En 1888 se publica en Nueva York “Cómo vive la otra mitad” (How the other half lives), uno de los primeros trabajos de fotoperiodismo de la historia desarrollado por Jacob Riis (18409-1914). El libro se convierte en un panfleto de denuncia que describe las precarias condiciones a las que se enfrentaban los inmigrantes y los obreros de Manhattan a mediados del siglo XIX, en definitiva, un diario detallado del oscuro Five Points. El relato de violencia y suciedad de Riis se esconde actualmente bajo Little Italy y Chinatown. Décadas de historias que deprimieron y sorprendieron a partes iguales al propio Charles Dickens (lo cual parece tarea compleja) quien tuvo la ocasión de visitar el lugar y tomar notas. Peleas, corrupción, mafia, violaciones, torturas, varias familias (hasta cinco o más) compartiendo una única habitación, niños durmiendo en la calle, asesinatos, ausencia de saneamiento o recogida de basura y bajo su cimentación un antiguo lago convertido en depósito de aguas negras mal sellado…a grandes rasgos, ese era el retrato del lugar que recibió su despedida con un bombardeo por parte de la propia ciudad al barrio. Una realidad que Herbert Asbury relató de manera novelada en The Gangs of New York, y Scorsese trasladó al cine.
Ver estas escenas en la pantalla o descritas en el papel mediante palabras o fotos provoca diversas sensaciones con una conclusión final: la distancia. Distancia frente a un pasado circunstancial violento y penoso. Si bien Five Points está considerado como el primer “slum” de la historia y el más violento, sucio y misérrimo de todos los tiempos, esta situación antihigiénica, violenta y menesterosa era común a casi todas las ciudades, en mayor o menor medida. En A Coruña se produce el mismo
esquema de crecimiento y organización que en el resto de ciudades occidentales. A lo largo del siglo XIX se suceden varias oleadas de inmigración a la ciudad, situación que tiene su réplica a lo largo del siglo XX de otra forma. Pero a finales del siglo XIX aparece un matiz diferenciador y es la intervención de los gobiernos para, desde la legislación, crear una atmósfera socialmente más higiénica. Se desarrollan campañas de concienciación y control de diferentes enfermedades que generan brotes por contagios sencillos como la tuberculosis o la sífilis. En ese sentido se comienzan a construir dispensarios para tratar algunas enfermedades, edificios en los que se puede ver un antecedente programático de los centros de salud contemporáneos.
Enfermedad y arquitectura higienista
En el año 1882 se publica el “Reglamento de Higiene especial de la provincia de La Coruña. Comprende las secciones de La Coruña, Santiago y Ferrol” uno de los reglamentos derivados de las políticas estatales que años antes habían tratado enfermedades como la tuberculosis de la cual se derivan proyectos como el Sanatorio antituberculoso de Cesuras proyectado por Rafael González Villar en 1927 (no concluido y hoy abandonado). Este reglamento de 1882, cuyo objetivo es combatir fundamentalmente la sífilis, es fruto de un intento en 1847 por regular la prostitución en Madrid. El reglamento incorpora obviamente todas las herramientas o estrategias necesarias para organizar un sistema de control higienista (normas cargadas a veces de principios moralistas que hoy parecen anticuados y desiguales), su vertiente arquitectónica tiene como objetivo la construcción de dispensarios para tratar, controlar y revisar enfermedades venéreas.
En A Coruña los dispensarios se situaban dispersos por la ciudad en zonas que podían recoger grupos poblacionales amplios, muchos de ellos vinculados directamente a áreas industriales para atender rápidamente casos de accidentes. La calle del Socorro y Corralón (prolongación de la primera en la actualidad) atravesaba un tejido industrial en el que se encontraba la fábrica de muebles Cervigón, el lavadero público, el antiguo parque de bomberos y un antiguo hospital-hospicio del que tomaba su nombre. En el extremo de la calle se construyó en torno a 1920 el dispensario San Juan de Dios, destinado a tratar enfermedades
venéreas y a poner en práctica el reglamento de 1882 como “unidad de vigilancia” de la prostitución (se controlaba la actividad mediante el control de las casas de citas responsabilizando a las ‘amas’ de las mismas, exigiéndoles el pago de una cuota o impuesto de actividad y revisiones periódicas en el dispensario). De esta forma las autoridades buscaban controlar los brotes de sífilis, evitando que los contagios se multiplicasen. El dispensario estaba abierto a los ciudadanos en general, con consultas separadas por sexos en días alternos.
