Una manzana del ensanche de A Coruña, un proyecto unitario poco común en la ciudad
Entre 1864 y 1899, el arquitecto Faustino Domínguez y Coumes-Gay proyecta una mazana del ensanche coruñés. Esta se convierte en un modelo tipológico para el crecimiento de la ciudad
2 noviembre, 2022 06:00A principios del siglo XX todo parece acelerarse y, al menos el arte, integra progresivamente esa vibración que es cada vez más intensa. El movimiento del cubismo se acelera con el expresionismo abstracto, con el action painting hasta llegar a la performance. Como un metrónomo estropeado que cambia reduciendo progresivamente microsegundos en cada periodo, hasta acelerar la frecuencia y, sin embargo, como en un time-lapse hay un escenario que permanece inmarcesible.
La construcción cultural del hábitat crea un escenario para la vida, cuya lectura es un relato biográfico en primera persona. Pero a veces, hay momentos en los que las aceleraciones culturales y artísticas, se ven enturbiadas creando un paisaje borroso en el que resulta complejo discernir unos elementos de otros. Lejos de la ciudad collage, en la que la superposición de elementos urbanísticos se compone de forma orgánica pero discernible, el fenómeno de una ciudad borrosa alude a momentos de transición o afectación de acciones en las cuales no queda tiempo para una reflexión sosegada cuya perspectiva se extienda más allá de una mirada presentista.
Cuando el paisaje se percibe como algo enturbiado o borroso, se produce un efecto de realidad visceral en la que parece no quedar lugar para el arte, o al menos para abandonarse a la reflexión sensible y cultural. A pesar de ello, el ser humano se ha empeñado en poner poesía en su relato como la romántica “Chanson d’automne’ el poema escrito por Paul Verlaine en 1886. Sus versos evocadores de una etapa dorada, fueron emitidos por la BBC décadas después para alertar a la resistencia francesa en los momentos previos al Día D. Una señal de alarma, una orden, pero también un poema. La elección podía haber sido otra, otra frase, incluso otra acción. De hecho, en aquellas semanas (quizás torpemente o no) el Daily Tepegraph publicó un crucigrama donde aparecían las palabras clave de la Operación Overload (Omaha, Utah, Mulberry…).
Batallas urbanas interminables
Quizás como decía el personaje de John Malkovich en The New Pope (Paolo Sorrentino) “Estas interminables batallas no dejan lugar para la poesía” o más acertadamente siguiendo los versos interrogativos de Rafael Alberti “¿No habrá ya quien responda a la voz del poeta?”. En el caso de la ciudad, no es poesía, sino arquitectura lo que corresponde a un lectura sensible y simbiótica con el ser humano. En una ciudad borrosa a veces es difícil ver la arquitectura.
“Ser humano es en sí mismo difícil y, por lo tanto, todo tipo de asentamientos (excepto las ciudades oníricas) tienen problemas. Las grandes ciudades tienen dificultades en abundancia, porque tienen gente en abundancia”.
Muerte y vida de las grandes ciudades americanas. Jane Jacobs
El desorden recreado por una formalización urbana borrosa, produce un cierto vértigo al intentar consensuarlo con el crecimiento programado. Se definen ordenaciones y previsiones dentro de estos planes urbanísticos destinados a definir una estructura organizativa. Los planes urbanísticos trasladan habitualmente las innovaciones en materia de higiene y salubridad como el soleamiento, las áreas verdes, pero también de equipamientos, espacio público o volumen. La dimensión estética aparece en ocasiones en la amalgama de parámetros definida como un conjunto de normas compositivas destinadas a que el resultado del inevitable collage del conjunto de fachadas se materialice en una cierta armonía sensata y honesta.
Hubo un tiempo en que esa dimensión rodeaba a las demás erigiéndose como concepto elemental de la actuación urbana. La idea de la ciudad Potemkin como construcción de una envolvente deseada que esconde una realidad diferente con la finalidad de ocultar las penalidades a través de una estética deliberadamente opulenta, se concibe como una estrategia capaz de cumplir su fin. Aunque en algunas ocasiones esta estrategia se dibuja como catalizador capaz de empujar el progreso urbano, ya que se establece una atmósfera de parámetros muy definidos, no necesariamente se genera ese efecto, dando paso a una operación cosmética. París, Viena o Milán son paradigmas de esas “fachadas-muro” que envolvían los grandes volúmenes que configuraban las manzanas del plan urbano buscando la homogeneidad con un lenguaje clasicista. Estas actuaciones son proyectos de gran escala que causaron un impacto urbano que aún hoy provoca asombro: La Place Vendôme de París, algunas áreas del Ringstrasse de Viena, o el entorno de la Galería Vittorio Emmanuelle en Milán regeneran fragmentos de ciudad ya construidos en los que se busca una arquitectura moderna en términos morfológicos y homogénea estéticamente.
