Hay cosas que no sirven para nada. No todo es función, no todo es utilitario. A veces se obtiene una cierta emoción, de la naturaleza que sea, en la inutilidad de ciertas acciones, lugares su objetos. El dramaturgo y escritor franco-rumano Eugène Ionesco (1909-1994) definía así el producto de su profesión: ‘Si es absolutamente necesario que el arte o el teatro sirvan para algo, será para enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y que es indispensable que las haya’. Un argumento que congela por unos instantes la dinámica capitalista con la que gira sin fin la mentalidad contemporánea en ocasiones, para detenerse en la voluntad del arte. Sin duda supone una labor compleja sumergirse en los diferentes argumentos que flotan en los debates de funcionalismo del arte, su monetización o su necesidad como derecho propio resultante de la libertad de expresión, pero también es cierto que la de Ionesco es una perspectiva poética desde la que analizar algunas arquitecturas de la ciudad. Y es que como apuntaba Samuel Beckett en ‘Esperando a Godot’ (1952): ‘Siempre encontramos alguna cosa que nos produce la sensación de existir’.

Hay lugares en la ciudad cuya utilidad no responde a nada en particular, al igual que hay acciones cuya función no es ninguna y sin embargo son completamente esenciales. En realidad, no es estrictamente una carencia funcional, sino un cambio de paradigma, y es que la ciudad contemporánea está habitada por una sociedad para la que el espacio en que realizar actividades de ocio, estar en contacto con la naturaleza o consumir cultura son de manera inmaterial bienes patrimoniales. En este sentido la ciudad de A Coruña se encuentra en una cierta posición de privilegio debido a la presencia latente de la naturaleza, el mar recuerda de forma constante que el hábitat es en sí naturaleza construida, un rasgo aún más perceptible cuando se produce cualquier fenómeno atmosférico. Este recordatorio constante y la contemplación serena de sus fenómenos produce en primer lugar una sensación de prescindibilidad o fragilidad del ser humano ante la inmensidad del mar y la naturaleza en estado casi salvaje, pero tras ese asombro que los románticos llamaban ‘sublime’ la emoción interna crece hacia un disfrute hipnótico del paisaje, como si el mundo estuviese ofreciendo un espectáculo dramático. Una emoción que el cuadro ‘La tempestad’ de Giorgione (1506-1508) sintetiza sin preámbulos, prescindiblemente imprescindible porque hace vibrar el interior de cualquier ser humano en una mezcla de instinto y sensibilidad.

La Tempestad de Giorgione (1506-1508), Galleria de l’Accademiavia wikimedia commons

¿Tiene alguna utilidad un solo de Brian May?, ¿una mirada detenida de Ingrid Bergman?, ¿un largo travelling de cualquier película de Coppola o de Scorsesse?, ¿el tercer acto de Turandot con el exquisito Nessun Dorma?, ¿se podría prescindir de ellos? Quizás hay una función al margen de la esencia instintiva y es la necesidad de expresión cultural. En arquitectura la combinación de ambas emociones a través de la función es esencial, la filosofía de la estética se ha de combinar necesariamente con la morfología,

función y estructura para que la obra resulte completa. La percepción resultante de este equilibrio consciente constituye una necesidad en la arquitectura para que el edificio resulte un espacio correcto, habitable y emocionante.

Edificios entre lo funcional y lo necesario

Algunos edificios de la ciudad narran su biografía a través de un razonamiento similar entre lo funcional y lo necesario. Este es el caso del Cine Savoy y su mutación hasta su presencia actual en la ciudad.

El Cine Savoy es un edificio desaparecido proyectado por Antonio Tenreiro y Peregrín Estellés. Situado en la Calle Real con fachada también a la Calle Olmos el cine formaba parte de una amplia red de salas de proyección en la que se incluían el Cine Riazor, el Cine Goya, el Cine Fraga, el Cine Colón, el Cine Rex, el Cine París, el Cine Monelos y tantos otros, casi uno por barrio convirtiendo al cine en un arte de amplia difusión entre la población. Esta obra presentaba una estética racionalista con una fachada estrecha y de poca altura sobre la que se colgaba una galería que seguía la volumetría de las bow windows anglosajonas introduciendo una modificación sobre este elemento de la arquitectura tradicional coruñesa.

La parcela del cine es adquirida por Carlos Maison y en 1967 encarga a Santiago Rey Pedreira la construcción de unas galerías comerciales en este lugar. Tras la demolición del cine, Rey Pedreira desarrolla un proyecto que supone un gran desafío, ya que resulta enormemente complejo intervenir no sólo sobre una parcela que se encuentra en un área representativa de la ciudad sin más, sino de edificar sobre la memoria de los coruñeses. El edificio proyectado por Rey Pedreira tiene el difícil rol de igualar y mejorar al Cine Savoy, una obra que ya habitaba en la memoria colectiva como una encarnación de ese prescindible necesario que a veces se abandona a la suerte de los tiempos.

Fachada del Cine Savoy

Santiago Rey Pedreira es consciente de esta circunstancia que debe añadir de forma subliminal a las condiciones de proyecto como función inmaterial. El proyecto lo desarrolla con su socio entonces, González Cebrián, estudiando en profundidad unas nuevas condiciones urbanísticas, que permitían la edificación de bajo comercial y cuatro plantas con bajocubierta retranqueado (debido a la estrechez de la calle, ya que no permitiría la suficiente entrada de luz). El encargo del edificio alberga una única función, la comercial, constituyéndose como un todo, es decir un volumen compacto dentro del que se trabajan las circulaciones en equilibrio con la exposición de los bienes de consumo que se encuentren a la venta. El edificio que se construyó fue resultado de dos proyectos, un primer diseño completo que no termina de convencer a Rey Pedreira, quizás por esa responsabilidad adquirida a través de la memoria del Cine Savoy, y una segunda propuesta que remodela algunos aspecto del primero.