El director del centro en la década de 1920 a 1930 fue el doctor J. López Martínez, quien además de administrar el centro desde 1923 (como recoge el doctor Carlos M. Fernández Fernández, en su texto Medicina y moral: la lucha contra las enfermedades venéreas en A Coruña 1920-1930), insistía en la importancia sobre la educación sexual a través de diversas publicaciones entonces visionarias. Pero volviendo la mirada sobre el edificio, se trata de una pieza de cierta calidad arquitectónica y embrionaria de los futuros programas de edificios sanitarios y hospitalarios. Una estructura sencilla y modesta que se encuentra en el inicio de la especialización tipológica de los edificios públicos.
El dispensario San juan de Dios
El dispensario de la calle del Socorro es un edificio de tres plantas que resuelve una esquina. La fachada es sobria pero incorpora parte del lenguaje arquitectónico de la época. Su composición, en la que se puede ver asociada la sobriedad con la discreción, es un lienzo plano en el que tan sólo se resaltan parcialmente los recercados de las ventanas en forma de visera. Este tipo de visera es típico en la construcción vernácula gallega, para evitar la penetración de agua por el plano de fachada (ya que las ventanas se situaban a haces exteriores), pero en esta obra se le aplica una transformación sencilla que tiene que ver con la posición urbana y la fachada muro decimonónica de inspiración francesa. La ventana se retrasa ligeramente, a diferencia de la arquitectura vernácula, pero mantiene la visera. Al mismo tiempo se incorpora una galería tradicional en uno de sus laterales. El tamaño de los huecos responde a una proporción mayor que la de cualquier arquitectura tradicional anterior, un aspecto que tiene que ver no sólo con la estética de la influencia francesa sino con las motivaciones que se esconden bajo estas nuevas dimensiones: la ventilación, la iluminación natural y la calidad espacial, en definitiva, la aplicación arquitectónica de los principios higienistas.
La fachada describe un trazo curvo, en lugar de afilar la esquina. Para resaltar este gesto la señalética con la que se indica el uso del edificio se coloca en pleno centro de la curva. De esta forma el centro de la fachada coincide con el propio nombre del edificio, significado más ese punto que la entrada principal, algo poco común hasta la llegada del movimiento moderno. El acceso se neutraliza en el ritmo repetitivo de huecos de la fachada, aportando mayor discreción al mismo dado el uso del edificio. Una cornisa sencilla remataba la parte superior de la fachada, adornándose sobre la curva de la esquina con unas volutas habituales
en el eclecticismo. La limpieza ornamental de la fachada, que tan sólo se significa mediante cornisas, recercados y apenas un elemento decorativo, sugiere un edificio protorracionalista, especialmente debido al dinamismo que genera la curvatura, y sin embargo es anterior a los edificios de este estilo en la ciudad. El dispensario San juan de Dios es, en la actualidad, un edificio de viviendas que ha sido recientemente consolidado, reformado y ampliado preservando su composición original.
La humildad programática de este este edificio, sugerido a través de su estética es conceptualmente una forma de enfocar los proyectos sanitarios que ha permanecido y en cierta manera es, el planteamiento mayoritario de este tipo arquitectónico (salvo excepciones puntuales). Se trata de edificios de estética sobriamente moderna, limpios y neutros, sólo existentes aparentemente en volumen y funcionalmente optimizados al límite. La arquitectura sanitaria de cercanía, de barrio, tiene su genética asociada al dispensario como edificio embrionario de la arquitectura de los cuidados específicamente y de la arquitectura al servicio de la sociedad desde una perspectiva más amplia. Una tipología arquitectónica que se encuentra en el complejo equilibrio entre la discreción y la omnipresencia o la sobriedad y la necesidad. Este tipo de arquitecturas, de apariencia anónima generan una estructura dispersa, pero fuerte que articula uno de los servicios más importantes de la ciudad. Como explicaba el arquitecto pontevedrés Alejandro de la Sota, la arquitectura al servicio de la sociedad.
Cómo vivía la otra mitad
“La arquitectura puede orientar el progreso si logra sensibilizar al ser humano. Su poder reside en que está presente en todo momento”
Juhani Pallasmaa
En A Coruña no hubo un Jacob Riis, ni un Five Points, afortunadamente, pero sí versiones variadas más ligeras de un contexto histórico lamentablemente real. El crecimiento de las ciudades apresurado entre los siglos XIX y XX, descompensó por completo un hábitat de equilibrio frágilmente resistente por lo que tiene de mutabibilidad y supervivencia vinculadas a la naturaleza humana. La arquitectura sanitaria es una de las muchas tipologías específicas que se agrupan dentro de la disciplina y que gracias a la concienciación higienista que buscaba frenar las epidemias y la muerte, pudo desarrollarse en plenitud para dar un mejor servicio social.