El escritor José Bergamín (1895-1983) dio el nombre de “España peregrina” a una revista publicada en México durante la década de los cuarenta. Este concepto de un país peregrino dibuja la imagen de un conjunto de personas en un territorio que les es extraño o simplemente no conocido. Esta denominación se hizo extensiva al conjunto de escritores españoles que se vieron obligados a exiliarse tras la Guerra Civil española. La peregrinación, entendida como un camino, crea una perspectiva de anhelo que se dirige a un objetivo en ocasiones envuelto en cierta ensoñación. Así, aquellos peregrinos miraban a su pasado no como el tiempo que ya pasó o el lugar que quedó atrás, sino como una casa a la que volver algún día.
“Ella, cuando me vio, no se extrañó lo más mínimo. Yo venía del pasado, que era donde ella vivía, y me recibió como si acabara de salir por la puerta. La tragedia le hizo perder la poquita razón que tenía” Carmen Maura como Irene en Volver (Almodóvar, 2006)
Las ciudades, aunque se encuentran sometidas a un cambio perpetuo, son conocidas para quien las habitó. Hay algo en sus calles, en sus espacios públicos o sus arquitecturas que encienden las luces de la memoria. En A Coruña, la presencia del territorio nunca desparece, aunque la ciudad se transforme. El mar y la topografía singular vinculada a sus símbolos como la Torre de Hércules permiten que el paso del tiempo no sea más que un aspecto episódico e inapelable.
Algunos de aquellos que se vieron obligados a irse con el final de la década de los treinta, volvieron unas décadas después. Dejaron un escenario de posguerra para volver a uno en el que fuese bajo la opresión de la dictatura o no, el paisaje urbano era completamente diferente y, sin embargo, el territorio aún seguía presente como soporte de la ciudad a través de los años. Las décadas de los sesenta y setenta se enmarcan en la etapa desarrollista de la dictadura franquista. En términos urbanos, el desarrollismo trae consigo una aparente modernización de las infraestructuras de la ciudad, a través de políticas que permiten nuevas construcciones. El Plan de Alineaciones de 1948 de A Coruña es interpretado de tal forma que se comienzan a construir edificios de gran altura, pero no será hasta la década de los sesenta cuando la aprobación de una modificación de este plan (1963) que incluye Ordenanzas de Urbanización abiertas, lo cual justifica las obras anteriores y permite el desarrollo vertical de muchas construcciones. En 1967, el Plan General firmado por Corrales, Molezún y Pagola, consolida a través de su ‘Ordenanza de volumen’ la construcción de grandes edificios en altura. A Coruña comienza a crecer y esta se puebla de volúmenes de directriz vertical que cambiaron por completo la imagen de la ciudad.
Las torres comienzan a colonizar la ciudad y a convertirse en una nueva identidad urbana que mira hacia un anhelado futuro que quiere dejar un triste pasado atrás. Los avances tecnológicos en la construcción también se convertirían en herramientas para esta verticalización que es posible gracias al hormigón armado y al muro cortina. Así, se construyen los edificios en altura más icónicos de la ciudad como la Torre Siso (1970, 63m), la Torre Efisa (1970, 65m), la Torre esmeralda (1970, 65m), las Torres de San Diego (1980, 63-69m), la Torre Golpe (1955, 75m), la Torre Dorada (1970, 75m), Torre Galicia (1971, 80m), la Torre Trébol (1975, 90m) o la Torre Hercón (1975, 119m). Una de estas grandes construcciones es Torre Coruña construida en 1966 con 65m de altura.
Torre Coruña
La torre Coruña, situada en la calle Calvo Sotelo, es obra de los arquitectos Santiago Rey Pedreira (1902-1977) y Juan González Cebrián (1908-1988), pero no es sólo su altura la que define el edificio, sino que en esta obra hay una intención por subrayar la verticalidad a través de la morfología del edificio. La parcela, trapezoidal, mantiene esta planta al desarrollarse en altura incorporando una leve modificación que forma un pliegue en la fachada de menor dimensión. El pequeño pliegue que recorre el volumen en toda su altura dota de dinamismo a una construcción que por su definición estructural y volumen resultante hubiera sido enormemente rígido. La elección de la fachada menor para la creación de esta irregularidad geométrica se puede justificar en base a un aumento de superficie que garantice una buena ordenación de las vistas, pero también facilita la comprensión del edificio desde la distancia, porque resalta su simetría y la idea de una pieza que se abre en dos como una navaja.
