A veces es necesario ocupar posiciones incómodas, no deseadas e, incluso, dolorosas. Las posiciones en la vida son mutables, ya que responden a decisiones que no siempre son fáciles. Las ondas transversales de esa decisión, como la gota que cae en un estanque, son capaces de crear un patrón visualmente armónico, pero perturbador del equilibrio silencioso de la superficie del agua. Y es, quizás, en esa distorsión de un delicado equilibrio donde emerge la visceralidad natural del hábitat, como metáfora del cambio y la transformación que en realidad no altera el destino del lugar, sino que sigue una inercia que es mayor que una pequeña perturbación puntual. 

Una posición puede moverse impidiendo que una situación se convierta en un problema o cause un enorme dolor y es que probablemente “el verdadero problema del mundo” como afirma Noam Chomsky “es cómo impedir que salte por los aires”. El hábitat, permite transformaciones y mutaciones que si bien, alteran culturalmente a quienes lo comparten, en realidad representan organizaciones que terminan por alcanzar el equilibrio formal una vez superada la perturbación mediante su integración en el lugar. Incluso aquellas posiciones complejas que no generan problemas son capaces de construir el hábitat, porque son capaces de explorar los límites del territorio en su relación con el ser humano. 

“Se crea y se construye siguiendo técnicas adecuadas, pero se subestima el aprendizaje que supone el análisis de lo construido. La creación del arquitecto "debe" satisfacer a los usuarios; en caso contrario, el arquitecto supone que éstos no están preparados para utilizar y comprender la creación técnico-estética del arquitecto” Gaviria, 1968

Las posiciones incómodas en la ciudad determinadas por la morfología del lugar o de las actuaciones arquitectónicas previas, someten al proyecto a un conjunto de restricciones. Estas pequeñas rigideces, son desafíos, pero también apoyos que argumentan decisiones.  A veces, no se trata de una reflexión que soluciona el encaje del edificio en su contexto, sino el catalizador que acelera el conjunto de decisiones que construyen el proyecto de una obra. 

“Y de nuevo la palabra arte me lleva a plantear mi última exigencia, y es que el ambiente material que nos rodea sea agradable, generoso y bello; sé que es una exigencia ambiciosa, pero les diré que, si no puede proporcionar ese ambiente a todos sus miembros, no quiero que el mundo siga existiendo; la existencia del hombre habrá sido una miseria.”  William Morris. Cómo vivimos y cómo podríamos vivir

Foto: Nuria Prieto

En A Coruña, existe una combinación heterogénea en tejidos ordenados, como los diferentes ensanches. En ellos, debido a los diferentes cambios que se produjeron en el planeamiento han creado un hábitat de capas, en el que las escalas, las fechas y las morfologías se mezclan dotando de riqueza al tejido. Pero no sólo la evolución normativa a lo largo del tiempo ha determinado la estructura formal de la ciudad, sino que el propio soporte topográfico construye ámbitos específicos con condicionantes estrictos. La presencia del mar, los desniveles del terreno, o el tipo de terreno sobre el que se cimenta el edificio dirigen al proyecto por un determinado camino. Tras este conjunto de condicionantes, la normativa y la proximidad de otras edificaciones afinan los parámetros compositivos, funcionales y estéticos del edificio. Sin embargo, en una determinada etapa de la historia, a pesar de estos fuertes condicionantes, el lenguaje arquitectónico se imponía como estrategia de homogeneidad estética nacional. La dictadura franquista impuso, especialmente durante la etapa de la autarquía un conjunto de criterios lingüísticos para los proyectos arquitectónicos, tanto públicos como privados que no sólo crea una imagen homogénea en las ciudades, sino que además determina una cultura que “educa” a la población. 

Foto: Nuria Prieto

Una obra de Luis López-Rioboo

El edificio de la cooperativa del Perpetuo Socorro es un proyecto que parece no encajar ni con la ciudad, ni con el lugar. Esta percepción no tiene que ver con su encaje urbano que es correcto o con su morfología que también lo es, si no con aquello que sugiere su materialidad y composición. La presencia de la cerámica, la curvatura de radio amplio, los balcones o el ritmo de los huecos, parecen ser pequeños detalles no muy comunes en la ciudad, sin embargo, el edificio es perfectamente compacto y se encuentra bien resuelto. La Cooperativa del Perpetuo Socorro fue construida entre 1951 y 1956. Obra del arquitecto con despacho profesional en Madrid Luis López-Rioboo Tenreiro, el edificio se organiza en torno a cuatro módulos de diez viviendas cada uno, en total cuarenta viviendas.

