Cualquier disciplina se puede nombrar, pero resulta imposible rodearla con un lápiz. Quizás porque todas tienen límites difusos donde, de manera fluida, se combinan, ensamblan o fusionan entre sí. Reconocer los parámetros de una acción profesional sea de carácter artesanal, técnico o intelectual es una labor que obliga a un ejercicio de implosión-explosión en el que cada una de las ideas que la conforma puede estar sujeta a una dispersión que enraíce con otra disciplina. En actividades vinculadas al ámbito artístico o intelectual, estas conexiones no solo forman parte del desarrollo orgánico y natural de la actividad, sino que componen una atmósfera creativa de intercambio. Quizás es una observación obvia, pero cada una de las historias que se desarrollan en los límites de las disciplinas son intensas, sorprendentes y reveladoras.
“No es la obra de arte la que tiene valor, sino el juego que lleva a crearla”. Marcel Duchamp
Las obras de la arquitecta Lauretta Vinciarelli (1943-2011) producen un efecto de contemplación hipnótica. Desarrolladas junto con su compañero Donald Judd (1928-1994) la arquitectura y la escultura se mezclan, creando un espacio que trasmite ciertas emociones, pero, aunque este sea el resultado es “el juego que lleva a crearla” la que proporciona las claves para interpretar el lenguaje codificado del arte moderno. Vinciarelli pertenecía al grupo ReVisions (1981) un grupo creativo en que la arquitectura, el arte y la ideología eran disciplinas que formaban parte de un único proceso, a través del cual desarrollar nuevas investigaciones en diferentes disciplinas, algunas de ellas sólo utópicas, otras expresiones fundamentadas y vanguardistas. La interdisciplinariedad, en arquitectura es natural al desarrollo del proyecto, pero no siempre incluye miradas más abstractas relacionadas con el arte. En determinadas etapas este tipo de relaciones emergen como respuestas intelectuales o reflexiones al devenir de un tiempo, es decir, aparecen con la energía de una necesidad de descubrir nuevas formas de ver el mundo.
“La globalización del capital es, por supuesto, algo espuria. Sin embargo, es una importante innovación ideológica. El sistema capitalista sufre una especie de mutación de su forma esencial, cuya culminación sería la completa (teórica) capitalización de la naturaleza, en la que ya no quede ámbito alguno que sea externo al capital. Esto equivale a suponer que no existe una naturaleza externa. […] Inmediatamente surgen dificultades teóricas como resultado del hecho de que ésta es una integración funcional en buena parte imaginaria. La retórica recalca la armonización y la optimización; la realidad es desorden y conflicto.” Martin O’Connor ‘Is capitalism sustainable?’ 1994
Si bien el origen de muchas asociaciones profesionales con fines creativos se encuentra circunscrito a un origen sociopolítico, algunas son el devenir natural de afinidades entre técnicos y artistas que deciden consolidar una relación de intercambio cultural. En la década de los setenta este tipo de colisiones e intercambios ideológicos produce colaboraciones muy interesantes. Desde un punto de vista arquitectónico, los proyectos de estudios interdisciplinares suelen extenderse más allá del ámbito de la construcción o del urbanismo, produciendo publicaciones, performances, piezas audiovisuales o investigaciones en torno a diferentes campos.
Manifiestos para una arquitectura que perdió el sentido
“Queríamos ser un grupo de arquitectura que se pareciera más a una banda de rock. Le estábamos diciendo a Sharon [una amiga] que haríamos arquitectura clandestina, como periódicos clandestinos y películas clandestinas, y ella dijo: ‘Oh, ¿te refieres a una granja de hormigas?’ y eso es todo lo que hizo falta. Era muy Ant Farm. La fundación del nombre fue indicativa de cómo funcionaba Ant Farm: surge la idea correcta, todos reconocen que es la idea correcta y la adoptan instantáneamente.” Doug Michels, Ant Farm estudio de arquitectura
Algunos estudios adoptaron esta forma de trabajo, de tal forma que muchos de sus proyectos se convirtieron en manifiestos, es decir, que la idea transformadora que se materializaba a través de la propuesta estaba por encima de la adaptación al lugar. El peso de este tipo de proyectos gravita hacia el cuerpo teórico buscando la trascendencia del planteamiento conceptual y no tanto de su funcionalismo que se considera mutable y adscrito al devenir de los tiempos.
