En una ciudad con mar, la arquitectura parece encontrarse siempre en estado sostenido. De alguna manera, al contemplar una arquitectura de cierta escala al borde del mar, se crea una relación entre el plano horizontal y el lienzo de la fachada, en el que este parece estar colgando sobre el agua. A medida que la construcción de la ciudad se aleja del mar se va integrando en el territorio como una fosilización que la cose al territorio. Vivir al borde del mar, es habitar una nave fondeada. Quizás por eso la arquitectura en el límite entre el agua y la tierra se expresa con un lenguaje singular.
“La amplitud del cielo, la arquitectura movible de las nubes, las coloraciones cambiantes del mar, el centelleo de los faros, son un prisma maravillosamente apropiado para distraer los ojos, sin cansarlos jamás.” Charles Baudelaire
El paisaje al borde del mar es capaz de crear una atmósfera que cambia con rapidez sometida al clima y la luz. Como en una obra de Milton Avery, el territorio se percibe como un espectáculo de narrativa sorprendentemente predecible porque, en realidad hay una reacción innata e involuntaria capaz de comprender todos sus efectos. El político y estratega griego Temístocles afirmaba durante las guerras médicas que “quien domina el mar, domina todo”, y aunque su mirada enfocase el control del Mediterráneo para protegerse de los ataques persas, con el paso del tiempo sus palabras se han convertido en metáfora de una forma de habitar. Dominar el mar, desde esa mirada, implica conocerlo no sólo como fuente de recursos, tampoco como fenómeno físico, sino también desde una concepción abstracta y memorística, casi intuitiva. El mar, crea a su alrededor un conocimiento inmaterial, incluso para quien no trabaja en él, pero lo habita. Los asentamientos que crecen vinculados al mar desarrollan una cultura en simbiosis con la naturaleza, que es capaz de impregnar todo aquello que produce, también la morfología y estética del hábitat.
“…la escala humana se establece no simplemente por el movimiento, sino por moverse de una forma que es un rompecabezas, como en un laberinto; que encuentra obstáculos, como el movimiento a través de una multitud; que tiene que ver con una gran carga sensorial, como en la visión lateral.” Richard Sennet
La dinámica del crecimiento urbano sobre el territorio define un lenguaje que no es estático, sino que evoluciona a lo largo de los siglos mutando en función al desarrollo del hábitat y la ciudad. La identificación de los sistemas constructivos, así como los elementos del diseño náutico en la arquitectura de los hábitats marítimos, condicionan de manera involuntaria la estética de un proyecto, debido al recuerdo abstracto, pero también a su condición genética con respecto al lugar. La construcción es una disciplina que nace como una estructura poliédrica que combina la cultura, la tradición tecnológica, la memoria del territorio y las dinámicas de la sociedad. La arquitectura es capaz de leer el territorio y utilizar esta herramienta poliédrica como materialización de todas aquellas latencias con las que el mar influye en aquellos que habitan el territorio.
La modernidad y el lugar
La arquitectura moderna española se inscribió en el marco de una dictadura, por lo que las transformaciones de la vanguardia cultural europea se vieron afectadas por un contexto de escasez e ingenio. Los arquitectos que se formaron en la posguerra y comenzaron sus carreras en la década de los cincuenta y sesenta, son pioneros en el uso del ingenio en tiempos de gran escasez material. La creatividad se destina a la resolución de problemas de la manera más sencilla sin perder un discurso estético en consonancia con la modernidad. El arquitecto Ramón Vázquez Molezún (1922-1993) es uno de esos profesionales capaces de introducir la modernidad en sus obras mostrando una mirada sencilla. Sus primeras obras en A Coruña, tienen que ver con las propiedades de su familia en el entorno de la calle Juan Flórez, donde comenzaba a consolidarse la ciudad tras el trazado del ensanche (que había comenzado en 1906) extendiendo los límites más allá del Camino Nuevo.
Ricardo Molezún, abuelo del arquitecto, había fundado en esta zona en 1882 ‘La primera coruñesa’, además de adquirir algunas propiedades (huertas fundamentalmente) y construir la residencia familiar de estilo ecléctico próxima a esta. En este entorno existen varias obras construidas por Ramón Vázquez Molezún cuya presencia en la ciudad se hace más intensa a partir de la década de los sesenta, cuando desarrolla proyectos de cierta envergadura, como el concurso para la delegación de hacienda junto con Alejandro de la Sota y Antonio Tenreiro Brochón, el proyecto de reforma de la plaza de Ourense en 1953 o el concurso para la Universidad Laboral con José Antonio Corrales, Javier Carvajal y Alejandro de la Sota. Pero también es la etapa en la que construye el Banco del Noroeste (1964-1967) o las viviendas en la Plaza de la Palloza (1968-1971).
Un edificio sobrio
En la calle Juan Flórez se encuentra una obra que proyectó junto con Gerardo Salvador Molezún en 1966. Una obra de aspecto sencillo que muestra con pequeños rasgos la presencia de una modernidad que refleja la identidad marítima de A Coruña. El número 28 de la calle Juan Flórez es un edificio de once plantas y bajo, con garaje, que incluye dos viviendas por plantas, sin embargo, su fachada no presenta la monotonía propia de esta premisa compositiva. El edificio presenta una imagen sobria y plana en la que la ordenación de los huecos, así como la alternancia de materiales crea una imagen orgánica en contraposición a la rigidez de algunos de los principios del movimiento moderno más dogmático.
