La realidad es, en ocasiones ácida. Un sabor que ataca al tejido de la ciudad en términos urbanísticos y sociales. Fran Lebowitz, la escritora americana, ha recogido en sus artículos esta visión de una gran ciudad en transformación constante como Nueva York. En las ciudades de tamaño más pequeño el ritmo de esas transformaciones es más lento, pero igualmente palpables.
“Por ser animales de costumbres, solemos asociar la herencia con la muerte. Pero en términos estrictos no es necesario. […] Un par de pantalones de dacrón usados no son, desde luego, esmeraldas en bruto, pero. Una vez más, tampoco quinientos dólares […] constituyen una fortuna”. Fran Lebowitz, Un día cualquiera en Nueva York.
En A Coruña, las transformaciones urbanas han provocado mutaciones permanentes en algunas áreas de la ciudad. Algunas con influencias directas de la percepción territorial, es decir, de la relación del ser humano con el soporte natural de la ciudad. La bahía de Orzán-Riazor fue hasta décadas recientes un espacio poco valorado e incluso residual. Si bien en las proximidades de Riazor existían casas de baños, en las proximidades de Orzán se ubicaban muchas instalaciones industriales o productivas. De hecho, muchas de ellas utilizaban la playa como vertedero de los residuos que generaban. Este era el caso del Matadero, de fábricas de jabón, de lejía o de gas. Las infraestructuras industriales, modifican la escala de colonización del territorio, y por lo tanto crean un tipo de urbanismo incipiente, de trazo grueso. Es en los intersticios de esos trazos donde aparecen pequeñas piezas de arquitectura modesta, pensada como solución a algunos de los problemas más invisibilizados de la ciudad.
Entre las industrias se ubicaba un parcelario sin organizar, sometido a la convivencia con la industria, que limitada su atractivo como espacio de crecimiento urbano. No fue hasta décadas más tarde, con la paulatina desaparición de la industria, que la ciudad comenzó a crecer hacia este otro lado. Pero allí ya había algunas arquitecturas.
Las construcciones arquitectónicas como el sanatorio de San Juan, la Casa del Sol o el Matadero, sobrevivieron a esa transformación durante muchos años, hasta que modificaron su función o resultaron inservibles. Una de esas construcciones que desapareció fue el Asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados en la calle Adelaida Muro.
Doña Adelaida Muro
Adelaida Muro y Barbeito, nacida en A Coruña, era viuda de Juan de Arévalo. Tras su fallecimiento en Enero de 1892, su fortuna, fue donada según las condiciones redactas en su testamento. Adelaida Muro había formulado ante el notario Zacarías Alonso Caballero, que con su herencia se constituyese una fundación benéfica preferentemente dedicada al cuidado de ancianos necesitados. Se construiría un edificio en el que pudiesen residir hombres y mujeres y estaría regentado por una comunidad religiosa de monjas, ya que Muro era muy devota. El edificio incluiría también una capilla en la que se depositarían sus restos junto con los de su marido. Además del dinero, dejó dispuesto a cargo de sus albaceas Pedro Sánchez Blanco y Joaquín López de Letona, que se vendiesen sus alhajas para financiar todo el proyecto.
Los albaceas tomaron la decisión de financiar un proyecto que ya había sido iniciado a iniciativa del ayuntamiento porque respondía precisamente a la finalidad benéfica que Doña Adelaida había dispuesto. Además, debido a los procedimientos administrativos pasarían aún unos años hasta que se pudo desbloquear el dinero. En 1888 se había comenzado a construir cerca de la rampa de Matadero, en varias parcelas cedidas por Antonio Armesto, Felipa Rebellón y Manuela Copeiro, un edificio destinado a asilo y que sería regentado por las Hermanitas de la Caridad (quienes comenzaron a habitar el inmueble en 1897). Los dos millones de pesetas de la herencia impulsaron la inversión, que aceleró ligeramente el proceso constructivo de la obra. Unos años después también contarían con parte de la herencia de su cuñada Elvira de Arévalo, fallecida en 1895.
El proyecto del edificio había sido redactado por Juan de Ciórraga y Fernández de la Bastida (Vitoria, 1836-A Coruña, 1931), entonces arquitecto municipal y también director de la obra. Ciórraga rechazó sus honorarios, tanto de proyecto como de dirección dado el objetivo del edificio. Esta obra es pionera en Galicia, ya que se trata del primer asilo de estas características que hubo en la comunidad. Pero el carácter vanguardista de este proyecto tan modesto no termina ahí, si no que incluía la galería más larga de la ciudad.
