A veces no es necesario dar explicaciones, a veces es mejor no dar explicaciones, y en arquitectura el silencio puede ser un gesto. Un movimiento sencillo procedente de una mirada diferente. La música transmite sentimientos, a veces, desde la abstracción sin necesidad de un profundo conocimiento técnico, de la comprensión del idioma o la búsqueda de una narrativa. Una melodía puede transformarse en un sentimiento.
A veces, simplemente, no hay tiempo para el simbolismo. Sólo para la experimentación contemplativa como escuchar Let me tell you (2013) de Hans Ambramsen o mirar un paisaje desde un cumbre a lo Caminante sobre el mar de nubes. Una sensación a medio camino entre las implicaciones del término sublime y del Síndrome de Stendhal. A veces, la arquitectura es sólo eso, a veces trabaja sólo con esa naturalidad abstracta intrínseca a la condición humana sobre la que reflexionaba Gombrich en sus Meditaciones sobre un caballo de juguete.
La ausencia de respuesta, el naturalismo y la Nueva Simplicidad (en referencia a la corriente musical de Abramsen), son sólo una mirada diferente, una más del caleidoscopio conceptual del que parten las ideas arquitectónicas en la intervención sobre el hábitat. Esta no es una mirada vacía de contenido, sino la expresión de una condensación de ideas que resultan en que la mejor respuesta es el silencio.
Silencios elocuentes de jóvenes arquitectos
En España, tras la Guerra Civil, se suceden dos generaciones de arquitectos, al igual que en muchos países europeos tras la Segunda Guerra Mundial. La primera es la denominada ‘generación de reconstrucción’, y la segunda es aquella que se ve forzada a hacer la arquitectura con los medios que existan, con una gran mezcla de referencias, una arquitectura de silencios elocuentes. Los silencios elocuentes que Carlos Martí define como un "rechazo el arte entendido como una histérica agresión a los sentidos" sino "la afirmación de una interpretación artística de la realidad como reflexión profunda y elocuente", son aquellos de esta segunda generación, que produce una arquitectura llena de referencias entremezcladas, sin un discurso forzado. Tan sólo resuelven problemas, pero además crean una nueva forma de hacer arquitectura más naturalista ausente de símbolos o referencias enmarcadas dentro de alguna corriente discursiva.
El arquitecto coruñés Ramón Vázquez Molezún es uno de esos genios al que le tocó desarrollar su práctica profesional en tiempos de silencios elocuentes. Un icono cultural para la ciudad, un profesional de gran talento entre el arte y la arquitectura, cuyo ejemplo se filtra a las nuevas generaciones de arquitectos como una inyección de ilusión y puesta en valor de una disciplina siempre sometida a la crítica.
La obra de Vázquez Molezún es extensa, y en ocasiones colaborativa con su socio Jose Antonio Corrales o asociada como con el pontevedrés Alejandro de la Sota. Además ésta se extiende por u amplio territorio que atravesó fronteras: desde la Unidad Vecinal del barrio de las Flores, al Pabellón de España en la Expo Bruselas ’58, el edificio Bankunion de Madrid, la Casa Huarte en Puerta de Hierro o el Colegio de los Salesianos en Herrera de Pisuerga. Pero hay otros proyectos, otros que quizás pasan más desapercibidos, bien por tratarse como algo personal como el interesantísimo refugio de la Roiba en Bueu o por ser construcciones de función más modesta. Este último es el caso del grupo de Viviendas en C/Concepción Arenal 1-3.
Viviendas
La viviendas en Concepción Arenal (1968-1974) pueden ser una pieza que pase desapercibida, sí, pero son también una pieza arquitectónica de gran calidad diseñada por un arquitecto de biografía, profesionalidad y genialidad casi inalcanzables. El grupo de viviendas está compuesto por tres bloques de entre seis y ocho plantas que generan un patio elevado dispuesto en L. Pero esta no fue la primera opción ya que el proyecto dio muchas vueltas para adecuarse al programa requerido: ochenta viviendas y una sucursal de la Caja de Ahorros de A Coruña y Lugo.
