No todo tiene por qué ser excepcional. Incluso aquellos eventos sorprendentes o icónicos terminan formando parte del pasado y se consolidan habitando la memoria colectiva. Todo pasa, dejando un pequeño rastro cuya importancia se desvanece de manera progresiva y natural. El paso del tiempo tiene la capacidad de convertir el presente en un relato en el que los detalles pasan a formar parte de un segundo plano mientras que las emociones pasan a formar parte del recuerdo. En la ciudad, la memoria siempre está presente, pero las excepciones terminan por difuminarse dentro del tejido urbano.

“Las ciudades son un inmenso laboratorio de ensayo y error, fracaso y éxito, para la construcción y el diseño urbano. El urbanismo tenía que haber utilizado este laboratorio para aprender, formular y probar sus teorías. […] Nada hay económica o socialmente inevitable en la decadencia de las ciudades viejas o en la recién estrenada decadencia de las nuevas e inurbanas urbanizaciones.” Jane Jacobs. Muerte y vida de las grandes ciudades

La construcción de la ciudad es un proceso lento y orgánico, que define los parámetros identitarios de una cultura. Entre sus calles se puede encontrar información suficiente como para reconstruir la historia de un pueblo, pero también los pequeños errores y aciertos de quienes lo habitaron y construyeron. Pero en ocasiones hay zonas de la ciudad que parecen armónicas e, incluso, homogéneas. Parece que nunca haya ocurrido nada y, sin embargo, esa apariencia no es más que una imagen cuya construcción ha requerido una intención y un proyecto. Y es que a veces, se producen mutaciones e ironías que dirigen la ciudad hacia caminos que aventuran un extraño futuro. 

“Está naciendo una nueva arquitectura más allá de nuestra atención, sin ningún síntoma de humanismo. Podemos evitar la accesibilidad. No hay razón para articular nada. No hay acceso, no hay usuarios…los robots no necesitan el beige. No hay tradición. No sabotear el proceso es la única ambición. No hay contexto. No hay expectativas. No hay nada. Pero la implicación es exhilarante.” Rem Koolhaas, Arquitectura Post-Humana 

Antes de anticipar un futuro aciago, en el que el ser humano ya no forme parte de la ciudad, la mirada puede dirigirse hacia el propio tejido urbano contemporáneo. Un análisis cercano en el que cada fragmento de la ciudad muestra una historia propia. 

Las arquitecturas del ensanche

El primer ensanche coruñés, fue propuesto por el arquitecto municipal Juan de Ciórraga en 1878 y aprobado en 1885. Las obras comenzaron entre la calle Juan Flórez y las antiguas Hortas de Garás (área situada en la parte posterior de la calle Juana de Vega). Su construcción terminaría de manera definitiva en la década de los cuarenta con los últimos edificios en torno a la plaza de Vigo. Dentro de esta actuación urbana se encuentran algunos de los edificios más relevantes del modernismo, eclecticismo y racionalismo coruñés. Algunas de estas obras destacan por su brillantez y singularidad, pero otras simplemente dibujan un tejido homogéneo que define la tipología de una época. El ensanche definía parcelas en su mayoría de formato rectangular que se insertaban dentro de manzanas muy ordenadas. Pero en algunos casos, estas conformaban pliegues en los que las esquinas definían parcelas de forma irregular, lo que determinaba una oportunidad para realizar una solución singular. Las herramientas lingüísticas del modernismo o del racionalismo permitían desarrollar composiciones que se adaptaban a la perfección a cualquier morfología urbana. 

El encuentro entre la calle notariado y la calle Federico Tapia crea una parcela en forma de cuña que, además da hacia un espacio público, la plaza de Galicia. Conocido como el edificio de la histórica camisería Gala, esta obra del arquitecto Eduardo Rodríguez-Losada (1886-1973), es una incorporación silenciosa dentro del tejido del ensanche. Construido en 1930, resuelve de forma acertada el ángulo agudo formado entre ambas calles. 

Una de las principales innovaciones de este edificio es el uso de hormigón en lugar de muros de fábrica como estructura portante. El hormigón era entonces un material innovador, que además representaba a una nueva tecnología. La sustitución de este material no representa una transformación estética para el edificio, sino que Rodríguez-Losada introduce esta tecnología en una tipología arquitectónica tradicional. Además, elimina la tradicional galería de madera de la arquitectura vernácula coruñesa. 

Foto: Nuria Prieto

Una envolvente plana

La fachada se configura como una envolvente plana que se desarrolla entre ambas calles creando una curva en la arista. Sobre esta, como si se tratase de un lienzo, se dispone un trabajo de ornamentación sencillo que se reduce al ámbito de los huecos y la cornisa. El edificio cuenta con cuatro alturas, en las que se organizan las viviendas hacia el exterior incorporando un patio en la parte posterior. Cada una de las plantas incorpora una ornamentación diferente estableciendo una jerarquía: la primera planta presenta balcones, la segunda y tercer diferentes adornos y la última se sitúa sobre una cornisa y muestra una coronación con una segunda cornisa y algunos remates decorativos. El edificio sigue un ritmo de huecos constante que tan solo se ve alterado en la planta superior donde las ventanas incorporan un arco. Los ornamentos que acompañan a cada hueco son los habituales del estilo ecléctico utilizado por Rodríguez Losada. Este tipo de elementos decorativos pueden verse en otras obras del arquitecto como la casa Cortés. Las pilastras de la rotonda, sin embargo, se asemejan a las de la Casa Ameixeiras. Los balcones, así como los adornos de las cornisas son una constante en el lenguaje ecléctico de Rodríguez Losada.  

Foto: Nuria Prieto

La regularidad compositiva de la fachada solo se ve alterada en la fachada que da hacia la calle notariado, donde se encuentra el acceso al bloque. La puerta de acceso se ve singularidad a través del volumen, y de la retirada de ornamentación en los huecos de esta zona, que se percibe desde el exterior como una torre que intenta separarse de forma discreta del conjunto. Hacia la calle Federico Tapia el edificio se amplía ligeramente hacia otra parcela incluyendo un portal más que, sin embargo, no se significa de manera especial. 

El lenguaje ecléctico es incorpora homogeneidad al tejido urbano de los ensanches de principios de siglo XX. Si las obras modernistas representan la exuberancia y la alegría de un momento histórico en el que la energía de la Belle Epoque parecía no haberse esfumado aún, el eclecticismo aparece en las ciudades como una estética capaz de dotar de dignidad al tejido urbano que sería habitado por la nueva burguesía. 

Mirar las flores

Francis Ford Coppola afirma que “la arquitectura es música congelada”, un planteamiento que en el caso de la obra de Rodríguez-Losada quien también era compositor resulta muy acertada. De alguna manera, el lenguaje de la arquitectura determina un cierto costumbrismo urbano. Cuando este busca ser silencioso, adopta el espíritu de un momento determinado y comienza a envolver la ciudad mostrando una imagen neutra y tranquila. 

“La mayor parte de la gente en la ciudad corre tanto, que no tiene tiempo de mirar flores. Quiero que las miren, lo quieran o no.” Georgia O’Keeffe

Foto: Nuria Prieto

Y es que a veces la ciudad es un hábitat que, debido al costumbrismo de la vida diaria se convierte en algo silencioso, y salvo miradas que se detienen curiosas, sus detalles pasan completamente desapercibidos. Pero es la acumulación de pequeños detalles la que constituye la riqueza de la ciudad y una segunda percepción en la que la atmósfera costumbrista se transforma en identidad cultural.