En el primer fotograma de la película París, Texas de Wim Wenders (1985), un hombre camina solo por el desierto. Es una imagen singular, un ser humano frente a un vacío infinito que sugiere una larga historia detrás. El silencio aparente que llena la música afinada con el viento del desierto de Ry Cooder, enmarca emocionalmente el misterio de una historia que se intuye compleja. Esa anticipación potencial se ensambla con la percepción de una soledad entre la melancolía y la heroicidad, que dispara un mecanismo creativo humano, en el que la curiosidad por lo sucedido se convierte en una identificación magnética. Y es que sólo a partir de esa escena, o tras cualquier corte que aporte nueva información se disparan numerosas posibilidades que hacen imaginar diversos caminos posibles para la historia que, en realidad, solo es una. Este singular mecanismo se produce al observar cualquier imagen antigua de una ciudad, e intentar reconstruir lo que pudo ser en ese momento, en unas décadas después o incluso lo que realmente sucedió.

“Travis: ¿Cuánto tiempo he estado fuera? ¿Lo sabes?

Walt: Cuatro años

Travis: ¿Cuatro años es mucho tiempo?

Walt: Bueno, lo es para un niño pequeño. Es la mitad de su vida

Travis: La mitad de la vida de un niño”


París Texas, Wim Wenders (1985)

Las ciudades cambian incluso cuando parecen ser construcciones consolidadas y estáticas. El ser humano cambia sus estructuras sociales, políticas y culturales lo que deriva en una transformación de los lugares que habita. En este sentido las mutaciones urbanas del siglo XX han sido de las más dinámicas, quizás porque la tecnología ha propiciado una aceleración e interconexión de muchos parámetros sociales. La ciudad decimonónica fue disolviéndose entre derribos de murallas, inserciones de vías de tráfico de gran dimensión y la aparición de grandes infraestructuras como el ferrocarril o el metro. Pero la desaparición de algunas de las construcciones del antiguo régimen no era percibida como pérdida, porque la mirada enfocaba al futuro que se presentía como algo positivo y optimista, o al menos energéticamente vanguardista. Los avances urbanos de las grandes metrópolis internacionales eran replicados en uno y otro lugar, sumidos en una competición o en una carrera hacia el futuro que garantizase la hegemonía. Pero el desarrollo urbano de las capitales europeas se vio detenido por los conflictos bélicos y las dictaduras que modificaron esa mirada optimista hacia el futuro introduciendo en ella una realidad intransigente. 

Escena de Paris Texas (Wim Wenders, 1985) via cinemafiablog

La fotografía como herramienta arquitectónica

Las fotografías constituyen una herramienta de registro que apoya el desarrollo de la planimetría urbana. Una imagen, en ocasiones, es capaz de crear una historia en la imaginación de quien la observa. La fotografía de un espacio urbano se convierte en un pequeño enigma en el que inmediatamente la memoria se pone a trabajar intentando identificar lugares propios, biográficos. El proceso de indagación es un mecanismo tan magnético como el fotograma inicial de París, Texas, porque no sólo desencadena la creatividad en torno a una historia, sino que interpela a la propia biografía, y en ella hay datos e información que se asume como una realidad, bien porque lo es, bien porque alguien contó un día una historia sobre ese lugar. En esa contemplación de la imagen se mezcla la experiencia personal con las emociones de historias quizás adornadas, en un contraste directo con aquello que se observa congelado en el tiempo. De alguna forma, atravesar la fotografía siguiendo la crítica de Susan Sontag, es encontrar el punto de contacto entre la biografía de la ciudad y la propia, aquello que a veces se etiqueta como ‘identidad’. Pero en el fondo hay aspectos de esa imagen que nunca están, que siempre parecen inalcanzables o tan alejados en el tiempo que se escapan entre los dedos como escribía el arquitecto Luis Moreno Mansilla.

