Unos días antes de su fallecimiento el destacado historiador del arte EH Gombrich (1909-2001) escribía un breve ensayo sobre la interpretación de las obras de arte, centrándose en el cómo y el por qué. Tras décadas de extensa reflexión sobre la psicología de la percepción, sus planteamientos armonizaban con las teorías filosóficas de su contemporáneo el filósofo Karl Popper (1902-1994), pero desde un punto de vista más práctico. Si bien Popper enunció la teoría del falsacionismo o racionalismo crítico (esta enuncia que para contrastar una teoría hay que refutarla con un contraejemplo), Gombrich lo aplicaba a la percepción de la obra de arte, fundamentando que para asimilar completamente una obra es necesario conocer un punto de partida o un estándar de comparación, algo que popularmente podría traducirse en contexto de forma abstracta. En la pintura, la escultura, el cine o la danza la base puede cimentarse en el conocimiento cultural o el pensamiento intelectual del observador. En arquitectura, aparecen nuevas capas de complejidad que se basan en el impacto de la relación entre el visitante y el edificio. Dentro de ellas las más polémicas son la relación con la ciudad, la sensación espacial y la funcionalidad. Al vasto y complejo arrastre histórico y cultural de la pieza de arquitectura se une una subjetividad basada en la experiencia individual que se proyecta sobre la idea del edificio, asumiendo esta como el contraejemplo que puede transformar la percepción del edificio.
Gombrich ejemplificaba esta circunstancia con un juego muy sencillo: calcar sobre una ventana con un rotulador el árbol que se encuentra tras ella, a varios metros. El árbol parecerá pequeño y sencillo de trazar, realista, pero es una proyección de la realidad, que la misma persona que lo ha dibujado conoce, y sabe que es diferente. Ese árbol puede evocar sentimiento y recuerdos, esa es la diferencia entre la proyección y la percepción.
Gombrich crea una nueva lectura de la historia del arte, y una herramienta más para interpretar la arquitectura, especialmente en su vertiente artística. Y como todas las herramientas puede ponerse a prueba para detectar sus límites o su comportamiento en circunstancias no preceptivas, por ejemplo, en algunas partes de la ciudad en las que algo parece no encajar.
Escribir en el mar
Una galera es una embarcación impulsada por remos y vela. Presente en la historia en etapas previas al imperio romano, son estos quienes realizan la primera versión sofisticada de esta embarcación desde los Navis longo a los dromones bizantinos. La extinción de la galera llega con la aparición de la navegación moderna a motor (en España finalizó con la disolución del Cuerpo General de Galeras que el Marqués de la Ensenada firmó el 28 de Noviembre de 1748, aunque con la llegada de Carlos III se construyeron algunas más años después para combatir a los piratas berberiscos). Paralelamente al uso de estas embarcaciones llegó aquella práctica conocida como “escribir en el mar”, no sin cierta sorna, ya que en realidad se refería a la condena de delincuentes a remar en las galeras. Un trabajo duro y penoso, cargado de riesgo en caso de guerra, ya que inutilizar el timón y el “motor” de la nave eran objetivos básicos en cualquier batalla.
A Coruña, ciudad marítima en cuya historia y morfología están grabadas las construcciones navales (un buen ejemplo son las galerías) hay una calle llamada la Galera. Todo parecería apuntar que en este lugar pudo quedarse alguna vez atrapado un barco, obra de un capitán muy creativo en su manejo de la nave o un temporal lleno de criaturas marinas con ganas de venganza. Y sin embargo, como muchos de los porqués la explicación carece de suspense, y responde únicamente a una confusión lingüística propiciada por un coloquialismo.
La condena a galeras (en la que la supervivencia media del reo era de dos años) se establecía tanto para hombre como para mujeres. Una pena que nace en 1504 con una precisión explicada por Cadalso: por la débil complexión de la mujer y la inmoralidad que había de producirse al mezclar los delincuentes con las galeotes en las embarcaciones, las exentaban del servicio de galeras y extinguían sus condenas en edificios cerrados”. Esta definición de la condena, diferente para hombres y mujeres, define, desde el punto de vista arquitectónico una nueva tipología: la cárcel de mujeres donde se encerraba a aquellas condenadas a galeras, por lo que el edificio recibió el nombre popular de Galera. Las Galeras estaban lejos de ser una opción más suave, el trato dentro de ellas era duro y vejatorio: “Cadenas, esposas y grillos, y mordazas, cepos y disciplina de todas las hechuras, de cordeles y hierro, que de sólo ver estos instrumentos se atemoricen y espanten, porque como ésta ha de ser como una cárcel muy penosa, conviene que haya grande rigor” (Estacio, 2014). En 1794 se crea la primera clase de estas características en Madrid, a la que siguen muchas más en el resto del país.
La Galera
La tipología nace como una evolución de las casas de corrección, formalizándose a través de la Ordenanza de los Presidios Navales (1804, considerada la primera ley penitenciaria española) centros que atraviesan diversos avatares históricos, dignificándose en 1808 con la llegada del ejército napoleónico. A partir de entonces las diferentes casas filantrópicas tratan también de mejorar las condiciones de las galeras.
