El Parque de Santa Margarita: La historia del primer gran espacio verde de A Coruña
El parque de Santa Margarita es uno de los espacios verdes de la ciudad, un parque que hasta hace pocos años era el más grande de la ciudad, y cuya morfología tiene mucho que ver con su origen en el que memoria y funcionalismo se funden de manera natural
25 diciembre, 2020 06:00Si se pudiese hacer una definición sintética de la ciudad sin olvidar todos sus matices quizás esta sería la de hábitat, pero sería un término flotante en la indeterminación de lo genérico. La complejidad de la ciudad como hábitat humano es tal que incluso todos los manuales de urbanismo y arquitectura no serían suficientes para dar una explicación global de este fenómeno vivo que experimentamos a cada segundo, con sólo ser y estar.
La reflexión sobre la ciudad es siempre orgánica, y está compuesta por una constelación de posturas, ideas, ideologías, actuaciones, críticas y opiniones que ponen de manifiesto precisamente su condición diversa y viva. Pero a veces, para entender un pequeño fragmento de esta estructura habitada es buena idea observar algunas fotos fijas de esa vida amalgamada y diversa.
‘La arquitectura abarca la consideración de todo el ambiente típico que rodea la vida humana; no podemos sustraernos a ella, mientras formemos parte de la civilización, porque la arquitectura es el conjunto de las modificaciones y alteraciones introducidas en la superficie terrestre con objeto de satisfacer las necesidades humanas, exceptuando sólo al puro desierto. […] cada uno de nosotros debemos asumir la vigilancia y custodia de la ordenación justa del paisaje terrestre, con su propio espíritu y sus propias manos en la parte que le corresponda.’ Extracto de The prospects of Architecture in Civilization. Conferencia en la London institution, 1881 recogida en Arte y sociedad industrial. Antología de escritos, Fernando Torres ed. Valencia 1977.
La implosión del espacio público
El espacio público, como segundo ‘espacio doméstico’ del habitante, es el lugar común, aquel que siempre ha de tener una condición de cesión de las aspiraciones individuales en favor del bien común compartido. Pero la noción de espacio público contemporáneo, es una mirada similar a la que se cierne sobre las comodidades tecnológicas: el eclipse de las molestias y
penurias anteriores por las comodidades y ventajas actuales. Y es que hasta el siglo XIX no existía eso de ‘el espacio público’ con los matices de disfrute, salud y belleza que se le adjudican como esencias gestantes del mismo. Es cierto que a lo largo de la historia han existido espacios de reunión y el ocio de la comunidad, como el ágora de las civilizaciones clásicas, las piazzas
italianas o la plaza mayor, pero se trataba de espacios funcionalistas que terminaban por ser ocupados por los habitantes para actividades diversas. Su función era la representación monumental bien por sí mismas o destacando algún edificio religioso o civil.
Pero no existía el parque público como tal, sino hermosos jardines privados como los Jardines de Bóboli en Florencia o cotos de caza como el de Enrique VIII en Londres más conocido como Hyde Park. Estos espacios terminaron siendo absorbidos por el tejido urbano que crecía en ocasiones descontrolado, y por fuerza social, a partir de un cambio de mentalidad fundamental, fueron incorporados a las ciudades.
El cambio de la mirada sobre el espacio público tuvo lugar como una implosión, y su origen no es unitario si no que tiene que ver con un cambio estructural transversal de la sociedad que se manifestaba en las diversas revoluciones (revolución francesa, guerras de independencia de las colonias americanas, asiáticas y africanas o guerra de secesión en EEUU), en el nacimiento de movimientos políticos de pensamiento socialista y obrero, y en el terremoto cultural y socioeconómico ocasionado por la revolución industrial. Muchos eventos y cambios de mentalidad que tienen lugar de una forma acelerada y superpuesta (suceden en apenas 150 años de historia), y que obviamente tienen su traslación a la arquitectura.
Operando un sencillo cambio de escala, se puede analizar un pequeño recorte urbano de A Coruña, sin olvidar todo el ‘guiso histórico cultural’ al que ese fragmento se encuentra unido. El proceso de embellecimiento urbano que se comienza a definir a mediados del siglo XIX tiene en consideración la definición del espacio público como espacio de disfrute, si bien el brillo deslumbrante de su estética esconde tras de sí mecanismos de control ciudadano, como las pretensiones antirevolucionarias desarrolladas por el plan del barón Haussmann para el París de Napoléon III. Estrategia que se replica en el resto de capitales europeas, y que inaugura la metodología de intervención para los planes de reforma interior contemporáneos. La modernización de estas intervenciones tiene como objeto el embellecimiento urbano o la salubridad del hábitat. La salubridad tiene como consecuencia directa el esponjamiento del tejido urbano a través del ensanchamiento de calles y la incursión de plazas.
