En la película Malditos Bastardos, de Quentin Tarantino, el inquietante e inteligente coronel de las SS Hans Landa, interpretado por el actor Christoph Waltz, explicaba al granjero Perrier Lapadite (Denis Ménochet) la razón por la que era capaz de realizar su trabajo con tanta precisión y es que era “consciente de las enormes proezas de las que es capaz el ser humano cuando se queda sin dignidad”. Lapadite, desbordando la tensión contenida en sus ojos, se echa a llorar y tras la primera pregunta seguida de esa afirmación, se derrumba y sólo con gestos, sin palabras, confiesa que esconde a sus vecinos judíos en la casa, bajo el suelo.
La dignidad es un término inherente al ser humano, cuya ausencia dibuja un contexto terrorífico, alejado de parámetros asibles desde la propia condición vital, es decir, desde aquel estándar que se considera necesario para la identificación como persona. Asociar una palabra de apariencia sencilla como “dignidad” a cualquier disciplina u objeto de análisis genera una reflexión crítica destinada a la mejora de una serie de condiciones concomitantes. La dignidad en arquitectura se convierte en una herramienta para el proyecto que permite al arquitecto o al urbanista desarrollar obras con calidad objetiva al margen de parámetros tipológicos, estructurales o estéticos.
La revolución industrial trajo consigo una transformación global de las dinámicas sociales, las grandes capitales mundiales del momento experimentaron un crecimiento fruto del éxodo rural y las colonias comenzaron a explotarse de manera impúdica. Un proceso acelerado que se convirtió en improvisación. La atmósfera del Five Points neoyorkino o de los slums londinenses, se convierten en paradigmas de la insalubridad y de la vivienda precaria e inhabitable. De hecho, Five Points competía con ciertas áreas del East End (dentro del marco occidental) en densidad de población, enfermedad, desempleo, prostitución, violencia, mortalidad infantil e indigencia. La velocidad del desarrollismo industrial impactó en el tejido urbano creando focos que amenazaban las condiciones sociales de grandes áreas urbanas. En pocas décadas las condiciones de las viviendas de la clase obrera mermaron su dignidad, fruto de la dejadez de los gobiernos locales, hasta el punto de convertir barrios enteros en lugares inhabitables.
“En general, las calles están sin empedrar, son desiguales, sucias, llenas de restos de animales y vegetales sin canales de desagüe y, por eso, siempre llenas de fétidos cenagales. Además, la ventilación se hace difícil por el defectuoso y embrollado plan de construcción, y dado que muchos individuos viven en un pequeño espacio, puede fácilmente imaginarse qué atmósfera envuelve a estos barrios obreros. (…) En las calles está el mercado; cestos de verdura y fruta, naturalmente todas de mala calidad, apenas aprovechables, restringen aún más el paso, y de ellas, como de los vendedores de carne, emana un olor horrible. Las casas están habitadas desde el sótano hasta el desván, sucias por fuera y por dentro, hasta el punto de que por su aspecto parecería imposible que los hombres pudieran habitarlas.“ Friedrich Engels. La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845).
Las leyes de la dignidad
La insalubridad y las condiciones sociales no pasaron desapercibidas, especialmente tras las publicaciones y artículos de prensa que comenzaron a multiplicarse con el paso de los años. Londres, fue la primera de estas grandes ciudades en buscar solución a este problema y convocó en 1884 una Comisión Real para estudiar la vivienda de las clases trabajadoras. Los resultados de este análisis concluyeron con la formulación de la Ley Torrens (1868) y la Ley Cross (1875) que permitieron la construcción de casas para trabajadores y artesanos. Afortunadamente se produjo un efecto contagio y París promulgó sus propias leyes de vivienda en 1894, 1906 y 1912 o Berlín en 1890 (Isabel Yeste Navarro, Una aproximación al tema de la vivienda obrera: La barriada Rusiñol en Zaragoza). Apenas unos años después llegaron las propuestas utópicas de las ciudades jardín en un intento por trasladar la esencia del rural a la periferia de la ciudad, como los proyectos de Ebenezer Howard en 1898.