El primer proyecto con fecha de 1967, desarrolla una volumetría en la que se dispone una planta baja sobria que ocupa dos plantas hacia la calle Real y una hacia la calle Olmos. Por encima de este nivel se dispone un muro cortina que cuelga de la estructura principal un proyecto muy contenido que incluso podría catalogarse como anodino, si no fuese porque en 1968, Rey Pedreira entrega un modificado que dará lugar a la imagen que lo hizo icónico. El segundo proyecto, que entrega como un requerimiento para la obtención de licencia, es el que propone la fachada formada por dos cáscaras curvas, que miran a uno y otro lado de la calle Real. Dos muros de directriz cilíndrica que se revisten de aluminio, con un eco formal que recuerda a la sala Handelsblad Cineac de Ámsterdam. Un proyecto de Hans Duiker construido en 1934. El proyecto de Duiker adopta también una posición curva en relación a la calle y utiliza el aluminio como revestimiento, constituyéndose en vanguardia no sólo formal sino también material, que reclama su posición urbana.

Cineac de Ámsterdam, Nuria Prieto

De Cine Savoy a galerías comerciales

El edificio diseñado por Rey Pedreira junto con González Cebrián es una propuesta vanguardista, que define una posición única en la calle, y el uso de un material que hasta ese momento solía reservarse para el uso industrial. Además el proyecto produce una mirada dual, ciega desde Rúa Nova, y acristalada desde la calle Real, como elementos casi escultóricos sostenidos sobre un zócalo acristalado que se desvanece.

‘’Finalmente no se puede olvidar que la Calle Real es sin duda la vía Coruñesa de mayor categoría comercial y por eso estimamos que tal categoría debe mantenerse en los edificios que la limitan.’’ extracto de la Memoria de Proyecto, 1968.

El paralelismo con el Cineac no se queda en una anécdota formal y material, sino que además la posición y definición de la tipografía en la fachada emula a la de este. En el proyecto del año 1968 el dibujo de la fachada incorpora la grafía: Galerías Savoy, aunque posteriormente se nombraría Galerías Maisonfor. Al margen del uso el proyecto manifiesta su voluntad de vanguardia, y al mismo tiempo de respeto por la estructura estética de la calle Real. Recientemente el edificio ha sido completamente

transformado
y, a pesar de que se mantiene la volumetría doble curva característica del proyecto de Rey Pedreira, la intervención ha desvirtuado el proyecto original.

La historia del Cine Savoy o de las Galerías Maisonfor, es la de dos arquitecturas que se dan la mano pasándose el testigo de la vanguardia. El Cine Savoy fue en el momento de su ejecución una obra singular, de lenguaje transgresor de la misma manera que unas décadas después lo serían las galerías Maisonfor. Dos edificios en la misma parcela que al igual que le ocurriese al Teatro Linares con el Cine Avenida, se encuentran a una misma altura compositiva a pesar de su diferencia estética.

Galerías Maisonfor, por Luis Muñoz

En ocasiones resulta difícil comprender que un edificio desaparezca en favor a otro cuando ambos son obras de gran calidad arquitectónica. Es complejo determinar la prescindibilidad de una obra, sobre todo cuando albergan funciones que estrictamente no sirven para nada pero que en el fondo son necesarias. El ligero borrado urbano de la traza de este edificio, lo convierte en un ligero fantasma que está y no está, pero que rememora su pasado arquitectónico.

Quizás ninguno de los dos proyectos, ni el de Tenreiro ni el de Rey Pedreira eran absolutamente necesarios, pero formaban parte de una trama urbana que los reclamaba como su identidad. La segunda intervención sobre la primera intenta mantener un nivel de vanguardia conceptual como condición básica de proyecto, una estrategia esencial aunque parezca poco útil en términos técnicos, para mantener la imagen de una de las calles principales de la ciudad.

Galerías Maisonfor en la Calle Real

Silencio, vacío y arquitectura

Las ciudades sufren pequeñas mutaciones, a veces imprevistas, fruto de ausencias o presencias y programas más o menos utilitaristas. Al igual que el silencio, el vacío urbano o los lugares con actividades culturales en ocasiones parecen innecesarios o producen vértigo. Como decía Leon Tolstoi: ‘’Mi silencio les estorba. Yo era como botella al revés cuya agua no puede salir porque la botella está demasiado llena’’. Los innecesarios o vacíos urbanos, son en ocasiones botellas de agua demasiado llenas, su

intensidad interna es tal que en sí misma define un valor arquitectónico compuesto por las emociones que encierra.

Hay y hubo edificios que merecen ser contemplados como la Tempestad de Girogione, ya que producen una emoción singular que ante la mecánica domesticidad urbana costumbrista puede pasar desapercibida. La contemplación consciente de estas pequeñas vanguardias urbanas reviven la ciudad rescatándola de las progresiva deshumanización a la que tienden las ciudades contemporáneas. Es precisamente la humanización que los ciudadanos y las ciudadanas reclaman de su hábitat la función esencial que hace que determinados edificios en realidad sirvan para más cosas de las que aparentan.