La ciudad esconde lugares tan domésticos como la mesa de la cocina o el sofá de cualquier casa. Será quizás porque esos lugares tienen atmósferas domésticas o porque las historias que ocurren en ellos tienen como protagonistas a conocidos tan cercanos que casi son familia. Esta sensación, pertenece a la biografía personal de cada individuo, quien guarda una lista en su memoria, y no tiene por qué coincidir como si se tratase de un consenso popular. Pero de alguna forma, entendiendo la ciudad como un organismo vivo, se repiten siempre lugares que crean una domesticidad abstracta. Dentro de ese grupo se encuentran algunos bares, algunos pequeños comercios y algunas plazas.
Lugares, detalles y un poema de Dylan Thomas
La selección de estos lugares es un sentimiento de carácter democrático, creando una ciudad fluida y de diferentes lecturas. En términos prácticos se traduce en “dónde se come bien” o “dónde puedo comprar algo típico de aquí”. Todas las ciudades incorporan esos lugares especiales que no tienen nada de especial y sin embargo conforman la identidad cultural. A veces la importancia de estos espacios es tan intensa que en la memoria de cualquier ciudadano se podría dibujar con detalle: los cuadros, las botellas, las sillas, las estanterías, los nombres de las trabajadoras y trabajadores…pero y ¿la arquitectura? El soporte arquitectónico en el que se emplaza a veces pasa desapercibido.
Dylan Thomas escribía en la White Horse Tavern del Village, y esa es la razón por la que quizás alguien se detenga ante este bar y decida entrar, recordando una vez leyó que Thomas estaba tan borracho que incluso llegó a vomitar sobre sus poemas una vez. O quizás pase delante del bar del Ritz de París donde Gertrude Stein dijo a Ernest Hemmingway eso de “you’re all a lost generation” (sois todos una generación perdida). La acción y la atmósfera eclipsan a una arquitectura que sin embargo, envuelve la narrativa y se encuentra en la génesis que soporta toda la historia.
En A Coruña hay muchos locales icónicos, muchas tiendas y bares que desaparecieron y otros que aún ocupan el mismo lugar desde hace décadas. Uno de ellos es La Bombilla, un local situado en la calle Torreiro y la calle Galera, que acumula anecdotario e historia, desde sus servilleteros bote de Cola-Cao hasta sus emblemáticas tapas. El edificio en el que se sitúa La Bombilla es una pieza emblemática de la ciudad que inaugura una tipología arquitectónica local que se bautizó como “edificio proa”.
La casa Soto y el racionalismo
La Casa Soto es un edificio diseñado por Antonio Tenreiro con Peregrín Estellés y Estellés entre 1934 y 1935. Durante la década de los 30 se introduce en España el estilo racionalista, una forma de componer la estética arquitectónica desde la depuración lingüística del modernismo y el art-dèco. El racionalismo arquitectónico se ve influido por el progreso tecnológico de entreguerras, pero también por la visceralidad de posguerra (posguerra de la Primera Guerra Mundial) que ve en la plastificación y monumentalidad art-dèco un exceso formal. El racionalismo había comenzado a plantearse ya a principios del siglo XX, como una línea depurada resultado de la Segunda revolución industrial, de ahí su aspecto dinámico a través de curvas, pero también su construcción estandarizada que modernizaba notablemente las técnicas constructivas hasta entonces más artesanales. Las características del racionalismo son diversas y guardan una estrecha relación con las corrientes pictóricas como el cubismo o el futurismo: predomina el uso de formas geométricas sencillas, los volúmenes tienen aspecto dinámico, se incorporan materiales innovadores como el acero, el hormigón o el vidrio.
La Europa de principios de siglo XX, se ve jalonada de edificios racionalistas entre los que destacan obras tan imponentes como las de Erich Mendelhson (1887-1953) especialmente los almacenes Rudolf Petersdorf. Mendelhson que se inició en el expresionismo con el Einsterium, introduce primero en Europa y tras su exilio, en Inglaterra, EEUU e Israel, algunas de las ideas de este movimiento arquitectónico. En España entre 1925 y 1930 aparecen los primeros edificios racionalistas a cargo de Casto Fernández-Shaw como la Gasolinera de Porto Pi en Madrid (1927), la Casa del Marqués de Villora de Rafael Bergamín (Madrid, 1928) o el Rincón de Goya de Fernando García Mercadal (1926).
