En la película Un final made in Hollywood (Woddy Allen, 2002), el personaje de Val Waxman interpretado por el propio director, sufre de ‘ceguera psicosomática’. Acude de forma neurótica al médico, quien le explica que ese extraño trastorno es una alteración nerviosa, seguramente resultado de la desastrosa y fracasada carrera de Waxman. El curioso trastorno, que encaja a la perfección en la imaginería que Allen escribe para sus personajes, provoca una interferencia en la percepción de la visión de tal forma que la persona no es capaz de reconocer de forma consciente aquello que está observando. No es un daño físico, tan solo un malentendido en la cadena de transmisión de la información.
“La mente es el verdadero instrumento de la visión y la observación y los ojos sirven como una especia de vasija que recibe y transmite la porción visible de la conciencia” Plinio
Frente a la comedia o la lírica, la capacidad de ver tiene una componente mundana basada en la costumbre. La integración de la imagen en la cotidianidad, hace que de forma inevitable la información recibida se seleccione de tal forma, que determinados elementos de esta se omitan dada su repetición. Una estrategia de apariencia natural que en su traslado a la perspectiva arquitectónica produce una lectura reduccionista de la ciudad, de tal forma que sólo aquellos cambios que resultan agitados o muestran una cierta escala, extraen la mirada cotidiana de su comodidad obligándola a procesar una nueva realidad urbana. Tanto es así que las sutiles transformaciones que se producen consecuencia del uso natural de los espacios, apenas son percibidas, es la intervención significativa la que provoca una catarsis de la que emergen las miradas sobre las novedades que, en realidad siempre estuvieron en el mismo lugar.
Aunque, la naturaleza humana busque de forma asertiva anclarse en la razón, esconde siempre una reserva para la emoción. Quizás porque tal y como lo describió Émile Zola el arte es un rincón de la naturaleza visto a través de un temperamento, es decir, el arte es en sí mismo una herramienta de expresión del artista en la que muestra su forma de comprender y ver la realidad. Así, una pequeña reserva emocional provoca que, en ocasiones, la realidad sea observada de forma condicionada por la nostalgia de un recuerdo o por una interpretación imaginativa. El conjunto de lentes que sirven de transición entre el ser humano y su hábitat, forman parte de una adaptación cultural personal en la que el criterio influido por las emociones construye una manera de mirar.
Lugares que se disuelven
Hay lugares en la ciudad, que sucumben a la cotidianidad, de tal forma que casi desaparecen del paisaje urbano. Los rascacielos neoyorquinos se transforman en fachadas de apenas unos metros para el habitante de la ciudad, y todos aquellos símbolos que se convierten en lugares de peregrinación de los visitantes como el Museo Guggenheim, el Empire State o el edificio Seagram, no son más que elementos que se diluyen en un escenario. Las dinámicas de cada día, obvian determinada información, en cualquier ciudad, produciendo una interpretación instantánea del hábitat adaptada a la percepción de cada persona.
“La imagen quizá distorsiona, pero siempre queda la suposición de que existe, o existió algo semejante a lo que está en la imagen.” Susan Sontag. En la caverna de Platón
Hay edificios que de forma no deliberada se disuelven en la percepción de la ciudad, quizás porque su estética les permite sucumbir a las mutaciones ejercidas por la ceguera de la cotidianidad. La condición estética derivada de su composición y lenguaje arquitectónico, describe una serie de parámetros que, en ocasiones, facilitan esa disolución a pesar de que su imagen original siga siendo algo semejante a lo que siempre ha sido.
El banco exterior de A Coruña
Uno de los edificios más inconscientemente observados de la ciudad es el situado entre la avenida de Linares Rivas y la calle Juana de Vega, situado en una parcela triangular que décadas antes había ocupado el Hotel Francia y anteriormente el trazado de las antiguas murallas. El edificio del Banco Exterior, proyectado por el arquitecto Mariano Garrigues Díaz-Cañabate (1902-1994) en 1966 es una obra de gran presencia urbana y que, sin embargo, parece ser obviada dada su estética neutra y rígida.
Garrigues fue un arquitecto madrileño que desarrolló su labor profesional siguiendo el maestrado de Modesto López Otero quien coordinó y dirigió el proyecto de la Ciudad Universitaria de Madrid. De hecho, durante la posguerra formaría parte del equipo técnico encargado de la reconstrucción del área de la universidad especialmente la facultad de Medicina, la facultad de Farmacia, la facultad de Veterinaria y el Hospital angloamericano. Hijo de abogado y hermano del diplomático y ministro Antonio Garrigues Díaz-Cañabate, cultivó numerosas relaciones internacionales. Garrigues fue el encargado de proyectar la casa de Suecia y llevó la dirección de obra de la Embajada de EEUU en Madrid siguiendo el proyecto de Ernest Warlow y Leland W. King. Después inició una etapa de colaboración, formando equipo (al estilo de los teams norteamericanos de los cincuenta y sesenta) con Agustín Aguirre López, Miguel de los Santos y modesto López Otero. Desarrolló numerosas sucursales para el banco exterior, pero también grandes actuaciones residenciales en los barrios de Carabanchel y Pinar de Chamartín.
