El arquitecto y poeta Joan Margarit escribía en uno de sus poemas “pero una herida / es también un lugar donde vivir”. El hábitat, como soporte vital del ser humano, parece ser siempre una constante inmutable, segura y confiable. Sería el cielo, como en las aventuras de Astérix, el que sería susceptible de caer sobre nuestras cabezas, con el consecuente estado de terror e incertidumbre. Habitar una herida de forma consciente se convierte en un acto de perseverancia estoica, mientras que hacerlo de forma inconsciente, pero curiosa, en una búsqueda incauta y reveladora de secretos, a veces, sorprendentes.
El filósofo Theodor Adorno enunciaba la imposibilidad de que el pensamiento pudiese separarse de lo pensado, analizando precisamente las contradicciones implicadas en esta afirmación. Para Adorno, el proceso de abstracción no libera de aquello que se abstrae, es decir, que habitar la herida de forma consciente o inconsciente, no la elimina. Hacerlo sería, como el lo define “un destierro de su país natal”, es decir, desde el punto de vista arquitectónico, arrebatar o mutilar una realidad firme que construye el soporte urbano.
“La única filosofía que puede ponerse en práctica con responsabilidad ante la desesperación es el intento de contemplar todas las cosas tal como se presentarían desde el punto de vista de la redención; todo lo demás es reconstrucción, mera técnica. Hay que configurar perspectivas que desplacen y alejen el mundo, que revelen que, con sus grietas y hendiduras, es algo tan indigente y distorsionado como aparecerá un día a la luz mesiánica.” Theodor Adorno, Mínima Moralia, 1947
El lugar, desde este planteamiento, no alberga el concepto de hábitat sobre sí mismo de forma accesoria o accidental, sino que construye de forma orgánica un arraigo que lo hace inseparable de la historia y, lo inscribe dentro de el término que popularmente se conoce como memoria. A los últimos versos del poema de Margarit le precedían otros que quizás revelen la persistencia de la memoria en la construcción de espacio: “Entre las azoteas, cada noche / se encendían las luces / del ático de nuestra juventud. / Entre las voces suaves y lejanas, / alguna vez se oye un grito de pánico”.
Las ciudades ocultan a veces las huellas de su pasado. En ocasiones, estas desapariciones forzadas se justifican en la voluntad de un momento histórico, en otras se trata de meras transformaciones orgánicas en favor de un futuro mejor. Es quizás aquí, donde aparece la cuestión relevante y contradictoria: cómo habitar una herida. Conservar de forma honrosa los elementos que la causaron mantiene vivo el dolor, pero ocultarlos es una labor improductiva porque la abstracción no libera del objeto abstraído. Y como toda contradicción, no resulta ético dar una respuesta superficial y simplificada, si no que se ha de someter a un delicado proceso de análisis y reparación equilibrada.
Las huellas de la ciudad
A Coruña, a igual que muchas otras ciudades, se encuentra en la actualidad en plena transición. La búsqueda por adaptar las estructuras urbanas envejecidas a las necesidades de los ciudadanos es una posición constante desde que la ilustración a finales del siglo XIX posase su mirada en la racionalización e higienización de los entornos urbanos. La progresiva aceleración de la tecnología y la transformación insumisa de los parámetros socioculturales, provocan un inevitable desfase con la capacidad de adaptación urbana. En este estado de transformación, el hábitat deja huellas y trazas que permiten reconstruir las contradicciones de la ciudad.
La morfología urbana produce variaciones memorísticas diversas, algunas áreas permiten reconocer numerosas cicatrices que revelan su pasado y sirven de apoyo. Otras, estructuran un soporte más sencillo. Uno de los espacios más interesantes de A Coruña es la actual Plaza de España. Las transformaciones toponímicas del espacio ponen de manifiesto la densidad histórica del lugar que, sin embargo, ha evolucionado de forma orgánica. Un lugar que sirvió de mercado, también de cadalso, pero que se constituyó también como espacio de tránsito entre varias calles fundamentales para la cultura coruñesa como la calle San Juan, la avenida de Hércules o la calle Panaderas.
Una de las conexiones más interesantes morfológicamente, es la intersección entre la plaza de España y la calle San Roque, ya que esta se duplica creando una extraña isla en forma de lágrima en el eje de la calzada, y creó incluso un cierto ensanchamiento de la calle que dibuja el límite de la plaza. El trazado de la trama urbana presenta una deformación que evidencia una preexistencia. Esta geometría además parece haber sido consolidada mediante la construcción de una pequeña pieza que sigue un trazado rígido en forma de lágrima que organiza la circulación de las calles.
“El ambiente construido que nos envuelve es, según creemos, la representación física de su historia y el modo en que ha acumulado diferentes niveles de significado para formar la cualidad específica del emplazamiento, no solo por lo que parece ser, en términos perceptivos, sino por lo que es en términos estructurales”. Vittorio Gregotti, 1983
La calle de San Roque
La calle de San Roque, tiene un pasado vinculado a las edificaciones que se encontraban en su entorno y que eran muy diferentes de las actuales. En el ámbito próximo a la calle se encontraba el Hospital de la caridad, vinculado al convento adyacente. Esta calle, denominada calle Hospital con anterioridad (y avenida de Blasco Ibáñez por un breve periodo de tiempo hasta 1936), conectaba el hospital con la plaza de España. El nombre actual deriva de una preexistencia, y es que en el espacio que hoy ocupa la pequeña estructura en forma de lágrima se encontraba la capilla de San Roque, construida en torno al siglo XVIII y derribada en 1947 (en su demolición aparecieron unos restos humanos que se estima que pudieron pertenecer al general Porlier).