La tipología de la galera o cárcel de mujeres, se extinguió al poco tiempo, y en 1868, tras la revolución del General Prim, tan sólo quedaban las casas de Zaragoza y Coruña, como indica Laura Casa Díaz en ‘’Las Malas Mujeres. Concepción Arenal y el presidio femenino en el siglo XIX’’. Estas no eran únicamente prisiones, sino centros de internamiento para mujeres de ‘’conducta desviada’’ por lo que en ellas se mezclaban personas que habían cometido crímenes o atrocidades, con otras cuya conducta se consideraba amoral como madres menores de edad (sin marido), lesbianas o mujeres independientes. Muchas de estas casas, eran antiguos conventos regidos por la iglesia reconvertidos en centros de reclusión, un aspecto sobre el que Concepción Arenal trabajará en base ideas de carácter humanista, higienista, correccionalista y caritativa.
La Galera de Coruña era uno de los últimos ejemplos de cárcel para mujeres que restaban en España. Situada sobre un gran edificio de muros gruesos y huecos pequeños, mantenía aún la estructura de las antiguas prisiones. Cuando se clausuró este sistema, la cárcel de Alcalá de Henares fue la única que se mantuvo y, sin embargo esta, gracias a los esfuerzos de Concepción Arenal y otras mujeres fue transformada hacia una nueva tipología más digna denominada Auburn, en la que se primaba la celda individual, y el trabajo común durante el día.
La calle Galera de A Coruña, toma el nombre de esta antigua construcción. Previamente la calle era conocida como Medeiro. La calle, paralela a la calle Real, constituía en el siglo XVIII un lugar peligroso lleno de cobertizos en los que tenían lugar actividades peligrosas y conflictivas, por lo que las autoridades aconsejaban no frecuentar el lugar, especialmente durante la noche. ‘’lupanar público en el centro del pueblo…de noche y aún de día se detienen en ellos soldados, marineros y criadas de servicio con daño funesto de las buenas costumbres’’ (Libro de acuerdos de la Junta de Policía 1791-1794, recogidos por Alfonso García López en Calles con Historia, 2010). Unos años más tarde, la Junta Policial junto con las autoridades locales ordenó el derribo de los cobertizos y la instalación de luz pública de forma que el lugar resultase más seguro. Tras la eliminación de estas construcciones poco higiénicas la zona se saneó y por iniciativa de la asociación la Magdalena, se trasladó a este lugar la Galera de mujeres. Esta construcción contó con la intervención de Concepción Arenal como ideóloga de ideas reformistas y Juana de Vega quien presidió en Patronato de señoras que buscó mejorar las condiciones de esta institución. Muchas mujeres allí internadas por "delitos" que hoy en día no serían tales encontraron cierta ayuda para salir adelante junto con sus hijos tras el internamiento gracias al esfuerzo de estas mujeres. A pesar de ello, la clausura de las galeras tuvo que ver con la ausencia de resultados tras la salida de las reclusas. Estas eran señaladas y apartadas de la sociedad sistemáticamente, por lo que la transformación de la tipología hacia un centro de carácter reformista e higienista resultó ser un aspecto fundamental.
Tipologías y urbanismo
El impacto de una construcción como la galera en el centro de la ciudad, que entonces constituía una miscelánea urbana y una periferia vinculada al puerto, provocó una vinculación directa de esta al desarrollo del tejido. Luego, desapareció dejando una huella imborrable tanto en la escala de la calle como en su nombre. Resulta muy habitual que este tipo de huellas atraviesen el tiempo en el caso de edificios notables como castillos, palacios o centros religiosos, pero no con edificios menores que, además, vieron desaparecer su tipología íntimamente asociada a actividades consideradas censurables por la sociedad. La ciudad intenta borrar su pasado negativo en lugar de transformarlo. En el caso de la calle Galera, la ciudad ha transformado el uso de la calle manteniendo su morfología, borrando el pasado peligroso que tan sólo puede intuirse en la escala de la calle, de aspecto sombrío en una ciudad que no necesita protección del sol. Pero el nombre se ha mantenido hasta nuestros días, como recuerdo de una tipología arquitectónica desaparecida.
El lugar, a través de la percepción contemporánea el recuerdo de un pasado denso y angustioso en algunos aspectos, pero positivo en otros dado el carácter reformista que llevó a la extinción de la galera.
‘’Fingir un ambiente, sacarlo de la realidad, para levarlo lejos, al plano de la memoria, es un gran problema (…) se presenta como una profunda estupidez y sólo sirve la resistencia del material, su triste y perfumado recuerdo’’. Smiljan Radic. (Cada tanto aparece un perro que habla y otros relatos, 2018).
La calle Galera no finge ningún ambiente, sino que la resistencia del material a través de la escala y su atmósfera, traslada una extraña percepción de antiguo recuerdo, para llenarse de vida contemporánea, de un nuevo uso urbano sin olvidar el porqué ni el cómo de la construcción cultural de la ciudad. Proyección y percepción se superponen en cada paso, sonido y olor que desprende esta pequeña calle del centro de A Coruña.