Nueva York ya no se percibe como una ciudad, sino como una gran metrópolis a imagen de la que envisionaba Frank Miller y daba color Lynn Barley.
"En Nueva York celebramos la misa negra del materialismo. Somos concretos. Tenemos cuerpo. Tenemos sexo. […] Divinizamos la materia, la energía, el movimiento y el cambio" Benjamin de Casseres. Mirrors of New York.
Las palabras de Casseres, siempre ácidas al describir la ciudad formulan una perspectiva dura y fría que sin embargo permite analizar un perfil desprovisto de identidad, creando una estrategia trasladable. Pero Manhattan, una fracción de esa gran metrópolis, fue durante muchas décadas un gran laboratorio de pruebas que de forma voluntaria o involuntaria estaba anticipando una nueva teoría urbana. De todos los ensayos hay dos que desarrollan el concepto de la función de tal forma que este se convierte en una investigación vanguardista. El edificio del Downtown Athletic Club y el Hotel Waldorf Astoria, son auténticos condensadores urbanos.
La función en arquitectura es el aspecto que se encuentra en la base de su propio origen: un edificio se construye para dar respuesta a una necesidad. Pero también es el más íntimamente conectado con el pulso de la sociedad, ya que traduce las necesidades inmediatas en edificios. Tradicionalmente la arquitectura respondía un uso concreto: edificio de viviendas, edificio religioso, equipamiento deportivo, edificio educativo, comercial o cualquier otra necesidad, pero no era común la mezcla de usos discordantes. Si bien un edificio religioso podía albergar un centro educativo, se trataba de funciones que se hacían concordar entre sí, pero no existía una superposición pura e indiscriminada dentro de un volumen compacto.
El edificio Downtown Athletic (1931) se constituye en un condensador urbano que marcó un punto de inflexión, definiendo también la metáfora de la congestión que anticipaba una ciudad densa e intensa: treinta y ocho plantas que combinaban funciones deportivas diversas (frontón, sala de billar, gimnasio), viviendas, oficinas e incluso una piscina de manera estanca y superpuesta. Una sección diversa, mezclada y sin complejos. El Waldorf-Astoria (1930) lleva dicha complejidad a un nivel mayor, añadiendo la flexibilidad a los compartimentos estancos superpuestos. Un hotel que es al mismo tiempo edificio de viviendas, oficinas, centro comercial, restaurante y un lugar en el que realizar cualquier tipo de reunión, evento o actividad, además todos estos compartimentos se conectan entre sí creando interferencias, ampliaciones y relaciones únicas y sólo posibles en esas condiciones concretas.
Lo peculiar de esta clase de edificios es que todo ello sucede dentro de una envolvente relativamente neutra y un volumen limpio. La estructura convencional y la tipología tradicional articula una pieza ordinaria (aunque notable en altura) que se llena de una función completamente vanguardista y radical. La función fuerza los límites del continente en el que se vierte, anticipando un futuro que entonces parecía confuso y acelerado, aunque sea una percepción común a cualquier época.
Condensadores urbanos
El perfil de los condensadores urbanos es la versión ‘bajo los focos’ de los grandes edificios corporativos de la Escuela de Chicago. Estos nuevos rascacielos se amoldan a la normativa neoyorquina pero su posición urbana les dota de influencia e identidad, convirtiéndolos en iconos. Los edificios de la escuela de Chicago, sin embargo, definen una neutralidad con vocación de crear tejido. La arquitectura corporativa crea un tipo de condensador particular en el que la presencia de la identidad empresarial determina funcionalmente el diseño del edificio.
En A Coruña, el edificio del Banco Pastor esta considerado como el primero en aplicar las ideas de la Escuela de Chicago, pero de una manera más sutil hay otro proyecto situado en la calle San Nicolás que anticipa algunos aspectos. El edificio de Oficinas situado en la calle San Nicolás, 2 (1926-1929), es un volumen sólido y rotundo que remata una manzana en tres caras. Esta pieza, obra de Eduardo Rodríguez-Losada Rebellón, puede considerarse el primer edificio íntegramente diseñado para oficinas y locales comerciales.
