Hay algo morbosamente atractivo en la literatura apocalíptica, especialmente en aquella en la que la supervivencia emerge como un acto mundanamente heroico. Sin embargo, la mirada sobre ciertos actos de supervivencia no siempre converge hacia una calificación unánime de valentía. En la controvertida película “Holocausto Caníbal” (Ruggero Deodato, 1980), la supervivencia no es un acto heroico, sino el resultado de una compleja amalgama de subhistorias que se remontan tiempo atrás, mostrando que las distancias, en la historia son relativas y que los saltos cuánticos poéticos o perceptivos, son más que posibles.
El canibalismo como concepto comparado con la heroicidad proporciona una visión en la que aquel que sobrevive es un ser excepcional o con una suerte inusitada. Sin embargo, si el concepto canibalismo se superpone a la construcción de la ciudad el urbanismo adquiere una mirada alejada de la disciplinariedad de la academia en favor del organicismo humano. El canibalismo en la raza humana es obviamente una práctica negativa, que en otras especies resulta natural, aplicado de forma abstracta al desarrollo urbano, se libera de ciertos parámetros éticos relativos a la vida permitiendo argumentos libres de valoración. De hecho, el canibalismo es un término mundanizado de una de las estrategias más comunes de crecimiento urbano que podría incluirse dentro del concepto de reforma interior, una forma de crecimiento como el collage, el palimpsesto o la superposición. La aplicación de estas estrategias no es siempre deliberada, a veces sucede de forma natural, y suele ser el paso del tiempo el que realiza un juicio sobre el proyecto urbano resultante.
Las estrategias de intervención urbana se suelen percibir como una agresión al hábitat, una destrucción de una estructura aparentemente equilibrada. Y, sin embargo, la construcción de la ciudad se produce a través de transformaciones profundas y traumáticas para el tejido que tardan cierto tiempo en consolidarse. Cuando esa intervención se realiza sobre un lugar aparentemente deprimido, cualquier acción es percibida como algo positivo. Los palimpsestos romanos (tras el imperio y tras la caída del poder de los papas), la reconstrucción de Berlín tras la Segunda Guerra Mundial, las reformas interiores de París con voluntad higienista, la imposición y experimentación del desarrollo urbano de Nueva York o la planificación ordenada del ensanche de Barcelona, son actuaciones transformadoras, mediante proyectos urbanos ambiciosos, de gran escala física, pero también temporal. Otras veces, los cambios poco tienen que ver con un proyecto analítico o una perspectiva de progreso.
Hace apenas unos años se descubrió en el golfo de Nápoles la ciudad romana de Baiae, un asentamiento romano que pasó desapercibido durante 1700 años hasta que en la década de los cuarenta del siglo XX se realizaron algunas fotografías sobre ciertas ruinas que parecían encontrarse bajo el agua. Al igual que Pompeya y el antiguo asentamiento de lo que posteriormente sería Nápoles, Baiae sufrió las consecuencias de encontrarse en un emplazamiento cercano a un volcán. Si bien Baiae sucumbió en el siglo XVI (siendo ya un asentamiento abandonado y por tanto no causó víctimas) al igual que otros asentamientos del entorno siglos antes, su ubicación submarina la convierte en el resultado de una acción al margen de la voluntad humana que transforma el hábitat. Una tragedia que, al verse distanciada por el paso del tiempo no se percibe de la misma forma.
“Los bellos mosaicos, las villas y templos que han resurgido y que todavía están bajo el agua muestran la opulencia y riqueza de esta zona. Bucear aquí es como una inmersión en la historia” Antonio Busiello
En las transformaciones urbanas, se produce, en ocasiones un cierto canibalismo al margen de la voluntad humana. Enormes cambios debidos a fenomenologías naturales o sociales que poco tienen que ver con un proyecto, pero que se clavan en el tejido del hábitat provocando un punto de inflexión en el desarrollo de la ciudad. Acciones silenciosas que olvidan expresarse, así sólo se perciben a través de una mirada sobre el paso del tiempo. Quizás sólo consista en leer lo que no se escribe, aquello que gustaba tanto a la poeta italiana Alda Merini: “Me gusta quien escoge con cuidado las palabras que no dice”.
El abismo de la especie humana
Jean-Jacques Rousseau se refería a la ciudad como ‘abismo de la especie humana’, pero realmente no es tan incomprensible, y tampoco resulta insondable. La construcción urbana define una mezcla de estrategias no pautadas y proyectos, y si bien los segundos son fácilmente legibles, los primeros resultan más interesantes ya que su origen se encuentra arraigado a la esencia social y cultural del lugar. Una inesperada catástrofe o un instante histórico peculiar, no sólo dejan una presencia física en el lugar sino también una huella inmaterial que deriva en una nueva forma de comprender el lugar. En A Coruña, al igual que en otras ciudades, el urbanismo ha sido objeto de consolidaciones sucesivas, algunas de las cuales se han manifestado años después. Una de las más relevantes consistió en la desaparición del tejido industrial del centro urbano.
