Pensar en la casa ideal es un ejercicio de imaginación común a cualquier ser humano. Una divagación libre por los deseos más instintivos o caprichosos, que pronto se detienen en detalles que se identifican comúnmente como pequeños placeres de la vida. Santiago de Molina cita en su Múltiples Estrategias de Arquitectura un maravilloso texto de Alison & Peter Smithson escrito en 1957 que precisamente lleva por título ese término popular en el que describen brevemente algunos aspectos de la vivienda:
La descripción de un lugar así es en cada persona un espacio diferente. No se definen formas, tampoco colores, simplemente pequeños detalles que inevitablemente se traducen en sensaciones tan pronto como las palabras se digieren. Muchas de ellas están presentes en la vivienda, otras son deseables. Esos lujos cercanos, hoy son más alcanzables, no siempre, pero sin duda componen un anhelo cada vez más posible. Y es que la ciudad así como las diferentes políticas sobre la vivienda avanzan lo más rápido que pueden y sin embargo, parecen quedarse siempre por detrás. Desafortunadamente no es una situación nueva, aunque algún camino se ha podido recorrer exitosamente.
Quizás esto mismo pensaban los trabajadores de las grandes industrias coruñesas a finales del siglo XIX. Sin tanta retórica, sin tanta poética, tan sólo deseaban un lugar higiénico y agradable en el que poder vivir. No les importaba demasiado que el sol trazase un recorrido en el suelo, ni siquiera les importaban las vistas, pero sí que esa vivienda que habitaban se pudiese llamar hogar y escapar del temible hacinamiento que era origen de enfermedades y otras penalidades. La calidad de vida no se medía en metros cuadrados, sino en sensaciones y peligros muy reales.
Este era un problema "escalado" en una ciudad del tamaño de A Coruña, proporcional al número de fábricas y por lo tanto al de trabajadores. Y la solución aplicada tenía su reflejo en lugares con problemas de escala mayor, como la industrializada Londres. Las grandes metrópolis europeas y también las norteamericanas afrontaban el desbordamiento de la vivienda en sus áreas industriales a través de una regulación que parecía no llegar. Pronto el problema fue un objeto de estudio fundamental, un aspecto que se relacionaba directamente con los nuevos movimientos obreros que reclamaban dignidad para los trabajadores.
Y entonces las teorías arquitectónicas higienistas se materializaron en leyes reguladoras que en muchas ocasiones tuvieron una cierta vertiente teatral, para actuar no sólo sobre el tejido urbano sino también sobre la concienciación de todas las clases sociales ante este problema. En Chicago se cambió el uniforme del personal de limpieza por un impecable traje blanco, y Londres se llenó de carteles publicitarios que rezaban con la conocida doctrina higienista: public health is wealth (la higiene pública es riqueza). El esfuerzo, a todos los niveles culminó en una mejora amplia de la calidad de vida, origen de muchas normas que hoy en día seguimos.
El movimiento higienista comenzaba a transformar las ciudades occidentales desde París hasta Nueva York, y las epidemias de tuberculosis, cólera y otras enfermedades comenzaban a erradicarse en áreas muy grandes. Un movimiento pluridisciplinar de origen ilustrado que afecta a la arquitectura por ser el soporte básico para la vida: la casa y la ciudad. Una de las vertientes de este movimiento actúa sobre las viviendas de los trabajadores de grandes industrias, las conocidas como ‘Company Towns’. En Europa y EEUU los grandes "slums" se intentan transformar paulatinamente en colonias obreras en las que se garantice la dignidad y las condiciones higiénicas de la vivienda, estableciendo una serie de parámetros habitacionales mínimos. Nacen estructuras como el falansterio y el familisterio, figuras arquitectónicas que merecen un detallado estudio, pero en términos más inmediatos, la lucha obrera por una parte y los movimientos higienistas por otra culminan con la creación de estas ciudades o fragmentos de ciudades únicos.
El Campo de Marte
El Campo de Marte o Campo Volante, es un fragmento de ciudad de escala extraña. Sorprende encontrar un grupo de viviendas de baja densidad en medio de un área urbana. Una extraña forma dentro del tejido urbano que, además separa dos áreas de la ciudad con tejidos ligeramente diferentes. Su forma triangular obedece a un espacio vacío en el encuentro de dos barrios, que era tradicionalmente utilizado como campo de prácticas para el Regimiento de Caballería.
Tras la promulgación de la Ley de Casas baratas de 1911, siguiendo la decimonónica Ley de Arrendamientos española, el país equipara su situación con Europa frente al problema de la vivienda en la ciudad contemporánea. Ley que se reforma en 1921, y que no será hasta 1926 en que el Partido Socialista impulsando la Doctrina Cooperativista, permita el desarrollo de estas en las ciudades españolas. Paulatinamente en todas las ciudades en las que se requiere, comienzan a aparecer estas pequeñas colonias, que serán el modelo seguido por los futuros poblados de colonización franquistas. Un modelo, que crea no sólo las piezas arquitectónicas básicas si no el soporte urbano sobre el que estas se integran, lo que supone una ‘obra total’ que nacía del dibujo de un arquitecto. A diferencia de los años posteriores en los que el control de diseño de estos poblados dependía íntegramente del estado quien designaba un arquitecto e imponía el lugar, las condiciones y características, en este momento las iniciativas eran locales. Ese localismo, permitía un diálogo y trabajo colectivo entre la administración, la empresa y los trabajadores, que era creador de un equilibrio que tenía como resultado un fragmento urbano.