La capilla en el punto intermedio entre el Hospital de la caridad y el Campo da leña era un lugar vinculado al espacio público de la plaza, pero también fue el espacio religioso que daba consuelo a los condenados al cadalso antes de su ajusticiamiento. La pequeña capilla era una construcción modesta, que parecía estar ubicada sobre un plinto natural debido a la topografía de la zona. El edificio era una volumetría sencilla con cubierta a dos aguas, de aspecto austero con una fachada en la que se impostan tres discretos arcos ojivales más propios del neoclasicismo en las iglesias ortodoxas, que de una iglesia católica. La fachada principal únicamente se significa mediante estos elementos decorativos, la puerta de acceso y el óculo en la vertical del acceso. En el centro de la cumbrera, en el plano de fachada, se encontraba una pequeña cruz.
“Se reunían y vestían los hermanos de la Paz y al Caridad, cuando tenían que cumplir su triste función de acompañar y consolar a los condenados de la última pena”. Juan Naya Pérez, Calles y Plazas coruñesas.
Tras el derribo de la capilla, y con vocación de regenerar este entorno se construye el actual quiosco con la voluntad de convertirse en una pieza auxiliar, sin demasiadas pretensiones, para servir de forma flexible a la plaza. La pieza, atribuida a Santiago Rey Pedreira (1902-1977) arquitecto municipal, es una construcción de una planta con cubierta transitable con la pretensión de ser utilizada como palco de música. En la planta baja se incorporaron varios comercios entre los que destacaba Foto Tonecho por su popularidad. A partir de los cincuenta comenzó a ser conocida como Atalaya de San Roque o Lágrima del Campo da leña.
Una obra sencilla
La pieza, de aspecto racionalista presenta en realidad una composición de estética mixta. El bloque inferior presenta un aspecto neutro en el que un muro sólo interrumpido por los paños de vidrio de los escaparates. De este zócalo (variable en altura para adaptarse a la topografía) emergen os soportes que servirán para crear la balaustrada superior. La planta superior se concibe como una terraza o palco para el disfrute de los vecinos, ya sea como espacio público o como palco para la música o eventos públicos. Entre los balaustres formados por las columnas que emergen desde la base, se disponen defensas de forja metálica con motivos geométricos. Cada balaustre se remata con una sencilla guirnalda hacia el exterior. El proyecto incorpora además, las farolas, que encajan con el proyecto. La estructura se ejecutó, como puede verse en alguna foto de obra, en hormigón armado, utilizando vigas y pilares.
El edificio, utilizado durante años y de titularidad municipal, ha atravesado durante las últimas décadas un cierto declive. En la actualidad se encuentra en proceso de rehabilitación. El arquitecto Luis Gil Pita realizó recientemente un proyecto de rehabilitación de este, para garantizar su puesta en valor. Su vinculación a un espacio público tan rico como la Plaza de España y la proximidad con la popular calle San Juan son aspectos que generan cierto optimismo con respecto al futuro de esta pieza, ya que ambos enclaves son capaces de crear la inercia suficiente como para integrar a este en el conjunto de manera orgánica y natural.
Perry, Margarit y el linaje de un lugar herido
La artista conceptual Sondra Perry muestra en su trabajo Doube Quadruple Etcétera Etcétera I & II como los también artistas Danny Giles y Joiri Minaya ejecutan complejos movimientos que, sin embargo, parecen ser imperceptibles al ser tratados con posterioridad mediante herramientas digitales. Curiosamente, ese proceso de digitalización, lejos de crear una percepción de artificialidad, mundaniza de forma íntima la imagen que el ser humano es capaz de interpretar. Silenciosas, dinámicas, borrosas, las imágenes parecen crean una narrativa compuesta de pequeños impactos vibrantes que ocultan parte del movimiento. Pequeñas omisiones que al igual que habitar una herida, como proponía Margarit, sitúan al ciudadano ante una realidad densa y saturada que sólo se muestra como pequeños impactos en la realidad contemporánea.
“¿Cuál es el tipo revolucionario de posibilidades de que las personas estén juntas y descubran el espacio de identidad juntas? Entonces, comencé allí. En lugar de pensar oh, me gusta la pantalla verde, me gusta la pantalla azul. Empecé con: bien, esto es lo que este tipo de espacio es para mí. Tenía sentido contratar a mi familia como actores, porque ¿no es eso lo que hacen las familias de todos modos? Todos ustedes están creando sus propios mitos. Estás creando este tipo de historias en torno al linaje, no solo historias, sino que literalmente estás creando linaje entre ellos.” Sondra Perry, entrevistada por Barbara London en Barbara London Calling
Perry, quien describe su trabajo como “objetos precarios que reflejan la precariedad del cuerpo humano” los cuales crean “instantes circunscritos en un tipo de arquitectura humanizada”, dibuja una realidad abstracta que, sin embargo, no olvida el objeto de abstracción. Y es que, incluso las piezas más pequeñas, aquellas que siempre estuvieron ahí de forma aparentemente silenciosa, construyen el linaje social de la ciudad. Aunque eso implique habitar lugares marcados por heridas o cicatrices.