El futuro y la incertidumbre son la perspectiva infinita de un camino. Uno físico, otro emocional. Uno esperanzador y otro aterrador. Pero resultan inseparables. La forma en que se tejen entre sí siguiendo el signo de cada tiempo determina la actitud y el comportamiento de una sociedad cada vez más líquida (Zygmunt Bauman), menos sólida.
“Lo que hoy tiene de particular la incertidumbre es que existe sin la amenaza de un desastre histórico; y en cambio, está integrada en las prácticas cotidianas de un capitalismo vigoroso (…). La consigna "nada a largo plazo" desorienta la acción planificada, disuelve los vínculos de confianza y compromiso y separa la voluntad del comportamiento.” Richard Sennet
La esperanza del futuro, como un lugar desprovisto de la angustia contemporánea, colisiona con la aterradora visión de una incertidumbre en la que ésta aún esté allí. La forma de matar el monstruo amenazante de un dolor inminente es quizás, tan sencilla que parece absurda. La distancia evita el miedo, reduciéndolo a un elemento físico de pequeño tamaño, controlable, inofensivo. Isabel Allende situaba al miedo como un sentimiento interior alejado de la realidad. Y es que esa distancia no es más que la voluntad de quien lo busca en su memoria: “El miedo a morir infunde aliento a los recuerdos” (Umberto Eco)
La arquitectura es una disciplina que se relaciona de forma constante con el futuro, porque en esas perspectivas infinitas el camino está construido y habitado. Difusa, pero sólida, la arquitectura mira al pasado, al presente y al futuro a través de mecanismos naturales y mide las distancias reduciendo el miedo mediante el dibujo de los proyectos que contribuirán a la construcción del hábitat. La arquitectura desmantela esa extraña emoción de incertidumbre porque sus tiempos se dilatan más allá de la vida de sus habitantes. Las obras sobreviven a sus habitantes, a sus arquitectos y en ocasiones, a civilizaciones completas. La acción planificada del proyecto arquitectónico expresa la voluntad de un compromiso y se basa en una confianza social entre unos y otros. Si se produce una incomprensión del hábitat como construcción colectiva, la confianza salta por los aires, esparciendo restos de inmediatez inconexos. Hay algo magnéticamente animal en la voluntad de permanencia y significación de la arquitectura como protección tautológica, frente a la asumida incertidumbre de una sociedad contemporánea atacada por la ansiedad y la urgencia de la inmediatez como único mecanismo de supervivencia.
Los proyectos no construidos
Los proyectos de futuro se almacenan en el estudio como “proyectos no construidos”, aquellos que se quedaron en una carpeta, que nunca vivieron más allá del papel. En ocasiones, estos nacen afectados por la conciencia del arquitecto que sabe de las exigencias contemporáneas que acechan al proyecto, y que suele tener como primera condición una radical optimización económica, un eufemismo impositivo que en ocasiones deriva en obras mutiladas, desnudas o inhabitables. Y es que no es cuestión de trabajar sin premisas, sean estas cuales sean, sino que el hábitat como expresión del futuro y de las personas que lo habitan debería ocupar el centro de cualquier proyecto. Al menos, en la buena arquitectura, la expresión económica se anula en favor de la construcción cultural.
“Es bueno tener dinero y las cosas que el dinero puede comprar, pero es bueno, también, comprobar de vez en cuando y asegurarse de que usted no ha perdido las cosas que el dinero no puede comprar.” George Lorimer
Los proyectos que se acumulan en las carpetas, en el papel, a menudo muestran ideas luminosas. Planteamientos que, a través de la óptica del tiempo, provocan una sensación de inverosimilitud, porque resulta evidente que deberían haberse construido. Pero en otras ocasiones son creaciones de un tiempo que no volverá, proyectos que murieron en el papel. Congelados en el tiempo, la distancia del miedo, la incertidumbre, se disuelve entre los dibujos de los proyectos no construidos.
Arquitectura para las vacaciones
En A Coruña, algunos proyectos no construidos, son preciosos ejercicios veraces y honestos que ensamblan la modernidad y la vanguardia con el hábitat del, siempre complejo, territorio natural gallego. Una de las propuestas más singulares es el conjunto de viviendas en el ‘Lugar do Regueiro’ en as Xubias. Firmado por Ramón Tenreiro Brochón (1923-2006, hijo del arquitecto Antonio Tenreiro, 1893-1972), fue un encargo del empresario Marcial Reino, en la década de los sesenta que buscaba realizar un desarrollo urbanístico al borde del mar entre la carretera y las vías del tren.