La Sociedad Constructora de A Coruña había desarrollado en el Campo de artillería un grupo de viviendas proyectadas por Juan de Ciórraga en 1892. Aparecen las viviendas unifamiliares de dos plantas con un cierto carácter higienista intuitivo que primaba la incorporación de espacio público al proyecto siguiendo lo que entonces se entendía como tipología europea: planta baja, bajocubierta y patio posterior con huerta. Un precedente interesante, un primer intento sin normativa en la que apoyarse.
En 1920 se constituye la asociación de Casas Baratas en a Coruña, una institución benéfica a la que el ayuntamiento cede 24 solares de titularidad municipal sobre las que Pedro Mariño (arquitecto municipal desde 1894 hasta 1931 y autor entre otros del palacio de María Pita) proyectará el trazado urbano. Mariño conocía muy bien este conjunto de parcelas, ya que había comenzado en 1909 el proyecto de un centro escolar en la Calle de la Torre. Este proyecto que sufrió numerosos avatares administrativos, se paralizaría y reanudaría en varias ocasiones hasta que finalmente se vio materializado en 1930 pero por otro arquitecto: Luis Martínez Díez, y en otras condiciones. Hoy en día es el colegio Curros Enríquez.
Conciliación a través de la arquitectura
Paralelamente, se producían iniciativas desde el ayuntamiento, como la de Fontenla Ferreiro, empresario de origen humilde y concejal por el barrio de Atochas-Montealto que propone el estudio del Campo de Marte para la ubicación de viviendas para obreros. Así Ramón Maseda (fusilado en 1936), socialista que preside la Cooperativa de Casas Baratas hace posible el proyecto. El proyecto de las primeras viviendas es encargado al arquitecto Eduardo Rodríguez Losada, quien desarrolla viviendas unifamiliares de dos plantas con patio delantero y que incorporan los principios higienistas. Fontenla Ferreiro costea las viviendas a través de un fondo en el que participaban otros industriales de la zona, promocionando las viviendas no como un ejemplo higienistas sino como un premio a los mejores trabajadores. Sean cuales fueren las motivaciones o los medios por los que se desarrollan estas viviendas, se trata de un conjunto que pone de manifiesto el camino que había comenzado años antes en España y Europa, en un intento por mejorar las condiciones de la golpeada clase obrera.
Las viviendas pareadas del Campo de Marte tienen rasgos de calidad espacial contemporánea como la iluminación natural, la ventilación cruzada, baño, cocina, e incluso un patio frontal que permitía dotar a la vivienda de un pequeño huerto, o al menos disfrutar de un espacio al aire libre de carácter privado. Características que serán comunes a muchos poblados de colonización o poblados industriales construidos con posterioridad. El lenguaje se traslada a un segundo plano, en una declaración que se mantuvo durante mucho tiempo en la vivienda pública, en consonancia con las ideas de Ruskin, asociando a esta un regionalismo material y estético, que casi trasladaba la vivienda de campo vernácula al entorno metropolitano.
El fragmento urbano se compone de viviendas, un equipamiento y un espacio público, tipos edificatorios que serán fundamentales en el diseño de los poblados industriales. El equipamiento aunque de resultado inmediato diferente al proyecto inicial se ubica en la parte superior presidiendo el grupo edificatorio. Las viviendas se disponen en hilera a cada lado de la plaza, mientras que el espacio público central se llena de vegetación, convirtiéndolo en un parque en el que destaca la palmera donada por el emigrante catalán José Riera Font.
El día 1 de mayo de 1930 (tras dos años de construcción intensa), día del trabajo, se entregan las viviendas que aunque hoy parecen ser las mismas, ya no existen. El proyecto original de estas viviendas desapareció, si bien su morfología permanece. Un proyecto de carácter cooperativista y obrero, actitud extensiva a toda A Coruña y a proyectos de mayor impacto positivo que Ramón Maseda definía en 1935 como "hacer frente único y resolver de una vez el problema de la vivienda". Esta intervención, tímida a ojos actuales, y que se repetía en toda España, fue un modelo a seguir. Tanto es así que durante la dictadura franquista este tipo de construcciones siguieron construyéndose aunque vinculadas a las empresas nacionales, lo cual les imprimía un carácter necesariamente más forzado.
Con el siglo XX comenzaba un proceso de transformación de la vivienda. Al margen de los avatares históricos, la teoría estaba sentando las bases de las condiciones mínimas para el hábitat humano. Felipe Hauser y Kobler, encargado de estudiar las condiciones de la vivienda obrera madrileña, definía la tendencia de una forma muy sencilla: "La vivienda del obrero es deplorable tanto desde el punto de vista de su propia salud como bajo el de la salud de los demás habitantes de la ciudad [?] la cuestión de la vivienda insalubre no sólo es problema del higienista sino también del moralista y del economista de su tiempo". Una cuestión de moral y economía que afortunadamente ha ido transformándose. El camino se aleja de la arquitectura de la exclusión intentando acercarse a la vivienda higiénica, poco a poco, para que todo ser humano pueda disfrutar de esos pequeños placeres de la vida, domésticos quizás, sea cual sea su lugar en el mundo.