Cada módulo presenta una organización en “u” que se puede intuir desde el exterior. El edificio cuenta con cuatro plantas y bajo, disponiendo la escalera en el plano de fachada de manera que sea apreciable desde el exterior, no sólo mediante el resalte de la volumetría sino también a través del material. La organización de las viviendas sigue principios de ventilación e higiene muy estrictos definiendo una vivienda digna de gran calidad. Todas las habitaciones de cada vivienda dan al exterior, bien a la fachada principal o al patio de cada módulo que es suficientemente generoso. Aunque este aspecto hoy en día pueda semejar natural, en la década de los cincuenta la ‘habitación italiana’ o gabinete, así como baños o cocinas sin ventilación natural al exterior resultaban muy habituales. 

Foto: Nuria Prieto

La materialidad del edificio es quizás el aspecto más llamativo junto con la curvatura amplia y la posición frente a la pared vertical de roca (en la que posteriormente se ubicaría la ópera). El uso de la cerámica en fachada no es tan común en Galicia (si en cubiertas de teja) como en otras zonas de España, tan sólo la presencia de fábricas de ladrillo cerca suele ser el factor determinante para su uso como en el caso de la urbanización Pia de Maianca del arquitecto Manolo Gallego. En este caso, el ejercicio profesional del arquitecto en Madrid quizás pudo trasladar el uso de este material a Coruña. Además la cerámica se coloca aquí simulando una fábrica de ladrillo no tradicional, es decir, utilizando un aparejo, sino que aparenta disponerse sin rotura de tendeles, una forma “incorrecta” de colocación salvo que este forme parte de un prefabricado como el que reviste la envolvente del edificio. Esta tipología constructiva de la fachada aporta un matiz de modernidad al conjunto del edificio que, junto con la curvatura de la fachada, amplia debido al uso del prefabricado cerámico como envolvente, enmarcan su estética en un lenguaje postracionalista. En combinación con este material, se incorpora una solución muy sencilla en las defensas. Con apenas un redondo de acero curvado y soldado a otro para dotarlo de rigidez, el arquitecto diseña una ingeniosa barandilla. A pesar de que el ornamento del edificio es modesta y discreta, tan solo unos elementos geométricos en forma de cuadrado que se disponen de forma rítmica entre los huecos y el resalte de balcones y huecos de grandes dimensiones mediante molduras planas. 

Otro de los aspectos que destacan al edificio con respecto a la construcción tradicional de la ciudad, es la elevación de la planta baja mediante un semisótano que permite iluminar y ventilar dicha planta bajo rasante. Esta elevación además permite crear una cierta privacidad de las primeras plantas con respecto a la cota de la calle.  La curvatura de la esquina subraya los límites preexistentes formados por la avenida de Arteixo y la calle que entonces se había creado bajo la cantera de Santa Margarita hoy en día ya consolidada tras la urbanización completa del entorno. 

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

López-Rioboo, desarrolló numerosas obras en Galicia: próxima a la cooperativa del Perpetuo Socorro se encuentra otro edificio de viviendas entre la calle Costa Rica y la Avenida de Arteixo y en a Zapateira construyó la que sería una de sus últimas obras, el colegio Peñaredonda. Además, en Rianxo desarrolló varios proyectos como el Mercado Municipal (1961), el Ayuntamiento (1962) o el Paseo Marítimo (1963). 

Foto: Nuria Prieto

Los pequeños lugares

Las posiciones complicadas o incómodas en la ciudad se consolidan a través de las diferentes actuaciones arquitectónicas que como capas radicadas en su tiempo van construyendo su forma. La latencia constante de la vida urbana junto con su propio ritmo, lento en comparación con la biografía de quienes la habitan, crean una estrategia de transformación progresiva, a veces imperceptible. Sólo el paso del tiempo describe, por contraste, el cambio. 

Foto: Nuria Prieto

“Que una ciudad o un paisaje determinados poseen una luz especial es un lugar común incontestado, sobre todo si se trata de lugares de prestigio histórico-artístico y de viajeros sensibles y leídos. Todos hemos leído y oído hablar de la luz mágica de Venecia, de Constantinopla, de París, de Delfos, de Marrakesh o del desierto del Sáhara. Repetidamente me he cuestionado a qué puede deberse esta especificidad que, personalmente, no me gusta tan evidente” Óscar Tusquets. Todo es comparable

Hay fragmentos de ciudad que, con el paso del tiempo, y a pesar de su inserción difícil, se consolidan creando lugares de gran riqueza espacial. Otras, simplemente describen un acercamiento limpio y correcto que, además, subraya las irregularidades y los límites de la topografía y del urbanismo. Pasear por la ciudad es, a veces, un ejercicio de reconocimiento de esos pequeños lugares que sin saber por qué, resultan agradables.