Arquitectura de los cuidados
El edificio pertenece a una tipología arquitectónica muy presente en el debate contemporáneo: la, actualmente definida como arquitectura de los cuidados, es decir arquitectura sanitaria y asistencial. La complejidad de este uso radica en que combina dos funciones que hasta entonces no se habían sumado, al menos en la comunidad gallega. Se trataba de un centro residencial para personas sin recursos, pero de avanzada edad lo que requería en cierta medida equipamiento sanitario muy básico para tratar achaques y enfermedades propias de esta etapa de la vida. Como era común a finales del siglo diecinueve y principios del veinte, el establecimiento era asistido por una comunidad religiosa de monjas, las Hermanitas de la Caridad, quienes también habitaban en el mismo y contaban con una pequeña capilla.
La tipología del edificio, sin referente directo, mezclaba la fórmula de los edificios sanitarios y residenciales más comunes del momento. La arquitectura sanitaria del siglo XIX se caracterizaba por la ventilación y la iluminación siguiendo las corrientes higienistas europeas. Por ello a pesar de la morfología arquitectónica del edificio público coruñés del momento, caracterizado por la gravedad de la piedra y los huecos pequeños que esta permitía, se transforma utilizando la galería vernácula como estrategia de salubridad.
Las experiencias anglosajonas de Norteamérica e Inglaterra como el Asilo de Hanwell (Londres, 1850) o el Lunatic Asylum de Columbia (Carolina del Sur, mediados siglo XIX), definen los inicios de una nueva tipología arquitectónica. Estas primeras experiencias tienen elementos en común como una estructura en forma U o H, de manera que todos los espacios pueden beneficiarse de la luz natural, pero también, daba la sección de proporción alargada, de la ventilación natural cruzada. Otro de los aspectos fundamentales es la posición del edificio, como pieza exenta en medio de una gran parcela que no sólo tiene la función de ser un espacio común productivo y de ocio para los residentes, sino también de crear un ambiente sano y limpio.
El asilo concebido por Juan de Ciórraga utiliza este tipo de estrategias, pero las aplica de una forma más inteligente. La parcela sobre la que se asienta el proyecto, presenta una ligera pendiente hacia el mar. Ciórraga proyecta el edificio combinando el soporte topográfico con la orientación a favor de las condiciones más higiénicas y la aún desdibujada trama urbana de Montealto. El lenguaje arquitectónico utilizado es también una interesante mezcla del clasicismo tradicionalista de reminiscencia marcial propio de los edificios monumentales o públicos, con la vanguardia modernista del momento que Ciórraga manejaba con maestría.
"¿Cómo puedo descubrir el vínculo universal que asegura el orden de las cosas, si no puedo mover un dedo sin crear una nueva infinidad de nuevos entes porque con este movimiento se modifican las relaciones de posición entre mi dedo y el resto de objetos? Las relaciones son los modos por los que mi mente percibe los vínculos entre los entes singulares, pero ¿Qué garantiza la universalidad y la estabilidad de esos modos?". Umberto Eco, El nombre de la rosa.
La complejidad del proyecto, produce una estructura final muy sencilla. Los espacios interiores son amplios e higiénicos. A través de la materialidad de la madera el interior se revela como un lugar confortable a pesar de la austeridad. Décadas después, el edificio se amplió y reformó en varias ocasiones para permitir una adaptación a las necesidades del momento y a la progresiva modernización de los medios con los que comenzaron a contar este tipo de centros, especialmente a partir de la década de los ochenta.
El edificio fue demolido en 2001. Por entonces el edificio ya se había integrado en la trama del barrio, en parte porque este se había desarrollado en torno al asilo de manera casi orgánica. Su demolición fue polémica y en la actualidad la parcela está ocupada por un edificio de viviendas. El legado de Doña Adelaida Muro se recuerda hoy por su generosa acción que fue reconocida por el ayuntamiento el 13 de Julio de 1904 dando su nombre a la calle en la que se encontraba el asilo.
La historia de este singular edificio, forma parte de una de esas transformaciones urbanas que oscilan entre la acidez y la naturalidad. La supervivencia a lo largo del tiempo de un edificio singular como el asilo, en un área que entonces se encontraba en pleno desarrollo urbano, permite analizar la morfología de esa parte de la ciudad. Ya que, fue la trama urbana la que, décadas después terminó por imponerse a la pieza inicial.