En muchas ciudades europeas la apertura de plazas y bulevares tienen lugar a partir del derribo y corte del tejido urbano, con intervenciones que en el momento se consideran traumáticas, pero que con posterioridad facilitan la descongestión y la claustrofobia de la ciudad construida. Pero en otras ciudades la cosa es complejamente sencilla…y es que en su interior han quedado espacios vacíos fruto del abandono o la decadencia de sus antiguos propietarios, que han sido incorporados a la ciudad como espacio público que hoy parece condición incontrovertible.
El Parque de Santa Margarita
En A Coruña, como en otras ciudades hay muchos pequeños espacios que cumplen esta condición, y que con el paso del tiempo se han incorporado de manera natural o a través de algún proyecto urbano concreto a la fisionomía de la ciudad. Un lugar que responde a esta formulación es el actual Parque de Santa Margarita, una zona verde integrada en la red del espacio público coruñés.
Este espacio verde, resulta curioso por su topografía que presenta una fuerte pendiente y que inicialmente parece no ser lo más adecuado para establecer un espacio público. El antiguo parque de Santa Margarita era conocido como el ‘Alto dos muiños’, precisamente por la presencia de los antiguos molinos que se encuentran en la memoria de los juegos infantiles de muchos coruñeses. El parque, no era un parque sino un monte, un espacio verde que lo era por derecho propio porque en realidad era
un fragmento de ciudad al servicio de sus habitantes. La parte inferior de este ‘monte’ estaba delimitada por una cantera, y en algunas zonas existían estructuras artesanales para el secado del pulpo. Pero si hay una construcción que habita en la memoria colectiva antes de que este monte se convirtiese en un espacio público urbano, son los conocidos como ‘camiones de los alemanes’.
Las construcciones temporales a veces se convierten en permanentes configurando una estética sin duda sorprendente, en especial cuando estas se originan a partir de vehículos. En 1947 estos camiones eran sentenciados a desaparecer a través de un escrito que Enrique Mariñas, director de la emisora de Radio Nacional, en el que explicaba que la emisión podría finalizar o cambiar de ubicación debido a las nuevas construcciones que se estaban realizando en su entorno. Este escrito fue el fin de los camiones y el principio del edificio para la emisora con posterioridad. La historia que se ha transmitido popularmente sobre estos vehículos transformados en construcción permanente del ‘Alto dos muiños’, es que eran camiones militares Mercedes trasladados desde Burgos a Coruña entre 1936 y 1939, tras finalizar la Guerra Civil provocada por el Golpe de Estado. Su objetivo, según se comentaba era el de emitir señal para los barcos alemanes en plena Segunda Guerra Mundial, si bien es conocido que retransmitieron programas para los voluntarios que se habían enrolado en la División Azul. Posteriormente fueron utilizados como emisora de Radio Nacional regional y local. Los camiones ubicados en terrenos propiedad de Antonio Fernández Fariña, fueron reforzados con un grupo electrógeno diésel acoplados a un alternador.
La espontaneidad de estas construcciones contrastaba con la permanencia inmutable de los molinos y los hórreos que se encontraban en las estribaciones de la colina. Los molinos eran estructuras vernáculas cuya presencia espontánea en el monte tenía que ver con su uso como espacio público productivo. Al igual que otras estructuras tradicionales presentes en el parque, como los hórreos, estas eran construcciones de piedra realizadas de la forma más funcional y sencilla posible. La colina se
organizaba en ciertas áreas mediante la construcción de una topografía artificial tradicional de bancales que permitía el uso del terreno a través de terrazas. A pesar de ser una zona perimetral a la ciudad que no presentaba un tejido urbano consolidado, estas zonas periféricas que en un futuro serían absorbidas, comenzaban a ser escenario de pequeñas construcciones o adaptaciones estructurales. Por otra parte, dentro del parque existían pequeñas construcciones como la estructura sobre la que
se asienta la actual Casa de las Ciencias.
En 1963 comienza un proceso de limpieza del área, siendo objeto de consideración municipal ya que el tejido urbano comenzaba a definir de manera inevitable su perímetro. Se retiran los camiones (que se encontraban en muy mal estado) y años después se desarrolla un plan para un futuro parque a cargo de Juan González Cebrián quien tiene en cuenta muchos factores, entre ellos la presencia de una antena de radio, la futura Casa de las Ciencias y otros equipamientos. En 1977, el parque es inaugurado con su nuevo nombre ‘parque de Santa Margarita’, tomando en nombre de la ermita que se encontraba cerca de él (al otro lado de la
avenida Finisterre, muy próxima a la actual iglesia de Santa Margarita) y cuya festividad tenía lugar en estos terrenos.
