Decisión es una palabra de polisemias emocionales. Su presencia abstracta en un pensamiento puede dibujar una atmósfera asfixiante y su mención en una conversación parece encaminarla hacia un punto de inflexión. Pero no siempre es así, ya que en ocasiones define una intención de futuro optimista y fuerte. Lejos de crear un escenario delicuescente, la decisión invoca de forma inconsciente al sentido de la responsabilidad. La ciudad está llena de decisiones cuya autoría descansa en sus habitantes que la viven y construyen. Sin embargo, esta es una premisa amplia, que actúa en todas direcciones, es decir, no sólo la acción es resultado de una decisión, sino que la relación de los habitantes con esta constituye también una constelación de decisiones. Y es que, de forma involuntaria, cualquier mínimo acto es en sí el resultado de una pequeña toma de decisión. Pasear por la ciudad es un acto consciente, y constituye una catalogación biográfica del espacio urbano.
“El ojo es una herramienta de registro. Se sitúa a cinco pies y seis pulgadas sobre el suelo. Caminar crea diversidad ante nuestros ojos. Pero hemos dejado el suelo en un avión y hemos adquirido los ojos de un pájaro. Vemos, ahora, lo que hasta ahora sólo podía ser visto por el espíritu” – Le Corbusier y Pierrefeu
La mirada sobre la ciudad, en la actualidad es más exigente. Existe una ética sobre las disciplinas vinculadas a la estética que, siglos atrás sólo se reservaba a áreas específicas del ámbito urbano o a obras consideradas cultas. La democratización de la ciudad y de muchos de los mecanismos del arte han definido una nueva reflexión en torno a la ética de la estética. Este cambio en el pensamiento colectivo describe una identificación personal del acto creativo con quien lo experimenta, como explica el filósofo Matthew Kieran: “Normalmente, las obras de arte nos prescriben imaginar estados de cosas y personajes con ciertos sentimientos. Es decir, a menudo es parte constitutiva de nuestra imaginación que sentimos de cierto modo con respecto a lo que estamos imaginando. Nuestra imaginación y perspectiva están moldeadas para prescribir nuestra actitud y sentimientos hacia el estado de cosas imaginado. Es decir, la naturaleza de expectativa de la obra de arte promueve una comprensión imaginativa particular. Así es como las obras de arte pueden proporcionar información, revelar significados o reexaminar lo familiar de manera fructífera.”
Las decisiones y la ética arquitectónica
La ética en la arquitectura es fruto de un conjunto de decisiones en las que la responsabilidad se encuentra como concepto subliminal que sirve de autocrítica a cada uno de los trazos que definen un proyecto. La buena arquitectura siempre se encuentra sometida a un sesgo ético, que sitúa al habitante en el centro de la idea. Otras arquitecturas no tienen esa oportunidad, y las decisiones se encuentran inmersas en tensiones internas y externas que conducen a la definición de proyectos que no son aceptados de forma unánime ni por los habitantes, ni por la ciudad. Pero en todo esto, hay una variable que suele pasar desapercibida y que disuelve los argumentos contemporáneos porque se constituye como un ejercicio complejo de naturaleza abstracta, el tiempo. Hay arquitecturas que sólo pertenecen al momento, a las circunstancias específicas que articulan a veces la realidad. Y estas obras aisladas, ensimismadas, con el paso del tiempo terminan convirtiéndose en objetos urbanos extraños que resultan ajenos a quien los mira.
La arquitectura en altura se convirtió a principios del siglo XX en una expresión aspiracional, incluso en una definición del poder tecnológico y económico. En las décadas de los sesenta y setenta, los grandes edificios llegan de forma expansiva a las ciudades españolas, a través de los nuevos planes urbanos que permiten crecer en altura entre muchas otras transformaciones que afectan a la morfología urbana. Las construcciones en altura, como nueva tipología arquitectónica, comienzan a desarrollarse con una cierta carga de experimentación. La tecnología permite innovaciones que hasta el momento habían resultado impensables. Al mismo tiempo la transformación de la sociedad ha sido tan profunda que sus dinámicas solicitan nuevos horizontes de relación y fórmulas creativas que resuelvan aspectos cotidianos como el comercio, la presencia del coche, los espacios de juego y ocio o la idea de comunidad.
Dentro de estos parámetros creativos, existen influencias de experiencias que permiten afianzar las ideas de los arquitectos locales. No se trata solo de la lectura de los parámetros de la modernidad enunciados por Le Corbusier o Mies van der Rohe, sino por propuestas construidas que ya se encuentran en funcionamiento en el momento que los proyectos son desarrollados en España. Una de las referencias fundamentales de la arquitectura contemporánea en bloque y en altura es el complejo Robin Hood Gardens de Alison y Peter Smithson (proyectado en 1960 y terminada en 1972). Esta obra tiene un rasgo interesante, los denominados ‘caminos en el cielo’ que habían sido trabajados por Michiel Brinkman en su edificio de viviendas Spangeblok (Rotterdam, 1912), pero en este caso los Smithson los transforman en áreas más lúdicas que no siguen el patrón de calle, sino que se convierten en espacios semipúblicos en los que los vecinos pueden relacionarse. La altura se combina con la escala de forma que de forma virtual cada vivienda tiene un espacio exterior que puede reclamar como propio. Esta obra, enormemente influyente, dibujó un nuevo camino para la vivienda colectiva, pero fue producto de una etapa, ya que en 2017 se demolió parte del bloque, y se ha programado continuar con ello en los próximos años.
