El lugar construye a las personas. No sólo la forma en la que lo caminan, lo trabajan o lo viven. El lugar también dibuja el carácter de las personas que lo habitan. En su novela “El lugar” Annie Ernaux realiza un retrato biográfico de su familia a través de la descripción de pequeños detalles que, por su sencillez, revelan una realidad cultural arraigada a un lugar: “Consiguió saber leer y escribir sin faltas. Le gustaba aprender. (Se decía "aprender", a secas, como beber o comer.) […] Mi abuelo lo sacó de la escuela para colocarlo en la misma granja que él. Ya no se le podía seguir alimentando por no hacer nada. "No se pensaba en ello: era así para todos."” Annie Ernaux. El lugar y la cultura se ensamblan mediante el lenguaje, las costumbres y la estructura del hábitat que preserva dinámicas socioeconómicas tradicionales. El territorio, como soporte de este complejo y sin embargo fluido, ensamblaje es determinante en la creación del espacio cultural en el que tiene lugar la vida.
“El territorio ha sido un lienzo en que cada movimiento, ideología, bloque político, e individual revolucionario proyecta sus propias intenciones” Rem Koolhaas
Pero el territorio es también el mecanismo genético que preserva ciertos aspectos de esa cultura. La intervención sobre el lugar requiere una comprensión de su complejidad a partir de una lectura polifacética y no únicamente histórica. El lugar, es cultura, es genética, pero también es política y economía. Entender el territorio implica sentirlo en propiedad hasta el punto de comprender que cualquier decisión sobre él compromete una responsabilidad. La arquitectura es una de las acciones resultado de una decisión sobre el territorio, por lo que como disciplina que descansa en las manos del arquitecto ha de actuar con extrema cautela en la comprensión de dicho territorio.
“Cuando dibujas un terreno, cuando colocas en él las líneas de nivel y los árboles, se te queda grabado en la cabeza. Llegas a conocer el lugar de una manera que resulta imposible con el ordenador… El conocimiento de un terreno se adquiere trazándolo una y otra vez, no dejando que el ordenador lo "regenere" para ti” alumna del MIT. Sherry Turkle, Life on the Screen: Identity in the Age of the Internet, 1995
La primera herramienta con la que el arquitecto comprende el lugar es el dibujo, quizás porque el papel y el lápiz es lo más próximo a las manos, a tocar el paisaje con ellas de forma abstracta. El arquitecto Renzo Piano (1937) define el proceso como “dibujas y haces” aludiendo al constante revisionado del dibujo junto con las visitas al lugar, hasta conseguir entenderlo de forma completa. Y es que las manos son en el intermediario que traslada el lugar al papel, que convierte al territorio en proyecto.
El conocimiento del territorio
En 1950 el sociólogo Amos Hawley (1910-2009) centra este ejercicio en la comunidad como respuesta colectiva al propio medio, y a la relación entre individuo y la cultura. De esta forma describe la interdependencia funcional entre todos ellos permitiendo e incluso facilitando los cambios sociales, el equilibrio sostenible o la adaptación al medio. Según Hawley la estructura de los sistemas sociales responde a un esquema que relaciona la población, el medio ambiente, la organización social y la tecnología, como modelo de trabajo interrelacionado, que se puede analizar viendo las implicaciones de unos y otros parámetros. En Galicia, la presencia del territorio permite estudiar el esquema de Hawley con especial atención al “medio ambiente”, ya que éste se manifiesta de forma impetuosa e ineludible. La topografía gallega es determinante en la organización social, la tecnología, o la cultura de la población, por lo que cualquier intervención sobre el lugar ha de incorporar esta idiosincrasia.
El proyecto de arquitectura integrado en el lugar responde a ese conocimiento. En este sentido “la habilidad del arquitecto es convertir la esencia multidimensional del trabajo proyectual en sensaciones e imágenes corporales vividas” (Juhani Pallasmaa). El trabajo de proyecto es el puente entre el lugar y las emociones de habitarlo. En Galicia, los buenos proyectos de arquitectura son capaces de reflejar el conjunto de emociones que pertenecen al lugar, y que de una forma a veces imprecisa o involuntaria se perciben como espacios atemporales que “parecen haber estado siempre ahí”. Tras estos proyectos existe una estructura invisible que genera una obra compacta y coherente. Y es que a veces, aunque algo parezca no tener nada detrás, ni siquiera estilo como se solía decir del cineasta Billy Wilder, en realidad, esconden sus planteamientos de una forma tan elegante que resulta casi imposible descomponerlos para analizarlos por separado, se constituyen simplemente como una obra total que se puede resumir en una frase como, por ejemplo: “corta y da cartas” (El Apartamento, Billy Wilder. 1960).
El conocimiento entre árboles
La facultad de Economía y empresa es una obra del arquitecto Manolo Gallego (O Carballiño, 1936). Construida entre 2000 y 2002, es uno de los últimos centros que conforman el campus universitario de Elviña-A Zapateira, pero es también una lección de arquitectura de gran escala capaz de integrarse en el lugar en silencio, con honestidad y con ilusión para los que la habitarán. El volumen proyectado parte de la comprensión del lugar, disponiéndose en paralelo a la pendiente manteniendo una relación de equilibrio con la pendiente de la topografía próxima. Son las líneas del territorio las que definen una malla orgánica proporcionando una estructura morfológica el territorio. Sobre ella se asienta el volumen de manera proporcionada creando en su entorno una transformación del paisaje sutil, de pequeña escala para crear una transición ordenada. La morfología del territorio provoca que el volumen, en sentido transversal, apenas alcance la altura de un par de plantas desde su acceso superior, pero desde el inferior este revela su auténtica altura. En sentido longitudinal, también se inserta en el terreno creando ante sí un espacio abierto para poder iluminar aquellas estancias que quedarían bajo rasante.
