Un paseo por el Museo Británico de Londres es una garantía de descubrimientos sorprendentes, e incluso para los asiduos, una lectura de capas históricas que se cruzan entre sí. Una de estas narrativas cruzadas resulta en el Ozymandias, el conocido soneto de Percy Shelley que, quizás sin que él lo pretendiese, terminó por ser un paradigma romántico con mimbres de filosofía política. El poema, inspirado aparentemente en la estatua de Ramses II que se exhibe en esta suerte de atlas multicultural que es el museo británico, es una estructura lírica poco habitual y que trasciende a través de las diferentes interpretaciones ante las que reacciona cada sensibilidad individual.
La conclusión, tras su lectura, se puede aproximar a las ideas de Edmund Burke o quizás a las de Benedetto Croce, cuestión de matices. Ideas resultantes de las equidistancias entre lo sensorial, lo identitario y lo político que se debaten a partir de la contemplación de una maravillosa escultura de la Edad Antigua. En ese instante detenido, la mirada serenamente asombrada sobre una obra cargada de tanto simbolismo genera una cierta atmósfera de romanticismo y melancolía historicista. Una sensación que Woody Allen definió en boca de uno de sus personajes más neuróticos y cínicos hablando de la Roma Imperial como "Ozymandias Melancholia". El Museo británico es el bolso de una Mary Poppins que viaja en el tiempo y que puede darte el triunfo en una partida de Trivial, ya que casi cualquier pregunta destinada a adivinar dónde se encuentra algún bien histórico, suele tener como respuesta el nombre de esta curiosa institución aglutinadora de tesoros robados o no.
Sea como fuere, la deriva arquitectónica hacia el romanticismo residente en la estética historicista suele tener una traducción confusa para el urbanismo contemporáneo. Las reconstrucciones "en estilo" tras las guerras, las autarquías con melancolía imperialista o la reafirmación de determinadas identidades simbólicas, determinan un catálogo lingüístico impuesto a la disciplina arquitectónica en loa a un Ozymandias abstracto que parece residir en lo más profundo de cada cultura. Aunque todas parecen olvidar el final del soneto: el crepúsculo de los imperios.
Urbanismo e historicismo
El urbanismo de muchas ciudades occidentales está trufado de edificios cuyo lenguaje complica la determinación de su edad. Construcciones de gusto neoclásico, medievalista, diversos neos, regionalismos y otros adjetivos con los que se ha etiquetado el revestimiento estético (en muchos casos) con la voluntad de ser el reflejo de una antigua atmósfera de gloria imperialista. Puede que esta sea una de las respuestas a la pregunta de los Monty Python en la Vida de Brian: ¿qué nos han dado los romanos? Las civilizaciones antiguas proporcionaron una gramática del monumentalismo, que el paso del tiempo ha ido adaptando, traduciendo e investigando para dotar de significación contemporánea a la idea abstracta del monumento como icono o representación de un sentimiento de escala magnífica.
La arquitectura representativa de los organismos oficiales siempre ha sido objeto de debate en las instituciones. La cuestión sobre la idea de monumentalidad, frente a la de identidad y la de representación, es un debate profundo salpicado de tantos enfoques como argumentos posibles. Se convocan concursos o se ordenan obras de forma directa, desde Ramses II hasta la actualidad. A Coruña no es una excepción en esta tendencia occidental que llena las calles de las ciudades americanas de neoclasicismo y las británicas de neogótico.
En A Coruña, la arquitectura representativa tiene, por norma general, un carácter ecléctico que mezcla el lenguaje monumental de diversas épocas. Pero no sólo eso, sino que con los diferentes cambios de estructura política: monarquía, república y dictadura franquista, este aspecto tan arraigado al romanticismo humano, se traslada a la arquitectura en forma del diseño o la adaptación de edificios. El edificio del Banco de España, el Palacio de María Pita (ayuntamiento), el Palacio de Justicia de la Plaza de Galicia o la Aduana Real son ejemplos de esta relación directa entre el lenguaje historicista y la representación del poder. No siempre ha sido así, hay también obras de lenguaje moderno que representan instituciones de diferente carácter, especialmente a partir de los años 60, aunque es menos común.
La Aduana Real de A Coruña
Uno de los edificios más significativos de esta ‘Ozymandias Melancholia’ es el edificio de la Aduana Real, actual Subdelegación del Gobierno. Su posición próxima a las Casas de Paredes, en plena fachada frente a la llegada por mar a la ciudad, la constituye en la primera o segunda imagen que el visitante tendría de la ciudad. La primera serían las magníficas galerías de La Marina, pero esa es otra historia. El edificio de la Aduana Real se construye en 1761, en pleno siglo XVIII, época en la que la ciudad experimentaba un fuerte desarrollismo comercial vinculado al puerto. La aduana, por lo tanto es un edificio esencial en términos funcionales, pero también en representatividad.