La propuesta, estaba formada por dos tipologías arquitectónicas: un conjunto de tres edificios en altura y un grupo de viviendas unifamiliares. Pero no es la tipología o el hecho de plantear un proyecto como este en una zona tan privilegiada de la ciudad, sino la morfología y composición de estos la que resulta realmente interesante. Los tres bloques de viviendas se disponen en sentido perpendicular a la ría, y su morfología recuerda a la Ville Radieuse de Le Corbusier (1932). Cada bloque de seis alturas se separa del terreno, al que sólo toca mediante la estructura, y se distancia de los adyacentes permitiendo la iluminación natural y el soleamiento independiente. Las propuestas herederas de la Ville Radieuse de Le Corbusier se establecen en la atmósfera arquitectónica como un signo de modernidad. Frente a la construcción tradicional, la vivienda moderna, trae consigo una adaptación de la arquitectura al modo de vida contemporáneo. La organización interior de los espacios responde a una función diferente dentro del ámbito familiar ya que ésta se ha visto alterada por las relaciones sociales dentro del grupo, y elementos como ‘la puerta de servicio’ o ‘el gabinete’ se eliminan de la vivienda moderna. La propuesta, además, se define como un espacio residencial de vacaciones, por lo que el concepto de la vivienda se reduce al mínimo esencial.
Viviendas transparentes
Los bloques de viviendas buscan un efecto de transparencia mediante el uso de grandes vanos acristalados, ya que sólo los testeros son parcialmente opacos incorporando terrazas. Su transparencia garantiza la iluminación, el soleamiento y la ventilación. Cada vano, resultante de la morfología estructural incluye una gran superficie acristalada con una cuarta parte opaca. Del volumen únicamente sobresale una pequeña caja de instalaciones. De la misma forma, las viviendas unifamiliares se componen a base de volúmenes fragmentados que se adaptan a la pendiente. En estas viviendas, el arquitecto avanza un paso más hacia la modernidad ya que aplica el concepto de “ruptura de la caja”, es decir la descomposición en planos que posteriormente se deslizan entre sí creando cierta fluidez. Aunque incorpora dos tipologías muy diferentes, el proyecto es una propuesta global que sitúa la densidad más baja en la falda de la colina, integrándose en ella, y la más alta al borde del mar, liberando el encuentro con el terreno. El ensamblaje de ambas tipologías se produce a través del proyecto de urbanización de los espacios exteriores. Todo el conjunto se asienta sobre una plataforma en la que la vía del tren, una pequeña calle y los paseos peatonales bajo pérgolas constituyen una reinterpretación de la morfología tradicional del paisaje, que se organizaba a través de caminos, veredas y zonas arboladas en torno a los caminos y al borde del mar. La materialidad elegida para la propuesta es una respuesta a la posición que esta ocupa en al paisaje: las superficies acristaladas como reflejo del mar, los revestimientos pétreos como analogía de la roca.
Tenreiro, arquitecto, pero también pintor, desarrollaba su obra dentro de una visión global. El enfoque de cada proyecto parte de una sensibilidad artística, y de una concepción del territorio como un soporte plástico y con atmósfera emocional.
“Creo que esta disposición de inventar está indisolublemente unida a la de crear. Y un arquitecto crea o no hace nada. Y sé que esta afirmación puede parecer pretenciosa, o realmente serlo, pero, en último caso, la pretensión sería de la profesión y no de las personas que estamos metidas en este quehacer” Miguel Fisac, ‘Carta a mis sobrinos’ 1982
La proximidad del proyecto al borde del mar, genera una relación entre la obra y la naturaleza a través de la mano del arquitecto.
Habitantes del estudio
Los proyectos que se quedan en el papel, quizás no forman parte de la ciudad, pero sí del estudio de arquitectura. Siempre se encuentran disponibles e inalteradas, y es que, a pesar de los cambios de la ciudad, las obras no construidas encajan en el lugar. Forman parte de un pasado que nunca existió, y de un futuro que no llegará, pero entre ambos no existe la incertidumbre.
“Al llegar a cada nueva ciudad el viajero encuentra un pasado suyo que ya no sabía que tenía: la extrañeza de lo que no eres o no posees más, te espera al paso en los lugares extraños y no poseídos” Italo Calvino. Las ciudades invisibles
Ausentes pero atemporales, los proyectos que nunca se construyeron están siempre vivos, y eluden la realidad enunciada por Calvino: “llega un momento de la vida en que de la gente que uno a conocido son más los muertos que los vivos”. Estos proyectos nunca mueren, nunca se inscriben dentro de la incertidumbre, y desprovistos de presiones, son sólo habitantes del estudio del arquitecto.