En Las ciudades invisibles (1972), Italo Calvino (1923-1985) desarrollaba una bonita conversación en torno al sentido de la ciudad: "- ¿Que sentido tiene este construir? -pregunta-. ¿Cuál es el fin de una ciudad en construcción sino una ciudad? ¿Dónde está el plano que siguen, el proyecto? -Te lo mostraremos apenas termine la jornada; ahora no podemos interrumpir -responden. El trabajo cesa al atardecer. Cae la noche sobre la obra en construcción. Es una noche estrellada. -Éste es el proyecto- dicen". Y es que la ciudad es una creación humana, pero no es sólo aquello que se construye de forma física, sino que es también la creación de un espacio cultural en el que la vida pueda acomodarse y las emociones dibujen una naturalidad doméstica.
Decían que el proyecto era una noche estrellada. La ciudad no es sólo un conjunto de edificaciones, como decía el monje jesuita Laugier en su Essai sur Architecture "es necesario ver la ciudad como un bosque", y describía con una perspectiva orgánica la naturaleza morfológica de París como un conjunto de sendas entre las que transcurre la vida. La naturaleza vital de la ciudad, más allá de su soporte físico es en realidad una cuestión teórica a la que la arquitectura se enfrenta en cada nueva intervención sobre el tejido, y también en las sucesivas reconstrucciones del mismo tras una lamentable catástrofe. George Teyssot definía Newgate Prison como una obra natural, más allá de la forma arquitectónica.
"La fachada de Newgate Prison es, como se sabe, un largo paño ciego de aparejo rústico. Ninguna referencia a Órdenes, ningún elemento lingüístico que haya tenido un origen localizable en el tiempo, aunque fuera remoto o mítico, porque ello supondría que puede padecer una decadencia: simple lámina abstracta, fuera de la historia, obvia." Josep Quetglas, La casa de Don Giovanni
La arquitectura natural de la ciudad responde a una dinámica de comprensión del hábitat y de adaptación equilibrada del entorno a las necesidades de la comunidad. La abstracción de algunas intervenciones vinculadas a esa organización adaptativa como resultado de la evolución colectiva de la sociedad las hacen emocionalmente imperceptibles pero físicamente presentes, en ocasiones, con una escala determinante en la morfología urbana. Las grandes plazas, los caminos que generan avenidas, las infraestructuras tradicionales se constituyen como espacios o construcciones sin lenguaje intencionado, sino que son el resultado de una actividad o de una necesidad comunitaria como establecer un lugar para el mercado, para las huertas, o para el acceso de las personas.
Sería el tiempo el que las doto de un lenguaje de tal forma que pudieran establecer una narrativa identitaria de la ciudad, mediante la adecuación del espacio de las plazas, la puesta en valor de algunas infraestructuras o la creación de un espacio público monumental en torno a un edificio. La mirada sobre los actos urbanos naturales de un pasado no tan lejano, dibuja una ciudad que parece inadaptada, porque "a veces uno se cree incompleto y es solamente joven" (Italo Calvino, El vizconde demediado, 1952)
Acueductos, cloacas y cisternas
Hay construcciones del pasado que engañan su permanencia. Simulan haber estado siempre ahí, no como monumento, sino como territorio. En ocasiones su antigüedad, o su mímesis con las dinámicas contemporáneas impiden comprender que existió un lugar ausente de ellas. Las construcciones romanas o griegas que buscan la optimización de recursos naturales adaptando sus vías (en el caso de los primeros) o integrando sus auditorios (en el caso de los segundos) han creado un escenario vital en el que la arquitectura se ha cicatrizado en el paisaje. Los sistemas de abastecimiento y almacenaje de agua diseñados durante el imperio romano, resultaban una tecnología muy innovadora en su época. Su eficiencia, permitió que, incluso tras la caída del Imperio las ciudades mantuviesen en uso aunque de forma precaria, muchas de ellas.
