Hay obras de arquitectura sencillas, serenas, que se convierten en pequeños fragmentos de vida, de la buena vida. La maestría atesorada en la mano del arquitecto que traza sus espacios permite percibirla como un elemento resultante de la contradicción entre lo conceptualmente holístico y lo localmente taxativo. Y es que hay arquitecturas que son pequeños fragmentos de una emoción que apenas se alcanza a describir con palabras sencillas. Sin embargo, en un intento de profunda inconsciencia, emergen términos alejados de cualquier vocabulario próximo a la disciplina, y una casa puede ser un refugio, un pedacito de verano o un escondite, mientras que un edificio sería un faro, una montaña o una sala de espera infinita.
Henry James relataba en “El rincón feliz” la historia de una persona que conservaba la casa de su infancia (de la que era propietario) sólo para realizar visitas nocturnas de las que nadie más tenía noticia. Un lugar en el que termina encontrándose con el miedo y el amor de su propia persona, y es que como escribía Walter Benjamin en 1935 “El hombre desrealizado hace de su domicilio un refugio”. El ser humano descubre en algún momento que el hábitat es un concepto tan sencillo, es su relación con el lugar porque el lugar que realmente habita es su propio cuerpo.
“El cuerpo será lo que reúna hacia una única dirección la contracción del espacio, la reducción del cálculo, la escapada cada vez más acelerada del tiempo”. Josep Quetglas, La Casa de Don Giovanni
El cuerpo y el hábitat, utilizan la arquitectura como herramienta de entendimiento, y es esta la que tiene la capacidad de crear una relación. El arquitecto John Hejduk relataba: “Mi mujer me dijo que los pompeyanos tenían siempre en sus casas una fuente de fruta sobre la mesa, y que la familia no comía de aquella fuente. Era para los transeúntes y los forasteros. Si esto no tiene que ver con la casa y la arquitectura, no sé qué otra cosa puede haber.” Y, sin embargo, hay obras que transmiten algo en esa relación entre el cuerpo y el hábitat, quizás porque la mano del arquitecto esconde en su prolongación una personalidad única, sorprendente que atesora una biografía más intensa que su labor profesional.
Una biografía de cine
Jordi Tell i Novellas (1907-1991) es un arquitecto de biografía cinematográfica. Nacido en Barcelona, su estancia en A Coruña es un breve relato dentro de una vida que transcurre entre Alemania, México, Noruega y otros lugares que se convierten en paradas obligadas o necesarias. Como una historia que comienza in media res, Tell llega a Coruña en 1938 a bordo del buque carguero Hermes procedente de Bremen (Alemania). Pero su viaje no era voluntario. Tell, había se había formado como arquitecto en su ciudad natal y se encontraba próximo a todos los movimientos vanguardistas del momento como el racionalismo y el GATPAC (Grup d’Arquitectes i Tècnics Catalans per al Progrés de l’Arquitectura Contemporània), al que pertenecían figuras como Josep Lluis Sert, Josep Torres Clavé, Ricardo de Churruca o Joan Baptista Subirana.
Trabajó en proyectos muy interesantes como Bella Terra y Valdoreix en 1932, y apenas dos años después se traslada a Berlín como personal de la embajada española en la ciudad alemana. Compagina su trabajo con el trabajo dentro del Beautelier de Hans Poelzig, un arquitecto singular, y también del Meisterschyller de la Academia de Bellas Artes. El ascenso del fascismo es notable en Alemania, así cuando estalla la guerra civil español, Tell se convierte en objetivo de las autoridades alemanas, siendo detenido por la Gestapo en numerosas ocasiones.
En su condición de diplomático, el ministerio de Negocios Extranjeros del Reich le garantiza su salida segura de Alemania. Pero no fue así, sino que la Gestapo ordenó que el avión aterrizase en Ámsterdam donde le llevaron de vuelta a Berlín y fue encarcelado sin comunicación alguna durante 40 días. Fue la presión de las embajadas de países amigos de la República española la que logró su liberación. Meses después, fue puesto a disposición del régimen franquista junto al periodista y agregado de la embajada Eugeni Xammar, Ricard Boadella (violonchelista) y Jaume Gascón (también periodista). El grupo desembarca en Coruña donde son encarcelados.