Un canibalismo abstracto que devora áreas de la ciudad mediante la expansión del tejido próximo. Sometido al planeamiento urbano, que es una herramienta necesaria para organizar el futuro crecimiento, el nuevo tejido urbano se va insertando mediante la expansión de la ciudad. Poco a poco, las pequeñas instalaciones industriales que convivían junto con algunas viviendas humildes y equipamientos que de forma clasista no se instalaron en el centro urbano, se van abandonando y alcanzando terrenos que se transformarán en tejido residencial y nuevos equipamientos. Uno de los más influyentes es la Fábrica de Gas.
“La ciudad nos hace creer que nos regalará la oportunidad de ser testigos de una eclosión. La posibilidad de dejar de ser espectadores sin rostro para convertirnos en cómplices de una representación sin igual.” Allen Ginsberg
Las transiciones urbanas son obras que se dilatan en el tiempo, porque responden al ritmo biográfico de la ciudad y no al del ser humano. La ciudad engaña en sus transiciones, se devora a sí misma, se amplía o encoge y se transforma de maneras, a veces incomprensibles. Aunque no se trata de un organismo vivo, la construcción colectiva hace que esta se comporte como tal, su morfología es una acción colectiva. En A Coruña, el tejido industrial se localizaba en varias zonas de la ciudad, siendo el más lesivo para el desarrollo urbano, el situado entre el barrio de la Pescadería y Montealto, no porque constituyese un obstáculo al tejido residencial (este se consolidaría décadas después), sino porque el emplazamiento de ciertas actividades capaces de producir residuos tóxicos o antihigiénicos es incompatible con el futuro desarrollo de la ciudad. En esta área se encontraban el Matadero, una fábrica de lejía, de cerillas, de glaseado de vidrio, de galletas, de jabón, de losetas, de pastas para sopa o de velas, y también la Fábrica de Gas.
La Coruñesa de Gas y Electricidad
La Fábrica de Gas de A Coruña (empresa Coruñesa de Gas y Electricidad) se encontraba en la parte sur del barrio de Zalaeta, entre las actuales calles del Socorro y calle Sol, en la manzana donde ahora se encuentra la escuela infantil Afundación Zalaeta. La instalación industrial no era un volumen único que colmataba la parcela, sino un recinto cerrado por un muro dentro del cual se encontraban diversas construcciones: oficinas, chimeneas, depósitos y espacios de trabajo abiertos. En esta misma ubicación se había situado décadas antes la plaza de toros provisional. La imagen de la fábrica de gas, en su contexto histórico, plantea un matiz distintivo respecto a la visión contemporánea, y es que frente a su contaminación significativa se ilumina como un símbolo de progreso tecnológico. Construida en 1854, la fábrica transforma la ciudad (transformación que se ampliará a la periferia con la mejora de las instalaciones en 1880). En 1972 se había instalado en A Coruña un sistema de alumbrado con aceite que fue sustituido por el nuevo modelo más moderno a gas gracias a la implantación de la fábrica, que además sitúa a la ciudad entre las primeras del país en contar con una infraestructura más moderna. Madrid y Barcelona habían inaugurado sus alumbrados modernos en 1847.
La fábrica de Gas y Electricidad fue dirigida por el ingeniero Faustino Hervada y posteriormente, desde 1879 por Francisco Saunier (los descendientes de Saunier, junto con dos socios más fundarían años más tarde la empresa Saunier-Duval en Francia) mandato bajo el cual se realizó la ampliación de las instalaciones. Las instalaciones de la fábrica se separaron del muro y por tanto de la alineación de la calle, la organización de los volúmenes en la parcela requirió del derribo de algunas pequeñas construcciones preexistentes para emplazar los hornos, chimenea y depósitos. Tras la ampliación de 1880, la fábrica funciona a la perfección, obteniendo el gas a partir de la destilación de la hulla, la cual se sometía a altas temperaturas en los hornos generando gas, alquitrán y coque. El gas obtenido se almacenaba y posteriormente se conducía mediante canalizaciones a lo largo de la ciudad. El 11 de octubre de 1924 un accidente en una máquina de perforación provoca una chispa que desata un devastador incendio que pone en alerta a la ciudad ya que la instalación podría explotar. Afortunadamente, casi todo el gas había sido consumido, los depósitos se encontraban en mínimos, y el riesgo disminuyó devolviendo la tranquilidad a los habitantes que pudieron regresar a sus casas que habían sido evacuadas en cuanto se anunció la situación de emergencia. Tras el accidente, la fábrica se puso en servicio de nuevo en 1929.
La incorporación del sistema de alumbrado mediante gas supone una transformación sustancial para el espacio urbano. La iluminación mediante lámparas de aceite se apagaba con facilidad debido al viento. Las lámparas de gas conseguían mantenerse encendidas, a pesar del clima, lo que permitía que los espacios públicos fuesen utilizados con seguridad incluso de noche, modificando el uso de calles y plazas. La inercia en el uso del espacio público nocturno tiene como consecuencia una transformación social y cultural.