Un edificio-proa
La adaptación de la arquitectura racionalista en A Coruña se produce de la mano de Antonio Tenreiro, Peregrín Estellés y otros profesionales que definen la traducción de este lenguaje compositivo a la ciudad.
La Casa Soto es un edificio de planta baja y cuatro alturas. La parcela sobre la que se encuentra se sitúa en esquina y presenta una planta romboidal lo cual condiciona una distribución de dos viviendas por planta. La modernidad de la distribución en planta es notable, ya que los baños y cocinas se sitúan en torno a la caja de escaleras facilitando así el trazado de instalaciones verticales. Además su posición cercana al patio permite que todas las estancias húmedas ventilen al exterior. En torno a este núcleo se disponen las dos viviendas a través de pasillos que parten de dicho punto dibujando una herradura.
Constructivamente el edificio es honesto, ausente de decoración, mostrando una fachada revocada con mortero. Las carpinterías, las defensas y los remates exteriores se reducen al trazado mínimo. De esta forma la composición volumétrica del edificio resalta al librarse de la escenografía decorativa, y sin embargo centra su intensidad en la esquina hacia la que convergen todas las trazas de la perspectiva. Analizando con detalle la esquina del edificio, la conclusión es que no existe, es decir, se rompe en favor de la creación de un hueco que lejos de desmaterializarla, la potencia. De esta esquina, casi en el vértice del hueco que se encaja en ella, emergen los balcones a través de una curva que aporta dinamismo para completarse con el relleno sólido del resto de la fachada. Leyéndola en dirección opuesta, lo que se produce es una percepción similar a la de un objeto que va descomponiéndose por efecto del viento para adquirir una forma aerodinámica en la que las presiones del aire le resulten cómodas. Esa “cuña aerodinámica” que caracteriza al edificio es en realidad la abstracción de una proa. Una proa en medio de A Coruña, una ciudad con mar…¿previsible? Quizás no tanto, porque la ciudad está llena de proas, edificios racionalistas que siguen
este patrón compositivo, como por ejemplo la Casa González (C/La Estrella 34-36).
Pareidolia, apofenia y artebuses
La pareidolia es ese fenómeno psicológico por el que parece que hay caras en objetos inanimados. Dentro del campo de la apofenia aparecen asociaciones extrañas de edificios con aparentes formas reconocibles, pero a veces no se trata de una ilusión sino de una realidad. En este sentido la arquitectura racionalista transmite siempre un dinamismo maquinista que parece mover la fachada del edificio, algo que no es nuevo en arquitectura: el barroco se movía a ritmo de fuga o tocata, el art dèco con los acordes del jazz y el racionalismo con el sonido de un coche de carreras, una locomotora o un barco. La sensación que transmite un edificio puede expresarse en términos musicales, por asociación formal o por tantas otras lecturas que puedan traducirse en ideas.
Sería interesante plantear un doble juego urbano, por una parte pensar qué música o sonido puede transmitir cualquier edificio juzgándolo tan sólo por su composición o volumen. Y por otra buscar barcos varados, edificios-proa que se encuentran dispersos por la ciudad. Y aunque parezcan juegos absurdos esconden tras de sí la comparativa lingüística entre la formalización de la arquitectura y el resto de artes como la música o la pintura, ya que poco a poco, los rasgos comunes irán discriminando unos u otros edificios en favor de aquellos que se acercan a esa esencia racionalista…esos barcos.
“-Preparad el abordaje. ¡Casquen los artebuses!
– A ver, tranquilos todos, además casquen los artebuses no significa nada.
– Ya me parecía a mí….”
Astérix y Obélix: Misión Cleopatra. Escena del abordaje pirata, (Alain Chabat, 2002)
A veces, al entrar en un edificio merece la pena echar la vista hacia arriba y contemplar algún detalle porque quizás además de estar en uno de esos bares que dan identidad a la ciudad, es posible que se leven anclas, se casquen los artebuses* (aunque esto no signifique nada) y el edificio salga navegando como en aquella escena de la película El Sentido de la Vida (Terry Jones, 1983) de los Monty Python.