Durante su estancia en la cárcel coruñesa (unos quince meses), desarrolló fabulosos retratos de sus compañeros y entabló estrechas amistades entre las que destaca su cercanía a los hermanos Caridad Mateo que eran arquitectos. Finalmente su hermano Ernest consigue que salga de la cárcel en el verano de 1938 a cambio de quedarse en la ciudad y alistarse al ejército Nacional cuando se le requiera, lo que le posibilita trabajar con José Caridad Mateo.
“Los bloques y lápices han llegado oportunísimamente pues el dibujo, aparte del estudio del inglés, me ocupa casi exclusivamente”. Carta de Jordi Tell a Teresa Novellas, 12 de mayo de 1937. Arte en prisión, Jordi Tell en el penal de A Coruña, Gemma Domènech i Casadevall. Institut Catalá de Recerca en Patrimoni Cultural
Es en este punto su biografía se detiene en A Coruña, dejando una magnífica obra, y produciendo un cambio de dirección de nuevo en su vida, ya que el 15 de septiembre de 1938 él y Caridad Mateo, además de el hermanod e éste son movilizados por el ejército nacional. El 20 de octubre, Tell, Caridad y su hermano se fugan con la ayuda de cuatro marineros a bordo de un pequero que los lleva a Brest. Allí deciden volver a España para integrarse de nuevo en las filas republicanas, Caridad trabajará realizando pistas de aterrizaje para el Cuerpo de Aviación, Tell es enviado a Oslo continuando su labor diplomática. Aquí las vidas de ambos arquitectos se separan y Tell consigue una vida tranquila en Noruega, al menos por un tiempo, ya que tras la ocupación alemana del país y el reconocimiento del gobierno franquista por parte de este le llevan a ser arrestado de nuevo escapando meses después a Suecia.
Tell viaja a la URRSS, Japón, EEUU y finalmente llega a México donde se integra con un grupo de exiliados trabajando en diversas actividades relacionadas con la construcción y el textil. En 1946, terminada la Segunda Guerra Mundial y reorganizado el gobierno de la república en el exilio, Tell vuelve a Noruega para ser embajador de los países nórdicos. Tras una etapa de exilio voluntario en una isla al ver que el restablecimiento de la democracia en España era imposible, vuelve a Østfold donde trabaja en la oficina municipal y se alista en el partido socialista regional sin perder de vista España y más específicamente la política catalana. Pero no volverá a España hasta la muerte del dictador alternando sus estancias en su país de origen con el de adopción Noruega, donde finalmente fallece en la localidad de Fredrikstad en 1991.
La Casa Cervigón
Dibujante incansable, comprometido políticamente, Tell es un arquitecto singular que deja en A Coruña una obra fantástica proyectada y construida para la familia Cervigón en 1938. Aunque él no llegó a ver la casa completamente terminada, llevó el proceso casi de forma completa. La familia Cervigón era propietaria de una gran parcela al borde del mar en Santa Cristina (Oleiros) y encargan al estudio de Caridad Mateo la construcción de su vivienda, que termina realizando Tell. Situada en el Camiño do Polvorín 2, la casa incorpora un programa muy amplio. En la planta baja se ubican los espacios comunes dando gran importancia a la zona de estar que es completamente permeable hacia el mar, permitiendo la contemplación de la piscina y el jardín. Los dormitorios situados en la segunda planta crean una terraza con la misma orientación que proporciona en la planta inferior protección frente al viento. La casa se complementa con el volumen del gimnasio que se abre a la piscina y la cancha de tenis protegidas por a la propia morfología de la casa. Pero al margen de la organización programática de la vivienda que es rica y vanguardista resulta aún más interesante la estética de la vivienda.
El arquitecto utiliza aquí el lenguaje aprendido en su formación y de entre los trazos seguros de su volumetría y composición se puede deducir la gran habilidad de Tell para el dibujo, o quizás para construir arquitectura a través del dibujo. La casa, organizada en torno a un núcleo, concatena espacios esconde cierres mediante puertas correderas tras los muros, creando la ilusión de planta libre. Esta libertad espacial se traduce en la estética del conjunto, en la que los planos se suceden y se cortan creando una imagen dinámica.