El edificio se organiza a través de un atrio que se encuentra ligeramente centrado en la planta y que permite, sea cual sea el acceso (desde el nivel superior o el inferior) tener una lectura completa del edificio. El atrio central no sólo es un vacío capaz de organizar el edificio, sino que además incorpora elementos arquitectónicos que guían la interpretación intuitiva de sus dinámicas, como la escalera, que se sitúa en un plano frontal y va recortándose de tal forma que aligera aún más la percepción de ese patio. La escalera se convierte en un elemento de comunicación vertical abierto en el que, a medida que se asciende, se mantiene fija la referencia de los puntos de acceso, pero también del resto de las circulaciones de cada planta. La escalera es una abstracción de los caminos del paisaje próximo, con sus quiebros y recodos desde los que divisar el paisaje y orientarse, por lo que de forma natural su presencia en combinación con la gran escala del atrio crea la sensación de encontrarse en un espacio exterior. De cada extremo de este atrio, en sentido longitudinal, emergen las diferentes estancias que contienen el programa. En la planta inferior y alguna de las plantas superiores, las aulas se conectan a un pasillo central de gran amplitud. Esta organización disimula la compleja estructura de muros de contención que permite la inserción del edificio y la creación del atrio central. Además, el aulario aprovecha la topografía para mantener cierta inclinación que favorece a los espacios de docencia.
Luz, necesidad y pasión
El tratamiento de la luz es muy cuidadoso en todo el edificio. Si bien el atrio central se convierte en un enorme “espacio abierto” los pasillos inferiores buscan una relación directa con el exterior a través de enormes saeteras o de espacios acristalados que se protegen con vegetación. Esta sucesión de capas crea una iluminación tamizada en el interior que además cambia conforme el clima y provoca movimiento de sombras con el movimiento.
“No nos damos casi cuenta de los cambios. Cuando hago un edificio tengo que interpretar la energía del lugar, ¿hay algo o está muerto? Hay algo más allá de permitir que se escuche la música en un edificio que sea un auditorio. Hay que recuperar la arquitectura necesaria. No solo es la necesidad de uso de vivienda u ocio, la arquitectura es necesaria para reconducir el movimiento de la ciudad, esa dimensión urbana es apasionante. Un arquitecto traduce inconscientemente. En Galicia es aún más apasionante”. Manolo Gallego (entrevista de Lois Alcayde Dans para la revista Luzes- Diario Público 04/04/2023)
La materialidad del edificio es la de la roca y la construcción ligera, traducida en este caso en hormigón y chapa de aluminio en el exterior, mientras que en el interior la madera y los trasdosados blancos crean una atmósfera acogedora y serena. Esta se manifiesta de forma silenciosa, de tal forma que poco a poco las formas, la escala y los materiales se interiorizan. Al mismo tiempo, el edificio es flexible, exigencia que formaba parte de las premisas del proyecto, ya que la universidad estaba en plena reorganización de licenciaturas en diferentes centros. La docencia universitaria contemporánea exigía una gran concentración de usos, mucho mayor que apenas dos décadas antes, por lo que la volumetría debería ser aparentemente muy compacta, sin embargo, el arquitecto consigue oxigenarla, aliviando mediante el trabajo con la luz, y la proporción.
La nueva facultad, desde el exterior, presenta una fachada sobria, con un ritmo constante que replica la organicidad de los árboles que se encuentran frente a ella. Los huecos apenas se enmarcan con revestimientos en las cabezas de los forjados, creando una pequeña línea de sombra entre las dos plantas superiores y las inferiores. Estas fragmentaciones de volúmenes, junto con los contrafuertes, crean un paralelismo con el territorio y sus accidentes, impidiendo que la obra se perciba como una distorsión del lugar. Y es que el edificio, no es una mera construcción, sino una extensión de quienes lo habitan. La arquitectura de una institución dedicada al conocimiento es, además el refugio de la sabiduría que se transmite entre sus muros.
“El arte de la arquitectura no solo proporciona un refugio para el cuerpo, sino que también define el contorno de nuestra conciencia y constituye una auténtica externalización de nuestra mente”. Juhani Pallasmaa
Arquitecturas que construyen personas
El arquitecto Amos Rapoport definió el concepto de “paisaje cultural” como resultado de la geografía cultural, es decir, el resultado de las interacciones humanas con el paisaje primario a través del tiempo. La cuestión en este esquema de transformación es, como plantea Rapoport, definir el umbral de transición en el que esta interacción crea una nueva realidad irreversible. La intervención sobre el paisaje primario es algo que sucede de manera natural, desde el momento en que el ser humano desarrolla la agricultura y se asienta sobre el territorio. La construcción del paisaje cultural es un acto de progreso que entraña una enorme responsabilidad. La buena arquitectura hace que los lugares se enriquezcan con su presencia.
“Lo irreparable es que las cosas sean como son, en este o aquel modo, asignadas sin remedio a su manera de ser. Irreparables son los estados de las cosas, tal como ellos son: tristes o ligeros, atroces o felices. Como el mundo es, como tú eres, esto es lo irreparable”. Giorgio Agamben, La comunità che viene
Y es que hay arquitecturas que hacen de lo irreparable una permanencia de las virtudes del lugar. A veces las manos del arquitecto son capaces de recoger todo aquello que es positivo, alegre y especial, y de una forma natural convertirlo en refugio. No es fácil, pero cuando sucede, la arquitectura también es capaz de construir a las personas.