En la película El padrino se da una curiosa definición del poder en la que lo define como aquello que agota a los que no lo tienen. Esta perspectiva, genera una atmósfera de ansiedad y angustia vinculada al concepto, que lo acera a la mirada de Antonio Gramsci quien lo ubica dentro de una dualidad “mitad coerción, mitas legitimidad”. El poder, desde un punto de vista conceptual crea infinitas ramificaciones que se traducen en aplicaciones pero que, cuando se conjugan buscando una mirada global, dibujan una idea contundente por su sencillez y tradición. No necesita ser definido ya que está intuitivamente interiorizado.
La idea de poder, confundida de forma deliberada con la imagen de poder, crea una confrontación habitual que manipula la expresividad cultural a su favor, es decir, cualquier obra puede convertirse en manifestación de autoridad. Este proceso está tan naturalizado en el comportamiento humano y en la construcción del hábitat que, aunque se percibe con facilidad, no genera sorpresa. La progresiva y constante madurez social frente al entorno sociocultural que la rodea crea cierto grado de inmunización, como la presencia de auténticas revoluciones tecnológicas que han adquirido la categoría de objeto o infraestructura doméstica o la inmutabilidad al contemplar descorazonadoras fotografías de crímenes o atrocidades bélicas. La manifestación del poder a través de los mecanismos culturales quizás no tenga el poder de manipulación basado en la intimidación que lo reforzaba décadas y siglos atrás, pero se ha transformado en algo más sigiloso, la construcción de atmósferas invisibles.
La arquitectura ha sido una herramienta al servicio del poder, en tanto que expresión cultural que utiliza un lenguaje intrínseco a su contexto. En cada lugar, aquellos que ostentaban el poder, en muchas ocasiones han querido reflejar su condición mediante algo imperecedero a sabiendas que algunas manifestaciones artísticas son capaces de perdurar en el tiempo. “El arte es más astuto que nosotros” explicaba Sharon Stone a John Malkovich quien interpretaba a un ficticio papa en “The New Pope” (Paolo Sorretino 2020), refiriéndose a la inmortalidad como mecanismo de supervivencia, aunque esto resulte un razonamiento evidente. Pero es precisamente esa garantía inherente a la perspectiva humana la que construye las ciudades y aquellas obras que se convertirán en símbolos.
“Cuando en los comienzos del Imperio algún fino provincial llegaba a Roma y veía las majestuosas construcciones imperiales, símbolo de un poder definitivo, sentía contraerse su corazón. Ya nada nuevo podía pasar en el mundo. Roma era eterna” (Ortega y Gasset. La rebelión de las Masas, 1931)
El poder y la atmósfera
El poder, sin embargo, no siempre es ostentado por una única figura, sino que en los países con sistemas democráticos este se sustenta en el pueblo. De esta forma se produce un cambio sustancial en el lenguaje arquitectónico, en el que las obras no reflejarían la ideología o forma de ser de un individuo singular o una institución concreta, sino que deberían representar al pueblo. El lenguaje arquitectónico se transforma, en lugar de interpretar el poder a través de una visión específica, se realiza mediante la elección de estrategias que reflejen un espacio democrático y abierto. La asociación de un estilo al poder es un mecanismo tradicional que, en ocasiones se adapta a las particularidades de ese poder. Sin embargo, en la memoria colectiva hay ciertas referencias que no desaparecen como la magnificencia del Imperio Romano en el mundo occidental, la monumentalidad del Imperio Persa, los faraones egipcios, o las grandes dinastías imperiales en China, Japón o India. El simbolismo con que los sucesivos siglos fueron envolviendo estas obras, creó también una narrativa que muchos autócratas interpretaron como espejo en que mirarse o meta que superar. La llegada de la democracia en un territorio, suele estar acompañada de un simbolismo social inherente, en el que el pueblo recupera su soberanía. El evento histórico con el que se culmina esta transición hacia una nueva forma de estado y gobierno, deja una onda expansiva que, no con inmediatez, pero sí en los años siguientes crea una atmósfera que define el lenguaje arquitectónico de los edificios institucionales se construyan desde ese momento. Además, los nuevos sistemas políticos suelen requerir de nuevas construcciones o adaptaciones de las antiguas.
El filósofo Gernot Böhme explicaba que “el volumen, pensado como la voluminosidad de una cosa, es el poder de su presencia en el espacio”. La democratización del lenguaje arquitectónico en la contemporaneidad, actúa difuminando el simbolismo a través de la escala, el orden y la materialidad. Aquellos edificios que albergan sedes institucionales de primera línea suelen situarse en edificios preexistentes que se reforman con algún elemento significativo, como el Reichstag berlinés con la nueva cúpula del arquitecto Norman Foster. Sin embargo, aquellas obras de nueva planta que albergan instituciones más prácticas, recurren a un nuevo lenguaje, neutro pero dotado de cierta solidez de tal forma que transmita confianza y aperturismo.
“Lo realmente humano se despega, pues, de la organización natural, a través del dominio de la libertad, que permite la ambigüedad y la posibilidad, condiciones formales del mundo humano, de la realidad que el hombre fabrica” Inmanuel Kant
La arquitectura de las instituciones del estado, neutra y moderna, incorpora la misma vocación de permanencia. El lenguaje moderno, simplificado y ausente de ornamento, aporta una cierta abstracción que garantiza su adaptabilidad al espíritu de cada momento. La ciudad contemporánea contiene numerosos edificios representativos de los diferentes poderes operantes en la cultura de país o de la región. En algunos casos, incluso, se puede adivinar la categoría del poder que ostenta su propietario interpretando el lenguaje del edificio.
