La razón fundamental por la que investigar y mostrar de forma explicativa las arquitecturas y formas urbanas del pasado no es tanto la nostalgia, como apunta el arquitecto Andrea Bocco, sino la muestra de una experiencia directa de la capacidad humana de crear formas de vida plenas que incluyen el placer, incluso en aquellas en las que hay una gran limitación de recursos. Las palabras de Bocco, dirigidas a explicar el trabajo de Bernard Rudofsky plantean una interpretación alejada de la superficialidad del comentario rápido y reduccionista.
“El estilo de vida es ars artium” Bernard Rudofsky
La comprensión de la arquitectura como un soporte para la vida, traslada la perspectiva histórica o meramente anecdótica a una visión orgánica que la posiciona en simbiosis con la propia vida, como extensión o mejor aún, como una muestra de los principios identitarios y personales de quien la habita.
La ambigüedad en la expresión arquitectónica es una posición sincera y neutra que mantiene la espera frente al encaje urbano de la una pieza. El arquitecto y crítico Robert Venturi decía que “la ambigüedad válida fomenta la flexibilidad útil”, dibujando así la posibilidad de relacionar la posición ambigua frente al diseño arquitectónico flexible. Hay obras de arquitectura, especialmente en su vertiente vernácula, que incluyen en su morfología una cierta ambigüedad.
En la ciudad hay siempre algunas pequeñas piezas arquitectónicas que revelan su flexibilidad a través del tiempo definiendo su adaptación a la historia, a la ciudad y a sus habitantes. En algunas ocasiones esa integración se materializa en obras que parecen haber tenido el mismo aspecto desde siempre, cuando en realidad son las diversas transformaciones de la propia vida de sus habitantes las que han ido creando su morfología contemporánea.
La Ciudad Vieja de A Coruña, origen del actual asentamiento urbano, es un lugar en el que leer el pasado. Aunque pueda aparentar ser estática, o congelada en el tiempo, la arquitectura de la Ciudad Vieja consigue transformarse de formas diversas. Este es el caso de las piezas arquitectónicas más llamativas de este barrio, la Casa Ozores.
La Casa Ozores
Esta singular casa noble, situada en el 14 de la Calle del Parrote fue vivienda del Marqués de San Martín de Hombreiro. La casa sigue el lenguaje arquitectónico del momento en que fue edificada a finales del siglo XVIII. La obra aparentemente realizada por el arquitecto Melchor de Prado y Maiño es una pieza sobria que trasmite gravedad, un carácter emergente entre la clase noble del momento, abandonando la ornamentación recargada de décadas anteriores.
La estructura formal de la pieza es muy rígida y está organizada a través de una planta cuadrada, sobre la que se dispone la estructura de forma perpendicular al plano de fachada en dos crujías. La caja de escalera que conecta los tres niveles de la casa se sitúa en una posición central favoreciendo la conexión de los espacios de las diferentes plantas. La organización de la vivienda, a pesar de su rigidez es, en realidad, ambigua admitiendo diversas modificaciones con el paso del tiempo. Y es que frente a una fachada principal de aspecto realmente ordenado y estático, la posterior es libre, dinámica y colorida.
La estructura de muros de carga se realiza mediante una cuidada sillería, en la que la estereotomía de la piedra está perfilada con precisión. Los huecos de la fachada son muy ordenados, creando una variación lingüística y no formal: en la planta baja las ventanas se cierran con enrejados, en la planta primera aparecen hojas de apertura inglesa con defensas y contraventanas interiores, y en la última planta, alineada sobre a puerta el hueco se define mediante un balcón mientras que el resto están cerrados mediante galerías de pequeña escala. Los huecos de la planta intermedia se formalizan a la forma de la arquitectura vernácula, situados a haces exteriores y rematados superiormente mediante una pequeña cornisa que evita que el agua que resbala por la fachada pueda penetrar. La pieza del balcón tiene una función estética representativa que busca distinguir esta fachada del resto.
La contemplación de una fachada como la de esta vivienda, desprende una mirada monumental o estoica debido a su estética y la inclusión de elementos lingüísticos propios de la arquitectura noble. Pero la mirada cambia al rodear la casa, y contemplar su fachada posterior.
Una fachada paradigmática
La fachada posterior de la casa fue diseñada y proyectada por el arquitecto modernista Juan de Ciórraga y Fernández de la Bastida. La transformación de la Casa es sorprendente. Ciórraga lo consigue a través de la incorporación de una magnífica galería, obra que se lleva a cabo en 1910, dos siglos después de la fecha de ejecución. La reforma de la casa tiene lugar con el objetivo de adaptar la vieja construcción a las condiciones sanitarias modernas.
A finales del siglo XIX y principios del XX, los movimientos del urbanismo higienista definen no sólo condiciones para evitar epidemias dentro de la ciudad, sino también dentro de las propias piezas de arquitectura. Ciórraga proyecta una gran galería adosada a la fachada posterior, proyecta el desmonte de la cubierta e incluye una galería de madera con rotonda octogonal sobre soportes de fundición en la planta baja. La pieza de la planta baja crea un acceso desde la casa a un jardín posterior que es visto entonces, como la respuesta higienista a un tejido urbano muy saturado y previsiblemente insalubre.
La singular pieza de la galería se organiza en tres cuerpos y dos alturas, creando un balcón central que se enriquece con costureras. La pieza de la galería incorpora un motivo geométrico repetitivo que la dota de dinamismo, y añade un elemento distintivo en el cuerpo central: un remate en buhardilla. La buhardilla incorporada a la galería es una tipología poco común en la arquitectura vernácula coruñesa, especialmente cuando esta incorpora remates de alero mediante elementos de carpintería ornamental. Los detalles de esta pieza arquitectónica son precisos y obedecen a un refinamiento lingüístico del modernismo coruñés, convirtiendo esta pieza en el paradigma de la galería modernista coruñesa en viviendas unifamiliares.
La ilusión de un tiempo detenido
La ilusión del tiempo como un instante detenido proporciona una visión de la arquitectura palingenésica en lugar de congelada. El organicismo funcional frente al formalismo rígido, impone una visión ambigua y flexible al mismo tiempo.
“El análisis de esta enorme reserva de energía constructiva […] puede depararnos la alegría de descubrir ejemplos de honestidad, claridad, lógica y una saludable práctica constructiva, donde antes sólo veíamos Arcadia y folclore. […] Este enorme diccionario de lógica constructiva diseñado por el género humano, creador de formas abstractas y fantasías plásticas que evidentemente conectan con la tierra, el clima, la economía y la tecnología, se despliega ante nuestros ojos en la arquitectura rural.” Giuseppe Pagano
Si bien el valor de la arquitectura rural, aquella que carece de arquitectos es reveladora, las piezas que compusieron los primeros trazos de una ciudad, están revestidas de la misma lógica constructiva derivada del contexto natural y cultural. Pagano define esta forma de entender la arquitectura dentro de su ambigüedad flexible como “la primera y rápida victoria del hombre mientras consigue su sustento de la tierra”.
Quizás el tiempo nunca se detiene, aunque sea un anhelo silencioso, pero la arquitectura es capaz de perpetuar esa ilusión a través de estrategias no demasiado perceptibles, ya que opera con transformaciones que parecieron estar siempre ahí.