El acercamiento de Torre Coruña, como edificio en altura construido en los sesenta, a sus coetáneos hace comprensible algunos rasgos vanguardistas de su morfología. La Torre Pirelli de Milán (1956-1960) obra del arquitecto Gio Ponti en colaboración con Pier Luigi Nervi, Alberto Rosselli, Giuseppe Valtolina, Antonio Fornaroli, Egidio Dell’orto y Arturo Danusso, fue muy influyente para esta tipología de edificios además de mostrar una nueva forma de diseñar las estructuras que era inédita hasta ese momento. La morfología de la Torre Pirelli también utiliza la simetría como recurso estructural y la creación de un “hueco” formal entre los dos cuerpos simétricos. El movimiento que transmite un edificio como la torre Pirelli, es posible gracias a la relación de la estructura con la envolvente mediante un criterio alejado de la monumentalidad clásica. Un pequeño paseo a su alrededor permite percibir el enorme contraste entre una fachada y otra y sus 127m parecen alargarse por efecto de su cuidada geometría. En torre Coruña el movimiento se ve subrayado por la disposición de los balcones en las aristas verticales de la fachada principal.
Distorsiones y segundos planos
El ritmo de los huecos es ordenado y riguroso, resueltos originalmente con carpintería de aluminio. Pero destacan especialmente los balcones en esquina que rompen la monotonía muraria del volumen. La fachada que incluye la plegadura se despliega mediante los balcones en esquina que rompen la monotonía. Los balcones se trazaron teniendo como centro la intersección del pliegue de la fachada, por lo que se abren un poco más, no son paralelos a la fachada y eso genera una distorsión capaz de crear movimiento. Adicionalmente se introducen unos machones verticales que sobresalen de la fachada enfatizando su verticalidad.
La composición tan rotunda del volumen y su intención dinámica, hacen que otros aspectos aparezcan como secundarios cuando, realmente son de especial relevancia. La torre no se implanta sobre una parcela plana, sino que el volumen concilia las diferentes cotas y pendientes de la calle Calvo Sotelo y el paseo de Ronda. La gran altura de la torre y su morfología compuesta de dos bloques que se abren introduce un riesgo para la estabilidad que se resuelve mediante el arriostramiento de ambos a través de grandes vigas que cierran el espacio abierto.
La torre mira, desde la lejanía al mar. Esa mirada, como la de un peregrino permite, a quien la habita, seguir viendo la ciudad que siempre fue. Quizás por eso el artista y escritor Luis Seoane y su mujer Maruxa Fernández eligieron este edificio como residencia a su vuelta del exilio, cuando estabilizaron su presencia en la ciudad en 1970: "Seoane miraba desde el piso de la alta vivienda que habitaba el panorama tras la cortina de los cristales". (Fernández del Riego citado por Ana Rodríguez en ‘Seoane iluminado por el faro’). Y es que, incluso para aquellos que se vieron obligados a irse, la ciudad y su mar nunca se separaron.
“Llevamos algo más de una semana en Buenos Aires. Volvimos a nuestra vida habitual y andamos, como puedes imaginar, de un lado para otro, de cena en cena, de casa de amigo en casa de amigo. Me preguntan por ti, por vosotros, y a todos les damos noticias, las que podemos. Nosotros pasamos en esa unos meses espléndidos, de lo que estamos agradecidos y en los que una vez más se puso a prueba la generosidad de Mimina y tuya. El lunes hicimos el poder, Maruja y yo, a nombre tuyo y de José Luis, para adquirir el departamento de la Torre Coruña, se trata del que está en el piso 6º, izquierda, que da al Paseo de Ronda, es decir, el lado contrario de la casa donde vive Dieste. […] Cuesta en total 1.100.000 pesetas. Antes de fin de año giraremos el resto. Creo que todo está en orden, pero, si por cualquier motivo hace falta más dinero inmediatamente me lo escribes.” Carta de Luis Seoane a Isaac Díaz Pardo, Buenos Aires, 14 de mayo de 1969. Consello da cultura Galega
Sarcasmo o comprensión
Cuando el arquitecto suizo Le Corbusier llegó a Nueva York, realizó una crítica no desprovista de sarcasmo sobre los rascacielos de Manhattan. Le Corbusier los calificaba de “juegos de niños” o “un accidente de la arquitectura. Imaginen ustedes a un hombre que fuera víctima de una perturbación misteriosa de su vida orgánica: el torso se conserva normal pero las piernas crecen tanto que se vuelven diez, veinte veces más largas”. Quizás porque Le Corbusier quería demostrar que, como indica Rem Koolhaas en ‘Delirious New York’ “antes de que pueda parir la ciudad de la que está embarazado, tiene que demostrar que todavía no existe”. La ciudad se encuentra en perpetuo cambio, pero quienes las habitaron siempre las reconocen y transforman el sarcasmo en comprensión conciliadora que es consciente de esa constante mutante. Quienes la habitaron, forman parte del organismo urbano, por eso, como peregrinos son capaces de volver y, a través de una mística natural, a pesar de todo, reconocerlas como su casa.