El derribo de las murallas y la ciudad Potemkin
En otras ciudades, las grandes actuaciones no llegan a realizarse, debido a condicionantes coyunturales o simplemente debido a la escala de estas. Sin embargo, sí que en consonancia con las corrientes de pensamiento higienistas se definen una serie de normas, también presentes en los proyectos de gran escala en ciudades como París en las que se permitían fachadas de hasta 20m de altura (frente a los 17,55m anteriores) siempre que la anchura de la calle fuese igualmente 20m, inscribiendo la cumbrera en el trazado de una diagonal a 45º desde el alero. Las corrientes del higienismo urbano tenían como objetivo mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, con viviendas que incorporan la luz natural, ventilación y una serie de instalaciones entonces (1852-1870) modernas como saneamiento, abastecimiento de agua corriente o extracción de humos. En España, el paradigmático ensanche de Barcelona siguiendo el Plan Cerdá (1860-1897) incorpora los principios higienistas y modernos de la ola de renovación urbana europea, estableciendo una estrategia de actuación tras el punto de inflexión que supone el “derribo de murallas” de la mayor parte de ciudades.
En A Coruña los diferentes planes de ensanche han definido sus propias normas en consonancia con las corrientes higienistas. Dentro de esta dinámica y al igual que en otras ciudades, el plan se acompaña de una serie de indicaciones (ordenanzas) que aluden a la definición volumétrica y compositiva de las diferentes edificaciones. Las ordenanzas no definen un modelo único que se ha de repetir, sino que son capaces de llegar a producir una tipología que termina por ser identitaria de un barrio, de un lugar.
Una de las pocas manzanas que constituyen un proyecto unitario
Una de las primeras manzanas del ensanche coruñés, situada entra las calles Padre Feijóo y Picavia, se puede interpretar como la tipología destinada a urbanizar el crecimiento de la ciudad. Esta manzana, proyectada por el arquitecto Faustino Domínguez y Coumes-Gay (1845-1900) entre 1884 y 1899 es un proyecto unitario que se convierte en casi un modelo destinado a repetirse. Coumes-Gay fue arquitecto municipal de Ferrol entre 1868 y 1870 y aunque se traslada a Madrid, en 1879 vuelve a Galicia de manera definitiva para ejercer como arquietcto municipal de Santiago de Compostela hasta 1887 y arquitecto provincial de A Coruña. Su formación, en una atmósfera de influencia Beaux Arts francesa arraigada en la Europa decimonónica, enmarca sus herramientas para proyectar dentro de una formación clásica en la que predominan aspectos como la simetría, la jerarquía espacial, lenguaje historicista o manierista y gran precisión de diseño y ejecución de detalles como pilastras, balaustradas, bajorrelieves, agrafes o cornisas.
Los arquitectos formados en el Beaux Arts, producen obras que terminan siendo eclécticas, ya que buscan dentro del lenguaje manierista una cierta relación con el lugar en el que se emplazan. La manzana diseñada por Coumes-Gay es un proyecto unitario (aunque posteriormente una de las parcelas interrumpiría la uniformidad con un proyecto firmado por Santiago Rey Pedreira hacia la plaza de Ourense), de gran escala en comparación con las intervenciones de carácter residencial que se realizaban entonces. El arquitecto define un proyecto simétrico, con una fuerte jerarquía espacial, precisión en el diseño y en los detalles con un lenguaje ecléctico revestido de un regionalismo historicista, es decir, utiliza los elementos propios del Beaux Arts.
El edificio se compone con una jerarquía clásica: bajo comercial, y plantas superiores con galerías y balcones. Pero hay matices que se resuelven con gran atención al detalle: la primera planta presenta una galería independiente de las superiores, aunque se encuentre alineada dentro del mismo bloque, las esquinas se redondean trasladando la tensión o intensidad de la pieza hacia estos puntos, o las cornisas se unifican subrayando la visión unitaria de la manzana.
