En la California de 1930 la ‘vida era una comedia escrita por un cómico sádico’ decía un personaje creado por Woody Allen. Un escenario que comienza a teñirse del dorado con la industria de Hollywood y las fortunas de los pioneros que invirtieron los beneficios del oro. Aquella nueva sociedad demandaba mostrar una imagen de riqueza en todos los aspectos de su vida, comenzando por su casa. Pero la diversidad de esa nueva burguesía provocaba disidencias internas que terminaron por convertirse en norma. Mientras algunos asociaban el lujo y la opulencia al barroco, al neoclasicismo europeos o a reinterpretaciones historicistas a lo Henry H. Richardson, otros preferían un Xanadú a lo Ciudadano Kane.
ara muchos nuevos burgueses esa imagen que transmitían tenía que representar no sólo riqueza sino también ser poseedora de un rasgo diferenciador que la convirtiese en algo superior y vanguardista. Una mentalidad de ambición cainista desde la imagen. Y sin embargo, un punto de conexión con las disciplinas cultas como la escultura, la pintura, el diseño, la música o la arquitectura. En esa búsqueda de exclusividad, las vanguardias artísticas o estilísticas suponen un rasgo distintivo del que la nueva burguesía más presuntuosa busca abanderar, en muchos casos, en un falso acto de naturalidad innata, pero que les permite convertirse en mecenas del avance cultural e intelectual.
En el mecenazgo se encuentra el punto de conexión con la arquitectura, y es que muchos de estos nuevos burgueses desean tener una vivienda de aspecto contemporáneo. Afortunadamente el clima californiano permite cierta innovación y el diseño de obras que se relacionan con su entorno inmediato. Son muchos los arquitectos que diseñan obras interesantes como John Lautner, Rudolf Schindler, Richard Neutra, Charles & Ray Eames, Kem Weber, Greta Magnusson o Albert Frey. Cualquiera de estas obras sin duda, traslada la imaginación hacia una atmósfera de tranquilidad dorada y autocrítica fluída. Sócrates decía "La vida sin autocrítica no tiene valor", y Woody Allen añadía en uno de sus guiones "pero la que es autocrítica tampoco es una ganga".
La modernidad que introducen arquitectos como Albert Frey o Richard Neutra añade un punto de inflexión en el escenario urbano de California. Con un extensa obra, su investigación toca temas tan contemporáneos como la construcción de junta seca (sin hormigones o morteros), la ligereza (estructuras de acero o aluminio), la fluidez espacial (concatenación de espacios a través de vectores visuales) o una nueva materialidad (los materiales de estructura, revestimiento o acabado responden a una honestidad funcional y no son mero ornamento). Neutra, de origen y formación austriaca, era asiduo de las tertulias de los cafés vieneses de preguerra, en los que se reunían Adolf Loos (arquitecto), Sigmund Freud (médico neurólogo), Otto Wagner (arquitecto), Gustav Mahler (músico y compositor), Gustav Klimt (pintor), Oskar Kokoschka (pintor), Egon Schiele (pintor). A Neutra le separaba una generación de estos intelectuales, pero asistía atento y callado a sus conversaciones en el café Sperl, hoy reconstruído, en Gumpendorfer Straße.
De California a Coruña
Esta emulsión de modernidad llega también a A Coruña, quizás haciendo escala en algún lugar de California… y revestida de algunos viajes a Italia. La conexión entre todos estos puntos es el maestro, recientemente fallecido, Andrés Fernández-Albalat. Este genial arquitecto coruñés es uno de los primeros que trae la modernidad y la materializa con una de sus primeras obras: la fábrica para Coca-Cola.
Esta obra produce un efecto de onda expansiva en la arquitectura gallega. En su libro ‘La recuperación de la Modernidad’ (2014), Antonio S. Río, analiza el contexto, los protagonistas y la arquitectura gallega entre 1954 y 1973, y en él enumera a estos pioneros de la arquitectura contemporánea, y actores de la modernización de las ciudades gallegas. Si bien su clasificación es extensa y se organiza por generaciones y ámbitos de trabajo desde Alejandro de la Sota, Santiago Rey Pedreira o Ramón Vázquez Molezún a Julio Galán o Juan Castañón, hay un grupo que, aunque su formación se realiza en Madrid o Barcelona, su obra se circunscribe a Galicia: Rodolfo Ucha Donate, Xosé Bar Boo, Antonio y Ramón Tenreiro Brochón, José López Zanón, Agustín Pérez Bellas, Gerardo Calviño y Desiderio Pernas. Dentro de este grupo se encuentra Andrés Fernández-Albalat Lois. Generación tras generación su trabajo es fundamental para el panorama arquitectónico gallego.
Pero como dice Peter Gay, "la modernidad resulta mucho más fácil de ejemplificar que de definir", por lo que un simple vistazo a la fábrica de Coca-Cola en A Coruña da una idea de esa referida modernidad. Esta pieza de arquitectura contemporánea es un proyecto de 1960. Fernández-Albalat, que por entonces tenía 36 años, realiza este proyecto en colaboración con Antonio Tenreiro Brochón. El programa, como lo describía el propio Fernández-Albalat, es sencillo y se resume en fabricación, almacenaje y gestión, y dirección de venta. La voluntad del edificio debía ser la de proporcionar una estética industrial, clara, aséptica, contemporánea, alegre y amable. Además el encargo requería que se visualizase la embotelladora, "entonces propusimos hacer lo mismo con la sala de jarabes y el almacén de azúcar que estaban encima. Un bloque de cristal que es como un gran juguete con hombrecillos por dentro" describe el arquitecto en una conferencia impartida en la Universidad de Navarra en 2006.