Tanto es así, que muchas de ellas fueron sucesivamente reformadas y adaptadas a las necesidades de cada etapa histórica. Sistemas de saneamiento como la Cloaca máxima, las cisternas como la de Monturque (Córdoba), la Basílica, Yerebatan Saray o la de Birbindirek (Estambul), o los acueductos como el Aqua Felice (Roma), Pont du garde (Nîmes), o el de Segovia, ponen de manifiesto complejas obras de ingeniería que han sobrevivido en gran parte dadas su escala y su funcionalidad. En Roma, los cálculos indican que la ciudad contaba con 507 kilómetros de acueductos, de los cuales 434 eran subterráneos y sólo un 12% de su trazado discurría a través de arquerías. La naturalidad funcional de la tecnología romana resultó ser una clave esencial de la vida comunitaria y es que, al final, han pasado tanto siglos y "¿qué nos han dado los Romanos?" (John Cleese en La vida de Brian, Monty Python, 1979)
En A Coruña, emerge un acueducto de estética romana en pleno tejido urbano contemporáneo, creando la ilusión de una ruina romana. Narrativa que se puede ver reforzada por la presencia magnética de la torre de Hércules. Pero no es así, aunque la tecnología romana planea de forma insoslayable sobre el proyecto. Cuando la arquitectura natural al hábitat adquiere narrativa, la ilusión aparece como una nueva identidad y un acueducto del siglo XVIII parece confundirse con una obra romana.
Porque varios siglos después, la morfología de esta infraestructura ha adquirido un lenguaje creador de una narrativa propia. Las construcciones para el abastecimiento de las ciudades, mayoritariamente fortificadas, fue una actuación urbana global, similar a lo que constituiría el derribo de las murallas un siglo después. Los ‘viajes del agua’, como se denominó a estas intervenciones, permitían el abastecimiento de los asentamientos fortificados desde manantiales alejados. Ciudades como Valladolid, Toledo o Burgos contaban con sistemas muy sofisticados que han sido profundamente estudiados y analizados.
Infraestructuras hidráulicas
El acueducto que da nombre al Paseo de Puentes, forma parte de una infraestructura hidráulica que buscaba abastecer la ciudad con agua procedente de San Pedro de Visma. El trazado del agua desembocaría en la muralla que cerraba la ciudad por el barrio de la Pescadería en la actual calle Juana de Vega, llevando el agua a los 12.000 habitantes con los que contaba la ciudad entonces. Esta compleja instalación urbana fue diseñada por el ingeniero militar Francisco de Montaigú, con la colaboración de Francisco de Velasco y Fernando Casas Novoa y construido entre 1722 y 1726. Pero no se trata de una obra finalizada sino que el tratamiento de la red hidráulica lleva a su ampliación en 1750 de la mano del ingeniero Francisco de Llobet quien realiza el trazado específico de los encuentros de la red.
El recorrido de la red se iniciaba en San Pedro de Visma en el manantial de los Frailes donde acometía a la arqueta de la Braña (camino de la Gramela), el primero aún se conserva y esta formado por una magnífica bóveda de cañón ejecutada en cantería flanqueado por dos apoyos laterales que permitían limpiar el caudal. Desde este punto el agua bajaba a la ciudad atravesando la actual zona del Observatorio, Paseo de los Puentes, Santa Margarita y se alineaba con a avenida Finisterre en la zona conocida como Paio Mouro, callejón de los cristales hasta alcanzar la muralla en Juana de Vega en el entorno de la Plaza Pontevedra. El punto de contacto con la muralla se encontraba en el entorno del Instituo Eusebio da Guarda, en la fuente y lavadero del Caramanchón (como refleja el plano de Barón y Yáñez de 1874), por otra parte existía una arqueta de conexión en el entorno de la plaza de Lugo, entonces campo de Carballo, construida en el siglo XVIII.
Una vez atravesada la muralla el agua llegaba a la fuente situada en San Andrés. Esta red sirvió de abastecimiento a la ciudad más de doscientos años, desde 1723 a 1966, hasta que el sistema se integró en la red municipal.
El sistema de abastecimiento fue modificado años después ya que la penetración en la ciudad antigua se constituía como un nudo complejo. De hecho a mediados del siglo XIX el ingeniero Luis Petit encargado de ampliar la red de suministro de la ciudad, había detectado pérdidas y reboses en la arqueta de acometida a la muralla, aspecto que también refleja el arquitecto municipal en algunos informes. Años después se resuelve esta circunstancia mediante la modificación de un sifón dentro de la arqueta de Santa Lucía que abría un ramal que entraba a la Ciudad Vieja a través de los cantones y la calle Damas.