La incorporación de la galería no es casual, sino que es un rasgo regionalista que busca dotar al proyecto de raíces locales. De hecho, se puede jugar, como un ejercicio de deslocalización, a pensar la fachada sin galería, sustituyendo estas por ventanas con recercados más singulares o balcones ornamentados. En ese caso, la obra seguiría siendo ecléctica, uniforme, y estéticamente adecuada al criterio estético de la época. Coumes-Gay abandona el estilema de autoría frente a la oportunidad de integrar dentro del nuevo ensanche coruñés un elemento identitario de la ciudad.
Una construcción sencilla, pero con un toque de vanguardia industrial
Constructivamente el edificio se resuelve con muros de fábrica de mampostería, aunque en la parte inferior se añadan fragmentos de sillería en los puntos más desfavorables de la estructura. Los cerramientos se proyectan en carpintería de madera lacada de blanco. Además, la jerarquía espacial o compositiva se traslada también a la construcción y la estructura, ya que las plantas no son exactamente iguales en altura, si no que la planta baja alcanza los 4,50m, la primera planta 3,80m y las dos superiores 3,60m. Esta variación, aunque aparentemente sutil, altera la percepción e influye sobre las soluciones construcciones. Los forjados se construyeron con madera de pino, constituyéndose en una estructura mixta en la planta inferior, ya que las fábricas de fundición de la ciudad como Wonenburger, Solórzano, Galiacho u Ortiz, permitieron utilizar soportes de este material. Las estrategias de salubridad incorporan el patio interior de manzana con galería abiertas hacia él que permiten iluminar y ventilar comedor y cocina. El resto de las estancias: dormitorios, salón, estancia se orientan a fachada, aunque los primeros no de forma directa, sino que incorporan gabinete. Las viviendas en esquina presentan mejor distribución que las centrales, ya que, en estas últimas, algunos dormitorios dan hacia el patio. Cada uno de los edificios consta de dos viviendas por planta.
El complejo debate urbano que sepulta a la ciudad
La ciudad contemporánea, acelerada, se encuentra sometida a un debate constante. La adaptación del tejido urbano a las necesidades de la vida actual crea una asincronía orgánica, porque la vida de los habitantes es más dinámica y efímera que la biografía de la ciudad. La compleja conciliación de dinámicas entre lo vivo y lo construido, apenas deja espacio para la poesía que en arquitectura no es lírica, sino hábitat. Los proyectos unitarios como la manzana que Coumes-Gay proyecta como modelo dentro del ensanche coruñés es un prototipo de cómo construir la ciudad de principios de siglo, y sin embargo abre argumentos entorno al complejo y amplio debate urbano: la uniformización urbana en favor de una homogeneidad estética puede generar el ahogamiento de la riqueza o establecer una organización limpia aún a riesgo de convertirse en una ciudad Potemkin.
“Bajo el aparente desorden de la ciudad vieja, dondequiera que la ciudad vieja funcione con éxito, hay un orden maravilloso para mantener la seguridad de las calles y la libertad de la ciudad. Es un orden complejo. Su esencia es la complejidad del uso de la acera, trayendo consigo una sucesión constante de ojos. Este orden está compuesto por completo de movimiento y cambio, y aunque es vida, no arte, podemos llamarlo fantasiosamente la forma de arte de la ciudad y compararlo con la danza, no con una danza de precisión ingenua en la que todos dan patadas al mismo tiempo, girando al unísono e inclinándose en masa, sino en un intrincado ballet en el que los bailarines individuales y los conjuntos tienen partes distintivas que milagrosamente se refuerzan entre sí y componen un todo ordenado. El ballet en la acera de la ciudad nunca se repite de un lugar a otro, y en cualquier lugar siempre está repleto de nuevas improvisaciones”.
Muerte y vida de las grandes ciudades americanas. Jane Jacobs
La ciudad sometida a debate, se sepulta entre argumentos complejos que no permiten una solución simplista, sino que la sucesiva decantación de las dinámicas orgánicas es la que determina las conclusiones necesarias para el proyecto arquitectónico. La mirada que busca la forma de arte de la ciudad enunciada por Jane Jacobs, dibuja herramientas nuevas para la arquitectura de la ciudad contemporánea. Quizás aún haya espacio para la poesía, para el hábitat.