“La visita de Dickens a Five Points puso de moda que los neoyorquinos adinerados fueran a “barrios pobres”, visitando Five Points como lo había hecho Dickens, con una escolta policial, para maravillarse de su pobreza y quedarse boquiabiertos ante sus demostraciones de vicio. De hecho, el término “slumming” puede haber sido acuñado allí para describir tales recorridos” Tyler Anbinder, Five Points: El vecindario de la ciudad de Nueva York del siglo XIX.
En España, las políticas de vivienda siguen la onda expansiva europea de forma casi sincronizada ya que en la década de 1860-1870 aparecen los primeros intentos de regulación con la difusión de los principios cooperativos. En 1911 se promulga de manera definitiva la Ley de Casas Baratas (Mercedes Tatjer, La vivienda obrera en España de los siglos XIX y XX: de la promoción privada a la promoción pública (1853-1975)). En las ciudades de mayor tamaño, Barcelona y Madrid, se crean instituciones como el Patronato Municipal de la Habitación (Barcelona, 1914) y se aborda el problema desde un puto de vista local. Esta estrategia localista continuaría durante la República y la Guerra Civil (aunque obviamente breve y detenida en la última).
La vivienda obrera en A Coruña
En A Coruña, hay numerosos ejemplos de vivienda obrera, desarrolladas en diferentes momentos históricos y respondiendo varios contextos concretos. La posición de este tipo de proyectos se relaciona de manera directa con el propio tejido industrial, ya que en general suelen asociarse a una industria o labor concreta.
Entre 1896 y 1906 la Sociedad Constructora de A Coruña construyó un grupo de viviendas para obreros en el Campo de Artillería. Este grupo de viviendas proyectado por el arquitecto Juan de Ciórraga (1836-1931), es pionero en la construcción de poblados industriales en la ciudad, ya que se trata de uno de los primeros y antecede a la llamada Ley de Habitaciones Higiénicas y Baratas de 1911. La nueva ley fomentó la construcción de viviendas obreras a través de subvenciones a las propias cooperativas de trabajadores o sociedades benéficas permitiendo la expropiación del suelo. Bajo esta ley se construyó décadas más tarde el conjunto de viviendas en el Campo de Marte.
Ciórraga que fue arquitecto municipal de A Coruña entre 1864 y 1890, proyectó numerosos icono arquitectónicos de la ciudad como la Plaza de María Pita, la nueva fachada de la Colegiata de Santa María del Campo, la Plaza de toros de A Coruña, el garaje Alonso, el Asilo de las Hermanas de los pobres o, en el ámbito del urbanismo, el Plan de Ensanche de 1869.
En 1892, Juan de Ciórraga desarrolla un proyecto de seis grupos de viviendas para obreros en el campo de Artillería, aunque sólo se construirían cuatro, dejando en el centro un espacio público comunitario. El proyecto se vincula a la industria situada en el campo de Artillería y es una de las primeras de esta tipología en la ciudad por lo que pueden analizarse casi como prototipos sobre las necesidades mínimas de una vivienda confortable.
Las viviendas del campo de Artillería son modestas y presentan una volumetría sencilla con planta baja y bajocubierta. Pero a pesar de su sencillez incorporan aspectos esenciales como la facilidad ventilación y una buena iluminación natural, además de un patio trasero con huerta. La fachada presenta dos huecos además de buhardillas. La fachada principal se conecta con la posterior a través de un pasillo que parte de la puerta de acceso principal a la posterior, permitiendo la ventilación cruzada. Este pasillo además se encuentra próximo a la escalera que da acceso al bajocubierta de tal manera que se optimiza la circulación de aire en el interior de la vivienda. La planta bajocubierta actúa realmente como una segunda planta, ya que se eleva la posición de la cubierta mediante un peto para permitir ganar un poco más de altura en la cumbrera y convertir este espacio en habitable. Las estancias que requieren instalaciones como aseos y cocina se sitúan adosados al muro de medianera entre viviendas, simplificando el trazado del sistema, lo que permite un mejor mantenimiento y una optimización estructural, ya que los huecos (como la chimenea o los colectores de saneamiento) se encuentran asociados a un muro de carga. Además, bajo la línea de cosido entre ambas hileras de viviendas se sitúan un colector enterrado que permite recoger las aguas grises de las viviendas, un gesto obvio en un proyecto contemporáneo pero de carácter moderno en la fecha en la que fue construido este conjunto ya que aplicaba medidas higiénicas innovadoras.