El edificio proyectado por Garrigues, presenta una estética corporativa y neutra propia de un promotor que busca una imagen homogénea de su empresa, sea cual sea la ubicación de su sede. El solar elegido en Coruña presenta una superficie pequeña con una geometría triangular que complica notablemente la inserción de una tipología repetible. Además, la morfología derivada de la antigua traza de la muralla define un edificio de fachada a tres calles, con una gran exposición al espacio público más popular de la ciudad como los Jardines de Méndez Núñez, el ensanche o la calle Juana de Vega. Debido a estos condicionante urbanos, Garrigues desarrolla un proyecto alejado de la tipología esperada para el Banco Exterior, pero también de cualquier otro edificio bancario de la ciudad.
Arquitectura bancaria
El proyecto de Garrigues se jerarquiza funcionalmente en tres bloques: la planta baja, la entreplanta que ocupa dos alturas y por último el cuerpo del resto de plantas. La planta baja es diáfana con la única presencia de la estructura, la entreplanta se define como un fajín que vuela sobre la planta baja (sobre el que se disponía un relieve pétreo, desaparecido). Esta sirve además de base sobre la que emerge el edificio, aprovechando la proporción esbelta de la fachada hacia los jardines como un lienzo sobre el que tratar de manera plástica dicha superficie. La carpintería de dicha fachada se trabaja mediante la disposición de una celosía. La morfología del edificio se acerca a la organización proyectada por Xavier Busquets para el Colegio de arquitectos de Cataluña en Barcelona (1957-1962), con planta baja diáfana, una entreplanta en forma de fajín con un friso hacia el exterior (en este caso siguiendo la técnica de esgrafiado con chorro de arena de Carl Nesjar basado en un dibujo de Pablo Picasso) y un edificio neutro que emerge de esta base.
El cuerpo del edificio es sencillo, compuesto a partir de un plano que se perfora con un ritmo regular y repetitivo de huecos, enfatizado mediante un pequeño vuelo de la fachada entera para resaltar su presencia volumétrica. La capacidad expresiva del edificio se concentra en la esquina, en su friso y en la celosía, un aspecto complejo para un edificio corporativo. El edificio fue recientemente reformado afectando la imagen de su fachada pero no su morfología o estética conceptual. En A Coruña hay numerosos ejemplos de edificios bancarios, situados siempre bajo la influencia del icónico Banco Pastor (Tenreiro y Estellés, 1925), como el Banco del Noroeste (Vázquez Molezún y Gorostizaga, 1965) o el Banco Bilbao (Fernández-Albalalat, 1961), ejemplos complejos, de estructura rígida que buscan mostrar la solidez de la empresa que promueve la obra. La arquitectura bancaria supone un desafío, ya que los valores que los promotores buscan trasmitir son conservadores, basados en la seguridad y la solidez. En este sentido el proyecto de Garrigues desafió morfológicamente la tradición de la arquitectura bancaria, sin proporcionar una imagen moderna o vanguardista como otros bancos de la ciudad, pero creando un icono silencioso y correcto desde el concepto original del edificio.
Un hombre con un gato en el metro
A veces, esa extraña ceguera que omite ciertas partes de la realidad no es más que una cuestión de suerte, quizás estar en el momento adecuado, en el lugar adecuado. En la película ‘Inside Llewyn Davis’ (Joel & Ethan Coen, 2014), el protagonista, descubre que, a pesar de esforzarse por su carrera musical, de viajar en metro con un gato que no es suyo, de recorrer kilómetros, puede aparecer alguien que, con el mismo estilo y técnica, eclipse todo el trabajo porque en comparación, es mejor. Quizás, si ese segundo muchacho no hubiese tocado su música después del protagonista, este hubiese conseguido su contrato, sólo tuvo la mala suerte de coincidir con un emergente Bob Dylan. El rostro del protagonista se convierte en el de la frustración por el fracaso, pero también representa la disolución de una carrera en favor de otra más prometedora.
“- ¿Es que tú nunca piensas en el futuro?
– ¿Te refieres a coches voladores? ¿Hoteles en la luna? ¿El punk?” Inside Llewyn Davis
En arquitectura, los edificios no se disuelven. Pueden desaparecer, para que otro ocupe su lugar, pero esa neutralización consciente en base a la dinámica de una estética cotidiana, forma parte de la naturaleza del hábitat humano, y en cierto modo, se convertirá en una melodía situada en la base del conjunto de la ciudad. Una arquitectura que de forma imperceptible se cuela en un futuro de coches voladores, hoteles en la luna o nuevos paradigmas conceptuales.