Esta transformación constituyó un progresivo desmantelamiento en el que gran parte de la conducción se demolió en favor del desarrollo urbano a partir de 1872, entonces la ciudad ya había triplicado su población y el ingeniero Fernández Yáñez trabajaba en un ambicioso sistema de abastecimiento más moderno inspirado en los trabajos realizados en Jerez, Santander y Madrid. La posibilidad de mantener el abastecimiento de San Pedro y Nelle que proporcionaban un caudal de 8,5-2,75l/s y 9,1-2,82l/s respectivamente, fue estudiada y desechada por Yáñez ante el cálculo de la demanda de caudal de casi 100l/s estimada. De la antigua instalación sólo se conserva un pequeño tramo en el entorno del observatorio y un fragmento de mayor tamaño en el parque del Paseo de los Puentes, además de la arqueta de San Pedro.
La memoria del pasado
La sección de acueducto que se conserva permite conocer el funcionamiento de esta red, pero también rastrear los elementos y la estrategia constructiva procedente, aún, de la tecnología romana. El acueducto está formado por un masivo muro de mampostería de altura variable, en cuya coronación se encuentra un canal que estaba construido en barro. Dicho canal presentaba una pendiente más o menos constante (los acueductos romanos manejaban pendientes bajas pero muy constantes) que permitía que el agua no cesase su discurso, y se desplazase por gravedad. El muro de mampostería del tramo conservado presenta varios huecos resueltos con un arco para permitir el paso de personas, e incluso de vehículos, estos arcos se refuerzan con piezas de sillería de mayor tamaño.
Además este sistema cuenta con construcciones que sobresalen sobre el canal, permitiendo el confinamientos de los tramos mediante rejas y restringir así el acceso a las personas ajenas al mantenimiento de la canalización. Los acueductos romanos habían demostrado una gran durabilidad entonces, aspecto que siguen manifestando en la actualidad. Pero la ciudad contaba con más sistemas de abastecimiento, y su crecimiento desbordante con la llegada del siglo XX, dejó atrás los sistemas tradicionales en favor de la sofisticación y la higienización (en 1913 se produce una gran crisis sanitaria debido a un brote de tifus en las fuentes, situación similar al brote de cólera que asolaría la ciudad de manera similar). En la actualidad la presencia del acueducto crea una atmósfera monumental que esconde una grata historia de supervivencia colectiva.
La inolvidable presencia de otros seres humanos
La obsolescencia es quizás el ataque más violento a la nostalgia. O quizás se perciba así, porque se apoya en una dinámica que carece de oposición, la propia naturaleza del ser humano, del lugar que habita y de su atmósfera. El progreso necesario para garantizar la vida lleva al abandono de construcciones, arquitecturas y sistemas que en otros momentos fueron vitales. Como un antiguo hogar que ya no es posible habitar, la ciudad abandona fragmentos. Y sin embargo, la naturaleza cultural del ser humano no es en realidad tan cruel como se la presupone. Ante el fragmento de un pasado hogar, la construcción de la ciudad busca acuerdo, integración y convivencia con él. Puede que la ciudad sea una noche estrellada, pero también es el conjunto de fragmentos de su pasado que nos rodean en cada paseo, en cada mirada perdida o en un ensimismado instante de contemplación desde el autobús que se detiene en un semáforo.
"El hecho es que la capacidad humana para la vida en el mundo lleva siempre consigo una habilidad para trascender y para alienarse de los procesos de la vida, mientras que la vitalidad y viveza sólo pueden conservarse en la medida en que el hombre esté dispuesto a tomar sobre sí la carga, fatiga y molestia de la vida." Hannah Ardent, La condición humana
Asumir el conflicto entre obsolescencia y progreso a través de la nostalgia y la preservación de la vida es la escenificación contemporánea de una lucha por la supervivencia que ha desplazado su eje de gravedad de la necesidad de obtener alimento y cobijo a las coordenadas culturales, económicas y sociopolíticas. Los restos de aquello que garantizó el avance de la sociedad aún están presentes, pero ahora son pequeños monumentos que mostraron el camino del progreso como un linaje que define una rica herencia urbana. Ardent afirmaba que "ninguna clase de vida humana, ni siquiera la del ermitaño resulta posible sin un mundo que directa o indirectamente testifica la presencia de otros seres humanos", así que quizás conviene preguntarse de nuevo ¿qué nos han dado los romanos?