Una construcción humilde
La construcción es muy sencilla ya que la estructura no reviste complicaciones y los muros de fábrica de ladrillo enfoscado (o revestido con cerámica) de la casa actúan tanto como cerramiento como elemento portante. Los forjados son mínimos, y la escalera igualmente sencilla. Estas modestas viviendas ponen de manifiesto la posibilidad de construir con pocos medios viviendas dignas y salubres para la clase obrera dentro del ámbito urbano (a pesar de que en aquel momento se situaban en una posición periférica). Absorbidas hoy en día por la trama urbana, no son las únicas construidas en aquel momento, si no que estas tipologías (prohibidas en el ensanche) se desarrollaron en las Atochas, Monte Alto y Santo Tomás, además de otras áreas vinculadas a las zonas periféricas de la ciudad. La homogenización de la trama urbana a través del crecimiento produce un efecto fagocitador que borró e límite que entonces se fijaba de manera muy clara entre la ciudad burguesa (ensanche) y la obrera (viviendas en las áreas industriales o periféricas).
Hoy en día el conjunto se percibe como un cambio de escala extraño dentro de un tejido homogéneo, pero además esconde un relato silenciado debido al progreso del crecimiento urbano. Y es que la arquitectura de aspecto modesto y pequeña escala, pero al mismo tiempo con una estética humilde y unificada es el testimonio de la existencia de un pasado industrial y de la pugna por la dignidad de la clase obrera.
La dignidad de la vivienda obrera
El debate de la vivienda obrera o de la vivienda para las clases sociales no burguesas es, a principios del siglo XX, una cuestión elemental que no se detiene en estas leyes y actuaciones iniciales. El crecimiento de las ciudades occidentales es aparentemente imparable, pero también lo son las pandemias, la violencia o las revueltas sociales, por ello la regulación de sus ciudadanos y la garantía de dignidad e higiene para todos crea una conceptualización completamente diferente del nuevo urbanismo. En 1920 se celebró en Londres el Congreso de Urbanización, donde se concluye que los gobiernos han de establecer medidas legislativas y económicas que proporcionen garantías de al menos veinte años a las familias. En este congreso se mencionan no sólo las condiciones higiénicas, sino también las morales y estéticas. En 1929 se celebra el Segundo Congreso CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna) cuyo tema era la vivienda mínima o “existenzminimum” término de referencia en décadas posteriores buscando establecer las características ineludibles de una vivienda digna moderna. El matiz introducido por el Movimiento Moderno en este congreso aglutina los parámetros que se habían sumado de forma progresiva en congresos no-CIAM de años anteriores, e incluso se puede asociar a prototipos como la colonia Weißenhofsiedlung construida a iniciativa del Deutscher Werkbund bajo la dirección de Mies van der Rohe. Pero todo esto sucedió muchas décadas después, en la Europa de entreguerras, un contexto radicalmente diferente.
“No hay nada que obligue tanto a mirar las cosas como hacer una película. La mirada de un literato sobre un paisaje rural o urbano puede excluir una infinidad de cosas, recortando del conjunto sólo las que le emocionan o le son útiles. La mirada de un director de cine sobre ese mismo paisaje, en cambio, no puede dejar de tomar consciencia de todas las cosas que hay en él, casi inventariándolas”. Pier Paolo Pasolini
La mirada sobre la ciudad no puede dejar de tomar consciencia de todas sus realidades. La formulación de un inventario transversal que permita definir los estándares dignos para la vivienda social, no puede excluirse de la observación conceptual y completa de la ciudad. El crecimiento urbano plantea incógnitas, obstáculos y una constante regeneración de los tejidos, en la que la arquitectura actúa como mediador para garantizar la dignidad del hábitat humano.