En España, el estudio de Ricardo Bofill (1939-2022) era uno de los que funcionaban utilizando esta organización interdisciplinar, especialmente presente en el momento de su fundación, tal y como lo relata el poeta José Agustín Goytisolo: “El Taller, dicho muy rápidamente, funciona de la siguiente manera: el Director de ideas y Fundador es Ricardo Bofill, el Director Ejecutivo es Salvador Clotas. Luego existe un equipo de Anteproyectos del que formamos parte Ricardo, su hermana Anna, Manolo Núñez Yanowsky y yo. Finalmente existen dos equipos de Proyectos y uno de Realizaciones. En este Taller, afortunada mente, no hay ni un treinta por ciento de arquitectos, y por esto es distinto de otros: si todos fuésemos arquitectos, no haríamos nada. Bueno, esto es un grupo interdisciplinario en el que hay Licenciados en Filosofía y Letras, Sociólogos, Aparejadores, Abogados, Ecólogos… en fin, todo tipo de profesiones." En este sentido el estudio se convirtió en un espacio de debate y pensamiento en el que los proyectos se abordaban de una forma conceptual. De hecho, Goytisolo relataba cómo era el proceso de trabajo en el taller de arquitectura: "Muchos temas de planteamiento general han surgido con frecuencia en estudios y discusiones que he tenido con mis compañeros de trabajo, a propósito de cuestiones tales como el arte de proyectar, la situación del hombre urbano en la ciudad actual o el futuro de las ciudades, y también al tratar de problemas concretos en diversos proyectos de cierta envergadura. El lenguaje poético me pareció, en muchos casos, el más adecuado para expresar tales temas, ya que éstos no permiten siempre un correcto nivel de racionalización, por responder a intuiciones, deseos, sensaciones y percepciones, que se empobrecen al adoptar la forma de lógico." (José Agustín Goytisolo). El propio Bofill, en una entrevista realizada por Anatxu Zabalbeascoa explicaba su forma de plantear la forma de trabajo en arquitectura: “La arquitectura sola no tiene sentido. Los sociólogos, poetas y arquitectos del primer Taller decidimos relacionarla con otras disciplinas. Analizábamos los tipos de familia en lugar de asumir la familia burguesa como modelo. (…) Siempre hay resistencia al cambio, pero estábamos convencidos de que se podía cambiar la manera de vivir, estas cosas que siguen pensando los jóvenes. Para existir, la utopía se tiene que transformar en realidad, y ese paso le hace perder ambición. Es necesaria para cambiar, pero construirla es peligroso. Algunas han degenerado en lo contrario de lo que defendían.”
Las inquietudes eternas
Las ciudades guardan pensamientos durmientes. Pequeñas ideas dispersas que van conformando la construcción de una ciudad paralela y utópica, de carácter aspiracional, porque “el pensar también tiene sus tácticas y su estrategia, como otras formas de acción. Para simplemente pensar en las ciudades y llegar a alguna parte, una de las principales cosas que han de saberse es qué tipo particular de problema plantean las ciudades, pues no todos los problemas pueden abordarse de la misma forma” (Jane Jacobs, 1961). Así, aparecen inquietudes latentes en todas las ciudades, que se van recogiendo en los sucesivos proyectos que organizan y regulan su crecimiento y desarrollo urbano.
En A Coruña, el crecimiento urbano, como en otras ciudades ha estado regulado por diversos planes urbanos, pero las propuestas sobre la transformación de la ciudad también han incluido concursos y encargos que han servido para mostrar ideas, reflexiones, críticas o planteamientos muy diversos. Uno de los más singulares es la propuesta La Coruña, el Mar y la Ciudad, presentada por Ricardo Bofill en 1986 a petición del ayuntamiento. Bajo la consigna “abrir la ciudad al mar” el proyecto definía un ambicioso conjunto acciones urbanas que implicaban a toda la ciudad. Una propuesta no exenta de polémica, al igual que los dos proyectos posteriores del mismo estudio de arquitectura en la ciudad, el Palexco y el centro comercial Los Cantones village (2005), pero cuyo revisionado (desde un punto de vista arquitectónico, al margen de aspectos económicos o socio-políticos) es interesante ya que forma parte de la historia urbana, y aporta una instantánea de un contexto específico.
Una utopía clásica
El proyecto de Bofill planteaba una intervención sobre la totalidad de la ciudad: dársena y calle Real, zona del Parrote, zona hípica-cementerio, cementerio-torre de Hércules y ‘parque celta’. Esta zonificación es la recogida por el estudio Bofill en la exposición del proyecto realizada en 1986, así como en el artículo publicado por el entonces profesor titular de la Escuela de Arquitectura José González-Cebrián Tello. La primera zona, correspondiente con la Dársena y la calle Real, planteaba la creación de un espacio porticado de estética clásica, similar a un ágora que acotaba la geometría del puerto, además se incluía un edificio significativo que funcionaría como hotel (de veinte plantas) vinculado puerto, y dos construcciones similares a templos griegos con uso comercial. Frente al hotel y el centro comercial el espacio público estaría formado por una plaza dura con una fuente en forma de barco de vela. Se planificaba también un aparcamiento subterráneo de tal manera que toda la superficie fuese peatonal. Esta actuación provocaba el derribo de varias viviendas, y limitaba las actuaciones sobre el muelle de trasatlánticos, pero además de ello, la estética clásica confrontaba directamente a la identidad tradicional de la ciudad y sus galerías, lo que provocó un gran rechazo social sustentado en la presencia del lenguaje neoclásico que se percibía como un borrado de la fachada marítima y la escala desproporcionada de las nuevas edificaciones.
En la zona del Parrote, la propuesta incluía la recuperación de las murallas y la sustitución del edificio del Hotel Finisterre (antigua ubicación de la cárcel real) por una construcción semicircular que define un jardín interior. La prolongación de esta zona hacia el dique de abrigo recuperaba en el proyecto gran parte del terreno como espacio público, un aspecto contemplado por los instrumentos de planeamiento que aún no se había ejecutado.