La primera propuesta de Ramón Vázquez Molezún planteaba inicialmente una torre de veinte plantas, ubicando cuatro viviendas por planta que se ubicaban sobre una base que ocupaban las oficinas. Mediante esta estrategia la morfología de plaza abierta de la Plaza de la Palloza conseguía cerrar su composición, generando un límite lógico entre las fachadas homogéneas y planas que dan a la plaza. Pero esta primera propuesta no fue del gusto de la propiedad quienes solicitaron cambios sustanciales. El diseño actual nace de la incorporación al equipo de Gerardo Salvador Molezún y Rafael Olalquiaga Serrano.
La nueva propuesta reduce su intensidad, y su moderación genera la actual disposición que consigue ganar unas ocho viviendas con casi la mitad de altura con unas perfectas condiciones de luz natural y ventilación. Si bien los arquitectos trabajarán sobre esta segunda propuesta, la primera era anticipatoria de una tipología de vivienda muy común en el Madrid de los ochenta, y que popularmente se conocía como las ‘panteras rosas’ debido al uso de ladrillo, alternancia con un material blanco y proporción esbelta. La pieza de la Caja de Ahorros diseñada íntegramente por Molezún no se conserva tal y como se proyectó.
La forma de hacer arquitectura en silencio, con referentes modernos como la Bauhaus o Mies van der Rohe, pero también de sus contemporáneos como el Team X, Alison & Peter Smithson, Aldo Van Eyck, Georges Candilis, Jorn Utzon o Arne Jacobsen. El contexto español tiene, sin embargo, un pequeño matiz, el de la existencia de una dictadura que intentaba imponer un estilo arquitectónico regionalista clásico y coartar algunos de los atisbos de modernidad.
Por ello cuando los arquitectos españoles tenían la oportunidad de viajar, lo hacían con gran intensidad aprovechando al máximo cualquier beca u oportunidad. Así esas referencias procedentes de la liturgia arquitectónica se mezclan con la informalidad y cotidianidad de lo aprendido en un viaje. Para lo primero es necesaria una profunda capacidad de lectura y análisis, para lo segundo una gran cultura y sensibilidad.
Este grupo de viviendas incorpora lenguajes heterogéneos creando un equilibrio que es capaz de generar una pieza de arquitectura sólida y de calidad. Su materialidad de azulejos combinada con las extremadamente ligeras galerías (construidas con mayor cercanía conceptual a la idea de galería que las actuales y con mayor calidad arquitectónica), proporciona una visión de conjunto que viaja desde los azulejos y aplacados de la arquitectura danesa hasta las composiciones geométricas de las fachadas del norte de Italia.
Un equilibrio equidistante entre las sensaciones de esos viajes y los paralelismos en la materialidad naturalista de la Hexenhaus de Alison & Peter Smithson o la ligereza casi imposible de la Hubertus House diseñada por Aldo van Eyck en Ámsterdam. Pero la obra se sitúa en la España de 1968-1974, al final de la dictadura, y la pieza se llena también de un realismo constructivo marcado por su estructura optimizada al límite para conseguir el máximo vuelo permitido por la ordenanza con un inteligente diseño que incorpora vigas de gran canto que funcionan como cerramiento, así como una progresiva disminución de la masa estructural conforme la estructura avanza en altura.
Los viajeros
Pero las obras de arquitectura no se terminan hasta que se habitan… y este grupo de viviendas ha sido extensamente modificado. Aún así, mantiene la esencia de una pieza de arquitectura única, que se encuentra en un equilibrio de referencias intelectuales y sensoriales que se mezclan para formar un edificio de viviendas con identidad propia a pesar de pertenecer a la tipología que construye la mayor parte del tejido urbano: la vivienda.
Molezún, a pesar de volver a España, fue un arquitecto que siempre estuvo de viaje, porque siempre fue un viajero de los que responden a la descripción del griego Tassos Boulmetis en su película Spice (2003): ‘hay dos tipos de viajeros en la vida, aquellos que parten y aquellos que retornan, los primeros miran el mapa, los segundos miran al espejo’. Un viajero incansable, que seguirá dibujando y mirando mapas que recorrer en su moto. Ser un arquitecto viajero es quizás la forma más intensa de hacer la profesión, en silencio, y una vez que la moto arranca, no volver nunca más.