Nuevos ministerios
En A Coruña, uno de los edificios más neutros, pero al mismo tiempo notable es el conocido como “Nuevos Ministerios” aunque en la actualidad albergue otras administraciones. Esta obra de gran escala, fue proyectada por el arquitecto coruñés Ignacio Bescansa (1927-2013), quien finalizó las obras en 1977. El edificio fue diseñado con el objetivo de albergar la delegación de los ministerios en la ciudad por lo que no sólo incorporaba un programa amplio y complejo, sino que su imagen debía de transmitir la solidez del estado y representar al pueblo.
El edificio se enmarca en el plan de desarrollo urbano de Elviña, situado en una parcela muy cercana a la avenida de Alfonso Molina. Esta nueva organización urbana no era ajena para el arquitecto quien había participado en l diseño y redacción de los planos urbanos del polígono de Elviña y también de El barrio de las Flores. Estos planes no sólo representan una nueva organización urbana sino que responden a un nuevo espíritu desarrollista propio de finales de la década de los sesenta, cargado de cierto optimismo y después de décadas de dictadura autárquica, parecía atisbarse un futuro en que esta podría llegar a disolverse.
Bescansa proyecta un edificio de gran altura, nueve plantas, planta baja y sótanos, organizado dentro de un volumen que se pliega formando una plaza. El volumen es sólido y neutro, del que tan sólo sobresalen dos elementos notables: una gran cornisa y una marquesina de acceso brutalista. El cuerpo del edificio es una sucesión rítmica de huecos y llenos, cortados verticalmente en toda la longitud del lienzo de fachada. Los huecos se resuelven con una solución constructiva muy propia de la ciudad, el muro cortina que no sólo marca por contraste los huecos, sino que refleja parcialmente el entorno. Esta fachada monolítica se remata mediante una voluminosa cornisa que permite comprender, a través de su horizontalidad, el porte del edificio.
La cornisa, desde la distancia, parecer sólo eso, una fuerte línea horizontal que marca un límite, pero al aproximarse al edificio, se percibe un perfil voluminoso, impropio de una obra neutra. La aparente confusión desaparece al instante al bajar la mirada hacia la marquesina de acceso, ya que sigue la misma estrategia compositiva, y pertenece al mismo lenguaje, una pieza de hormigón brutalista, expresiva de su tiempo. El brutalismo en los edificios públicos institucionales o administrativos de la década de los sesenta y setenta, es una constante, no sólo porque fuese el resultado de un expresionismo abstracto fruto de la posguerra europea, sino porque define la solidez y la gravedad del estado. Este lenguaje propio de la arquitectura soviética, pero también de algunas magníficas obras británicas, alemanas o suizas, es contundente, inmóvil y en cierto modo intimidatorio. Bescansa sólo lo utiliza en la marquesina de acceso, como si este umbral exigiese a quien penetra en el edificio una cierta actitud y un comportamiento propio del entorno en el que se adentra. Pero en realidad Bescansa ya había anticipado esta condición mediante la cornisa, visible desde la distancia.
Un referente no tan lejano
Aunque separados por décadas, hay una referencia esencial para todas las sedes de los Nuevos Ministerios proyectadas en España, el edificio de los Nuevos Ministerios de Madrid proyectado por el magnífico arquitecto Secundino Zuazo (1887-1970). El contexto era completamente diferente, encargado por Indalecio Prieto en 1930 durante la Segunda República, las obras se detuvieron debido a la Guerra Civil Española, y Zuazo nunca más las reanudó ya que tuvo que exiliarse por su proximidad a las ideas republicanas de izquierdas. El edificio fue terminado por arquitectos afines a la dictadura franquista. A pesar de ello, este edificio se proyecta al principio de la dictadura, y el de Bescansa se termina al poco de terminar esta, los principios estéticos que construyen la morfología del edificio son muy próximos.
El proyectado por Zuazo, sencillo, rítmico y sólido, también crea una plaza y trasmite la solidez propia de la institución. Aunque alterado en su lenguaje por un cierto estilo escurialense propio del franquismo, la lectura sobria y representativa, además de una estética neutra y abstracta lo convierten en un referente esencial. El edificio de Nuevos Ministerios de A Coruña, ya no es realidad tal, ya que no alberga a esta institución, sino que fue cedido a la Xunta, pero su nombre aún se mantiene en la memoria colectiva.
El filo de la crítica
Todo habitante de la ciudad lleva dentro de sí un porcentaje de crítico. Crítico de algún aspecto general o de una circunstancia instantánea, como un paseo por la ciudad. El guionista Paul Schrader decía que “un crítico es como un médico forense: pone el cuerpo en la mesa, lo desmonta y trata de saber por qué murió”. El desmembramiento de la realidad para su posterior ensamblaje a través de la interpretación individual y subjetiva es esencial para la interiorización del entorno habitado. Este pequeño ejercicio, natural al ser humano que busca comprender su entorno, termina creando una constelación de interpretaciones que construyen una percepción, es decir, una atmósfera.
Quizás la idea de atmósfera pueda parecer algo demasiado difuso como para ser definido, pero está en cierto modo compuesto por un conjunto de visiones subjetivas. En el tema Everything Happens to me del músico Chet Baker sonando una tarde gris de lluvia, mientras se degusta una bebida caliente, es capaz de dibujar una atmósfera incontrovertible. Difícil de describir pero deliciosamente confortable. La arquitectura, a veces tiene esa capacidad de crear atmósferas cuya percepción está construida por un conjunto de interpretaciones similares, otras, crea emociones dispares que conjugan las críticas más afiladas. Puede ser que por esa razón la arquitectura institucional busque la neutralidad, un intento silente de evitar los filos de las críticas perceptivas más radicales.