“Una fotografía es un secreto sobre un secreto, cuanto más te cuenta, menos sabes” Diane Arbus

Quizás porque la fotografía urbana, aquella de la ciudad que fue, se compone de tantos enigmas, convierte su observación en el detonante de un debate sobre el espacio urbano. Especialmente en aquellos lugares en los que las transformaciones han sido más cortas en el tiempo y radicales en morfología. Observar las grandes capitales mundiales en fechas distanciadas en el tiempo, sobre todo cuando estas reflejan arquitecturas que hoy han añadido una pátina como icono a su valor histórico-arquitectónico intrínseco como la torre Eiffel, el Empire State o las pirámides de Giza, no sólo disparan la creatividad, sino que reflejan el enorme cambio que se ha producido en su entorno, mientras ellas permanecen inalteradas, convirtiéndose en testigos inmóviles del cambio. Cuando se construyeron, puede ser que se aventurase un futuro urbano a su alrededor, porque “un edificio tiene dos vidas. La que imagina su creador y la vida que tiene. Y no siempre son iguales” (Rem Koolhaas).

Casa de Socorro en 1928 y finales de la década de los cincuenta Foto Blanco

Casa de Socorro en 1928 y finales de la década de los cincuenta Foto Blanco

El barrio de Santa Lucía

En A Coruña, uno de los cambios más transformadores de las últimas décadas ha sido la construcción de la avenida de Lavedra. Inaugurada el 15 de septiembre de 1957, posteriormente sería bautizada como avenida del alcalde Alfonso Molina. Si bien merece un análisis pormenorizado específico, la construcción de esta enorme vía de acceso a la ciudad, trajo consigo una gran transformación de la morfología urbana que modificó por completo las dinámicas urbanas. Además, creó numerosas actuaciones resultado de la inserción de esta nueva vía como el Barrio de las Flores y otras menos conocidas. Una de ellas es la transformación del área de Santa Lucía, donde se produjo el derribo de un conjunto de viviendas tradicionales, pero también la desaparición de algún edificio que una vez tuvo significado para toda una zona. 

El antiguo caserío de Santa Lucía formaba un gran fragmento urbano que seguía la topografía natural del terreno, la cual fue modificada debido a la inserción de la nueva avenida. Para mantener la conexión dentro de esta zona se construyó un puente que permite el tráfico de coches y de peatones, pero en el entorno de este existía un edificio singular que representaba en gran medida la esencia de la vida del barrio.

La antigua Casa de Socorro de Santa Lucía era un edificio menor construido por el arquitecto Pedro Mariño (1865-1931), entonces arquitecto municipal, a principios del siglo XX. Se trata de una arquitectura de pequeña escala, y de menor impacto estético que las obras más trascendentes de Mariño. El palacio municipal de María Pita (1908-1912), la Casa Salorio (1919) o la casa de Sol (1903) son obras de Mariño que han atravesado el tiempo y hoy en día son percibidas como testigos de un pasado modernista y ecléctico. La Casa de Sol puede servir como referencia comparativa con la Casa de Socorro de Santa Lucía dada su escala. 

El edificio de Mariño se sitúa en el extremo de una manzana, en una parcela irregular de forma trapezoidal que concilia el encuentro de dos vías que forman no solamente un ángulo agudo, sino que une dos cotas topográficas muy distintas. Para resolver esta geometría de manera sencilla y poco agresiva, Mariño organiza el edificio en dos volúmenes: un prisma y un cilindro, este último situado en el vértice en esquina. El volumen prismático, de dos plantas, respondía a la tipología de la calle y tan solo los tres arcos de la planta inferior, podían sugerir que se trataba de un edificio singular. El volumen cilíndrico, sin embargo, sólo mantiene la continuidad compositiva en la planta inferior, pero no así en la superior, que busca la mayor iluminación natural posible mediante la incorporación de grandes huecos. El encaje del conjunto volumétrico en la topografía fue resuelto de forma sencilla, de tal forma que desde la calle inferior se accede al edificio de dos plantas, y desde la superior solo se percibe una única altura. 