Una escalera exterior volada sobre el acceso, un pilar circular que emerge de la cubierta abriéndose como un árbol a través de un plano circular horizontal, barandillas esbeltas y carpinterías variadas, proporcionan a la vivienda un lenguaje casi náutico creando un concepto estético de vanguardia que acerca el racionalismo a algunas de las pretensiones del movimiento moderno en su formulación de la vivienda como una máquina para habitar. Siguiendo las ideas del arquitecto suizo Le Corbusier, el movimiento moderno instaba a los arquitectos a mirar a los trasatlánticos y a los aviones, sin perder de vista la arquitectura clásica. En definitiva, aquella era la búsqueda de una esencia simple a partir de la cual trabajar la arquitectura a través de las tecnologías emergentes y los nuevos materiales como el hormigón armado. Los elementos que forman parte del lenguaje de la fachada se acercan a obras como el Club náutico de San Sebastián (José Manuel Aizpurúa y Joaquín Labayen, 1929) o la Villa Noailles y el Hôtel Martel (Mallet-Stevens, París 1928 y 1927 respectivamente) pero se liberan de las rigideces de un racionalismo estricto (que aún arrastraba ciertos gestos más clásicos) mirando hacia arquitecturas modernas como el Pabellón de l’Espirit Nouveau (Le Corbusier, 1925).
Y, sin embargo, no es necesario recorrer cientos de kilómetros para encontrar un paralelismo con otras obras como el edificio Atalaya (Antonio Tenreiro, 1933), un ejercicio cubista de modernidad cuya planta y lenguaje lo acercan a la Casa Cervigón proyectada y construida cinco años después. Mirar ambos edificios en paralelo permite comprender la penetración de un lenguaje arquitectónico y también su interrupción debido a la opresión cultural de la dictadura que transforma la concepción estética de la arquitectura y ahoga la carrera de muchos arquitectos vanguardistas. El lenguaje de vanguardia y los conceptos estéticos propuestos por arquitectos como Tell, Caridad o Tenreiro serán retomados varias décadas después en España, estudiados y traducidos de alguna forma porque el contexto cultural comenzaba a cambiar.
Nada de lo humano nos es ajeno
En 1928, el escritor Alfred Döblin publica su obra “Berlin Alexanderplatz”, un libro que no es sólo relato descriptivo de la ciudad, sino una propuesta estética que refleja la intensa y acelerada vida cultural que comenzaba a fraguarse en la capital alemana. Berlín era la vanguardia de la música, del arte, la arquitectura, la literatura y creaba una atmósfera abierta que invitaba a un optimismo social y cultural inédito. Todo comenzó a girar en torno al Romanisches Café, y pronto emergieron iconos del cine como Fritz Lang, del teatro como Max Reinharddt o Bertolt Brecht o de la música como Friedrich Hollaender o Sam Wooding & His Chocolate Kiddies. Habitar una atmósfera como esta no sólo es un aprendizaje cultural, sino que supone el contagio de un espíritu creativo único. El cuerpo se contagia del hábitat a través de herramientas culturales, por eso quizás quien lo vive lo asume como forma de hacer y estar. Tell aplica a la arquitectura y a sus impresionantes dibujos la postura conciliadora de la arquitectura y el arte del ser humano frente al mundo que habita.
“Todos llevamos dentro de nosotros la potencialidad para cualquier tipo de pasión, cada destino, cada forma de vida. Nada de lo humano nos es ajeno. Si esto no fuera así, no podríamos entender a otras personas, ni en la vida ni en el arte. Pero la herencia y la crianza fomentan las experiencias individuales y desarrollan solo algunas de nuestros miles de posibilidades. Los otros enferman y mueren gradualmente.” Max Reindhart
Tell, de biografía singular, casi cinematográfica, traslada su forma de vivir a su práctica profesional. Expone su pasión y su instinto creativo más profundo como herramienta de conciliación entre el ser y el hábitat. Alguien que ha vivido con tanta emoción e intensidad ha dibujado la vida como un proyecto. Su lápiz, que se desliza sobre el papel dirigido por la mano dibuja en realidad la metáfora del arquitecto que comprende el lugar, la cultura, pero especialmente, la vida.