La planta baja y la primera se distinguen del resto del edificio, mediante un ligero retranqueo que rompe la aparente simetría compositiva de la fachada que, por otra parte, se sustenta únicamente en un eje central que divide las diferentes viviendas. En la planta baja la posición del portal y el garaje se desplazan hacia la izquierda de la fachada para permitir la presencia de un bajo comercial amplio. Este esquema se traslada a la primera planta, pero a través de una abstracción, es decir, al margen del uso, los huecos se adaptan a esta condición compositiva.
La segunda planta es la que inicia el esquema organizativo del edificio, con una disposición de huecos tres a tres, en la que los extremos presentan una proporción mayor y vertical, y los más próximos al eje central de menor tamaño y proporción cuadrada componiendo un conjunto horizontal. Esta disposición podría parecer ausente de diseño o estar envuelta en una atmósfera de neutralidad, pero en realidad la elección de la ventana como elemento de un sistema constructivo del edificio es una decisión consciente del lenguaje moderno que este debería tener. Los huecos de proporción vertical se parten de tal forma que la parte superior es practicable, mientras que la inferior es un fijo que se divide en dos partes para acentuar la horizontalidad de la pieza. Los huecos de proporción cuadrada se asocian entre sí creando un conjunto rectangular. Estos se parten al igual que las hojas practicables de los huecos mayores en la zona superior con la misma intención de ampliar horizontalmente la presencia de estos. El esquema de esta planta se repite en las superiores con variaciones, en las que se alternan las dimensiones de los huecos según la distribución interior.
Una decisión compositiva tan relevante, ya que es la que caracteriza por completo al plano de fachada que es completamente liso, ha de traducirse en una solución constructiva a través del material que no altere la expresividad del conjunto. Para ello, los arquitectos resuelven la fachada con mortero de cemento y carpinterías de madera, que también revisten los voladizos y machones. El contraste entre ambos materiales contribuye a resaltar la composición orgánica de lo que, en realidad, es tan solo un plano vertical.
Cada planta incluye dos viviendas que se desarrollan a partir de un eje central de simetría. En el centro de la parcela en contacto con el edificio posterior se sitúa un patio interior de casi cincuenta metros cuadrados que permite iluminar las habitaciones, los baños y la cocina, que también cuenta con una pequeña terraza, mientras que el salón y el dormitorio principal dan hacia la fachada principal. Esta distribución varía en las diferentes plantas reflejándose al exterior. Entre ambas viviendas y el patio se sitúa el núcleo de comunicaciones con la caja de escaleras, el ascensor y el descansillo de cada planta. La estructura del edificio se resuelve con una estructura de vigas y pilares de hormigón armado.
Una imagen conocida
La imagen del edificio es la de una modernidad y vanguardia contenida, pero esconde un truco muy sencillo. Apenas un año después comenzaría la construcción del refugio A Roiba en la ensenada de Beluso en Bueu que incorpora algunos rasgos que aparecen en este edificio. De hecho, algunas ventanas del edificio son diferentes del resto, carecen de carpintería. Se trata del modelo Pearson, un sistema popular a mediados de los sesenta que garantizaba la ventilación y la iluminación natural de forma sencilla, y cuya estética aún hoy, sigue siendo vanguardista. Este es uno de los elementos constructivos más característicos de la Roiba, y de la Unidad Vecinal del Barrio de las Flores diseñada por Molezún con José Antonio Corrales. En muchas de estas obras, algunas Pearson fueron sustituidas, sin embargo, en la Roiba se pueden reconocer, aunque de forma más libre, muchos de los elementos que componen el lenguaje arquitectónico de este edificio.
Este punto de conexión entre una obra en medio de una ciudad y una vivienda experimental en la playa sólo es posible a través de la presencia del mar. En ambas construcciones el mar forma parte de su genética, a través de su materialidad y la disposición de sus huecos. La horizontalidad del hueco relaciona la obra no sólo con la ‘fenêtre en longeur’ del movimiento moderno, sino con la horizontalidad del paisaje vinculado al mar. El uso de la madera en este tipo de carpinterías, con pequeñas escuadrías y numerosos largueros que dividen el hueco recrean de forma abstracta la memoria de la arquitectura náutica.
El mar y el deseo
Lord Byron se preguntaba “¿cómo sería la juventud hasta el mar?”, mientras que Constantin Kavafis describía la sensación de “el azul luminoso del mar por la mañana y del cielo sin nubes”. Más allá de las visiones poéticas el calado del mar en las emociones humanas es un hecho involuntario e inherente a su cultura. Tanto es así que su conversión en objeto lo traslada a una valoración materialista como la de Gustave Flaubert quien refería que en el mundo sólo veneraba tres cosas “el mar, Hamlet y Don Giovanni”. Apreciaciones que dibujan una atmósfera concreta capaz de influir todas las percepciones y acciones que suceden en torno a él, y es que solo aquellas construcciones culturales de raíces profundas son capaces de producir transformaciones permanentes. El mar no es sólo una condición territorial, es también la arquitectura de un pueblo, y condición genética de una cultura, “el mar es un sueño, un canto, un labio; el mar es amante” escribía Luis Cernuda, “el mar responde al deseo”.