La fábrica de gas contaba, desde 1923, con un volumen compacto formado por los hornos con una capacidad de 2400m3/24h por horno, vinculados a los almacenes de carbón, de estos emergía una chimenea de expulsión de gases de combustión de 35m de altura, convertida en aquel momento en elemento icónico de la instalación. Próximos a este volumen se encontraban los depósitos, de formato cilíndrico, donde se almacenaba el gas. Además, existía un volumen de oficinas y en las proximidades, la vivienda del director que, durante la dirección de Saunier se convirtió en un espacio de intercambio sociocultural, del que participaban numerosas personalidades del mundo de la cultura y la política del momento como Emilia Pardo Bazán o Sofía Casanova.
La desaparición del tejido industrial
Apenas unos años después de la instalación de la fábrica, se fundan en Coruña la Electra Popular Coruñesa (1932) y la Sociedad gallega de Electricidad, productoras de energía. Lamentablemente Pepe Miñones propietario de la Electra Popular Coruñesa es detenido tras el golpe de estado de 1936, y asesinado en el campo da Rata el 2 de diciembre del mismo año, su empresa es incautada, y sus fábricas del puente Pasaje y la calle Calvo Sotelo pasan a formar parte del conjunto industrial de Pedro Barrié de la Maza quien ya era propietario de las anteriores, unificándolas y fundando Fenosa. Esta unificación representa también el final de la Coruñesa de Gas y Electricidad que deja de funcionar en 1945. Poco a poco sus instalaciones se fueron desmontando hasta perder de forma definitiva su chimenea en 1958, lo cual requirió técnicos especializados procedentes de Barcelona. La única huella de la fábrica fue su muro perimetral que fue derribado definitivamente en la década de los sesenta con motivo del desarrollo del polígono de Zalaeta.
La fábrica Coruñesa de Gas y Electricidad representa un proceso de transformación urbana, a través de dos lecturas paralelas: por una parte, su construcción y derribo en una ubicación específica de la ciudad provocando una influencia directa sobre su contexto urbano inmediato, y por otra su producción, que permitía iluminar la ciudad de noche creando una nueva forma de utilizar y comprender el espacio público. Frente a la deshumanización del tejido industrial contemporáneo, en el que la zonificación relega a las fábricas a áreas carentes de interés urbano, las antiguas fábricas, efímeras en la biografía de la ciudad, representaban la vanguardia en espacios residuales y deprimidos. Su desaparición debido al crecimiento orgánico de la ciudad, un cierto canibalismo abstracto, produce un efecto de regeneración pendular en la que la higienización del espacio es una oportunidad para el desarrollo urbano.
"Los pueblos también son responsables por aquello que deciden ignorar" Milan Kundera
La ciudad es una construcción colectiva, en la que como en la Divina Comedia de Dante una vez que se entra, el que mira atrás vuelve fuera. El área industrial vinculada a la playa de Orzán supondría una presencia incomprensible hoy en día, no sólo por su toxicidad, sino por la incómoda combinación de funciones fabriles próximas a los espacios públicos, residenciales o comerciales populares. La fábrica de gas representa, quizás por su icónica chimenea y sus depósitos una memoria irreal, que de haberse mantenido morfológicamente y dotada de otro uso se interpretaría como una respuesta contracultural e identitaria. Matadero Madrid (Luis Bellido y González, 1911-1925), la fábrica Textil Casaramona de Puig i Cadafalch (1910-1913, hoy caixafórum Barcelona) o la Tate Modern, antigua fábrica electricidad (Herzog & De Meuron, 1998) son paradigmas de arquitecturas industriales en espacios inadecuados, desde la óptica contemporánea, que han sido transformados a través de la expansión urbana siendo integrados en la dinámica de la ciudad actual.
Ciudades que se escapan
A veces, la comprensión de la ciudad se escapa. Sus dinámicas y sus transformaciones son respuestas conceptuales a los movimientos orgánicos de la comunidad que la habita, por lo que la interpretación individual, que nunca está desprovista de cierta nostalgia, se ve incomodada con interrogantes. Y es que la mutación de la ciudad, sea esta una superposición, un palimpsesto, un collage, canibalismo o cualquier otra estrategia que la organicidad urbana proponga es una acción de inercia indetenible.
“Me gusta Nueva York porque se me escapa” Marilyn Monroe
La postura inerme del ser humano frente a las transformaciones del hábitat no representa, sin embargo, una situación de fragilidad o desasosiego, a pesar de la quiebra de un equilibrio tradicional manifestado a través de la añoranza. Esta es, en realidad, una posición de incertidumbre neutra, cuyo futuro puede ser o no optimista. Frente a una deriva desconocida que se escapa deliberadamente son posibles las correcciones de dirección, con leves movimientos, que ajustan el desarrollo imprevisible de la ciudad. Y es que el canibalismo de forma abstracta igual no es una palabra tan fea, sino que es una transformación en el que un organismo integra a otro dentro de sí. De hecho, quizás en la película ‘Holocausto Caníbal’ los caníbales no sean en realidad el problema ni el villano, sino una inercia arraigada a un lugar, a una cultura.