Las ciudades cambian más rápido de lo que parece. Los recuerdos que habitan un lugar se proyectan en la memoria colectiva describiendo escenas que ya no existen. El café que desapareció, la tienda de ultramarinos que ahora es una lavandería o la oficina bancaria que lleva cerrada más de una década. Las ciudades sufren mutaciones, injertos, consolidaciones y evoluciones que definen una realidad que nunca es estática.
“Cuando nos registramos yo no tenía idea de cómo sería vivir en el hotel Chelsea, pero me di cuenta de que terminar allí había sido un formidable golpe de suerte. Con lo que pagábamos, podríamos haber alquilado un piso bastante grande en el East Village, pero vivir en aquel hotel excéntrico y maldito nos daba sensación de seguridad y una educación excepcional. La buena voluntad que nos rodeaba demostraba que los Hados estaban conspirando para ayudar a sus entusiastas criaturas”. Patti Smith, Éramos unos niños.
El Hotel Chelsea se encontraba en el barrio de nombre homónimo en el distrito de Manhattan. El barrio que describe Patti Smith como escenario de su juventud, se encontraba rodeado por áreas industriales o de carácter bohemio como el Meatpacking distrirct, el Garment district o el West Village. La atmósfera excéntrica y al tiempo excesiva del hotel Chelsea constituye la expresión de las convulsiones culturales arraigadas al lugar, a la vida de sus habitantes y a un tiempo que comenzaba a acelerarse. Las áreas industriales en los extremos urbanos actúan como ralentizadores del crecimiento y las actuaciones de reforma interior de la ciudad desde una perspectiva coetánea. Con el paso del tiempo y su progresiva readaptación integradora a través de mutaciones, cambios, injertos o desamortizaciones industriales permiten incorporar a la lectura del lugar un nuevo factor cultural: el auge y desaparición de una actividad intensiva transformadora del territorio.
“Ahora, sin embargo, aquí las afueras de Roma, ya no son relevantes. Dejadas atrás y solas, su orgullo es una máscara: viven solo esperando desaparecer para siempre.
Todo lo que queda es el hombre que a veces se detiene para examinarlas (el anciano que llora al ver unos prados porque ya no está seguro de volver a poseerlos, incluso en un futuro lejano)”. Ossessione soteriológica, Pier Paolo Pasolini.
Reconversiones industriales
El pasado industrial de A Coruña reaparece con cada mirada al tejido residencial posterior a la década de los sesenta. Los saltos de escala, como los saltos de eje en una cámara de cine, producen extrañeza y la percepción de la ciudad como un collage improvisado sin coherencia. Los espacios urbanos que se encuentran en la literalidad de la transición, es decir, transitando desde una estructura y uso pasados a la progresiva integración mediante mecanismos diversos a la ciudad contemporánea, resultan incomprensibles sin referentes. Son los tejidos consolidados los que pueden percibirse como referentes, de ahí las miradas desplazadas en busca de estrategias que adaptar. Aunque en muchos casos, el hallazgo del referente alivia una posición de incertidumbre frente a la imprevisibilidad de la evolución en algunos espacios urbanos. A veces, mirar a otra ciudad es mirar el anticipo del propio futuro.
La dinámica del manhattanismo formulado por el arquitecto holandés Rem Koolhaas, dibuja una estrategia en forma de manifiesto insólita desde la perspectiva europea. Las convulsiones desinhibidas aplicadas de forma constante sobre el tejido, provocan una evolución urbana anárquicamente liberal, intensa y explosiva. La disolución rebajada del manhattanismo permite comprender algunas estrategias urbanas que se aplican de forma paralela en otras ciudades. En la actualidad, el referente urbano es una entidad viva que está funcionando en tiempo real. Y aunque este pueda ser demasiado liberal, exagerado o mastodóntico hay pequeños aspectos del mismo que se filtran a través de las permeabilidades de la cultura global.
La transformación de los espacios industriales en áreas residenciales integradas en la ciudad, generan distorsiones de escala y uso, en parte porque en realidad representa una “toma” u “ocupación” de los habitantes de la ciudad de un espacio olvidado. La irrupción de otro modelo de vida en determinadas áreas de la ciudad genera distorsiones de consolidación lenta, aunque en modelos como el de Manhattan se producen al contrario, es decir, a toda velocidad. Así, el entorno del barrio de Chelsea es ahora un área residencial reconvertida que no ha perdido su identidad, en el Meatpacking District, los edificios de vivienda son en realidad apartamentos dentro de una estructura industrial.