Las torres de Mantiñán
En A Coruña, un nuevo plan general permite que a partir de la década de los setenta se construyan edificios de mayor altura. Los referentes de obras construidas en otros lugares sirven como guía para construir la nueva tipología justificada en una modernidad aspiracional, entre estas obras destacan las Torres Mantiñán. Estas torres construidas entre 1975 y 1980 son obra de José Ramón Miyar Caridad (1939-2010) y Rodolfo Ucha Donate (1922-2015). Miyar Caridad es autor del edificio Aliko, el edificio de la Agencia tributaria o el edificio As Nieves entre otras obras, mientras que Rodolfo Ucha era hijo del afamado arquitecto Rodolfo Ucha Piñeiro (1882-1981) quien destaca por sus magníficas obras modernistas en Ferrol. Ucha Donate contribuyó a la reconstrucción tras la guerra civil con obras tan interesantes como las casas sindicales o algunos poblados industriales en el área de A Coruña y Betanzos.
Las torres Maniñán se encuentra entre la Ronda de Outeiro 274-276 y la calle Barcelona 79, alcanzan una altura de 61m, con dieciséis plantas y tres sótanos. Su organización en tres bloques diferenciados se une a través de un zócalo unitario. Cada una de las torres presenta una planta en forma de lazo, que permite aprovechar de forma eficiente la iluminación natural en cualquier orientación y esponjar la volumetría de tal forma que esta no se convierta en un gran muro. La escala de las torres resulta controvertida hacia la calle Barcelona dada su sección moderada, sin embargo, se percibe de una manera más equilibrada en su fachada a la Ronda de Outeiro, ya que esta es una vía de gran capacidad y mayor anchura.
La estética de las torres se caracteriza por su sencillez y por el ritmo ordenado y repetitivo de sus huecos, lo que transmite una imagen de orden y neutralidad estética que se identifica con la vivienda colectiva de finales de los setenta. Frente a esa imagen desprovista todo ornamento, el edificio se centra en la funcionalidad. Ese enfoque funcional, introduce la idea de la calle comercial elevada que une las torres que, sin embargo, no resultó adecuada en este caso. Quizás la proximidad a una vía de fuerte tradición comercial como la calle Barcelona provocaba conflicto o duplicidad de una actividad socialmente consolidada. Su integración urbana, basada en un funcionalismo dual: responder al aumento de la población en la década de los setenta y fortalecer el tejido comercial que diese servicio al nuevo número de habitantes. El volumen, de directriz vertical, se ve confinado inferior y superiormente mediante un zócalo y una cornisa de gran espesor que acota la escala. Además, la disposición de las torres en una posición no paralela a la vía principal dibuja una cierta fragmentación que es capaz de integrarlas en el tejido urbano.
La estructura de las torres resultó ser un desafío constructivo, dada su altura y magnitud. Sin embargo, en el contexto urbano de la ciudad se estaban desarrollando proyectos similares, por lo que se genera una atmósfera de modernización que contagia a toda la ciudad. La voluntad de construir más vivienda para dar cobijo a habitantes procedentes de poblaciones próximas, prima sobre la intención de crear un hábitat sostenible a la manera contemporánea.
Asumir las decisiones
En la década de los sesenta la arquitecta Jane Jacobs comienza a escribir sus reflexiones sobre la ciudad tras años de activismo y un pulso con el promotor Robert Moses, su libro “Vida y muerte de las grandes ciudades” se convierte de forma instantánea en una de las mejores reflexiones sobre la ciudad contemporánea y las presiones a las que se ve sometida especialmente desde una perspectiva capitalista. La ciudad moderna, y su crecimiento genera pequeños abismos, fruto de decisiones que dibujan el futuro de la ciudad. Aunque algunas decisiones sólo sean decisiones de un tiempo.
“En la mayoría de los casos, no hay nada dramático en los vacíos fronterizos. Ocurre únicamente que la vitalidad está ausente y que esta condición se asume.” – Jane Jacobs
Quizás lo que ocurre con algunas decisiones, es que sólo hay que asumirlas. Y en ocasiones, no basta con eso, sino que es necesario comprender que pertenecen al pasado. Es la responsabilidad que se esconde tras ellas la que se filtra a través del tiempo y dibuja una atmósfera de debate y autocrítica contemporánea. Y es que la ciudad no es sólo un espacio, sino también las palabras, pasos y miradas de quienes la habitan.