El borde marítimo que se extiende desde el hospital militar hasta la torre de Hércules se constituye como una continuidad a través de la creación de un paseo marítimo que unificase la ciudad (similar al paseo existente en la actualidad). En la zona próxima a la torre se proponía la intervención mediante otro conjunto de edificaciones de vivienda con un parque interior abierto al mar. En el entorno de la Torre de Hércules se proponía el ‘parque celta’ un conjunto urbano que reducía el espacio público preexistente (fijado como zona verde desde 1949) incluyendo actuaciones puntuales, pero conectadas entre sí a través del paseo marítimo, que estarían formadas por edificios de vivienda de gran altura cuya morfología venía determinada por geometrías puras de lenguaje neoclásico. Hacia la ensenada de Orzán-Riazor la propuesta contemplaba la continuidad del paseo marítimo, creando un gran espacio verde con infraestructura turística en la zona de Zalaeta y Matadero como equilibrio y servicio a las playas.
El conjunto del proyecto era percibido como una gran colisión demasiado artificial. A pesar de que muchas de las actuaciones propuestas en el proyecto se realizaron con posterioridad adaptándose a las circunstancias de la ciudad, estas también se contemplaron en planes previos como la creación de un paseo marítimo de circunvalación litoral, el rescate de suelo militar para ser transformado en zonas verdes y equipamientos, así como la construcción de un parque en el entorno de la torre. Gran parte del impacto y polémica de la propuesta de Bofill radica en el uso de un lenguaje clásico de inspiración helenística, así como el monumentalismo traducido a una escala abstracta, ambos términos distan mucho del contexto coruñés. Además, los aspectos funcionales de la propuesta implicaban una transformación del equilibrio de usos que enfocaba la ciudad hacia el comercio y el turismo, en detrimento de reformas interiores dirigidas a la mejora de sus habitantes.
El proyecto fue expuesto en 1986 en el quiosco Alfonso, de tal forma que todos los ciudadanos y ciudadanas pudieran conocer la propuesta. A raíz de esta exposición los estudiantes de la escuela de arquitectura, así como algunos profesores desarrollaron un análisis crítico y reflexivo sobre el mismo que culminó con numerosas publicaciones, dibujos, cómics, manifiestos y acciones, entre ellos resulta especialmente completo el realizado por el entonces profesor titular José González-Cebrián Tello. En este artículo se expresaba de forma crítica y razonada la oposición a la propuesta, reconociendo algunos aspectos acertados, pero manifestando las incongruencias y errores que tanto el profesor como también muchos ciudadanos y estudiantes de arquitectura detectaban en las numerosas actuaciones del plan propuesto. Al margen de aspectos políticos y económicos, el proyecto sirvió como catalizador de un debate nunca detenido sobre el análisis de la ciudad, su forma, imagen, función y estructura. La propuesta no se realizó.
Una realidad adecuada
Las propuestas urbanas de gran escala son siempre actuaciones ambiciosas. La transformación de la ciudad desde una mirada global resulta en una situación rotunda en la que, si no se encaja contextualmente a través del detalle, puede producir distorsiones incómodas y en último término rechazo social y profesional ante conceptos que se perciben ajenos al lugar. Y es que la construcción de la ciudad es en último término la construcción del hábitat, un concepto más orgánico y arraigado cuya gravitación se escora hacia ideas basadas en la memoria. Sin embargo, “la memoria es redundante: repite los signos para que la ciudad empiece a existir” (Italo Calvino, Las ciudades invisibles), por ello este aspecto constituye un punto de partida en cuyo camino la sorpresa y el asombro pueden aparecer mediante la exploración conceptual derivada del trabajo, el debate o el análisis minucioso. La ciudad se construye mediante heterogeneidades como indica la arquitecta Jane Jacobs: "La intrincada mezcla de usos diversos (urbanos) en las ciudades no son una forma de caos. Por el contrario, representan una forma compleja y altamente desarrollada de orden. (…) Superficialmente, esta monotonía podría considerarse una especie de orden, aunque sosa. Pero estéticamente, por desgracia, también trae consigo un tipo de desorden, el de no tener dirección. En un lugar marcado por la monotonía y la repetición de la similitud uno se mueve, pero no parece llegar a ninguna parte. Para orientarnos necesitamos diferencias”.
Comprender la ciudad, y sus necesidades no es una acción simple y directa, sino que requiere de un profundo análisis que además ha de aislar de forma consciente el presente comprendiéndolo como una etapa más en la biografía urbana. Este ejercicio que silencia el presente para escuchar al futuro permite que las transformaciones urbanas actúen como catalizador social, pero se constituye tan solo como un procedimiento natural. Uno más, que recoge un millar de singularidades complejas imposibles de silenciar. La ciudad es un organismo habitado por la realidad, tanto si nace de la crisis o de la utopía, y “La realidad es fácil de encontrar. Lo difícil es encontrar la realidad adecuada” (Stanley Kubrick)