Gran parte de las edificaciones se mantienen aparentemente intactas, si bien interiormente se han reformado. Una estrategia similar a la producida en los almacenes del SoHo en la década de los setenta y ochenta. La trasformación desinhibida de estas áreas urbanas mediante la ocupación directa y adaptación con respeto a la estructura con la que se concibió, permite que se mantenga la identidad y escala integrada, al tiempo que se da un uso residencial.
Orzán, a la espalda de la ciudad
En A Coruña, el emplazamiento de las áreas industriales, son reconocibles en la trama urbana contemporánea, pero no debido a la identificación directa de los edificios originales, sino por contraste. Hay injertos urbanos como el polígono de Zalaeta o intervenciones como los edificios de vivienda de gran escala en el frente de Orzán que revelan un contraste directo con las proporciones de calles situadas apenas unas decenas de metros al interior.
Si bien la industria se encontraba dispersa en el barrio de la pescadería, existían en la ciudad dos áreas en las que se podían instalar construcciones de mayor tamaño. La zona vinculada a la playa de Riazor y por extensión Montealto como espacio cercano al tejido residencial y con vertiente al mar, y el entorno del puerto hacia el interior donde se encontraban instalaciones como la Fábrica de Tabacos.
El impacto más notable al contemplar hoy en día la transformación de estas áreas se produce en la fachada hacia Orzán, ya que se ha producido un cambio de percepción con respecto al mar. El acceso a la playa y al mar se perciben hoy en día como un espacio público único e incluso como un lujo doméstico. Pero décadas atrás esta conexión tenía una visión funcional, el mar se utilizaba como vertedero de deshechos y como toma de agua para algunas actividades, un aspecto que hoy sería incomprensible y constituiría un atentado ecológico.
Las industrias desaparecieron poco a poco en el entorno de Orzán (comenzando por la demolición de la Tolva de Orzán en 1959), pero si en un ejercicio de entelequia onírica, algunas hubiesen sobrevivido siendo adaptadas con el mantenimiento de su estructura original al igual que en el SoHo o en el Meatpacking District, la percepción urbana no produciría tanto impacto a la hora de interpretar la ciudad. Uno de los edificios más impactantes en términos de escala e idealmente fácil de adaptar a la forma del SoHo, era el Almacén de maderas de la empresa Cervigón.
El almacén era una edificación que impactaba la trama urbana no sólo por su escala si no por su posición inmediata a la playa. Tanto que el muro que la separaba de esta era objeto de reconstrucciones constantes debido a los temporales de mar. El edificio ocuparía dicho emplazamiento (en la actual calle del Socorro) hasta septiembre de 1971 cuando desapareció fruto de un incendio devastador. Y aunque este no era el primer incendio que sufría la empresa, si fue el último.
La empresa Cervigón, de arraigo familiar, comenzó su actividad en la calle Socorro 19 en el año 1880. Aunque en los registros de Matrícula Industrial no aparezca esta fecha, sino que se fija en torno a 1900 ya que en 1910 fue destruida por el primer de sus incendios y hasta 1929 no fue completamente reconstruida.
La empresa había sido fundada en 1857 por José Cervigón y José Presa, mediante una pequeña inversión con la vocación de ser importadora y exportadora de materiales diversos. El negocio aumentó de dimensión, especialmente tras el matrimonio del hijo de José Cervigón con la hija de un importante dueño de empresas de salazón. La visión diversificada del comercio permitió que la familia fuese la propietaria de empresas de bienes muy diferentes, para lo cual colaboraron reforzando algunas vías de comunicación. El aserradero de madera Cervigón era una de las empresas familiares, pero junto con las otras cultivaba las conexiones de ultramar para importar y exportar bienes, incluso complementándose. Pero no únicamente eso, sino que también aprovechaban algunos viajes para aprender y estudiar nuevas invenciones, de hecho Eduardo Cervigón Alado solía asistir a las exposiciones internacionales. En una de ellas, que tuvo lugar en París sintió curiosidad al ver la forma en la un fabricante producía el alambre y los clavos. Decidió importar este modo de producción modernizando la tecnología de producción de clavos en la ciudad, y creó una fábrica en la calle Real. Años más tarde, abrió también una casa de baños que complementaba la oferta de la ciudad.
Muebles de vanguardia
El aserradero de Cervigón, hoy desaparecido, ocupaba una gran espacio de dos mil metros cuadrados distribuido en tres plantas incluyendo: espacio de almacén, espacio de trabajo y también viviendas. Las viviendas se ubicaban hacia la calle Socorro y estaban separadas del espacio de la fábrica mediante pequeños patios de ventilación. En la parte posterior, de forma irregular debido a la curvatura del muro se encontraba el espacio de trabajo y almacén. Lo fundamental en este tipo de espacios de trabajo es la ausencia de apoyos, ya que molestan a la actividad que habitualmente requiere el movimiento de grandes piezas o la colocación de maquinaria de grandes dimensiones. Por ello, el edificio tiene una organización estructural muy limpia, pero también audaz para la época, ya que la estructura de cubierta se compone de cuchillos de madera de un metro de altura máxima que se apoyaban en el muro perimetral y en sólo dos apoyos puntuales. Esta composición dual en la que el uso residencial se combina con el industrial era muy común a principios del siglo XX.