Composición: Nuria Prieto

Materiales que hablan

Al tratarse de una obra de uso singular y encontrarse en esquina, el arquitecto proyecta el edificio con sillería de piedra, de tal forma que, a diferencia de las construcciones residenciales de mampostería, no necesita revestimiento alguno para protegerla y así, la presencia de una materialidad grave proporciona una imagen distintiva. La rotonda que ocupaba la esquina en la planta superior rompe la homogeneidad material mediante la incorporación de columnas de orden jónico y fuste liso, separadas a través de huecos con un ritmo constante. Estos huecos se llenan con un cierre de bloque de vidrio tipo pavés. El conjunto se culmina con una cubierta de teja árabe común en las construcciones de la zona. A pesar de su adaptación discreta al entorno, especialmente si se compara con la casa de Sol, los huecos de la rotonda son ligeramente mayores que el módulo tradicional por lo que la esquina se singulariza a simple vista. Este efecto, no es aleatorio, sino que responde a una doble función, por una parte, iluminar el espacio interno correspondiente con las zonas de intervención que necesitan la mayor luz posible y una atmósfera higiénica, por otra destacar la presencia del edificio y hacerlo fácilmente localizable. De hecho, las palabras “Casa de Socorro” se sitúan sobre esa rotonda, coincidiendo con la intersección de las vías y no sobre la entrada principal del edificio, como sería esperable. Apenas unas décadas después en 1958 se instaló otra casa de socorro muy cercana, en el antiguo edificio de “las cigarreras” (actual edificio de la UGT) pero con una mayor escala funcional ya que incluso contaba con servicio de ambulancia y policlínica entre otros. Entonces el edificio de Santa Lucía se provechó también para almacén de objetos procedentes de desahucios. 

“La belleza arquitectónica radica en la simplicidad y en la honestidad de los materiales utilizados”. Louis Kahn

La construcción de la avenida de Lavedra trajo consigo el corte quirúrgico de este tejido consolidado de la ciudad, y el consecuente derribo de la casa de socorro, entonces obsoleta. La inserción de esta gran vía de comunicación produjo un gran contraste, y una modernización de los flujos urbanos de la ciudad. La casa de Socorro de Santa Lucía representa, como otros edificios, la imagen desaparecida de una forma de vivir y de una ciudad que no volverá porque la sociedad ha cambiado. 

Composición: Nuria Prieto

Lavaos bien los dientes

Conservar las fotografías es siempre un acto de amor biográfico, porque la fotografía que se guarda muestra personas que significaron algo, lugares convertidos en escenarios personales e instantes de una vida propia que se recuerda, a veces, con nostalgia. Una imagen que se quiere conservar es una metáfora de las emociones ocultas con las que se construye la biografía. Pero la ciudad también tiene biografía.

Wall Street Paul Strand 1915 via wikimedia commons

“Disfrutad del poder y la belleza de vuestra juventud sin pensar mucho en ello. O pensad en ello, lo mismo da. / De aquí a veinte años miraréis vuestras fotos antiguas con la devoción de quien mira estampas de santos: las adorareis de rodillas. / No seáis crueles o sedlo, pero solo un poco. ¡Lavaos bien los dientes! / Recordad todos los cumplidos que recibáis. Olvidad los insultos, pero no todos. Conservad aquello que más os ha gustado. Guardad las cartas de amor antiguas. / No os sintáis culpables si no sabéis qué hacer con vuestra vida las personas más interesantes que conozco, a los veintidós años no sabían qué hacer con la suya. Y más tarde tampoco”. Manlio Sgalambro, Accetta il consiglio

La ciudad es un organismo vivo que, a pesar de tener una avanzada edad con respecto al ser humano, se encuentra en un estado de perpetua juventud, ya que siempre está viva y sometida a un movimiento que no se altera fácilmente. Guarda recuerdos o imágenes, puede ser cruel o sucia, magnífica o romántica…pero se encuentra en constante adaptación a quienes la habitan. Pasear por la ciudad es recorrer la biografía de un gran organismo, pero detenerse en un lugar y contemplarlo es como intentar desentrañar las emociones de alguien que mira fijamente a los ojos.