El edificio, de plantas abiertas, refleja precisamente esa vocación industrial no únicamente en el diseño espacial, o en la transparencia a la que se refiere Fernández-Albalat, sino también su planteamiento estructural que, en su contexto, representa una total y radical modernidad. En este momento pueden encontrarse antecedentes de morfología constructiva similar en las arquitecturas navales de la zona, como los astilleros de Astano de 1953 a 1976 (como se recoge en más profundidad en la obra ya citada ‘La recuperación de la Modernidad’). El edificio se ejecuta con una estructura de hormigón que se retrasa ligeramente de la fachada de modo que esta última destaca su presencia con materiales de lenguaje moderno: acero y vidrio. Al interior se utilizan cerramientos cerámicos, pavimentos blandos, baldos hidráulica y fibrocemento. Esta materialidad que puede parecer algo normal o muy estandarizado hoy en día, no era algo tan común entonces. Si bien es cierto que el edificio se encaja dentro de una tipología industrial y por lo tanto existe más libertad aparente en cuanto al uso de materiales prefabricados o de imagen moderna, su composición es innovadora.
La modernidad arquitectónica llega a A Coruña
Con apenas un vistazo rápido a alguna obra de Richard Neutra como la Casa Lovell se puede establecer un paralelismo que casi engaña al ojo no entrenado. Neutra, impresionado por la tecnología del rascacielos, de la prefabricación, de la junta seca, lleva sus planteamientos arquitectónicos a una nueva modernidad. Sus obras utilizan estructuras de acero o aluminio, grandes paños de vidrio y responden a una profunda investigación sobre la construcción. Fernández-Albalat, que había viajado tras finalizar sus estudios por Italia para terminar su formación, era admirador de la obra del arquitecto austriaco. Ambos se conocieron cuando Neutra visitó España en 1955, el arquitecto fue al colegio mayor Nebrija tras pasar por la Escuela de Arquitectura de Madrid.
La influencia de la arquitectura de Richard Neutra en la fábrica de Coca-Cola es una herramienta más de diseño, que permite a través de su nuevo lenguaje comenzar una nueva modernidad en A Coruña, introducir un nuevo matiz que siga el camino de aquella generación anterior que estaba intentando, tras la guerra, progresar en términos culturales desde la arquitectura. En la documentación de este proyecto se dice que los materiales utilizados y la estructura son ‘muy normales’, apelando a una honestidad y sensatez constructivas que no se limitan a un único proyecto sino que permiten una progresión, que tendrá su continuación cuando años después Fernández-Albalat diseñe y construya el concesionario de SEAT, próximo a la Coca-Cola. Una obra en la que la innovación estructural se abre camino dentro del lenguaje de la arquitectura industrial para configurar un edificio magnífico que pasa desapercibido. Pero esta obra es posible gracias a la fábrica de Coca-cola, que marca un punto de inflexión en la arquitectura coruñesa gracias a un arquitecto que supo entender y trasladar aquella modernidad californiana y europea a esta esquina del noroeste.
Recuperando la modernidad
"Ahí están las arquitecturas construidas en estas zonas según épocas y al hilo de lo que se hacía en España y aún en Europa, que evidencian, en casos con gran calidad, ese testimonio de actualidad, de modernidad que decimos. Después de la ruptura de la Guerra Civil y la primera posguerra – y la guerra mundial, no se olvide -, en los años 50 se produce la Fernández-Albalat, en un texto como Decano del Colegio de Arquitectos de Asturias, Galicia, Castilla y León Este y León
Años después se realizarían algunas obras de mejora sobre el edificio, obras que a veces, no traducen literalmente el término… o como decía el arquitecto madrileño Fernando Higueras: ‘no son mejoras, son peoras’. La Coca-Cola cambió su materialidad honesta, con una fachada neutra de prefabricado combinada con la carpintería vista que centraba toda la atención en los movimientos del interior, por un color rojo corporativo, que comenzó a desviar la mirada de aquello que se decía en la memoria: ‘estética industrial, clara, aséptica, contemporánea, alegre y amable[…] y que se vea la embotelladora’.
El propio Fernández-Albalat se refería a esta actuación en su conferencia de Navarra en 2006: "Se habla también mucho de la contaminación acústica y se han hecho unos reglamentos curiosos de acústica que todos debemos cumplir, pero en lugar de hacer que no se produzca el ruido se blinda uno contra el ruido. Es decir, si hay un tigre por la calle, en lugar de meterlo en una jaula el que se mete en la jaula eres tú. Esto es un disparate, pero es así. ¿Y qué pasa con la contaminación visual? En los paisajes de Galicia, que son verdes y suaves, aparece de repente un rojo espantoso, y por muy emblemático que sea no queda bien".
Un icono
La fábrica de Coca-Cola es un icono arquitectónico de A Coruña. No se trata únicamente de la sede de una gran multinacional que se instala en la ciudad en un momento de despegue, sino que llega acompañada de una arquitectura moderna. Una gran apuesta de la marca en la que se buscaba asociar a la compañía con la imagen de la modernidad y la vanguardia, pero no desde la opulencia, sino, al igual que aquel pequeño grupo de burgueses disidentes californianos, desde la diferenciación y el significante cultural.
La marca comercial y el edificio se han convertido en una simbiosis en A Coruña. ‘La Coca-Cola’ es ese primer símbolo de la modernidad arquitectónica que el arquitecto Fernández-Albalat es capaz de traer e iniciar en su ciudad. Quizás este edificio tan singular responda a aquel eslogan de la marca en 1942 "The only thing like Coca-Cola is Coca-Cola itself" ("La única cosa igual que la Coca-Cola, es la propia Coca-Cola"). Quizás el edificio de la SEAT, pero como repetía Michael Ende en "La Historia Interminable", esa es otra historia que debe ser contada en otra ocasión.