El edificio principal sigue la lógica y ritmo de las Casas de Paredes, y fue proyectado por el arquitecto municipal de entonces, Fernando Rodríguez y Romay con la colaboración de Pedro Martín Cermeño y García de Paredes. Este último fue el ideólogo de la renovación de toda la fachada marítima de la ciudad, una actitud visionaria y moderna en términos urbanos.
El edificio de la Aduana tiene a primera vista una reminiscencia de cualquier palacio renacentista italiano con sus sillares almohadillados como el Palazzo Pitti de Florencia o incluso escurialenses en la rigidez rítmica de su fachada. En ambos casos, paradigmas de una materialidad que quiere mostrar, con determinación, poder y honor. En esta obra, la fachada principal tiene una estructura rígida que continúa el modelo de las Casas de Paredes. Cada ventana se adorna con dinteles que determinan una jerarquía: frontones curvos y rígidos en primera planta (para crear una distinción estética respecto a las Casas de Paredes), recercados en la segunda y tercera, esta última precedida por una cornisa. La fachada hacia la calle Real, incorpora además pilastras de orden jónico y escala desmesurada con respecto al resto del edificio. La estructura del edificio es sencilla, organizada, mientras que su estética es ecléctica, historicista y representativa.
En este instante, el edificio de la Aduana tendría un somero toque de historia, ya que si bien se construyó en el siglo XVIII, resultaba bastante habitual la recuperación de un neoclasicismo casi ecléctico que incorporaba no sólo lenguaje clásico, sino también renacentista. Pero el edificio aún acaba de construirse.
En 1846 el arquitecto Faustino Domínguez y Domínguez proyecta la fachada lateral. En lugar de plantear un diseño adaptado a su fecha, utiliza el mismo lenguaje que la fachada principal. No se realiza una intervención radical sobre él, el edificio permanece inalterado hasta la actualidad, algo peculiar ya que las formas, el urbanismo y el lenguaje contemporáneos no son los mismos. Se plantea una cuestión de difícil respuesta: ¿por qué algunos edificios se mantienen inalterados y otros no?
De Gobierno Civil a Subdelegación del Gobierno
Con la llegada de la dictadura, se produce un proceso de reestructuración de las instituciones públicas. Aparecen nuevos organismos de carácter administrativo o militar, pero también se busca una imagen que represente los principios del régimen franquista. La arquitectura del movimiento, que propone un catálogo lingüístico fundamentalmente historicista de corte medivalista y escurialense, tardó un tiempo en imponerse. Por está razón se improvisó la reubicación de muchas instituciones en edificios preexistentees, y también se realizaron encargos puntuales a arquitectos afines al régimen.
"A partir de 1939 la Dirección General de Arquitectura puso en marcha un plan para que las sedes de los Gobiernos Civiles tuviesen el decoro y la dignidad que exigía dicha institución. La puesta en marcha y desarrollo de dicho plan fueron convenientemente publicitados en las revistas de arquitectura de la época.
La sede del gobierno civil republicano no es readaptada como gobierno civil franquista, puesto que el régimen quiere transmitir una imagen diferente a todas las escalas: diferenciación con respecto a la política precedente y definición de una imagen internacional. Así, la aduana real entonces Intendencia de rentas, con su atmósfera regia, es transformada en gobierno civil,
"Al consensuar las necesidades de proyecto a resolver en un edificio existente con las pretensiones municipales coruñesas de regularización de la vía lateral que una las fachadas principales del edificio, la de la calle Real y la de la Avenida de la Marina, se fijó para dicha calle una anchura de 5 m y una dirección perpendicular a la alineación de la calle Real. La consecuencia de esto, fue la necesidad de construcción de una nueva fachada." Miguel Abelleira Doldán, La arquitectura en Galicia durante la Autarquía: 1939-1953
El edificio es reformado por el arquitecto zaragozano Ricardo Magdalena Gayán, autor junto con Mariano Nasarre del Ayuntamiento de Zaragoza (1946). Magdalena Gayán permite una nueva vida a este edificio a través de la reorganización del mismo. Con la llegada de la transición, y la posterior eliminación de los gobiernos civiles, el edificio de la Aduana Real es trasformado en Subdelegación del Gobierno.
Quizás nada hacía suponer en 1761 que el edificio que entonces se estaba construyendo como fachada principal de la ciudad, lo seguiría siendo en 2020. De otra forma. Otros lenguajes y otras miradas constituyen la representación y la identidad hoy en día, sin embargo, el entendimiento de los edificios de carácter monumental permanece inalterado. El sentimiento que transmitía Percy Shelly no era simplemente un pulso o una deriva romántica, sino que muchos edificios del patrimonio reciente, con lenguaje historicista, han sido capaces de atravesar el tiempo porque un Ozymandias abstracto los habita. Parece un truco sencillo sin más, pero no es tan fácil para el patrimonio moderno, cuya vertiente a veces se mira sólo desde la perspectiva melancólica y no desde el instante en que fueron los Ozymandias de su tiempo. Y es que no todos los monumentos están en el Museo Británico, algunos están a la vuelta de la esquina.