El edificio construido, era un volumen sencillo a pesar de la irregularidad de la pieza hacia el mar que se resolvía con una curvatura. La sencillez del volumen se fortalecía mediante la incorporación de huecos de ritmo regular, lo cual contrastaba con la ornamentación de la fachada. El acceso principal incorporaba elementos decorativos que situaban a un edificio simplemente fabril dentro del patrimonio arquitectónico de la ciudad. El proyecto puede circunscribirse en el racionalismo por la limpieza de las fachadas y la regularidad de los huecos, pero la decoración tenía un cierto carácter ecléctico.
Tras el primer incendio, la familia Cervigón hizo una gran inversión para reconstruir su fábrica, y aunque esta se vio resentida por la depresión económica estadounidense, ya que muchas de las importaciones venían de este país o de Sudamérica, fueron capaces de reanudar el negocio. La fábrica producía muebles, elementos de construcción (tablones, vigas, tableros), traviesas de tren y cajas (de fruta y conserva). Algunos de los productos del aserradero complementaban otras fábricas de la familia como las cajas de conservas o fruta. Si las exportaciones caían también lo había la producción del aserradero de madera. De la misma forma la importación de maderas de América, Asia o África era constante, lo que les permitía utilizarlas en piezas de mobiliario que, en sus últimas décadas resultaban ser fantásticas y en consonancia con el estilo Art Dèco europeo.
La maquinaria del aserradero era tan moderna que les permitía sostener una fabricación en serie, lo cual sumado al interés por realizar piezas en concordancia con el diseño vanguardista europeo, les permitía concurrir y ganar numerosos concursos de mobiliario para edificios públicos. Este aspecto popularizó enormemente la fábrica, convirtiéndose su volumen, en un icono representativo de la ciudad. La fábrica de Cervigón era una pieza muy destacada de la fachada industrial del Orzán, un proyecto racionalista y ecléctico de valor arquitectónico.
De una ciudad a otra
Las ciudades cambian, y el Manhattan que describía Patti Smith y su vida en el Chelsea ya no existen. Poco a poco los barrios fueron ocupándose, desplazando la industria y la precariedad de regímenes obsoletos. Quizás para el hotel Chelsea el inicio del fin puede fecharse en el doce de Octubre de 1978 cuando Sid Vicious asesinó a su pareja Nancy Spungen en la habitación que compartían.
A Coruña, pudo transformar su tejido industrial urbano en un Meatpacking District, con el paseo marítimo estableciendo un paralelismo con el Highline. Pero la historia de la ciudad, y las pulsiones de la población fueron otras. Se siguieron estrategias de borrado higienista, los tiempos pausados de la población europea frente a la agitación neoyorquina permitieron una reflexión que culminó con la creación de nuevas construcciones que buscaban la modernización a través de la tipología. Un procedimiento muy habitual en Europa especialmente tras la reconstrucción que se llevó a cabo en la décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial (las ciudades alemanas, belgas, francesas y holandesas cuentan con injertos modernos de áreas muy amplias que fueron completamente destruidas por los bombardeos). Cada ciudad construye su propia historia, y transforma su tejido adaptándolo a las necesidades inmediatas de la población.
La flexibilidad del tiempo como herramienta de proyecto crea las dos formas de intervención arquitectónica enunciadas por el crítico Kenneth Frampton: utopía o crisis. Creación de nuevos proyectos basados en modelos aspiracionales o ideales (fruto de la reflexión pausada) o mediante la crítica a lo existente, lo cual suele producir reformas interiores (también pausadas) o soluciones rápidas para resolver la ocupación de un área de la ciudad sin que esto suponga un problema de higiene o convivencia. La apropiación de edificios industriales para uso residencial significaría una intervención de crisis, mientras que el derribo y construcción saneada de un injerto urbano respondería a una propuesta de base teórica utópica, que busca la mejora en función a criterios ideales universales.
Quizás el instante defina muchas cosas. A veces será una anécdota olvidada con el tiempo, otras un punto de inflexión para la transformación urbana. El aserradero Cervigón fue una de las grandes construcciones que caracterizaron el área industrial de Orzán, su desaparición tras un incendio determinó quizás el inicio del fin de un uso, abriendo el camino al futuro de otra ciudad.