utopía o de la puesta en crisis. En cualquier caso, la ciudad de coruña, presenta nodos muy claros de conexión y aunque la unidad de barrio, como módulo de trabajo, pueda ser trabajada de forma aislada, cualquier intervención requeriría la comprensión del conjunto del tejido urbano y su sistema nervioso.
La paradoja de la arquitectura y los nuevos planes urbanos
Las crisis suelen dejar facturas apocalípticas en las ciudades, sea cual sea su causa, no sólo a perspectiva económica es la única que gobierna la vida de la ciudad, sino la relación del ser humano con ella en una situación postraumática. La reconstrucción de la ciudad es también cultural, identitaria y psicológica, proponiendo una nueva oportunidad de desarrollo. Tras las situaciones traumáticas, hay ciudades que erigen símbolos como Nueva York tras el 11-S, y otras que recuperan su normalidad a través de la reconstrucción del estado previo a la crisis, como Viena, aunque esto implique falsear la arquitectura y su contexto histórico. Si bien la actual crisis no está cargada de la violencia de hechos históricos previos, es una oportunidad para la reflexión y la reconstrucción pausada, flexible, despojada de la frivolidad de tiempos más banales. A Coruña, se encuentra en tiempos de reflexión urbana con diferentes propuestas para el desarrollo de áreas como la Ciudad Vieja, Pescadería, el nuevo espacio del puerto.
"Esta es la paradoja que afronta la arquitectura de nuestro tiempo, pues mientras que la tecnociencia, en la forma de una ingeniería estructural y ambiental digitalmente impulsada, lleva el arte de construir hasta un nivel enteramente nuevo de sofisticación cultural, ese potencial aparentemente positivo tiende a verse viciado por nuestra falta de cualquier visión omnímoda más allá de la perpetuación de una economía consumista residual de la que depende fatalmente nuestra acumulación de riqueza mal distribuida". Kenneth Frampton sobre ‘el inacabado proyecto moderno’ de Jürgen Habermas en Historia Crítica de la Arquitectura Moderna
Utopía o crisis como posturas genéricas en un tiempo en que el confinamiento hace que los sueños sean más tangibles. La ciudad se ha visto sumida en una realidad paradójica que recuerda al cine, desde la primera escena de Abre los Ojos con una Gran vía desierta, la contemplación serena y sosegada de una Roma silenciosa en La Gran Belleza, una ciudad misteriosamente despoblada por un virus como en La amenaza de Andrómeda o las escenas dramáticamente funcionales de La invasión de los ultracuerpos, hasta los relatos distópicos como Soy leyenda o Guerra Mundial Z. La Realidad que hasta ahora sólo mostraba el cine, de miles de formas, permite una visión a lo Dogville de nuestra realidad urbana. Un momento para la reflexión, para la conciencia del lugar, de la ciudad como hábitat humano y de un proyecto de futuro. Una ciudad sólo vista en el cine o en sueños, pero como decía Aute: cine, cine, cine más cine por favor, que todo en la vida es cine, y los sueños, cine son. Porque hay una herramienta que ha guiado siempre la construcción del hábitat humano frente a la adversidad del entorno: la imaginación.
Nuria Prieto es Doctora en Arquitectura