Un proceso de integración urbana
El parque, con aproximadamente 5,17 hectáreas de terreno es uno de los parques más grandes de la ciudad, y a pesar de su pendiente que alcanza 60msn es un espacio público perfectamente integrado en la trama urbana. Parte de esta integración se debe a la incorporación de equipamientos con mejor o peor fortuna y a la manera en que se realizan las conexiones con el resto del espacio público urbano. Desde este punto de vista destaca el último plan director llevado a cabo por el estudio rvr que, entre otras actuaciones, tiene como objetivo abrir el parque a la ciudad mediante el derribo de determinadas barreras arquitectónicas que impedían su completa integración.
Otro aspecto importante del parque que ha sido objeto de consideración en las sucesivas intervenciones y planes es la vegetación del mismo. Son muchas las especies que conviven en el parque, y que en muchas ocasiones han protagonizado polémicas en función a su idoneidad, especialmente por la abundante presencia de eucaliptos que no sólo no son una especie autóctona, sino que afecta a las propiedades del terreno.
Además, la antigua cantera que ha sido desmantelada evitando así el riesgo de una explotación de estas características en pleno centro urbano, su emplazamiento ha servido como parcela idónea para la construcción de un edificio que aloja la ópera y un auditorio exterior. El edificio representa un cierre artificial al parque en su vertiente inferior, como una contención que se reviste con una fachada que busca la monumentalidad a través de un lenguaje postmoderno. Otro de los edificios contemporáneos que se incluyen en el parque es la Casa de las Ciencias (1982-1985), que recupera los arranques de un edificio proyectado por Juan González Cebrián y del que sólo se conservaba un pórtico de piedra. El edificio actual, obra de Felipe Peña alberga un museo y
un planetario que se resuelve con una materialidad similar al palacio de la ópera: piedra y vidrio.
Un futuro presente
El parque de Santa Margarita es uno de los espacios públicos que forman parte de la ciudad, una estructura que siempre es escasa, pero que es fundamental para la salubridad y la calidad del tejido urbano. A pesar de la necesidad de ampliar los espacios públicos de calidad, este parque se incluye en esa red como muchos otros expresando a través de su morfología su memoria y su razón de ser en la ciudad. Y es que cuando la ciudad crece, su tejido en apariencia rígido se extiende incorporando aquello que encuentra en su camino. La incorporación de ese tejido de manera integradora y consciente es un desafío precisamente para
evitar la rigidización deshumanizante de la trama urbana frente a una sociedad que solicita específicamente lo contrario, es decir, ciudades más humanas, sostenibles y habitables. El proceso de acoplado de las zonas verdes representa en cualquier ciudad un trabajo de cirugía, a veces impositiva como en Central Park (Nueva York) otras, natural como el parque de los Foros Romanos (Roma) o simplemente una herencia nacionalizada como Hyde Park (Londres).
Rem Koolhaas define Central Park (1978) como el mayor espacio recreativo de Manhattan, y un récord satírico del progreso como preservación de una naturaleza que exhibe el drama cultural del distanciamiento de la naturaleza. En su interpretación particular, Koolhaas pone el foco en la relación entre el espacio urbano y el natural a través de la cultura local y global, es decir, en pleno proceso de integración de los espacios públicos en la dinámica de la ciudad.
‘El jardín es sólo una versión más avanzada de la Alfombra Arcadia de Central Park, naturaleza reforzada para no tratar con las demandas de la Cultura de la Congestión’ Rem Koolhaas. Delirio en nueva York, 1978
A continuación, añade que Central Park es demasiado grande, que será absorbido, que su verde será distribuido y multiplicado a lo largo de Manhattan. Hace casi 40 años anticipa la atomización de los espacios verdes, como colonización a través de la extensión de los tentáculos de estos espacios públicos de manera orgánica. Un proceso de rehumanización lento cuya estrategia interna supone un desafío para los arquitectos urbanistas y para los propios ciudadanos que reclaman la ciudad como hábitat, como espacio doméstico comunitario. La ciudad del futuro es un término de definición indeterminada dinámico, complejo y mutante, pero dentro de su terminología se incluye el hábitat de hoy ese que las personas construimos a través de cualquier acto sencillo, quizás tan sólo con dar un paseo.