Este edificio es una pieza singular dentro de la trayectoria profesional de Rodríguez-Losada, al menos en términos estéticos, ya que se define como una pieza sólida con características más propias del racionalismo que el eclecticismo. La ausencia, en apariencia, de una ornamentación rica y florida como la Casa Cortés, la Casa Escariz o la Casa de Alonso Escudero, destaca como una singularidad que quizás obedece a la función vocacional del mismo. Pero no sería un ‘edificio-condensador’ con tan sólo dos usos, la transformación que lo convertiría en una pieza tan singular es la posterior modificación de los pisos superiores en vivienda.
La ilegalidad de la vanguardia
Como todos los edificios que plantean una singularidad urbana, el proyecto incumplía, inicialmente, la normativa urbanística. La licencia le fue denegada, ya que superaba la altura máxima permitida para ese ancho de calle: 15 metros (equivalente a bajo y tres plantas). Cuatro años después de la primera solicitud de la licencia, en 1928 obtiene el permiso municipal.
El edificio tiene una estructura formal muy sencilla: basamento, cuerpo y remate, como era común en las composiciones eclécticas. Su depuración formal, singular en la obra de Rodríguez-Losada, aproxima esta obra más a la escuela de Chicago, pero también a la más próxima producción de González Villar. El paralelismo con el edificio de viviendas en la calle Tren (1924) de A Coruña es evidente en su estructura compositiva e integración urbana.
El edificio define una composición casi esquelética, en el que todas las crujías se cierran con huecos y no con paños ciegos. Los huecos, como consecuencia, se definen a través de grandes carpinterías. El cuerpo y el remate se separan mediante una cornisa que rompe la percepción de la escala del edificio. El volumen del edificio parece menos rotundo a través de la perforación y la composición esquelética, muy próxima al racionalismo. La decoración queda reducida a cornisas y capiteles que se disponen cuando los elementos verticales encuentran las primeras. Los capiteles planos presentan una peculiaridad, y es que su diseño incorpora elementos orientales creando una pieza denominada ‘cara de búho’. La percepción sólo posible en escorzo motiva que los elementos decorativos requieran de una mirada detenida y próxima al edificio…quizás sea esta la única forma de ver los búhos.
No solo un paseo por la historia
Las primeras décadas del siglo XX se constituyeron en resaca de una Belle Èpoque que bañó de optimismo al mundo. En el plano arquitectónico el ascensor, los rascacielos, los nuevos medios de comunicación como el zepellin o el avión, la tecnología de los nuevos materiales (acero, vidrio, hormigón), las diferentes depuraciones de la estética (racionalismo, modernismo, movimiento moderno, futurismo, eclecticismo) o la evolución de las instalaciones, comienzan a encajarse con las necesidades sociales inmediatas como las nuevas tipologías de vivienda, la trasformación del edificio en una imagen corporativa o la superposición de necesidades. La incontrolable sucesión de acontecimientos innovadores y transformaciones crean un entorno culturalmente explosivo y optimista, que si bien es más tangible en ejemplos como la UFA (cine alemán) de los veinte y treinta, o el Downtown de Manhattan y sus rascacielos Art-Dèco, contagia a todas las ciudades.
A Coruña y sus arquitectos no son una excepción. Contando con un tejido industrial emergente y profesionales culturalmente formados en una curiosidad intelectual inagotable, la ciudad se beneficia de su práctica. El edificio en la Calle San Nicolás es una pequeña porción de la influencia cultural internacional y del optimismo de los felices años veinte. Una pieza que acerca la ciudad a una vanguardia romántica pero también a un carácter urbano muy diferente. Y es que a veces la ciudad se convierte no sólo en un paseo a través de la historia, si no del mundo.